La serie “Soviet Jeans”, estrenada en Filmin, ha irrumpido con fuerza en el panorama televisivo internacional gracias a su mezcla de comedia, crítica política y memoria histórica. Ambientada en la Letonia soviética de los años 70, la ficción ha sido aclamada por su ingenio, su mirada humanista y su capacidad de convertir la represión en narrativa pop. Conversamos con dos de sus creadores, la guionista búlgara Teodora Markova y el director letón Stanislavs Tokalovs, sobre el origen de la historia, el tono de la serie y el poder de las pequeñas rebeliones.
¿Cómo nació la historia de “Soviet Jeans”?
Teodora Markova: La idea surgió a partir de la recopilación de varias historias reales. Una de ellas, muy significativa, contaba el caso de una persona que intentó huir de la Unión Soviética y, en lugar de ser encarcelada, fue internada en un hospital psiquiátrico. Porque, claro, debías estar loco si querías abandonar “el mejor país del mundo”. También encontramos muchos relatos de personas que intentaban emprender negocios privados —siempre ilegales, por supuesto—, como fabricar ropa. Y entre ellos, nos sorprendió descubrir que algunos directores de psiquiátricos o prisiones usaban a los internos como mano de obra, casi en régimen de esclavitud.
Stanislavs Tokalovs: Exacto. La historia sobre la fabricación de vaqueros en un hospital psiquiátrico fue la que terminó convirtiéndose en el eje central. Pero desde el principio, junto con Teodora, supimos que la clave estaba en combinar estos elementos con algo más grande: una reflexión sobre la libertad, la represión y el poder cultural del estilo y la música occidental.
TM: Para mí, como búlgara, resonaba muchísimo. A pesar de no ser letona, vengo de un país postcomunista, así que muchas cosas eran familiares. Tres elementos me impactaron especialmente: el primero, cómo los hospitales psiquiátricos se convertían en cárceles políticas; el segundo, cómo en los años 70 la Guerra Fría pasaba del terreno militar al cultural; y el tercero, el absurdo esfuerzo de la KGB por controlar la influencia del rock, de la estética occidental. Creían que unos pantalones vaqueros o una canción podían ser más peligrosos que una pistola.
La serie no tiene un tono trágico, aunque parte de hechos duros. ¿Por qué eligen la comedia?
ST: Porque no queríamos hacer otro relato gris y deprimente. Queríamos ofrecer una historia que diera esperanza. El proyecto nació antes de la guerra en Ucrania, en un momento en que veníamos de la pandemia, Navalny acababa de ser detenido… Estábamos rodeados de oscuridad. Necesitábamos contar algo que nos hiciera mirar desde otro ángulo, que permitiera al espectador recuperar fuerza.
TM: Y además, el humor fue, literalmente, un mecanismo de supervivencia. En ese contexto, un chiste era un arma. Una anécdota podía revelar tu opinión política sin necesidad de explicarte. Muchos de nosotros crecimos escuchando ese tipo de historias: absurdas, irónicas, llenas de dobles sentidos. A través del humor, la gente resistía. Incluso dentro de un psiquiátrico, podían encontrar formas de imaginar algo distinto, de no dejarse caer. Y tras la caída del Telón de Acero, muchos dijeron que los chistes perdieron su poder. Eso es revelador: el humor existía porque era necesario. Cuando desapareció la opresión, desapareció también ese lenguaje compartido de resistencia.
¿Dirían que los personajes se aferran a pequeños gestos como forma de libertad?
ST: Absolutamente. Lo que vimos durante la investigación fue que, a pesar de la represión, la gente no dejaba de vivir. Seguían amando, celebrando, buscando momentos de alegría. Cosas tan simples como un cigarrillo occidental o un sorbo de whisky se convertían en símbolos de libertad. Esas pequeñas cosas les recordaban que no todo estaba perdido.
¿Esperaban que la serie tuviera esta repercusión internacional?
ST: En lo personal, siempre soy inseguro con los proyectos en los que trabajo. Pero desde el principio noté que Teodora estaba muy entusiasmada. Su reacción me dio confianza: si a ella le parecía que había algo especial, entonces quizá lo había.
TM: Yo sí creí que podía funcionar a nivel internacional, siempre que evitáramos caer en lo localista. No queríamos hacer una “sitcom de situación” con chistes que solo funcionaran en Letonia. Creo que lo logramos porque venimos de países distintos, con un pasado parecido, pero miradas diferentes. Esa mezcla nos permitió revisar cada idea desde varios ángulos, y encontrar una universalidad real.
¿Esa universalidad pasa por mostrar un sistema opresivo reconocible para todos?
TM: Sí. Puede ser un régimen político, una institución, un entorno familiar o laboral… Todo el mundo, en algún momento, se ha sentido dentro de un sistema que limita. Por eso es fácil conectar con los protagonistas. No necesitas haber vivido en la URSS para empatizar con alguien que busca su lugar.
ST: Y eso es lo que más nos emociona. Recibimos mensajes de espectadores en España, en Alemania… que reconocen algo de sus propias vidas en esta historia. Eso, para nosotros, es el mayor logro: que una historia sobre unos vaqueros clandestinos en los 70 haya tocado tantas realidades tan distintas.
Los showrunners reflexionan sobre la libertad, el absurdo soviético y cómo el humor fue la mejor arma frente a la represión
La serie “Soviet Jeans”, estrenada en Filmin, ha irrumpido con fuerza en el panorama televisivo internacional gracias a su mezcla de comedia, crítica política y memoria histórica. Ambientada en la Letonia soviética de los años 70, la ficción ha sido aclamada por su ingenio, su mirada humanista y su capacidad de convertir la represión en narrativa pop. Conversamos con dos de sus creadores, la guionista búlgara Teodora Markova y el director letón Stanislavs Tokalovs, sobre el origen de la historia, el tono de la serie y el poder de las pequeñas rebeliones.
¿Cómo nació la historia de “Soviet Jeans”?
Teodora Markova: La idea surgió a partir de la recopilación de varias historias reales. Una de ellas, muy significativa, contaba el caso de una persona que intentó huir de la Unión Soviética y, en lugar de ser encarcelada, fue internada en un hospital psiquiátrico. Porque, claro, debías estar loco si querías abandonar “el mejor país del mundo”. También encontramos muchos relatos de personas que intentaban emprender negocios privados —siempre ilegales, por supuesto—, como fabricar ropa. Y entre ellos, nos sorprendió descubrir que algunos directores de psiquiátricos o prisiones usaban a los internos como mano de obra, casi en régimen de esclavitud.
Stanislavs Tokalovs: Exacto. La historia sobre la fabricación de vaqueros en un hospital psiquiátrico fue la que terminó convirtiéndose en el eje central. Pero desde el principio, junto con Teodora, supimos que la clave estaba en combinar estos elementos con algo más grande: una reflexión sobre la libertad, la represión y el poder cultural del estilo y la música occidental.
TM: Para mí, como búlgara, resonaba muchísimo. A pesar de no ser letona, vengo de un país postcomunista, así que muchas cosas eran familiares. Tres elementos me impactaron especialmente: el primero, cómo los hospitales psiquiátricos se convertían en cárceles políticas; el segundo, cómo en los años 70 la Guerra Fría pasaba del terreno militar al cultural; y el tercero, el absurdo esfuerzo de la KGB por controlar la influencia del rock, de la estética occidental. Creían que unos pantalones vaqueros o una canción podían ser más peligrosos que una pistola.

La serie no tiene un tono trágico, aunque parte de hechos duros. ¿Por qué eligen la comedia?
ST: Porque no queríamos hacer otro relato gris y deprimente. Queríamos ofrecer una historia que diera esperanza. El proyecto nació antes de la guerra en Ucrania, en un momento en que veníamos de la pandemia, Navalny acababa de ser detenido… Estábamos rodeados de oscuridad. Necesitábamos contar algo que nos hiciera mirar desde otro ángulo, que permitiera al espectador recuperar fuerza.
TM: Y además, el humor fue, literalmente, un mecanismo de supervivencia. En ese contexto, un chiste era un arma. Una anécdota podía revelar tu opinión política sin necesidad de explicarte. Muchos de nosotros crecimos escuchando ese tipo de historias: absurdas, irónicas, llenas de dobles sentidos. A través del humor, la gente resistía. Incluso dentro de un psiquiátrico, podían encontrar formas de imaginar algo distinto, de no dejarse caer. Y tras la caída del Telón de Acero, muchos dijeron que los chistes perdieron su poder. Eso es revelador: el humor existía porque era necesario. Cuando desapareció la opresión, desapareció también ese lenguaje compartido de resistencia.
¿Dirían que los personajes se aferran a pequeños gestos como forma de libertad?
ST: Absolutamente. Lo que vimos durante la investigación fue que, a pesar de la represión, la gente no dejaba de vivir. Seguían amando, celebrando, buscando momentos de alegría. Cosas tan simples como un cigarrillo occidental o un sorbo de whisky se convertían en símbolos de libertad. Esas pequeñas cosas les recordaban que no todo estaba perdido.

¿Esperaban que la serie tuviera esta repercusión internacional?
ST: En lo personal, siempre soy inseguro con los proyectos en los que trabajo. Pero desde el principio noté que Teodora estaba muy entusiasmada. Su reacción me dio confianza: si a ella le parecía que había algo especial, entonces quizá lo había.
TM: Yo sí creí que podía funcionar a nivel internacional, siempre que evitáramos caer en lo localista. No queríamos hacer una “sitcom de situación” con chistes que solo funcionaran en Letonia. Creo que lo logramos porque venimos de países distintos, con un pasado parecido, pero miradas diferentes. Esa mezcla nos permitió revisar cada idea desde varios ángulos, y encontrar una universalidad real.
¿Esa universalidad pasa por mostrar un sistema opresivo reconocible para todos?
TM: Sí. Puede ser un régimen político, una institución, un entorno familiar o laboral… Todo el mundo, en algún momento, se ha sentido dentro de un sistema que limita. Por eso es fácil conectar con los protagonistas. No necesitas haber vivido en la URSS para empatizar con alguien que busca su lugar.
ST: Y eso es lo que más nos emociona. Recibimos mensajes de espectadores en España, en Alemania… que reconocen algo de sus propias vidas en esta historia. Eso, para nosotros, es el mayor logro: que una historia sobre unos vaqueros clandestinos en los 70 haya tocado tantas realidades tan distintas.
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