Anna Weyant lleva un lustro en un ascenso meteórico en el mundo del arte. Lo primero que vendió fueron algunos dibujos, expuestos sobre una toalla de playa en una feria de arte de los Hamptons en 2019, por unos 400 dólares cada uno (342 euros). Ese mismo año, con 24 años, inauguró su primera exposición en solitario en la galería 56 Henry de Nueva York y cada pieza de la muestra se vendió por entre 1.700 y 10.000 euros. Al año siguiente Sotheby’s ya subastaba obra suya por 1,6 millones de dólares (1,37 millones de euros) y poco después Christie’s por 1,5 (1,28 millones). Hace tres años se convirtió en la artista más joven en firmar con la megagalería Gagosian, una de las más prestigiosas y poderosas del mundo, y desde entonces su trabajo no deja de cotizar al alta, con el beneplácito particular del mundo de la farándula y de Hollywood —también realizó un retrato de la modelo Kaia Gerber para una portada de Vogue el año pasado—.
Tanto que ella misma, a menudo descrita como una personalidad enigmática, se ha convertido en una celebridad del arte. Dentro de esa fulgurante carrera en ebullición, la artista canadiense llega ahora al Thyssen de Madrid en su primera exposición monográfica en un museo.
“Vale la pena ir más allá de ese hype, de este fenómeno de la moda, del ascenso de la artista, porque yo creo que es una artista destinada a durar, que tiene talento, cualidades muy importantes y que, aunque es rigurosamente contemporánea porque tiene una mirada feminista, irónica y un humor negro que es muy de ahora, tiene las cualidades de una maestra antigua”, dijo Guillermo Solana, director artístico del museo y que también comisaría la exposición, este lunes en la presentación. La muestra que presenta, en colaboración con la propia Weyant y con el apoyo de la Gagosian, termina siendo una pequeña retrospectiva de la artista —como su carrera misma— con 26 pinturas que recorren su devenir artístico.
Son casi todas obras protagonizadas por mujeres entre la niñez y la edad adulta, con tintes eróticos y, dice Solana, “en situaciones típicas de la adolescencia”. “Es una etapa que la artista describe como una época muy traumática, muy dramática, pero también muy cómica y muy ridícula. Que está llena de tragedias que pueden ser también comedias grotescas”.
Esa dualidad reluce en las obras. En algunas aparece de forma más explícita con la aparición de la figura del doppelgänger, una duplicación de una figura con un matiz, “que suele representar una máscara social”, cuenta Solana. También hay un realismo muy preciso en el trazo, pero marcado a la vez por una atmósfera irreal. En eso y en el protagonismo femenino, el comisario encuentra un “un profundo parentesco con Balthus”. “En sus figuras de chicas jóvenes hay un punto de erotismo, a veces muy evidente”. Pero, a diferencia de la mirada masculina y voyerista del artista francés, Weyman, asegura Solana, “lo hace como con un intento de contestación. Su presentación de erotismo en las figuras de chicas jóvenes es algo perturbador o inquietante. Esta no es la manera de presentar un objeto atractivo para la mirada masculina”.
La referencia a la obra de Balthus no es la única que surge en la de Weyant. Hay una gran riqueza de referencias artísticas que abarcan desde el Barroco hasta el arte de la primera mitad del siglo XX. Tanto que en la exposición la artista comparte paredes con cinco cuadros de la colección permanente del museo, entre los que se encuentran el propio Balthus, pero también Mattia Preti o René Magritte, y que pretenden ejemplificar esos vínculos. La propia artista, que no estuvo presente en el acto, lo reconoció en un mensaje leído por un representante: “Tener mis pinturas en diálogo con artistas como Magritte y Balthus de la colección permanente del museo es emocionante para mí. Estos son artistas que han tenido una influencia significativa en mi propia práctica”.
Su personalidad enigmática y reservada termina reflejándose en una obra llena de ambigüedades. Sus personajes parecen vivir en una especie de cuento de hadas que orbita entre la parodia y el colapso donde, dice Solana, “la primera impresión puede ser engañosa”. Hay globos a medio inflar, lazos deshechos o flores casi marchitas y cuesta entender en alguna de sus mujeres, por ejemplo, si el grito que sale de sus bocas es de terror o de éxtasis: “También hurta a veces la expresión, ocultándola o poniéndola boca abajo. Todo esto genera una sensación inquietante, ambigua y siniestra, plasmada con una fidelidad inmaculada de la realidad”.
La última parte de la exposición está dedicada a una serie de naturaleza muerta, mucho menos popular, pero para el director artístico del Thyssen “de una factura absolutamente deslumbrante”. “Ha sido la parte que nos ha hecho descubrirla más. Encierran tan mala intención y tanta ambigüedad y amenaza como los retratos”.
Parte de ese misterio que irradia su obra, surge de su propia personalidad, para Bernard Lagrange, asesor de arte de la galería Gagosian, motivo también de su éxito: “Es una persona muy reservada, ama estar sola pintando. Siempre que la fuerzan a salir de su estudio e interactuar es consciente de lo que es presentarte creando una máscara o una especie de doble, que creo que es algo con lo que muchas personas, especialmente jóvenes, pueden relacionarse. Ha creado un trabajo misterioso, enigmático y que habla a todas las generaciones. Además de que es técnicamente muy admirable por lo que es fácil de entender la obra a primera vista”.
La artista canadiense de 30 años, convertida en celebridad del arte, presenta un recorrido por su breve carrera con 26 obras con “cualidades de una maestra antigua”
Anna Weyant lleva un lustro en un ascenso meteórico en el mundo del arte. Lo primero que vendió fueron algunos dibujos, expuestos sobre una toalla de playa en una feria de arte de los Hamptons en 2019, por unos 400 dólares cada uno (342 euros). Ese mismo año, con 24 años, inauguró su primera exposición en solitario en la galería 56 Henry de Nueva York y cada pieza de la muestra se vendió por entre 1.700 y 10.000 euros. Al año siguiente Sotheby’s ya subastaba obra suya por 1,6 millones de dólares (1,37 millones de euros) y poco después Christie’s por 1,5 (1,28 millones). Hace tres años se convirtió en la artista más joven en firmar con la megagalería Gagosian, una de las más prestigiosas y poderosas del mundo, y desde entonces su trabajo no deja de cotizar al alta, con el beneplácito particular del mundo de la farándula y de Hollywood —también realizó un retrato de la modelo Kaia Gerber para una portada de Vogue el año pasado—.
Tanto que ella misma, a menudo descrita como una personalidad enigmática, se ha convertido en una celebridad del arte. Dentro de esa fulgurante carrera en ebullición, la artista canadiense llega ahora al Thyssen de Madrid en su primera exposición monográfica en un museo.
“Vale la pena ir más allá de ese hype, de este fenómeno de la moda, del ascenso de la artista, porque yo creo que es una artista destinada a durar, que tiene talento, cualidades muy importantes y que, aunque es rigurosamente contemporánea porque tiene una mirada feminista, irónica y un humor negro que es muy de ahora, tiene las cualidades de una maestra antigua”, dijo Guillermo Solana, director artístico del museo y que también comisaría la exposición, este lunes en la presentación. La muestra que presenta, en colaboración con la propia Weyant y con el apoyo de la Gagosian, termina siendo una pequeña retrospectiva de la artista —como su carrera misma— con 26 pinturas que recorren su devenir artístico.
Son casi todas obras protagonizadas por mujeres entre la niñez y la edad adulta, con tintes eróticos y, dice Solana, “en situaciones típicas de la adolescencia”. “Es una etapa que la artista describe como una época muy traumática, muy dramática, pero también muy cómica y muy ridícula. Que está llena de tragedias que pueden ser también comedias grotescas”.

Esa dualidad reluce en las obras. En algunas aparece de forma más explícita con la aparición de la figura del doppelgänger, una duplicación de una figura con un matiz, “que suele representar una máscara social”, cuenta Solana. También hay un realismo muy preciso en el trazo, pero marcado a la vez por una atmósfera irreal. En eso y en el protagonismo femenino, el comisario encuentra un “un profundo parentesco con Balthus”. “En sus figuras de chicas jóvenes hay un punto de erotismo, a veces muy evidente”. Pero, a diferencia de la mirada masculina y voyerista del artista francés, Weyman, asegura Solana, “lo hace como con un intento de contestación. Su presentación de erotismo en las figuras de chicas jóvenes es algo perturbador o inquietante. Esta no es la manera de presentar un objeto atractivo para la mirada masculina”.
La referencia a la obra de Balthus no es la única que surge en la de Weyant. Hay una gran riqueza de referencias artísticas que abarcan desde el Barroco hasta el arte de la primera mitad del siglo XX. Tanto que en la exposición la artista comparte paredes con cinco cuadros de la colección permanente del museo, entre los que se encuentran el propio Balthus, pero también Mattia Preti o René Magritte, y que pretenden ejemplificar esos vínculos. La propia artista, que no estuvo presente en el acto, lo reconoció en un mensaje leído por un representante: “Tener mis pinturas en diálogo con artistas como Magritte y Balthus de la colección permanente del museo es emocionante para mí. Estos son artistas que han tenido una influencia significativa en mi propia práctica”.

Su personalidad enigmática y reservada termina reflejándose en una obra llena de ambigüedades. Sus personajes parecen vivir en una especie de cuento de hadas que orbita entre la parodia y el colapso donde, dice Solana, “la primera impresión puede ser engañosa”. Hay globos a medio inflar, lazos deshechos o flores casi marchitas y cuesta entender en alguna de sus mujeres, por ejemplo, si el grito que sale de sus bocas es de terror o de éxtasis: “También hurta a veces la expresión, ocultándola o poniéndola boca abajo. Todo esto genera una sensación inquietante, ambigua y siniestra, plasmada con una fidelidad inmaculada de la realidad”.
La última parte de la exposición está dedicada a una serie de naturaleza muerta, mucho menos popular, pero para el director artístico del Thyssen “de una factura absolutamente deslumbrante”. “Ha sido la parte que nos ha hecho descubrirla más. Encierran tan mala intención y tanta ambigüedad y amenaza como los retratos”.
Parte de ese misterio que irradia su obra, surge de su propia personalidad, para Bernard Lagrange, asesor de arte de la galería Gagosian, motivo también de su éxito: “Es una persona muy reservada, ama estar sola pintando. Siempre que la fuerzan a salir de su estudio e interactuar es consciente de lo que es presentarte creando una máscara o una especie de doble, que creo que es algo con lo que muchas personas, especialmente jóvenes, pueden relacionarse. Ha creado un trabajo misterioso, enigmático y que habla a todas las generaciones. Además de que es técnicamente muy admirable por lo que es fácil de entender la obra a primera vista”.
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