La difícil vida en la frontera romana

Una frontera es, por definición, una zona de separación entre dos realidades políticas diferentes El «limes» o frontera romana, «limites» en plural, separaba a Roma de las gentes que calificaba como bárbaros, una cómoda definición y muy peyorativa hacia todo aquel diferente, agrupando bajo una misma etiqueta a poblaciones tan diferentes como los germanos, persas, mauri norteafricanos, pictos en Britania, etc. Por ser una frontera profundamente militarizada, con el inmenso gasto que conllevaba para las arcas imperiales, existe una generalizada falsa impresión sobre un estado perpetuo de alarma e inveteradas malas relaciones entre ambos lados de la frontera. Ésa no era la realidad. Una frontera es también zona de contacto, un espacio dinámico desde todos los planos y, en particular, en el económico-social. El comercio era muy activo, como lo ejemplifica el limes danubiano, la frontera delimitada por el segundo mayor curso de agua de Europa. Mientras iban al Barbaricum, entre otras cosas, cereales, ganado, alimentos exóticos, como pistachos, melones, pimienta o granadas, además de armas, aceite, vino, hierro, sal y todo tipo de objetos y bagatelas, a Roma le llegaban principalmente ámbar, pieles y esclavos. 

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]]> Sobre las condiciones de vida de tres campamentos danubianos romanos muy cercanos entre sí versa una sugestiva investigación de la Universidad de Canberra  

Una frontera es, por definición, una zona de separación entre dos realidades políticas diferentes El «limes» o frontera romana, «limites» en plural, separaba a Roma de las gentes que calificaba como bárbaros, una cómoda definición y muy peyorativa hacia todo aquel diferente, agrupando bajo una misma etiqueta a poblaciones tan diferentes como los germanos, persas, mauri norteafricanos, pictos en Britania, etc. Por ser una frontera profundamente militarizada, con el inmenso gasto que conllevaba para las arcas imperiales, existe una generalizada falsa impresión sobre un estado perpetuo de alarma e inveteradas malas relaciones entre ambos lados de la frontera. Ésa no era la realidad. Una frontera es también zona de contacto, un espacio dinámico desde todos los planos y, en particular, en el económico-social. El comercio era muy activo, como lo ejemplifica el limes danubiano, la frontera delimitada por el segundo mayor curso de agua de Europa. Mientras iban al Barbaricum, entre otras cosas, cereales, ganado, alimentos exóticos, como pistachos, melones, pimienta o granadas, además de armas, aceite, vino, hierro, sal y todo tipo de objetos y bagatelas, a Roma le llegaban principalmente ámbar, pieles y esclavos. 

Tan importante fue que, más allá de la defensa general de la integridad territorial imperial, el ejército romano, y así lo tenemos evidenciado desde Marco Aurelio, velaba por su mantenimiento, vigilancia y seguridad, combatiendo tanto al contrabando como al bandidaje que lo amenazaba. Asimismo, conocemos la existencia de colonias de mercaderes romanos residentes en el Barbaricum. Es el caso de aquellos comerciantes que vivían entre los marcomanos a comienzos del siglo I. d.C. a los que, según Tácito, «la libertad de comercio, así como la ambición de aumentar su caudal y, en fin, el olvido de su patria, había trasladado desde sus países al campo enemigo».

A este dinamismo económico contribuía la mera presencia del ejército y, de hecho, en torno a los campamentos romanos brotaban asentamientos civiles donde residían todos aquellos que se beneficiaban de las ventajas económicas y necesidades de la tropa, incluidos veteranos de la milicia. Estos podían ser de doble naturaleza, «canabae legiones», un asentamiento ocupado por civiles en estricta conexión con los soldados, y «vici», aldeas, es decir, pequeños asentamientos cercanos puramente civiles. Acerca de las condiciones de vida de tres campamentos romanos danubianos muy cercanos entre sí, Vindobona (Viena), ocupado por legionarios, y Comagenis (Tulln) y Asturis (Zwentendorf), defendidos por auxiliares, versa el sugestivo estudio «Reconstructing health on the Danube limes: Evidence from eastern Austria», de Sammuel Sammut, investigador de la Universidad Nacional de Canberra, Australia, y publicado en el «Journal of Archaeological Science: Reports».

Reinterpretar la historia de la salud humana

Esta investigación realiza un análisis bioarqueológico de los restos de 116 adultos encontrados en los tres yacimientos conforme a los criterios establecidos por el interesantísimo proyecto internacional «Global History of Health Project», que, encabezado por la Universidad Estatal de Ohio, pretende «reinterpretar la historia de la salud humana en Europa desde el paleolítico hasta comienzos del siglo XX». Es decir, a partir del análisis óseo se pretende conocer el grado de estrés fisiológico, salud dental, nutrición, estatura, formas de vida e incidencia de la violencia en el pasado. Analizados los restos de Vindobona, Comagenis y Asturis, todos los indicadores señalan de forma prácticamente unánime cómo los vindobonenses mantenían en el momento de su muerte peores condiciones de salud, desde traumas esqueléticos a caries pasando por una alimentación más deficiente que, en definitiva, determinaban un mayor riesgo de muerte. Esos datos sorprenden. Se trata de tres lugares bastante cercanos entre sí, prácticamente coetáneos, y donde vivían gentes dedicadas al mismo ejercicio profesional de la violencia. Ante estos resultados sorprendentes, la mencionada investigación apunta a una causa: la densidad de población. Aunque los tres lugares estaban dotados de canabae legiones, Vindobona, con sus 127 hectáreas, era mayor que los otros dos fuertes combinados y, aunque sea complejo consignar cifras de población, lo lógico es suponer que tuviera más población militar y civil. Aparte, Vindobona contaba con un cercano asentamiento civil más grande, que fue promocionado a municipio y que debería considerarse como uno con el fuerte militar. De este modo, el estudio estima que «una población mayor y más densa en Vindobona habría inducido a una mayor demanda de recursos y a una mayor exposición a enfermedades infecciosas y contaminación del medio». Es decir, el artículo aplica el conocido como «efecto cementerio urbano» que originalmente apuntaba a la correlación entre peores condiciones de vida, una mayor mortalidad y «un flujo constante de migrantes para estabilizar las poblaciones urbanas».

Un efecto que, por ejemplo, se puede aplicar al Madrid del siglo XIX, al que llegaban cinco mil nuevos habitantes anuales y que, en su mayoría, afrontaban unas condiciones de higiene y salubridad terribles, o a la misma ciudad de Roma, como denunciase el médico Galeno.

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