Hay hechos históricos cuya fecha exacta, sin embargo, la Historia no recuerda. Uno de ellos es la caída de Numancia en el año 133 a. C. Debió ser en aquel invierno, porque el historiador Apiano recuerda que cuando Retógenes Caraunio atravesó las líneas romanas para pedir desesperadamente ayuda, con unos pocos seguidores y caballos que eran capaces de subir y bajar las escalas, era una noche nevada. Desde veinte años antes la ciudad celtibérica y la futura señora del mundo mantenían una guerra implacable. Varios ejércitos consulares derrotados; un día, el 23 de agosto, día de las Vulcanalia, declarado «nefastus» por los pontífices por la tremenda derrota sufrida; un cónsul, Mancino, y un ejército pasados bajo el yugo y obligados a firmar una paz humillante, hacían que para Roma el único final aceptable fuera la destrucción total de la ciudad que había mantenido en jaque a la vencedora de los Antíocos, de Filipo y de Cartago. Para conseguir este objetivo el pueblo eligió cónsul para el año 134, sin que cumpliera los requisitos legales, a Publio Cornelio Escipión Emiliano, que había arrasado Cartago anteriormente por orden del senado, y para cuya elección las leyes se dejaron en suspenso a fin de que no fuese inconstitucional.
]]> Roma fracasó en doblegar la irreductible ciudad celtibérica por las armas. Manuel Salinas, autor del libro «Escipión Emiliano» nos cuenta cómo la rindió por hambre Hay hechos históricos cuya fecha exacta, sin embargo, la Historia no recuerda. Uno de ellos es la caída de Numancia en el año 133 a. C. Debió ser en aquel invierno, porque el historiador Apiano recuerda que cuando Retógenes Caraunio atravesó las líneas romanas para pedir desesperadamente ayuda, con unos pocos seguidores y caballos que eran capaces de subir y bajar las escalas, era una noche nevada. Desde veinte años antes la ciudad celtibérica y la futura señora del mundo mantenían una guerra implacable. Varios ejércitos consulares derrotados; un día, el 23 de agosto, día de las Vulcanalia, declarado «nefastus» por los pontífices por la tremenda derrota sufrida; un cónsul, Mancino, y un ejército pasados bajo el yugo y obligados a firmar una paz humillante, hacían que para Roma el único final aceptable fuera la destrucción total de la ciudad que había mantenido en jaque a la vencedora de los Antíocos, de Filipo y de Cartago. Para conseguir este objetivo el pueblo eligió cónsul para el año 134, sin que cumpliera los requisitos legales, a Publio Cornelio Escipión Emiliano, que había arrasado Cartago anteriormente por orden del senado, y para cuya elección las leyes se dejaron en suspenso a fin de que no fuese inconstitucional.
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