«Me has apuñalado por la espalda: eres un Judas». Este reproche no siempre sanguinario, sino más bien anímico, se ha acuñado de distintas formas desde el siglo I basado en la perfidia cometida por el último de los apóstoles de Cristo: Judas Iscariote.
]]> El «apuñalamiento por la espalda» es actualmente un término simbólico acuñado de distintas formas desde el siglo I y basado en el engaño cometido por el último de los apóstoles de Cristo
La fecha: 33 d.C.. En los mataderos se sigue llamando por su nombre –«cabra Judas»– a las que conducen a los inocentes corderos a los mismos, como hicieron con Jesús.
Lugar: Jerusalén. En Alemania, sin ir más lejos, los funcionarios del Registro Civil pueden impedir hoy que los padres pongan el nombre de Judas a sus hijos recién nacidos.
La anécdota. Un monasterio en el Monte Sion señala hoy el lugar del suicidio de Judas con vistas al Campo de Sangre, al sur del valle de la Gehenna.
«Me has apuñalado por la espalda: eres un Judas». Este reproche no siempre sanguinario, sino más bien anímico, se ha acuñado de distintas formas desde el siglo I basado en la perfidia cometida por el último de los apóstoles de Cristo: Judas Iscariote.
En los mataderos se sigue llamando hoy por su nombre a las cabras que conducen a los inocentes corderos para ser degollados, como a Jesús de Nazaret. Corderos lechales de menos de tres meses, tiernos, cándidos y asustadizos, que siguen a la cabra «Judas», tal es su nombre, con la confianza ciega de que los pondrá a salvo. Pobres corderitos: ignoran que los matarifes los han entrenado para guiarlos hacia la muerte.
En Alemania, por ejemplo, los funcionarios del Registro Civil pueden impedir que los padres pongan el nombre de Judas a sus hijos varones. Maldito nombre, como el de las «Cabras Judas» («Judas Goat», en inglés), que sirvieron también de guías a los bombarderos en la Segunda Guerra Mundial. Se trataba de aeroplanos militares pintados de los colores más chillones y llamativos posibles, con rayas, topos, cuadros y grandes bandas estampados por todo el fuselaje sin otro propósito que el de llamar la atención.
El bombardero sobrevolaba de esa guisa las bases aéreas británicas mientras las escuadrillas de aviones, a medida que despegaban, se alineaban detrás de él en formación. Reunidos así todos los atacantes, el «Judas Goat» ponía rumbo al objetivo y la escuadrilla entera le seguía presta a bombardear cualquier población bajo la férula del Tercer Reich.
La Octava Fuerza Aérea de Estados Unidos también empleó los «Judas Goat» con idéntico fin: una vez dispuesta la escuadrilla de bombarderos detrás de ellos, asumía el mando el avión que lideraba la misión, mientras que las «Cabras Judas» retornaban a la base antes de alcanzarse el objetivo. Así quedaban a salvo, a diferencia de los aparatos que ya habían conducido al matadero. No en vano, la Octava Fuerza Aérea fue la unidad con más muertos, heridos y prisioneros de todas las Fuerzas Armadas estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial.
Hablando de Judas Iscariote, la beata y monja agustina Ana Catalina Emmerick aseguró contemplar con los ojos de su propia alma a Judas Iscariote mientras Jesús era apresado en el Huerto de los Olivos y confinado poco después en una mazmorra.
Judas caminaba entonces sin rumbo, desesperado, según lo describía ella, por la abrupta ladera meridional de Jerusalén, en el valle del Hinom, donde se acumulaban carroñas, huesos y desperdicios. Una vez en los alrededores del tribunal del sumo sacerdote Caifás, que odiaba a Jesús con toda su alma, Judas vagó por allí como un espectro. Todavía llevaba colgado a un lado del cinturón, bajo el manto, el manojo de monedas de plata engarzadas unas con otras que ha sido el precio de su traición.
«Era para él –escribía Ana Catalina Emmerich– como una espuela del infierno y lo agarró firmemente [el manojo] en la mano para que al correr no le repiqueteara en el costado […] Corrió como un insensato hasta el templo, adonde habían ido después de la sentencia de Jesús los senadores y diversos miembros del Consejo a presidir a los sacerdotes que oficiarían ese día. Al verlo se miraron asombrados, y luego fijaron sus miradas en él con sonrisas de orgullo y sarcasmo. Judas, movido por su desesperado arrepentimiento, se acercó totalmente descompuesto adonde estaban, se arrancó del cinturón el manojo de piezas de plata engarzadas y, sosteniéndolas con su mano derecha ante ellos, les dijo con violenta angustia: ‘‘Recoged vuestro dinero con el que me habéis seducido para entregaros al Justo; recobrad vuestro dinero y soltad a Jesús; rompo el pacto; he pecado gravemente; he entregado sangre inocente’’».
Entonces los sacerdotes descargaron sobre él todo su desprecio, levantaron las manos y retrocedieron antes las piezas de plata, como si no quisieran ensuciarse con el precio de la traición. Judas llegó luego solo al Campo de la Sangre, cuyo nombre en arameo es «Hacéldama» («hakel dama»).
Un monasterio en el Monte Sion señala hoy el lugar tradicional del suicidio de Judas, con vistas al Campo de Sangre, situado al sur del valle de la Gehenna. Evidentemente se compró con el dinero pagado a Judas por traicionar a Jesús. El evangelista Mateo advierte que ese campo se adquirió para sepultar a los extranjeros: «Y después de deliberar en consejo [los príncipes de los sacerdotes], compraron las monedas el campo del Alfarero para sepultura de peregrinos. Por eso aquel campo se llamó Campo de la Sangre».
UN FRÍO GLACIAL
Presa de la desesperación, Judas Iscariote arrojó con ira las treinta monedas de plata con la efigie del emperador Tiberio ante los sacerdotes y se retiró desolado al campo para ahorcarse. Colgado de la rama de un árbol, como solía hacerse entonces, ésta se partió en dos y el cuerpo inerte del traidor se precipitó al suelo desparramándose sus vísceras.
Dante Alighieri, el poeta y escritor italiano de la Edad Media conocido por escribir la «Divina Comedia», una de las obras cumbre de la transición del pensamiento medieval al renacentista y de la literatura universal, tampoco muestra la menor piedad ni compasión por Judas, como Agustín de Hipona. No en vano, coloca al traidor en su célebre obra en el lugar más bajo de su infierno, en la región del hielo. El pecado de Iscariote es así de un frío glacial, que estremece todas las glándulas del ser humano.
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