La artista Nuria Blanco (Madrid, 45 años) utiliza la cerámica como uno de los soportes de su pintura. Llamarla ceramista no sería del todo correcto, aunque cada vez profundiza más en la técnica y en la materia. Pero ella viene de Bellas Artes y su especialidad es el dibujo, sobre todo el de tipo orgánico y botánico, que traslada a distintos formatos de piezas cerámicas utilitarias. Nunca había estado en sus planes escoger este camino, de hecho, su especialización en la Complutense fue en dibujo y grabado. Pero un día quiso hacer una escultura para una exposición y, durante el proceso de aprendizaje de la cerámica, esta la atrapó como si fuera uno de esos calamares gigantes que dibuja. “Los procesos de la cerámica tienen muchos tiempos muertos, así que mientras estaba esperando a que se secara una pieza, poder cocerla, etcétera, me ponía a dibujar. Entonces una profesora me sugirió dibujar en platos. Y así empezó todo”, explica.
Nuria Blanco es muy conocida por sus espectaculares vajillas, que pinta a mano con motivos que a menudo comienzan en una pieza y tienen continuidad en otras, revelándose como un cuadro cuando se divisan en conjunto. Esto lo hace, bien para una vajilla de uso común o de restauración, bien para composiciones a modo de murales con platos de gran formato que, aunque estén en una pared, se pueden descolgar y usar. “A veces me planteo el dibujo del plato pensando en lo que va a ir encima y cómo, a medida que se vaya comiendo, se descubrirá lo que hay debajo. Hay gente que me dice que es una pena que el dibujo no se vea cuando pones la comida encima. Pero a mí lo que me parece divertido es que, según vas comiendo, descubras que debajo hay una tortuga, un calamar o un tomate, o partes de ellos que continúan en el plato de la persona que tienes al lado”.
Su proceso es, en realidad, muy básico (que no sencillo). Utiliza platos bizcochados, es decir, que ya han pasado por una primera cocción y tienen una estructura sólida pero porosa. Esto es lo que le permite poder pintarlos con óxidos colorantes como si fueran una acuarela. Después los esmalta, para fijar el dibujo y protegerlo, y los cuece. “No pinto encima de un plato terminado que puedas comprar en cualquier tienda, no lo chuparía y se escurriría. Pinto bajo cubierta, que es como también están hechos los baldosines, es decir, con el método tradicional”, apunta.
Así que, si había alguien apropiado para desarrollar esta colaboración con Loewe Perfumes, quizá esa era Nuria Blanco. La firma lleva un par de años inmersa en el relanzamiento de su colección Un Paseo por Madrid, renovando sus envases, revisando las fragancias, introduciendo nuevas e impulsando su imagen. Aquí es donde interviene Nuria Blanco, con la creación de unos azulejos basados en los rótulos hechos por el ceramista Alfredo Ruiz de Luna, tan distintivos de las calles del centro de Madrid. Ahora que su dimensión es más internacional, la marca busca reforzar que se la identifique con su origen a través de las fragancias de esta colección a modo de guía de la ciudad, que representan o capturan la esencia de algunos de los lugares más icónicos de Madrid.
Nuria Blanco ha reinterpretado el trabajo de Ruiz de Luna y se ha llevado el dibujo a su estilo, creando su propia propuesta para cada lugar emblemático al que hace referencia cada fragancia. En algunos casos, como los azulejos creados para los perfumes Mayrit, Doré, Prado o Casa de Campo, se aprecia su preferencia por los elementos botánicos y orgánicos, muy presentes en su trabajo. En otras piezas se ven dibujos más naturalistas de la fuente de Cibeles o el mercado de San Miguel. La artista ha tratado de seguir el esquema de nueve azulejos que tienen los rótulos originales, empleando asimismo la tipografía Chulapa, creada por Joan Carles Casasín y Pablo Gámez en 2019 a partir de la Ferpal Sans de Silvia Fernández Palomar, todas ellas buscando trasladar el estilo de los caracteres manuales de los baldosines de Ruiz de Luna a una tipografía digital, disponible para un uso libre y gratuito.
El estudio de Nuria Blanco se encuentra cerca de Madrid Río. Anteriormente había sido su casa, pero hace tres años se mudó con su pareja y decidió convertirlo en su espacio de trabajo. “Me encanta pintar aquí, tiene una luz muy bonita”, asegura. No cabe duda de que la luz para pintar es inmejorable, como tampoco que su debilidad son las plantas, porque su patio es una pequeña selva urbana. Se trata de uno de esos bajos interiores secretos que no te esperas, con acceso a un patio que, alguien antes que ella, ya tuvo la buena idea de acristalar su fachada. Cuando lo compró ya era así, con una distribución dúplex. Donde antes estaba parte de su dormitorio o su sala, ahora empaqueta sus creaciones o tiene los hornos.
La manera de trabajar de Nuria Blanco es cada vez más artesana. La artista continúa modificando su trayectoria de un modo que jamás hubiera sido capaz de anticipar. “Yo no me considero estrictamente ceramista porque la cerámica es para mí un soporte, como puede ser el papel o el lienzo. Una cosa que me llamó mucho la atención al principio es cómo el dibujo cambia del papel a la cerámica, al convertirse en un objeto”, rememora. “Sin embargo, es verdad que cada vez voy abarcando más parte del proceso. Antes tenía proveedores que me facilitaban los platos bizcochados, pero ahora los estoy haciendo yo misma, buscando qué barros me van mejor, haciendo formas más especiales… La cerámica es infinita. Hasta que te haces un experto, es muy difícil. Si cambias de barro, tienes que cambiar los esmaltes, controlar las curvas de cocción… El proceso en cerámica es tan complejo que ahora cuando me pongo a dibujar me sorprendo de lo rápido que he terminado”, se ríe.
Conocida por sus vajillas de dibujos orgánicos, la creadora ha reinterpretado para la marca los tradicionales rótulos cerámicos de las calles de Madrid
La artista Nuria Blanco (Madrid, 45 años) utiliza la cerámica como uno de los soportes de su pintura. Llamarla ceramista no sería del todo correcto, aunque cada vez profundiza más en la técnica y en la materia. Pero ella viene de Bellas Artes y su especialidad es el dibujo, sobre todo el de tipo orgánico y botánico, que traslada a distintos formatos de piezas cerámicas utilitarias. Nunca había estado en sus planes escoger este camino, de hecho, su especialización en la Complutense fue en dibujo y grabado. Pero un día quiso hacer una escultura para una exposición y, durante el proceso de aprendizaje de la cerámica, esta la atrapó como si fuera uno de esos calamares gigantes que dibuja. “Los procesos de la cerámica tienen muchos tiempos muertos, así que mientras estaba esperando a que se secara una pieza, poder cocerla, etcétera, me ponía a dibujar. Entonces una profesora me sugirió dibujar en platos. Y así empezó todo”, explica.
Nuria Blanco es muy conocida por sus espectaculares vajillas, que pinta a mano con motivos que a menudo comienzan en una pieza y tienen continuidad en otras, revelándose como un cuadro cuando se divisan en conjunto. Esto lo hace, bien para una vajilla de uso común o de restauración, bien para composiciones a modo de murales con platos de gran formato que, aunque estén en una pared, se pueden descolgar y usar. “A veces me planteo el dibujo del plato pensando en lo que va a ir encima y cómo, a medida que se vaya comiendo, se descubrirá lo que hay debajo. Hay gente que me dice que es una pena que el dibujo no se vea cuando pones la comida encima. Pero a mí lo que me parece divertido es que, según vas comiendo, descubras que debajo hay una tortuga, un calamar o un tomate, o partes de ellos que continúan en el plato de la persona que tienes al lado”.



Su proceso es, en realidad, muy básico (que no sencillo). Utiliza platos bizcochados, es decir, que ya han pasado por una primera cocción y tienen una estructura sólida pero porosa. Esto es lo que le permite poder pintarlos con óxidos colorantes como si fueran una acuarela. Después los esmalta, para fijar el dibujo y protegerlo, y los cuece. “No pinto encima de un plato terminado que puedas comprar en cualquier tienda, no lo chuparía y se escurriría. Pinto bajo cubierta, que es como también están hechos los baldosines, es decir, con el método tradicional”, apunta.
Así que, si había alguien apropiado para desarrollar esta colaboración con Loewe Perfumes, quizá esa era Nuria Blanco. La firma lleva un par de años inmersa en el relanzamiento de su colección Un Paseo por Madrid, renovando sus envases, revisando las fragancias, introduciendo nuevas e impulsando su imagen. Aquí es donde interviene Nuria Blanco, con la creación de unos azulejos basados en los rótulos hechos por el ceramista Alfredo Ruiz de Luna, tan distintivos de las calles del centro de Madrid. Ahora que su dimensión es más internacional, la marca busca reforzar que se la identifique con su origen a través de las fragancias de esta colección a modo de guía de la ciudad, que representan o capturan la esencia de algunos de los lugares más icónicos de Madrid.


Nuria Blanco ha reinterpretado el trabajo de Ruiz de Luna y se ha llevado el dibujo a su estilo, creando su propia propuesta para cada lugar emblemático al que hace referencia cada fragancia. En algunos casos, como los azulejos creados para los perfumes Mayrit, Doré, Prado o Casa de Campo, se aprecia su preferencia por los elementos botánicos y orgánicos, muy presentes en su trabajo. En otras piezas se ven dibujos más naturalistas de la fuente de Cibeles o el mercado de San Miguel. La artista ha tratado de seguir el esquema de nueve azulejos que tienen los rótulos originales, empleando asimismo la tipografía Chulapa, creada por Joan Carles Casasín y Pablo Gámez en 2019 a partir de la Ferpal Sans de Silvia Fernández Palomar, todas ellas buscando trasladar el estilo de los caracteres manuales de los baldosines de Ruiz de Luna a una tipografía digital, disponible para un uso libre y gratuito.
El estudio de Nuria Blanco se encuentra cerca de Madrid Río. Anteriormente había sido su casa, pero hace tres años se mudó con su pareja y decidió convertirlo en su espacio de trabajo. “Me encanta pintar aquí, tiene una luz muy bonita”, asegura. No cabe duda de que la luz para pintar es inmejorable, como tampoco que su debilidad son las plantas, porque su patio es una pequeña selva urbana. Se trata de uno de esos bajos interiores secretos que no te esperas, con acceso a un patio que, alguien antes que ella, ya tuvo la buena idea de acristalar su fachada. Cuando lo compró ya era así, con una distribución dúplex. Donde antes estaba parte de su dormitorio o su sala, ahora empaqueta sus creaciones o tiene los hornos.

La manera de trabajar de Nuria Blanco es cada vez más artesana. La artista continúa modificando su trayectoria de un modo que jamás hubiera sido capaz de anticipar. “Yo no me considero estrictamente ceramista porque la cerámica es para mí un soporte, como puede ser el papel o el lienzo. Una cosa que me llamó mucho la atención al principio es cómo el dibujo cambia del papel a la cerámica, al convertirse en un objeto”, rememora. “Sin embargo, es verdad que cada vez voy abarcando más parte del proceso. Antes tenía proveedores que me facilitaban los platos bizcochados, pero ahora los estoy haciendo yo misma, buscando qué barros me van mejor, haciendo formas más especiales… La cerámica es infinita. Hasta que te haces un experto, es muy difícil. Si cambias de barro, tienes que cambiar los esmaltes, controlar las curvas de cocción… El proceso en cerámica es tan complejo que ahora cuando me pongo a dibujar me sorprendo de lo rápido que he terminado”, se ríe.
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