¿Un libro más sobre la leyenda artúrica? Para nada: La espada fulgurante (Destino, 2025), de Lev Grossman, acreditado autor de fantasía, es una entretenidísima y asombrosa novela que da una gozosa vuelta de tuerca a los mitos de la Mesa Redonda, Camelot, el grial y Excalibur. Llega acreditada por excelentes críticas y las recomendaciones de la dragonera Rebecca Yarros, Joe Abercrombie y nada menos que George R. R. Martin (“vais a alucinar”). A destacar que Grossman se pone a la vez bajo la advocación de El libro negro de Carmarthen (Llyfr Du Caerfyrddin), el manuscrito más antiguo en galés (1250), con referencias a Arturo, a Merlín y a la batalla de Llongborth (“En Llongborth vi a los héroes/ de Arturo cortar con acero”); y, en otro registro más popular y friki, la de Los caballero de la mesa cuadrada y sus locos seguidores, la desopilante revisitación artúrica de los Monty Python, y de la que el autor selecciona una inolvidable cita como encabezado de su novela: “Que a una mujer rarita le dé por salir de un lago a repartir espadas no es fundamento para un sistema de gobierno”.
La espada fulgurante, estupenda mezcla de ortodoxia artúrica académica (Gossman conoce muy bien el corpus) y sana subversión, con imaginación desbordante y dosis de humor, arranca con un joven bastardo, bisoño, algo zafio y con armadura y caballo robados, Collum (posteriormente sir Collum de las Islas Hébridas), dirigiéndose a Camelot en pos de su sueño de convertirse en caballero de la Mesa Redonda y servir al rey Arturo. En el camino ya se enfrenta a un misterioso caballero en un duelo que marcará su destino. Pero cuando llega a Camelot, de altas torres e inmortal fama, se encuentra un panorama desolador: el gran salón está casi desierto, y alrededor de la enorme mesa no está la multitud caballeresca que imaginaba, encabezada por los célebres Gawain, Perceval, Galahad, Tristán y Lanzarote, sino apenas un puñado de apesadumbrados caballeros: el sarraceno sir Palomides, Villiars el Valiente, sir Bedivere, mutilado de la mano izquierda, sir Dinadan y sir Constantine. Le informan de que el rey Arturo ha muerto (“cayó en la batalla de Camlann con la mayoría de la Tabla Redonda”) y que ellos son todo lo que queda, y le envían literalmente a “tomar por el culo”, expresión que no encontraremos en Godofredo de Monmouth, Thomas Malory o Chrétien de Troyes.
Lo que sigue es una serie de aventuras en las que Collum y sus nuevos amigos, en busca de “una nueva espada, una nueva piedra”, recorrerán la Britania abismada en el fin de una época, visitarán el Otromundo y a Morgana le Fay y sus hadas y duendes, Avalón (donde aguarda su regreso el propio Arturo), se encontrarán a la reina Ginebra (al timón de un barco volador), a Merlín y a un Lanzarote malvado. Mientras, Grossman va contando las vidas de los caballeros que participan en esta postrera quest, lo que sirve para rememorar el mundo artúrico que ha acabado. A destacar que de dichos caballeros, personajes acreditados en las fuentes a los que el autor da un interesante y personal giro, Palomides, príncipe de Bagdad, es un emigrante musulmán; Dinadan transgénero (es en realidad una chica, como la Clorinda de la Jerusalén liberada, de Tasso), sir Dagonet (el bufón enano de Arturo devenido caballero) sufre una discapacidad física, y, sobre todo, el otro gran protagonista con Collum, Bedivere, es gay, enamorado secretamente toda su vida de Arturo.
La novela tiene pasajes que rivalizan en fantasía con el propio material artúrico: el duelo entre la maga Nimue y su maestro Merlín (con algunos momentos que recuerdan el combate entre el mago y Madame Mim en la película de Walt Disney), la irrupción del Caballero Verde en Camelot o el propio rescate en la nave voladora.
“Siempre he estado interesado en la leyenda artúrica como lector y creía que ya todo había sido dicho, pero descubrí que había cosas que no se habían contado, que Arturo aún tenía cosas por decir”, explica Lev Grossman (Lexington, Massachussets, 56 años) en una entrevista por videoconferencia que permite ver en una estantería un recipiente que parece el grial de Indiana Jones y la última cruzada. El novelista ríe al señalárselo. “¡Sí que se parece!; es pura coincidencia, pero hay que ver cómo se te meten los símbolos artúricos en la vida”. Grossman continúa: “Mi Arturo fue el de T. H. White (1906-1964), que adaptó a Malory. White era homosexual pero dada la época solo pudo escribir sobre relaciones heterosexuales. Vi que había todo un mundo de experiencias emocionales que él no pudo expresar y plasmar: el mundo no estaba entonces preparado para que hubiera un caballero gay en la Mesa Redonda, pero ahora sí. Y también uno trans, y otro que no fuera blanco y cristiano, y otro más con problemas de salud mental. Había llegado el momento de hacerlos aparecer, de darles la posibilidad de explicarse”.
Grossman añade que la leyenda artúrica siempre se ha visto como una tragedia que acaba con la muerte del rey. “Pero hay otras maneras de contar la historia. ¿Y si mantuviéramos las cámaras rodando y viéramos lo que pasó después?, ¿cómo fue para los que siguieron vivos tras el traumático fin del mundo del rey Arturo? Tuvieron que reconstruirse en el mundo que él dejó. Contar eso es una historia diferente, y yo he querido hacerlo”. La espada fulgurante se mueve entre el drama y la comedia, rozando a veces el montypythonismo. “Se acerca mucho a ratos”, ríe otra vez Grossman. “El humor es muy importante para mí. Ayuda a convertir en seres humanos a esos personajes del corpus artúrico que nos han llegado agotados tras mil años, que habían dejado de ser personas vivas. He querido que hablen entre ellos como lo haría gente real, con sus bromas y chistes”.
En ese sentido le ha enmendado la plana a Malory y a Tennyson, tan serios y trascendentes, pero los personajes de La espada fulgurante son también duros y despiadados, y hay batallas estremecedoras. “Es cierto, la época era así, un momento muy cruel, en el que la muerte siempre estaba cerca, y también quise reflejarlo. Me he preocupado mucho por trasmitir sensaciones físicas, como la tener una espada en la mano o llevar armadura. Sabemos más de todo eso ahora que cuando escribían T. H. White o Steinbeck. He querido que fuera como en las novelas de Martin que sientes el dolor y ves la sangre. Un mundo muy físico que contrasta con el ideal inalcanzable del grial”.
Hay pasajes que muestran un buen conocimiento de las técnicas de lucha medievales y de la esgrima. Lo de vigilar el cuerpo del oponente, no su espada, posiciones como el Arado, el calor que se pasa bajo un yelmo, la forma de ultimar a un rival clavándole el puñal en el ojo a través de la ranura de la celada; llevar el pelo largo para tener acolchado extra, o que Collum porte un pequeño martillo y una lima de metal para arreglar las abolladuras de la armadura. “Hoy en día hay gente que practica las artes marciales de la caballería europea, y yo he tomado algunas clases, quería experimentar y comprender cómo era pelear con una espada de dos manos, meterme en la danza de movimientos precisos de un combate, escuchar el ruido de una espada al cortar el aire, o dónde te salen los callos al empuñarla. Esos detalles”.
Sin embargo, La espada fulgurante no es en absoluto una novela realista e historicista, como sí lo era la recreación de la leyenda que hizo desde el evemerismo Bernard Cornwell en la fenomenal trilogía Crónicas del señor de la guerra (con un Lanzarote que era el malo de la función, precisamente). “La versión de Cornwell es espléndida. Yo no lo haría igual de bien y decidí hacer lo contrario, optar más por lo romántico y fantástico. La mía es una fantasía onírica entretejida de todos los componentes del mundo artúrico, ese mosaico en el que hay partes altomedievales, con ecos de un Arturo del siglo VI que quizá existió (no entro en el debate) como un señor de la guerra en un mundo en que no había castillos, que llegaron mucho más tarde con los normandos, ni rutilantes armaduras. Yo uso el enfrentamiento de la vieja religión de los druidas y la del cristianismo, con su propio Dios oscuro, y también toda la maravilla tardomedieval, con su boato, su Camelot, su atmósfera feérica y cortés. Capas y capas. Tomé cosas de aquí y de allí, la Mesa, el adulterio de Lanzarote y Ginebra, el grial, y en la novela hay anacronismos y contradicciones, como en el canon artúrico mismo. Una mezcolanza de mil y pico de años de historia y leyenda británica”.
En todo caso, Grossman está cómodo con la fantasía. “Vengo de ese mundo, indudablemente mi novela es fantasía, aunque al final vuelvo a una cierta ortodoxia histórica al mostrar la invasión sajona definitiva. La espada fulgurante es de alguna manera un viaje entre el Arturo heroico y el que pudo ser real, el digamos histórico”. ¿Tolkien? “Yo he querido ir más atrás, a Tolkien le interesaba lo sajón y no tanto lo celta, lo prerromano, que es donde bucea mi historia”. Grossman reconoce la influencia en cambio de La diosa blanca de Robert Graves (aparecen referencias al alfabeto de los druidas en que cada letra era un árbol). “Es un libro difícil de una erudición que no agrada a los académicos, y sin embargo resulta muy inspirador. En mi novela hay una cierta vibra, una sensación o una energía de esa obra de Graves”.
Es insoslayable la referencia a Excalibur (1981), el gran filme de John Boorman, del que Grossman extrae el concepto de la salud del rey pareja a la del reino o la ambigüedad del grial. “Como mucha gente de mi generación yo vi la película cuando era demasiado pequeño para entenderla en su plenitud. Ha entrado a formar parte de la tradición de la que es deudora La espada fulgurante; superar sus escenas es muy difícil, por eso también uso la opción de abrir el objetivo y buscar una historia que contar después de la muerte de Arturo”.
La importancia de las mujeres en la novela muestra asimismo la influencia de la serie de novelas Las nieblas de Avalon (1982), la popular recreación de Marion Zimmer Bradley. “Su sombra es muy alargada y también transformó la tradición artúrica”, apunta Grossman. “Poner a las mujeres en el centro de la narración como hago en mi novela viene de ahí y no es original, pero en parte es porque en el relato artúrico los hombres mueren y las mujeres sobreviven, y además tienen un gran poder diferente del de ellos. He querido desarrollar sobre todo la historia de Ginebra, que tiene una agenda propia. Por su parte, Morgana es también mucho más interesante que ese papel a la que se la reduce a menudo de villana y bruja mala; yo la veo como una representante de la Britania antigua y una luchadora de la resistencia de las viejas tradiciones”.
Merlín es el padre y maestro que todos querríamos tener, pero posee un lado muy oscuro»
Merlín en cambio no sale muy bien parado. “¡Me encanta Merlín!, en parte es el padre y maestro que todos querríamos tener. Pero posee un lado oscuro, acosa sexualmente a su aprendiz Nimue. ¿De dónde viene Merlín? Claramente es un druida que paradójicamente vive y trabaja en la corte de un rey cristiano. Es una persona amoral que hace lo que sea para medrar y acumular poder. Mi Merlín es siniestro. Echo de menos al otro”. ¿Y Lanzarote? “Es complicado, ha pasado su infancia sirviendo a la Dama del Lago en el que no debía ser un entorno muy sano. Está obsesionado con la excelencia y eso muestra que tiene un vacío que es incapaz de llenar. Hay algo oscuro y doloroso en ese afán de perfección que impulsa a Lanzarote y que tiene que ver con Dios. En última instancia, es fatal ser Lanzarote”. Está de moda revisar los amores de Lanzarote y Ginebra. “Nunca me pareció que ese amor fuera creíble, lo siento. No entiendo la esencia de esa atracción. ¿Amor amor? Creo que no”.
Una de las claves de la revisitación de Grossman es el caballero gay, sir Bedivere. “Es una de las historias que estaba convencido de que había que contar. Hay gays en todos los equipos humanos y seguro que los había en la Mesa Redonda. ¿Cómo sería eso, ser gay entre los caballeros del Rey Arturo? Tendría que ocultarlo. Ese ocultamiento sería una experiencia solitaria y triste. Había ahí una historia muy humana de anhelo y vergüenza muy interesante y emotiva”.
En cuanto a las influencias estéticas en su novela, “los prerrafaelitas, por supuesto, y los pintores románticos… Mi referencia ha sido buscar algo hermoso y maravilloso, no distópico ni grotesco. Es una historia con caballeros, damas, hadas y ángeles”.
Después de ese largo viaje de La espada fulgurante (812 páginas), ¿ha descubierto algo sobre el grial?, ¿qué es el grial? “Gran pregunta. El grial forma parte fundamental de la historia, claro. Al empezar pensaba que el grial fue la gran aventura de los caballeros del rey Arturo y su triunfo, pero comprendí que en realidad significó la destrucción de Camelot. Dios les puso una prueba y la mayoría fracasaron. Y luego los abandonó, se volvió un ser distante y ya no hubo más prodigios y aventuras. El grial fue el principio del final de Arturo, de sus caballeros y de su mundo”.
En ‘La espada fulgurante’, Lev Grossman subvierte el mito con un caballero gay, otro transgénero, un Lanzarote perverso, imaginación desbordante y dosis de humor
¿Un libro más sobre la leyenda artúrica? Para nada: La espada fulgurante (Destino, 2025), de Lev Grossman, acreditado autor de fantasía, es una entretenidísima y asombrosa novela que da una gozosa vuelta de tuerca a los mitos de la Mesa Redonda, Camelot, el grial y Excalibur. Llega acreditada por excelentes críticas y las recomendaciones de la dragonera Rebecca Yarros, Joe Abercrombie y nada menos que George R. R. Martin (“vais a alucinar”). A destacar que Grossman se pone a la vez bajo la advocación de El libro negro de Carmarthen (Llyfr Du Caerfyrddin), el manuscrito más antiguo en galés (1250), con referencias a Arturo, a Merlín y a la batalla de Llongborth (“En Llongborth vi a los héroes/ de Arturo cortar con acero”); y, en otro registro más popular y friki, la de Los caballero de la mesa cuadrada y sus locos seguidores, la desopilante revisitación artúrica de los Monty Python, y de la que el autor selecciona una inolvidable cita como encabezado de su novela: “Que a una mujer rarita le dé por salir de un lago a repartir espadas no es fundamento para un sistema de gobierno”.
La espada fulgurante, estupenda mezcla de ortodoxia artúrica académica (Gossman conoce muy bien el corpus) y sana subversión, con imaginación desbordante y dosis de humor, arranca con un joven bastardo, bisoño, algo zafio y con armadura y caballo robados, Collum (posteriormente sir Collum de las Islas Hébridas), dirigiéndose a Camelot en pos de su sueño de convertirse en caballero de la Mesa Redonda y servir al rey Arturo. En el camino ya se enfrenta a un misterioso caballero en un duelo que marcará su destino. Pero cuando llega a Camelot, de altas torres e inmortal fama, se encuentra un panorama desolador: el gran salón está casi desierto, y alrededor de la enorme mesa no está la multitud caballeresca que imaginaba, encabezada por los célebres Gawain, Perceval, Galahad, Tristán y Lanzarote, sino apenas un puñado de apesadumbrados caballeros: el sarraceno sir Palomides, Villiars el Valiente, sir Bedivere, mutilado de la mano izquierda, sir Dinadan y sir Constantine. Le informan de que el rey Arturo ha muerto (“cayó en la batalla de Camlann con la mayoría de la Tabla Redonda”) y que ellos son todo lo que queda, y le envían literalmente a “tomar por el culo”, expresión que no encontraremos en Godofredo de Monmouth, Thomas Malory o Chrétien de Troyes.
Lo que sigue es una serie de aventuras en las que Collum y sus nuevos amigos, en busca de “una nueva espada, una nueva piedra”, recorrerán la Britania abismada en el fin de una época, visitarán el Otromundo y a Morgana le Fay y sus hadas y duendes, Avalón (donde aguarda su regreso el propio Arturo), se encontrarán a la reina Ginebra (al timón de un barco volador), a Merlín y a un Lanzarote malvado. Mientras, Grossman va contando las vidas de los caballeros que participan en esta postrera quest, lo que sirve para rememorar el mundo artúrico que ha acabado. A destacar que de dichos caballeros, personajes acreditados en las fuentes a los que el autor da un interesante y personal giro, Palomides, príncipe de Bagdad, es un emigrante musulmán; Dinadan transgénero (es en realidad una chica, como la Clorinda de la Jerusalén liberada, de Tasso), sir Dagonet (el bufón enano de Arturo devenido caballero) sufre una discapacidad física, y, sobre todo, el otro gran protagonista con Collum, Bedivere, es gay, enamorado secretamente toda su vida de Arturo.
La novela tiene pasajes que rivalizan en fantasía con el propio material artúrico: el duelo entre la maga Nimue y su maestro Merlín (con algunos momentos que recuerdan el combate entre el mago y Madame Mim en la película de Walt Disney), la irrupción del Caballero Verde en Camelot o el propio rescate en la nave voladora.
“Siempre he estado interesado en la leyenda artúrica como lector y creía que ya todo había sido dicho, pero descubrí que había cosas que no se habían contado, que Arturo aún tenía cosas por decir”, explica Lev Grossman (Lexington, Massachussets, 56 años) en una entrevista por videoconferencia que permite ver en una estantería un recipiente que parece el grial de Indiana Jones y la última cruzada. El novelista ríe al señalárselo. “¡Sí que se parece!; es pura coincidencia, pero hay que ver cómo se te meten los símbolos artúricos en la vida”. Grossman continúa: “Mi Arturo fue el de T. H. White (1906-1964), que adaptó a Malory. White era homosexual pero dada la época solo pudo escribir sobre relaciones heterosexuales. Vi que había todo un mundo de experiencias emocionales que él no pudo expresar y plasmar: el mundo no estaba entonces preparado para que hubiera un caballero gay en la Mesa Redonda, pero ahora sí. Y también uno trans, y otro que no fuera blanco y cristiano, y otro más con problemas de salud mental. Había llegado el momento de hacerlos aparecer, de darles la posibilidad de explicarse”.

Grossman añade que la leyenda artúrica siempre se ha visto como una tragedia que acaba con la muerte del rey. “Pero hay otras maneras de contar la historia. ¿Y si mantuviéramos las cámaras rodando y viéramos lo que pasó después?, ¿cómo fue para los que siguieron vivos tras el traumático fin del mundo del rey Arturo? Tuvieron que reconstruirse en el mundo que él dejó. Contar eso es una historia diferente, y yo he querido hacerlo”. La espada fulgurante se mueve entre el drama y la comedia, rozando a veces el montypythonismo. “Se acerca mucho a ratos”, ríe otra vez Grossman. “El humor es muy importante para mí. Ayuda a convertir en seres humanos a esos personajes del corpus artúrico que nos han llegado agotados tras mil años, que habían dejado de ser personas vivas. He querido que hablen entre ellos como lo haría gente real, con sus bromas y chistes”.
En ese sentido le ha enmendado la plana a Malory y a Tennyson, tan serios y trascendentes, pero los personajes de La espada fulgurante son también duros y despiadados, y hay batallas estremecedoras. “Es cierto, la época era así, un momento muy cruel, en el que la muerte siempre estaba cerca, y también quise reflejarlo. Me he preocupado mucho por trasmitir sensaciones físicas, como la tener una espada en la mano o llevar armadura. Sabemos más de todo eso ahora que cuando escribían T. H. White o Steinbeck. He querido que fuera como en las novelas de Martin que sientes el dolor y ves la sangre. Un mundo muy físico que contrasta con el ideal inalcanzable del grial”.
Hay pasajes que muestran un buen conocimiento de las técnicas de lucha medievales y de la esgrima. Lo de vigilar el cuerpo del oponente, no su espada, posiciones como el Arado, el calor que se pasa bajo un yelmo, la forma de ultimar a un rival clavándole el puñal en el ojo a través de la ranura de la celada; llevar el pelo largo para tener acolchado extra, o que Collum porte un pequeño martillo y una lima de metal para arreglar las abolladuras de la armadura. “Hoy en día hay gente que practica las artes marciales de la caballería europea, y yo he tomado algunas clases, quería experimentar y comprender cómo era pelear con una espada de dos manos, meterme en la danza de movimientos precisos de un combate, escuchar el ruido de una espada al cortar el aire, o dónde te salen los callos al empuñarla. Esos detalles”.

Sin embargo, La espada fulgurante no es en absoluto una novela realista e historicista, como sí lo era la recreación de la leyenda que hizo desde el evemerismo Bernard Cornwell en la fenomenal trilogía Crónicas del señor de la guerra(con un Lanzarote que era el malo de la función, precisamente). “La versión de Cornwell es espléndida. Yo no lo haría igual de bien y decidí hacer lo contrario, optar más por lo romántico y fantástico. La mía es una fantasía onírica entretejida de todos los componentes del mundo artúrico, ese mosaico en el que hay partes altomedievales, con ecos de un Arturo del siglo VI que quizá existió (no entro en el debate) como un señor de la guerra en un mundo en que no había castillos, que llegaron mucho más tarde con los normandos, ni rutilantes armaduras. Yo uso el enfrentamiento de la vieja religión de los druidas y la del cristianismo, con su propio Dios oscuro, y también toda la maravilla tardomedieval, con su boato, su Camelot, su atmósfera feérica y cortés. Capas y capas. Tomé cosas de aquí y de allí, la Mesa, el adulterio de Lanzarote y Ginebra, el grial, y en la novela hay anacronismos y contradicciones, como en el canon artúrico mismo. Una mezcolanza de mil y pico de años de historia y leyenda británica”.
En todo caso, Grossman está cómodo con la fantasía. “Vengo de ese mundo, indudablemente mi novela es fantasía, aunque al final vuelvo a una cierta ortodoxia histórica al mostrar la invasión sajona definitiva. La espada fulgurante es de alguna manera un viaje entre el Arturo heroico y el que pudo ser real, el digamos histórico”. ¿Tolkien? “Yo he querido ir más atrás, a Tolkien le interesaba lo sajón y no tanto lo celta, lo prerromano, que es donde bucea mi historia”. Grossman reconoce la influencia en cambio de La diosa blanca de Robert Graves (aparecen referencias al alfabeto de los druidas en que cada letra era un árbol). “Es un libro difícil de una erudición que no agrada a los académicos, y sin embargo resulta muy inspirador. En mi novela hay una cierta vibra, una sensación o una energía de esa obra de Graves”.

Es insoslayable la referencia a Excalibur (1981), el gran filme de John Boorman, del que Grossman extrae el concepto de la salud del rey pareja a la del reino o la ambigüedad del grial. “Como mucha gente de mi generación yo vi la película cuando era demasiado pequeño para entenderla en su plenitud. Ha entrado a formar parte de la tradición de la que es deudora La espada fulgurante; superar sus escenas es muy difícil, por eso también uso la opción de abrir el objetivo y buscar una historia que contar después de la muerte de Arturo”.
La importancia de las mujeres en la novela muestra asimismo la influencia de la serie de novelas Las nieblas de Avalon (1982), la popular recreación de Marion Zimmer Bradley. “Su sombra es muy alargada y también transformó la tradición artúrica”, apunta Grossman. “Poner a las mujeres en el centro de la narración como hago en mi novela viene de ahí y no es original, pero en parte es porque en el relato artúrico los hombres mueren y las mujeres sobreviven, y además tienen un gran poder diferente del de ellos. He querido desarrollar sobre todo la historia de Ginebra, que tiene una agenda propia. Por su parte, Morgana es también mucho más interesante que ese papel a la que se la reduce a menudo de villana y bruja mala; yo la veo como una representante de la Britania antigua y una luchadora de la resistencia de las viejas tradiciones”.
Merlín es el padre y maestro que todos querríamos tener, pero posee un lado muy oscuro»
Merlín en cambio no sale muy bien parado. “¡Me encanta Merlín!, en parte es el padre y maestro que todos querríamos tener. Pero posee un lado oscuro, acosa sexualmente a su aprendiz Nimue. ¿De dónde viene Merlín? Claramente es un druida que paradójicamente vive y trabaja en la corte de un rey cristiano. Es una persona amoral que hace lo que sea para medrar y acumular poder. Mi Merlín es siniestro. Echo de menos al otro”. ¿Y Lanzarote? “Es complicado, ha pasado su infancia sirviendo a la Dama del Lago en el que no debía ser un entorno muy sano. Está obsesionado con la excelencia y eso muestra que tiene un vacío que es incapaz de llenar. Hay algo oscuro y doloroso en ese afán de perfección que impulsa a Lanzarote y que tiene que ver con Dios. En última instancia, es fatal ser Lanzarote”. Está de moda revisar los amores de Lanzarote y Ginebra. “Nunca me pareció que ese amor fuera creíble, lo siento. No entiendo la esencia de esa atracción. ¿Amor amor? Creo que no”.
Una de las claves de la revisitación de Grossman es el caballero gay, sir Bedivere. “Es una de las historias que estaba convencido de que había que contar. Hay gays en todos los equipos humanos y seguro que los había en la Mesa Redonda. ¿Cómo sería eso, ser gay entre los caballeros del Rey Arturo? Tendría que ocultarlo. Ese ocultamiento sería una experiencia solitaria y triste. Había ahí una historia muy humana de anhelo y vergüenza muy interesante y emotiva”.

En cuanto a las influencias estéticas en su novela, “los prerrafaelitas, por supuesto, y los pintores románticos… Mi referencia ha sido buscar algo hermoso y maravilloso, no distópico ni grotesco. Es una historia con caballeros, damas, hadas y ángeles”.
Después de ese largo viaje de La espada fulgurante (812 páginas), ¿ha descubierto algo sobre el grial?, ¿qué es el grial? “Gran pregunta. El grial forma parte fundamental de la historia, claro. Al empezar pensaba que el grial fue la gran aventura de los caballeros del rey Arturo y su triunfo, pero comprendí que en realidad significó la destrucción de Camelot. Dios les puso una prueba y la mayoría fracasaron. Y luego los abandonó, se volvió un ser distante y ya no hubo más prodigios y aventuras. El grial fue el principio del final de Arturo, de sus caballeros y de su mundo”.
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