<p>Su desembarco en el teatro infantil fue, «como muchas cosas en la vida, un poco por casualidad». Allá por el 2005 ejercía de periodista «absolutamente convencida», ya con su pericia: desde los 80, en información política y, desde los 90, cultural. Pero un día, recibió una llamada de la consejería encabezada por Santiago Fisas, y a la que, quizá, le urgía el relevo artístico ante la dimisión de un director previo, y fue entonces cuando<strong> Lola Lara</strong> (Almería, 1958) ascendió a los escenarios. Hoy, cumple ya 20 años al frente de <strong>Teatralia</strong>, el festival de la <a href=»https://www.elmundo.es/e/co/comunidad-de-madrid.html» target=»_blank»><strong>Comunidad de Madrid</strong></a> para el público infantil y juvenil. «Madre mía, sí, sí, efectivamente, es cierto», comenta con asombro al confirmar la cuenta. «Ni yo ni nadie de los que desde un plano u otro asistimos al nacimiento de este festival y a su despegue podríamos pensar en esta larguísima vida».</p>
Lola Lara cumple 20 años al frente de Teatralia, el festival de artes escénicas para niños y jóvenes, con casi tres décadas de arraigo en Madrid
Su desembarco en el teatro infantil fue, «como muchas cosas en la vida, un poco por casualidad». Allá por el 2005 ejercía de periodista «absolutamente convencida», ya con su pericia: desde los 80, en información política y, desde los 90, cultural. Pero un día, recibió una llamada de la consejería encabezada por Santiago Fisas, y a la que, quizá, le urgía el relevo artístico ante la dimisión de un director previo, y fue entonces cuando Lola Lara (Almería, 1958) ascendió a los escenarios. Hoy, cumple ya 20 años al frente de Teatralia, el festival de la Comunidad de Madrid para el público infantil y juvenil. «Madre mía, sí, sí, efectivamente, es cierto», comenta con asombro al confirmar la cuenta. «Ni yo ni nadie de los que desde un plano u otro asistimos al nacimiento de este festival y a su despegue podríamos pensar en esta larguísima vida».
Pero hay motivos. Aunque, todavía hoy, se menosprecie «indudablemente» al espectador infantil respecto al adulto, en un reflejo de la equivalente consideración social que se le otorga. «A pesar de que la Convención de los Derechos del Niño les reconoce como sujetos de Derecho, hoy aún no se concibe que el niño, la niña, sean ciudadanos de primera fila».
Ella sí siguió los primeros 9 años de la cita «con mucha atención», desde su atalaya de Cultura en El País y como crítica de teatro infantil. «Era un festival bastante rara avis», cuenta. Sólo había existido, rememora, las Semanas Internacionales de Teatro para Niños. El erial era inaudito, pues recuerda que, antes de mudarse en el año 88, viajaba a la capital para poder ver montajes, durante aquel esplendor de las tablas independientes: «Fue realmente un momento dorado en la escena española y madrileña».
Por ello, cuando arrancó Teatralia, le fascinó. «Como aficionada al teatro, nunca había asistido a funciones para niños. Y me sorprendió muchísimo, muy gratamente. Había un mundo ahí tremendamente amplio para conocer. Empecé una indagación. Y luego fui como periodista a la Bienal de teatro para jóvenes públicos, en Lyon, y entré en contacto con lo internacional. Me quedé muy impresionada».
Y ya atesora casi tres décadas, las que en 2026 cumple el propio Teatralia, combatiendo prejuicios: «Todavía los hay, un tanto ramplones, de que, como es para niños, no te tienes que esmerar mucho, se sale del paso con más facilidad. Y es un error, que, afortunadamente, cada vez se va desterrando más. Está archidemostrado y estudiado que el cerebro infantil tiene una capacidad para percibir lo artístico muy elevada». No hay más que recurrir a la experiencia. Los más pequeños son los más afilados: «Si a un niño no le interesa, no le conmueve, no le hacer reír, llorar o pensar lo que está viendo, simplemente desconecta y seguramente acabará armando follón. No mantendrá la atención como haríamos los adultos, por ejemplo, por un criterio de educación».
Así, sus máximas son la calidad y el respeto más elevado hacia el patio de butacas. Como también esta edición muestra, sin escatimar en ambición: con 26 espectáculos hasta el 30 de marzo, en Madrid, en otros 23 municipios y en colegios, con compañías españolas y procedentes de Bélgica, Brasil, Canadá, Dinamarca, Francia, Italia, México, Suiza, Reino Unido y República Checa. Y si las entradas se agotan rápido, explica la directora artística de Teatralia, sólo puede ser porque la ciudad, que presume con razón de cartelera teatral, está desatendiendo a los más pequeños.
El libro de estilo de Lola Lara es nítido: «Si veo una obra que está infantilizada, que se habla al público de una manera demasiado ligera… Esto que hacen los actores como imitando una voz infantil con muy poco rigor y muy poca gracia, eso, lo rehúyo». Distingue al detalle que «la síntesis, la audacia y la capacidad de riesgo» son los imprescindibles que singularizan al género.
Pues ella misma, aunque aterrizase sin pretenderlo en estas inocentes dramaturgias, no olvida el doble bautismo que la amarró a lo escénico: de «muy niña, muy niña», las funciones de cristobitas -títeres de guante, llamados así en Andalucía, en alusión al lorquiano Retablillo de Don Cristóbal– y, ya con 12-13 años, la vocación emergió para siempre tras colarse con otros tres adolescentes en la Escuela de Magisterio de Almería para ver Quejío, de la compañía La Cuadra de Sevilla, una histórica de los 70. «La obra es de un dramatismo tremendo y entramos con afán de hacer el gamberro, francamente. Pero recuerdo una escena en la que un artista emblemático tiraba de un bidón con unas cuerdas, al tiempo que golpeaba el suelo con un zapateado de flamenco. Me impresionó muchísimo, pero no sabes cuánto, me clavó en la silla». Hasta hoy, que puede asistir a 3 o 4 obras cada semana como parte de su rutina. Nadie como ella para cultivar el presente y el porvenir teatrales.
-35 espacios acogen Teatralia.
– El festival está dedicado al dramaturgo Luis Matilla (1938-2024).
– Lola Lara lo recomienda, además de a la canadiense Suzanne Lebeau.
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