El 9 de noviembre de 1982 Juan Pablo II pronunció un magistral discurso sobre la «identidad europea»: «No te deprimas por la pérdida cuantitativa de tu grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan ahora. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso en el mundo». Releyendo una vez más esta fabulosa reflexión sobre Europa que hizo el Papa San Juan Pablo II desde Santiago de Compostela, he tenido la sensación de una cierta tristeza al contemplar cómo Europa está siendo zarandeada como una nave sin rumbo, por potencias como EEUU y Rusia que, desde un desprecio y arrogancia sin límites, han decidido apropiarse, distribuir y administrar una parte de su territorio como es Ucrania, pero con un riesgo más que evidente de extender su poder omnímodo e imperialista más allá de las fronteras de esa nación eslava. El discurso del Vicepresidente Vance en la Conferencia de Munich nos ha producido un cierto escozor y sorpresa a los ciudadanos europeos: «La amenaza que más me preocupa con respecto a Europa no es Rusia, ni China, ni ningún otro actor externo: lo que me preocupa es la amenaza interna, el retroceso de Europa de algunos de sus valores más fundamentales, valores compartidos con Estados Unidos». ¿Valores compartidos? Creo que es oportuno recordarle al Vicepresidente Vance que la cultura «woke», exportada a Europa desde su poderosa nación ha contribuido precisamente a combatir y destruir valores como la libertad de expresión, la dignidad de la persona o incluso derechos fundamentales, contrarios a la imposiciones ideológicas y a la «cancelación» (término aberrante) de personas que se aparten del «pensamiento único» de esa nefasta cultura. Otro tsunami que nos invadió desde tierras americanas a Europa fue la revolución «queer». Es lo más parecido a una bomba colocada en los cimientos de la civilización occidental. Es un movimiento revolucionario que desnaturaliza la realidad, haciendo del género la creación de identidades virtuales que como ocurrió con la Torre de Babel y la confusión de las lenguas, han creado en Europa la confusión de los sexos e incluso del lenguaje para diluir la naturaleza biológica del hombre y la mujer. Lo contradictorio es que desde los EEUU, contribuyentes directos de nuestra pérdida de valores, vengan a echarnos en cara los graves problemas que sufre la sociedad europea como consecuencia de la exportación de aquel país hacia nuestro continente de costumbres e ideologías destructoras de la esencia misma de la dignidad de persona y que tanto daño están provocando en nuestra juventud. Dicho esto y reconociendo, muy a pesar nuestro, la veracidad de esas afirmaciones, Europa y los Estados que conforman la UE deben despertar de su letargo y abulia existencial para hacer frente a la mayor crisis política y de valores que sufre desde la segunda guerra mundial y que pone en grave riesgo su propia seguridad y defensa. ¿Quo vadis Europa? Es la gran pregunta que tendrían que hacerse con responsabilidad y rigor los actuales dirigentes europeos. Jacques Delors, Tony Blair, Helmut Kohl, Felipe González, Michel Rocard, José María Aznar, Mario Soares, Wilfried Martens, etc, son algunos de los primeros ministros europeos a quienes les unía la misma voluntad de avanzar en la construcción de una unión política europea además de la económica y monetaria, aunque el fracaso de la Constitución que no se aprobó por el rechazo de Francia y Países Bajos en un aciago referéndum, sea hoy el culpable de muchas de nuestras desavenencias e inoperancias, como es el caso de la incapacidad para articular una política común de exteriores y defensa, La comparación con los actuales dirigentes europeos no se sostiene y la debilidad de liderazgo de los actuales, unido a la ineficacia política de las propias instituciones de la UE, justifica la gran preocupación que los ciudadanos tenemos sobre el incierto futuro de Europa. Causa sonrojo que se hayan reunido en París unos mandatarios europeos invitados por Macron para hacerse una foto que ha inmortalizado el fracaso de su propia incapacidad. Mientras allí se reunían para tomar un café, la UE sigue alimentando y financiando al «despiadado» Putin y su guerra con las importaciones de gas licuado ruso. España, por ejemplo, compró entre 2022 y 2023, 6.422 millones de euros en gas ruso y según los últimos datos de agosto la cifra de este año ha alcanzado ya 1.400 millones de euros adicionales. ¿Esta va a ser la carta de presentación de Gulliver Sánchez al presidente Zelenski? Ese viaje no es más que una escapada más para huir de su propia impotencia ante tanto desatino y corrupciones. ¡Salvemos Europa!, al menos para los que aún creemos que urge reconstruirla, aunque cada vez esté más alejada de ser «faro de la civilización y progreso en el mundo».
¡Salvemos Europa!, al menos para los que aún creemos que urge reconstruirla, aunque cada vez esté más alejada de ser «faro de la civilización y progreso en el mundo»
El 9 de noviembre de 1982 Juan Pablo II pronunció un magistral discurso sobre la «identidad europea»: «No te deprimas por la pérdida cuantitativa de tu grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan ahora. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso en el mundo». Releyendo una vez más esta fabulosa reflexión sobre Europa que hizo el Papa San Juan Pablo II desde Santiago de Compostela, he tenido la sensación de una cierta tristeza al contemplar cómo Europa está siendo zarandeada como una nave sin rumbo, por potencias como EEUU y Rusia que, desde un desprecio y arrogancia sin límites, han decidido apropiarse, distribuir y administrar una parte de su territorio como es Ucrania, pero con un riesgo más que evidente de extender su poder omnímodo e imperialista más allá de las fronteras de esa nación eslava. El discurso del Vicepresidente Vance en la Conferencia de Munich nos ha producido un cierto escozor y sorpresa a los ciudadanos europeos: «La amenaza que más me preocupa con respecto a Europa no es Rusia, ni China, ni ningún otro actor externo: lo que me preocupa es la amenaza interna, el retroceso de Europa de algunos de sus valores más fundamentales, valores compartidos con Estados Unidos». ¿Valores compartidos? Creo que es oportuno recordarle al Vicepresidente Vance que la cultura «woke», exportada a Europa desde su poderosa nación ha contribuido precisamente a combatir y destruir valores como la libertad de expresión, la dignidad de la persona o incluso derechos fundamentales, contrarios a la imposiciones ideológicas y a la «cancelación» (término aberrante) de personas que se aparten del «pensamiento único» de esa nefasta cultura. Otro tsunami que nos invadió desde tierras americanas a Europa fue la revolución «queer». Es lo más parecido a una bomba colocada en los cimientos de la civilización occidental. Es un movimiento revolucionario que desnaturaliza la realidad, haciendo del género la creación de identidades virtuales que como ocurrió con la Torre de Babel y la confusión de las lenguas, han creado en Europa la confusión de los sexos e incluso del lenguaje para diluir la naturaleza biológica del hombre y la mujer. Lo contradictorio es que desde los EEUU, contribuyentes directos de nuestra pérdida de valores, vengan a echarnos en cara los graves problemas que sufre la sociedad europea como consecuencia de la exportación de aquel país hacia nuestro continente de costumbres e ideologías destructoras de la esencia misma de la dignidad de persona y que tanto daño están provocando en nuestra juventud. Dicho esto y reconociendo, muy a pesar nuestro, la veracidad de esas afirmaciones, Europa y los Estados que conforman la UE deben despertar de su letargo y abulia existencial para hacer frente a la mayor crisis política y de valores que sufre desde la segunda guerra mundial y que pone en grave riesgo su propia seguridad y defensa. ¿Quo vadis Europa? Es la gran pregunta que tendrían que hacerse con responsabilidad y rigor los actuales dirigentes europeos. Jacques Delors, Tony Blair, Helmut Kohl, Felipe González, Michel Rocard, José María Aznar, Mario Soares, Wilfried Martens, etc, son algunos de los primeros ministros europeos a quienes les unía la misma voluntad de avanzar en la construcción de una unión política europea además de la económica y monetaria, aunque el fracaso de la Constitución que no se aprobó por el rechazo de Francia y Países Bajos en un aciago referéndum, sea hoy el culpable de muchas de nuestras desavenencias e inoperancias, como es el caso de la incapacidad para articular una política común de exteriores y defensa, La comparación con los actuales dirigentes europeos no se sostiene y la debilidad de liderazgo de los actuales, unido a la ineficacia política de las propias instituciones de la UE, justifica la gran preocupación que los ciudadanos tenemos sobre el incierto futuro de Europa. Causa sonrojo que se hayan reunido en París unos mandatarios europeos invitados por Macron para hacerse una foto que ha inmortalizado el fracaso de su propia incapacidad. Mientras allí se reunían para tomar un café, la UE sigue alimentando y financiando al «despiadado» Putin y su guerra con las importaciones de gas licuado ruso. España, por ejemplo, compró entre 2022 y 2023, 6.422 millones de euros en gas ruso y según los últimos datos de agosto la cifra de este año ha alcanzado ya 1.400 millones de euros adicionales. ¿Esta va a ser la carta de presentación de Gulliver Sánchez al presidente Zelenski? Ese viaje no es más que una escapada más para huir de su propia impotencia ante tanto desatino y corrupciones. ¡Salvemos Europa!, al menos para los que aún creemos que urge reconstruirla, aunque cada vez esté más alejada de ser «faro de la civilización y progreso en el mundo».
Opinión en La Razón