<p>La solapa del libro de relatos de <a href=»https://www.elmundo.es/la-lectura/2024/06/20/66684235e9cf4a70748b458a.html» target=»_blank»><strong>Angélica Liddell</strong></a> (Figueres, 1966), flamante <a href=»https://www.elmundo.es/cultura/teatro/2025/09/24/68d3f3d8e4d4d84d018b4580.html» target=»_blank»>Premio Nacional de Teatro 2025</a> -el Nacional de Literatura Dramática lo ganó en 2012 con <i>La casa de la fuerza</i> (editado por <a href=»https://www.elmundo.es/la-lectura/2025/07/21/687a9228e4d4d896318b4587.html» target=»_blank»>La Uña Rota</a>, como casi toda su obra dramática y algunos poemarios)- es escueta: <strong>»escritora nacida en 1966″</strong>. Una manera de decir que eso es todo lo que hace falta saber antes de entrar en <i>Cuentos atados a la pata de un lobo</i>, que acaba de publicar Malas Tierras.</p>
La dramaturga, reciente Premio Nacional, ofrece en su nuevo libro de relatos una exploración de las pulsiones humanas hasta las últimas consecuencias a través de personajes que son auténticas bombas contra la moral burguesa
La solapa del libro de relatos de Angélica Liddell (Figueres, 1966), flamante Premio Nacional de Teatro 2025 -el Nacional de Literatura Dramática lo ganó en 2012 con La casa de la fuerza (editado por La Uña Rota, como casi toda su obra dramática y algunos poemarios)- es escueta: «escritora nacida en 1966». Una manera de decir que eso es todo lo que hace falta saber antes de entrar en Cuentos atados a la pata de un lobo, que acaba de publicar Malas Tierras.
En el primer cuento del volumen, «Maternar», una coach maternal y asesora de lactancia mata a su bebé -es la primera línea del cuento-, de nuevo una advertencia: lector, cuidado. Cuando se llega a la pieza titulada «Te voy a hacer sufrir», en la segunda mitad del volumen, el lector sabe a qué puede atenerse: los cuentos de Angélica Liddell son exploraciones sin cortapisa, sin remilgos ni paños calientes. Hay madres que matan a sus hijos, hijos que matan a sus progenitores, hay incestos, violaciones, sexo y violencia -si es que no son la misma cosa en estas piezas-; hay sangre, secreciones y en cualquier momento alguien se introduce algo por cualquiera de sus orificios, como quien abre la ventana para comprobar la temperatura.
Malas Tierras. 256 páginas. 21 €
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Una virtuosa del piano que trabaja como limpiadora por su incapacidad para relacionarse y teme que la violen y la maten -se consuela pensando que, como es fea, no la matarán-; tres amigas que se dedican a vejar a los ancianos de la residencia en la que trabajan; una relación incestuosa entre un pastelero y sus hermanas, con la particularidad de que las erecciones de él llegan en momentos de ira; tumbas profanadas; asesinos; pirómanos que ven a su familia consumirse en las llamas; los personajes que aparecen en los cuentos de este libro comparten el desvío de la norma que exige la sociedad para integrarse. Su comportamiento o su pensamiento son reprobables, siempre andan pensando en matar o en los genitales propios o ajenos, a veces en ambos a la vez, o en sus heces; a veces en todo junto.
Aléjate si lo que buscas es una lectura complaciente, cómoda, burguesa, digamos, intuyendo hacia dónde va Liddell, o mejor dicho, de dónde viene. En su ADN de escritora está Jean Genet, cuyo nombre aparece de manera explícita solo una vez, pero cuya influencia atraviesa el libro, diría que comparten poética. Está Duras, cuya tumba aparece en «Una piscina lleva de vidrios», que se encabeza con una cita de Yann Andréa Steiner, compañero de Duras: «El escándalo no reside en una vida vivida libremente, sino en la impudicia de escribir de ella libremente» (otra pista más).
En «Academia», otra de las piezas, habla Oliver Madssen, escritor inventado que clama contra la literatura correcta en una especie de carta contra la academia sueca. Dice: «Sin embargo, las academias, hablemos ahora de las academias, necesitan asegurar un discurso, cerciorarse de que el discurso del escritor premiado va a estar de acuerdo con las cobardías generales y el lugar común, expertos en balística de opereta, los académicos premian los discursos que les convienen, premian, claro está, a personas que saben comportarse, se premia el buen discurso y el buen comportamiento, y sobre todo el buen comportamiento en sociedad, saber comportarse, ir a comer y a cenar, no poner los codos encima de la mesa, no ensuciar, no pronunciar palabras gruesas, o simplemente palabras sinceras […]». No hace falta decir que, en el cuento, Oliver Madssen va a recibir el Nobel.
De la lectura del libro se sale extenuado, en parte por lo que tiene su estilo de pelea contra el lenguaje, en parte por la cantidad de piezas que reúne el volumen. No es tanto la provocación lo que busca Liddell en estos cuentos, como romper con cierto paisaje monótono bienpensante y aseado. Quizá lo que busque sea más bien la dislocación llevando al extremo su exploración de las pulsiones del ser humano sin temor a lo que pueda hallar por el camino.
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