El apóstol Andrés vive sus últimos días en la metrópoli griega de Patras, conquistada sucesivamente por bizantinos, eslavos, cruzados, venecianos y otomanos. Las tradiciones raras veces fallan. «Cuando el río suena, agua lleva», reza el refrán. Y una de esas tradiciones que ha permanecido inalterable a lo largo de los siglos narra la muerte violenta de Andrés en Patras, donde él también muere crucificado, como Jesús y su hermano Pedro. Pero en aquel momento supremo, llegada su hora en el año 60 d.C., Andrés pide ser crucificado en un madero distinto al de Jesús; igual que Pedro solicita ser colgado cabeza abajo para diferenciarse también del Maestro.
]]> Hay un documento clave para reconstruir el ensañamiento recibido en su propia carne por el «apóstol silencioso»: ‘Encíclica de los presbíteros y diáconos de Acaya’
El apóstol Andrés vive sus últimos días en la metrópoli griega de Patras, conquistada sucesivamente por bizantinos, eslavos, cruzados, venecianos y otomanos. Las tradiciones raras veces fallan. «Cuando el río suena, agua lleva», reza el refrán. Y una de esas tradiciones que ha permanecido inalterable a lo largo de los siglos narra la muerte violenta de Andrés en Patras, donde él también muere crucificado, como Jesús y su hermano Pedro. Pero en aquel momento supremo, llegada su hora en el año 60 d.C., Andrés pide ser crucificado en un madero distinto al de Jesús; igual que Pedro solicita ser colgado cabeza abajo para diferenciarse también del Maestro.
Andrés es atado, que no clavado, a una cruz en forma de aspa, con ambos maderos cruzados en diagonal, razón por la cual se le ha dado en llamar hasta hoy la «Cruz de San Andrés». Contamos con un documento excepcional para reconstruir el ensañamiento recibido en su propia carne por el «apóstol silencioso». Se titula «Encíclica de los presbíteros y diáconos de Acaya sobre el martirio de San Andrés». Acaya es una ciudad griega de la costa norte del Peloponeso y colindante con el golfo de Corinto.
No es una encíclica cualquiera, sino una muy especial referida por la Iglesia de modo expreso en la festividad de San Andrés, cada 30 de noviembre, en las lecciones del «Breviario». Datada a finales del siglo IV, su origen se remonta a historias primitivas sobre la vida y pasión del apóstol que merecen toda credibilidad. Nos sitúa así a Andrés como obispo de Patras en Acaya y subraya su encomiable labor evangelizadora sin temor a represalia alguna y sin resistirse a ser como el grano de trigo que muere para dar fruto abundante.
No tarda así en llegar su condena a muerte en la cruz decusada, del latín «decussatus» (cruzado en aspa), a manos del prefecto Egeas. A fin de que el tormento se prolongue lo más posible y Andrés sufra lo indecible, se le deniega el uso de clavitrales (clavos utilizados en la construcción) como los empleados para remachar las manos y los pies de Jesús, y en su lugar se le amarra con gruesas cuerdas a los dos maderos de la cruz. Curiosamente, Andrés es cruelmente flagelado antes de ser crucificado, como su Maestro, y se le conduce al patíbulo mientras millares de personas corren hasta allí para implorar su perdón. Tal es la fama de santidad de que Andrés goza ya en vida.
Las súplicas del pueblo no ablandan el férreo corazón del juez. Incluso el hermano del prefecto, Estratocles, se une en vano hasta el final a los insistentes ruegos del pueblo para que el reo sea absuelto. Andrés vive dos días y dos noches enteras colgado de la cruz, durante las cuales no cesa de predicar el buen nombre de Cristo por cuya memoria muere. Nada más oportuno, por eso, que reproducir ahora un fragmento de la mencionada encíclica de los presbíteros y diáconos de Acaya que revive sus últimos momentos: «Cuando Andrés llegó al lugar del martirio, exclamó a la vista de la cruz: “¡Salve, oh cruz, inaugurada por medio del Cuerpo de Cristo, que te has convertido en adorno de sus miembros, como si fueran perlas preciosas! Antes de que el Señor subiera a ti, provocabas un miedo terreno. Ahora, en cambio, dotada de un amor celestial, te has convertido en un don. Los creyentes saben cuánta alegría posees, cuántos regalos tienes preparados. Por tanto, seguro y lleno de alegría, vengo a ti para que también tú me recibas exultante como discípulo de quien fue colgado de ti […] ¡Oh, cruz bienaventurada, que recibiste la majestad y la belleza de los miembros del Señor! Tómame y llévame lejos de los hombres y entrégame a mi Maestro para que a través de ti me reciba quien por medio de ti me redimió. ¡Salve, oh cruz! Sí, verdaderamente, ¡salve!”».
Una vez que expira en la cruz, el cadáver de Andrés es recogido por una mujer samaritana. Sus reliquias se llevan a la Bizancio imperial en el año 356, y su cabeza se traslada a Roma en 1462. El Papa Pablo VI restituye en 1964 a la ciudad de Patras la reliquia de San Andrés conservada hasta entonces en la Basílica de San Pedro.
Nada se sabe a ciencia cierta, por último, del año exacto de la muerte de Andrés, aunque todos los documentos apócrifos señalan que cuando se produce el tránsito de María de Nazaret, el apóstol ya ha fallecido.
EL PROTÓCLITO
Andrés es el primero de los apóstoles que recibe la llamada para seguir a Jesús, razón por la cual la liturgia de la Iglesia bizantina sigue honrándole hoy con el apelativo de «Protóklitos» (el Protóclito), que significa «el primer llamado». Es un hombre de gran fe y esperanza que aquel día señalado, tras escuchar a Juan el Bautista proclamar a Jesús como «el Cordero de Dios», sigue al Maestro sin titubear y corre a contárselo a su hermano Pedro, deseoso de compartir con él lo mejor que ha encontrado sobre la tierra. Pudiera parecer, a raíz de la inversión de los papeles entre ambos hermanos, que el primero en seguir al Señor queda relegado enseguida a un segundo plano mientras que el otro alcanza la supremacía sobre él y el resto de apóstoles.
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