Desde hace meses, cientos de miles de ciudadanos protestan contra la corrupción y el autoritarismo en Serbia, estratégico país balcánico al que una serie de nefastos gobernantes parece haber intentado hacer perder el tren de la historia europea en el siglo XXI. El colapso de una marquesina en la estación ferroviaria de Novi Sad, al norte del país, que el 1 de noviembre del año pasado mató a 15 personas, ha generado un movimiento social sin precedentes recientes que exige transparencia, justicia y el necesario sometimiento a las leyes por parte del presidente autoritario y prorruso Aleksandar Vucic.
Europa debe apoyar el clamor de las calles contra la corrupción del régimen prorruso y no abandonar de nuevo a los serbios
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional
Europa debe apoyar el clamor de las calles contra la corrupción del régimen prorruso y no abandonar de nuevo a los serbios


Desde hace meses, cientos de miles de ciudadanos protestan contra la corrupción y el autoritarismo en Serbia, estratégico país balcánico al que una serie de nefastos gobernantes parece haber intentado hacer perder el tren de la historia europea en el siglo XXI. El colapso de una marquesina en la estación ferroviaria de Novi Sad, al norte del país, que el 1 de noviembre del año pasado mató a 15 personas, ha generado un movimiento social sin precedentes recientes que exige transparencia, justicia y el necesario sometimiento a las leyes por parte del presidente autoritario y prorruso Aleksandar Vucic.
Lo que en apariencia era un trágico accidente ha dado origen a un incendio de indignación ciudadana por todo el país liderado por estudiantes de todas las universidades, que decidieron bloquear sus facultades y salir indefinidamente a las calles. Las manifestaciones en ocasiones se han saldado con disturbios y decenas de detenidos. Grupos de derechos humanos han exigido una investigación independiente y la intervención de la justicia internacional ante el posible empleo de un arma sónica, prohibida por las convenciones internacionales, para dispersar las protestas.
Las demandas de los estudiantes contienen puntos muy específicos: publicar todos los documentos relacionados con la reconstrucción de la estación de Novi Sad —en cuya ejecución acabada en 2024 por una subcontrata china se cree justificadamente que puede estar el origen de la tragedia—, desestimar los cargos contra los detenidos en protestas, procesar a los responsables de la represión y un aumento del 20% en el presupuesto para la educación superior. Las protestas han echado un órdago al régimen al plantear una reforma estructural que erradique la corrupción endémica que ha castigado a Serbia durante años.
Siguiendo el clásico manual autoritario, Vucic ha respondido con tres medidas: represión policial, la denuncia de una conspiración internacional y la destitución, disfrazada de dimisión, de algunos políticos. Pero ni la caída del alcalde de Novi Sad ni la del primer ministro Milos Vuceciv han calmado a una sociedad que exige un cambio genuino.
Desde finales de los años noventa, los jóvenes serbios acumulan un triste historial de abandono por parte de Occidente en su reivindicación de democracia. No basta con el apoyo expresado por diversos partidos del Parlamento Europeo. Es imperativo que Europa no abandone otra vez esta aspiración de los serbios. La histórica inclinación filorrusa de Serbia y los recientes movimientos geopolíticos en los Balcanes, como los acuerdos militares entre Serbia y Hungría en respuesta a pactos entre Croacia, Albania y Kosovo, subrayan la complejidad de la situación. Estos juegos de alianzas militares podrían desestabilizar aún más la región y alejar a Serbia de un camino hacia la integración europea. Es fundamental apoyar a una generación que se niega a aceptar la corrupción y la opresión como norma.
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