Por primera vez en la historia hemos visto imágenes generadas por inteligencia artificial (IA) que no son más feas que pegar a un padre. Desde hace unos días, ChatGPT ofrece a todos sus usuarios una herramienta que puede darle a cualquier imagen el estilo de Pixar, Disney o Los Simpson, aunque el más popular ha sido el de las películas de animación de Hayao Miyazaki y su Studio Ghibli, responsable de clásicos como El viaje de Chihiro y Mi vecino Totoro.
Algunos usuarios han ghiblificado imágenes de sus mascotas, otros han pasado por el filtro a personajes conocidos y ha habido quien ha jugado con memes clásicos y momentos históricos, incluyendo el atentado a Carrero Blanco en un nuevo desafío a la Audiencia Nacional que admito que me ha hecho mucha gracia. También han probado cuentas gubernamentales, con un resultado como mínimo discutible. Por ejemplo, la Casa Blanca ha dado otro ejemplo del exquisito buen gusto de la Administración Trump y ha publicado la imagen modificada de una mujer inmigrante arrestada para su deportación.
Esta novedad ha sido un éxito de público, pero también ha supuesto otra decepción para los críticos con la IA y para los admiradores de Miyazaki. Por un lado, ha surgido de nuevo el debate sobre los derechos de autor y hasta qué punto es legal (o ético) entrenar a una de estas máquinas con material que tiene copyright para producir copias baratas de ese mismo material. Y, por otro, muchos han recordado que esta tecnología es la antítesis del trabajo artesano y cuidadoso de Ghibli.
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— Zeneca.xyz 🔮 (@Zeneca) March 26, 2025
in the coming days, people are going to anime every iconic photo in history https://t.co/KrDPhKKHhd pic.twitter.com/yYWdY7bZ68
— Matías S. Zavia (@matiass) March 26, 2025
La IA se nos vende como algo inevitable. Como una ley de la naturaleza: la Tierra gira alrededor del Sol, el agua se congela cuando alcanza una temperatura inferior a los cero grados, la IA tendrá éxito y tú te quedarás sin trabajo. Es un poco lo que decía en un vídeo Whitney Belmonte, una formadora en IA que asegura que no tiene sentido estar “en contra” o “a favor” de esta tecnología, sino que hay que aprender a usarla y adaptarse o desaparecer en un ERE.
En parte es cierto: es como tener un carro de caballos justo cuando se están fabricando los Ford T. Pero eso no quiere decir que solo quepa la resignación ante el saqueo. Al fin y al cabo, los fabricantes de automóviles siguen unas normas y tienen que vendernos coches con cinturones de seguridad, airbags e intermitentes, y nosotros tenemos que respetar los límites de velocidad, los semáforos y las rotondas (aunque no sepamos cómo se circula por ellas).
Lo mismo ocurre con la IA. Los directivos de estas empresas nos quieren convencer de que esto es lo que hay, pero esa decisión no es suya, solo es la que les sale más a cuenta. Regular la tecnología no tiene nada de malo, del mismo modo que no es malo regular la industria del automóvil para evitar accidentes, o la de la alimentación para no morir envenenados. La legislación europea ya dio un primer paso, pero podemos seguir exigiendo una IA que respete los derechos de autor, que se plantee como una ayuda al trabajo y no como un sustituto del trabajador, y que sea transparente, sobre todo si se va a usar en ámbitos como el de la justicia. Una ley mal planteada puede ser contraproducente y desde luego sola no basta: nosotros, como usuarios, tenemos más poder del que pensamos. Pero no hay que renunciar a regular la IA sin complejos, nivel tapón de botella de plástico.
Esta tecnología puede ser estupenda: por ejemplo, la IA ha ayudado a que se comunique una mujer que llevaba 30 años sin hablar por culpa de un derrame cerebral. Y puede ser muy graciosa, como cuando alguien le pasa el filtro de Ghibli a Chenoa. Pero hemos de saber qué queremos hacer con ella (y qué es lo que no queremos que pase) para que esa decisión no la tome por nosotros el Sam Altman de turno.
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No tenemos que resignarnos a la desaparición de centenares de miles de empleos a cambio de que unos cuantos millonarios ganen aún más dinero
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No tenemos que resignarnos a la desaparición de centenares de miles de empleos a cambio de que unos cuantos millonarios ganen aún más dinero


Por primera vez en la historia hemos visto imágenes generadas por inteligencia artificial (IA) que no son más feas que pegar a un padre. Desde hace unos días, ChatGPT ofrece a todos sus usuarios una herramienta que puede darle a cualquier imagen el estilo de Pixar, Disney o Los Simpson, aunque el más popular ha sido el de las películas de animación de Hayao Miyazaki y su Studio Ghibli, responsable de clásicos como El viaje de Chihiro y Mi vecino Totoro.
Algunos usuarios han ghiblificado imágenes de sus mascotas, otros han pasado por el filtro a personajes conocidos y ha habido quien ha jugado con memes clásicos y momentos históricos, incluyendo el atentado a Carrero Blanco en un nuevo desafío a la Audiencia Nacional que admito que me ha hecho mucha gracia. También han probado cuentas gubernamentales, con un resultado como mínimo discutible. Por ejemplo, la Casa Blanca ha dado otro ejemplo del exquisito buen gusto de la Administración Trump y ha publicado la imagen modificada de una mujer inmigrante arrestada para su deportación.
Esta novedad ha sido un éxito de público, pero también ha supuesto otra decepción para los críticos con la IA y para los admiradores de Miyazaki. Por un lado, ha surgido de nuevo el debate sobre los derechos de autor y hasta qué punto es legal (o ético) entrenar a una de estas máquinas con material que tiene copyright para producir copias baratas de ese mismo material. Y, por otro, muchos han recordado que esta tecnología es la antítesis del trabajo artesano y cuidadoso de Ghibli.
La IA se nos vende como algo inevitable. Como una ley de la naturaleza: la Tierra gira alrededor del Sol, el agua se congela cuando alcanza una temperatura inferior a los cero grados, la IA tendrá éxito y tú te quedarás sin trabajo. Es un poco lo que decía en otro vídeo Whitney Belmonte, una formadora en IA que asegura que no tiene sentido estar “en contra” o “a favor” de esta tecnología, sino que hay que aprender a usarla y adaptarse o desaparecer en un ERE.
En parte es cierto: es como tener un carro de caballos justo cuando se están fabricando los Ford T. Pero eso no quiere decir que solo quepa la resignación ante el saqueo. Al fin y al cabo, los fabricantes de automóviles siguen unas normas y tienen que vendernos coches con cinturones de seguridad, airbags e intermitentes, y nosotros tenemos que respetar los límites de velocidad, los semáforos y las rotondas (aunque no sepamos cómo se circula por ellas).
Lo mismo ocurre con la IA. Los directivos de estas empresas nos quieren convencer de que esto es lo que hay, pero esa decisión no es suya, solo es la que les sale más a cuenta. Regular la tecnología no tiene nada de malo, del mismo modo que no es malo regular la industria del automóvil para evitar accidentes, o la de la alimentación para no morir envenenados. La legislación europea ya dio un primer paso, pero podemos seguir exigiendo una IA que respete los derechos de autor, que se plantee como una ayuda al trabajo y no como un sustituto del trabajador, y que sea transparente, sobre todo si se va a usar en ámbitos como el de la justicia. Una ley mal planteada puede ser contraproducente y desde luego sola no basta: nosotros, como usuarios, tenemos más poder del que pensamos. Pero no hay que renunciar a regular la IA sin complejos, nivel tapón de botella de plástico.
Esta tecnología puede ser estupenda: por ejemplo, la IA ha ayudado a que se comunique una mujer que llevaba 30 años sin hablar por culpa de un derrame cerebral. Y puede ser muy graciosa, como cuando alguien le pasa el filtro de Ghibli a Chenoa. Pero hemos de saber qué queremos hacer con ella (y qué es lo que no queremos que pase) para que esa decisión no la tome por nosotros el Sam Altman de turno.
It really is that simple❤️
#studioghibli #ghibli #hayaomiyazaki— Erin Kidd ()
In case you thought the «Ghibli trend» couldn’t get worse.
— Emily (AKA @writerofscratch) ()
The only Ghibli I want to see on my feed is actual Ghibli.
— Denman Rooke ()
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Sobre la firma

Redactor en Ideas y columnista en Red de redes. Antes fue el editor de boletines, ayudó a lanzar EL PAÍS Exprés y pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor. Estudió Periodismo y Humanidades, y es autor de los ensayos ‘¿Está bien pegar a un nazi?’ y ‘El gran libro del humor español’, y de la novela ‘El informe Penkse’.
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