<p>Un día de 1943, <strong>Pau Casals</strong> (El Vendrell, 1876 – San Juan de Puerto Rico, 1973) recibió una visita en su casa de Prades, en el Rosellón francés, donde se había exiliado tras el final de la Guerra Civil. Se trataba de varios oficiales nazis, que le transmitían una invitación del mismo<strong> Adolf Hitler</strong> para que actuase ante él en un acto a mayor gloria del Tercer Reich. Casals, que entonces estaba considerado como el mejor violonchelista del mundo, declinó la invitación. Igual que en su momento había anunciado que no tocaría en la Unión Soviética ni en ningún régimen comunista que persiguiese la democracia, en 1933 suspendió su actividad artística en Alemania debido al ascenso de los nazis y más tarde proclamó que tampoco actuaría en España mientras hubiese un régimen dictatorial como el franquista. La negativa de Casals, que entonces atravesaba una profunda depresión, no tuvo consecuencias negativas para él ni para su familia, aunque no se sabe qué sucedió en aquella reunión con los enviados alemanes. Corresponde a la ficción imaginarlo, tal y como han hecho Yolanda García Serrano y Juan Carlos Rubio en ‘Música para Hitler’, un montaje que llega a los Teatros del Canal el próximo miércoles con <strong>Carlos Hipólito</strong> (Madrid, 1956) como Pau Casals y <strong>Kiti Mánver, Cristóbal Suárez y Marta Velilla</strong> como sus compañeros de reparto.</p>
El actor interpreta a Pau Casals en ‘Música para Hitler’, que cuenta una historia real: la negativa del violonchelista catalán a actuar para el Führer durante la II Guerra Mundial.
Un día de 1943, Pau Casals (El Vendrell, 1876 – San Juan de Puerto Rico, 1973) recibió una visita en su casa de Prades, en el Rosellón francés, donde se había exiliado tras el final de la Guerra Civil. Se trataba de varios oficiales nazis, que le transmitían una invitación del mismo Adolf Hitler para que actuase ante él en un acto a mayor gloria del Tercer Reich. Casals, que entonces estaba considerado como el mejor violonchelista del mundo, declinó la invitación. Igual que en su momento había anunciado que no tocaría en la Unión Soviética ni en ningún régimen comunista que persiguiese la democracia, en 1933 suspendió su actividad artística en Alemania debido al ascenso de los nazis y más tarde proclamó que tampoco actuaría en España mientras hubiese un régimen dictatorial como el franquista. La negativa de Casals, que entonces atravesaba una profunda depresión, no tuvo consecuencias negativas para él ni para su familia, aunque no se sabe qué sucedió en aquella reunión con los enviados alemanes. Corresponde a la ficción imaginarlo, tal y como han hecho Yolanda García Serrano y Juan Carlos Rubio en ‘Música para Hitler’, un montaje que llega a los Teatros del Canal el próximo miércoles con Carlos Hipólito (Madrid, 1956) como Pau Casals y Kiti Mánver, Cristóbal Suárez y Marta Velilla como sus compañeros de reparto.
- Usted viene de hacer de Josef K. en una adaptación de ‘El proceso’ y de un asno en ‘Burro’.
- Cuando te toca interpretar un personaje que ha existido realmente sientes una responsabilidad añadida, porque hay gente que le conoció o que estuvo cerca. Así que hay que documentarse mucho e intentar entender el personaje todavía más. Cuando existen biografías, documentos periodísticos y gráficos, puedes saber más de las razones que le llevaron a actuar como actuó y hacer cada cosa que hizo en su vida, mientas que con un personaje de pura ficción te puedes inventar esas razones.
- ¿Y cómo es este Pau Casals al que usted da vida?
- Un personaje apasionante para interpretarlo. Por una parte, porque fue un genio de la música, probablemente el violonchelista más legendario de su época. Una figura internacional con un prestigio brutal en todo el mundo. Eso ya marca, pues generalmente los genios no suelen ser iguales a los demás, tienen singularidades y hay que buscárselas. Pero, además, fue un hombre enormemente comprometido con los derechos humanos, con la paz y con su pensamiento. Es decir, desde el punto de vista artístico, un genio. Y desde el punto de vista ético, un modelo.
- ¿Y desde el punto de vista humano?
- Es la parte que descubrimos en la obra y, probablemente, la más entrañable. En aquella época estaba sumido en una gran depresión, provocada por su extrema sensibilidad. Se dice en la obra en algún momento -pero también lo dijo él en alguna entrevista- que le producía tal dolor ver el sufrimiento de tantos seres humanos en el mundo bajo regímenes dictatoriales, sin saber si ese iba a ser el último día de su vida o no, que le provocó una depresión enorme de la cual entraba y salía. De hecho, dejaba de tocar durante etapas porque era incapaz de coger el violonchelo.
- ¿Qué aspecto más desconocido de su figura se presenta en la obra?
- Su faceta como maestro de música. Hay un momento en la obra en la que está dando una lección de música y dice: «Usted cree que tocando las notas bien afinadas ya está tocando, pero eso no es tocar. Usted no debe tocar las notas, sino lo que significan esas notas». O cosas tan hermosas como: «Sus dedos deben acariciar la música antes de que ésta surja, para que, cuando lo haga, envuelva la habitación».
- Volvamos al compromiso. Cuesta encontrar hoy una actitud parecida a la de Casals entre los intelectuales.
- Lamentablemente, se han perdido muchos de esos valores, de esa rectitud. En aras de la practicidad se van traspasando líneas que en un momento habían sido rojas y que van diluyéndose. Y esto no es un monopolio de determinadas corrientes políticas; pasa en todos los partidos, en casi todos los ámbitos de la política mundial actual. No sé si es una cuestión de que nos estamos haciendo mayores y cualquier tiempo pasado fue mejor o realmente es que hay una pérdida de valores generalizada. Porque parece que la conciencia es cada vez más y más laxa, hasta que llega un momento en que realmente hay una falta de conciencia.
- ¿Qué nos cuenta esta obra al público de 2025?
- Lo que está pasando en el mundo hace que la obra esté más de actualidad. Porque estamos hablando del año 1943, en el que ocurrían una serie de cosas que posibilitaron regímenes dictatoriales y el horror de la Segunda Guerra Mundial, el nazismo. Pero es que estamos en los años 20 de este siglo y… ¿hacia dónde vamos? Da la impresión de que las posiciones más autoritarias y más dictatoriales están empezando a abrirse camino de una manera muy clara. Por eso está bien que recordemos a dónde nos llevaron aquellas cosas hace un siglo.
- La cuestión es si una función como ésta se queda ahí, en la platea, o si puede trascender, provocar un cambio.
- La ficción en general, y el teatro en particular, crea empatía. Estamos en una sociedad que cada vez se está convirtiendo más en islas desiertas, de un solo habitante, donde todo lo que no coincida exactamente con nuestra forma de entender las cosas es enemigo. Y no queremos escuchar. Vemos la prensa para leer lo que queremos que nos cuente, porque es lo que coincide exactamente con lo que pensamos. Somos cada vez menos permeables a las ideas de los demás. Y el hecho de que uno se siente en una butaca de un teatro y te cuenten una historia que no tiene nada que ver contigo, con tu manera de ser ni de pensar… te acerca a esos personajes y fomenta el diálogo.
- ¿Cómo ha sido su experiencia personal en este sentido?
- De alguna manera, este oficio de actor me ha hecho mejor persona. Precisamente, en ser más empático con los demás. Al personaje no hay que justificarle, ni amarle. Tienes que entenderle. Y una vez que lo hayas entendido, poderlo contar de manera que lo entiendan los demás. Al intentar entender maneras muy diferentes de ser de la mía, inevitablemente esto te hace más tolerante. Entonces te ayuda a relativizar, a ser más empático.
- Ya que lo menciona, hablemos de la tolerancia.
- Me parece una palabra importantísima. Porque no permitimos ni un error, no aceptamos, como decíamos antes, nada que no coincida con lo que pensamos. Y yo creo que eso nos empequeñece, nos hace más brutos, nos hace más torpes, nos hace peores personas. Mis padres, que eran dos ángeles que habían venido aquí a este mundo a ayudarnos a mí y a mi hermano a ser mejores personas, me dieron una gran lección cuando yo era pequeño: «Intenta siempre ponerte en el lugar del otro». Insistían permanentemente en esto que parece muy obvio, pero que es muy difícil. En cualquier caso, a mí me ayudó a ser actor.
- Pero todo esto que cuenta hoy en día suele ser visto como una debilidad.
- Es que no significa renunciar a tus ideas ni a tus principios. Se trata simplemente de, no compartiendo en absoluto la ideología de la persona que tienes enfrente, poder hablar con ella. Y al hablar, probablemente consigas que esa persona cambie a mejor. Y probablemente esa persona te ayude a cambiar a mejor a ti también. Nos estamos convirtiendo en una sociedad muy violenta. Y me asusta el hecho de que aceptar mínimamente cualquier cosa que diga el oponente, el otro, significa una renuncia. Cuando es una ganancia. Porque no se trata de prescindir de tus valores, sino de hacerlos más grandes.
Teatros del Canal (Madrid).
Del 2 al 20 de abril.
De 9 a 25 €
Teatro