Estaciones de paso: la escultura mutante de Laia Estruch se expande por el Reina Sofía

Hay exposiciones que funcionan como bibliotecas, de esas que juegan a esconder en los libros o las paredes un mapa de la intimidad a través de anotaciones en los márgenes. Algo de eso pasa en la muestra de Laia Estruch en el Museo Reina Sofía. Está llena de discretas anotaciones, ocultas en las orillas del espacio y acompañadas de silencios y evocaciones. Las instalaciones aquí dibujan túneles y galerías en el tiempo. Hay un gesto auditivo incluso cuando no se oye nada, como quien hace que esa escritura de los márgenes de los libros se transforme en una forma de viento que transporta la voz que lee. La clave está en el cuerpo.

El de esta artista barcelonesa de 43 años escucha y traduce. Es una estructura con potencial artístico, un elemento escultórico. En sus obras, pone a prueba la sonoridad humana desde un punto de vista corporal y cultural, evidenciando esos sonidos y ruidos que forman parte de nuestra memoria sonora, pero también los que creemos imposibles de articular. Una oralidad que amplía intensidades, alturas y timbres. Lo hace en esta exposición, que reúne toda su producción en una misma muestra titulada Hello Everyone. Son las dos primeras palabras de una de sus primeras performances, una irónica declaración de intenciones sobre cómo encontrar su voz como artista llamada Jingle (2011), que hizo tras su paso por Union Cooper, en Nueva York, en uno de los intercambios propuestos cuando estudiaba Bellas Artes en Barcelona. Era 2010 y en la universidad catalana no había una asignatura única de performance.

Varias obras de la serie 'Kite', de Laia Estruch.

Esa puerta la abrió fuera, tras estudiar a artistas que se acercan a la escultura desde el gesto, desde una manera abierta y experimental. Entre sus profesoras, Sharon Hayes, que en 2012 habitó las mismas salas del Reina Sofía con la exposición Habla, que aparece ahora llena de correspondencias: ambos trabajos son actos de “traducción oral”, ambas exposiciones entran en la dimensión de “lo imaginado” y las dos artistas exploran las tensas relaciones entre historia, política y lenguaje, desentrañando los mecanismos narrativos y simbólicos con los que se va construyendo el imaginario colectivo. Es el primer momento emocionante de otros que suman intensidad a esta exposición, la primera de la etapa de Manuel Segade como director, al que acompañan como comisarios Max Andrews y Mariana Canepa, conocidos como Latitudes, de su misma generación. Un relevo que veremos, también, en próximas exposiciones y que habla de otro tipo de escucha: lo que suena lejos y cerca simultáneamente.

Apenas son dos salas separadas por un tabique, pero lo congregado ahí parece una ciudad: canales, arcos, bóvedas, pasajes subterráneos, almacenes, calles y escondites. La distribución de las obras en sala es caprichosa y libre al mismo tiempo, y desarma ideas y conceptos de lo que se considera por sonido, instalación o escultura. Y, especialmente, performance. Entre los distintos formatos se establece una tensión que se retroalimenta y que suma capas de lectura. Son imágenes potenciales que proponen una manera de ver, una posibilidad y una posición. Cada elemento escultórico se presenta acompañado de elementos sonoros, como grabaciones de performances y composiciones musicales originales. Además, una instalación creada expresamente para la exposición remezcla sus obras vocales constituyéndose como la banda sonora multicanal de Hello Everyone, mientras que un compendio de videoclip hace las veces de tráiler de todas las piezas mostradas. Dice Laia Estruch que la voz es para ella otro cuerpo, el más performativo que conoce, ya que nace y muere en cada exhalación. Si hay algo que atraviesa toda su producción es eso: un cuerpo espiritual que saca las voces que desconocemos.

Dice Laia Estruch que la voz es para ella otro cuerpo, el más performativo que conoce, ya que nace y muere en cada exhalación

Sus obras están cerca de una espera que busca un tiempo más arcaico y personal. Un tiempo mutable. Los 35 metros de lona que componía la Trena (2023-2025) pensada para la Sala Oval del MNAC de Barcelona es ahora un puente, una cortina, unos toldos y unos petates. Residua (2022) comprende dos esculturas metálicas sinuosas que recuerdan a los toboganes de un parque infantil marcadas con números, letras y símbolos en la superficie. Al interactuar con ella, la artista explora cómo se adapta a los movimientos de su cuerpo y su voz y, en consecuencia, cómo reacciona a sus cualidades anatómicas y a su timbre. Y en la serie Kite (2022-24), indaga en la interacción entre las corrientes naturales del viento y los flujos del aire producidos por la voz humana.

'Moat III', de Laia Estruch, en la exposición del Reina Sofía.

El potencial acústico y expresivo de la voz en el agua puede oírse en Crol (2019), donde la artista nada mientras recita versos y experimenta con técnicas vocales extendidas como el cant redoblat, un vibrato gutural típico de las canciones tradicionales ibicencas, Sibina (2019), formada por tres esculturas de acero con forma de abrevaderos para el ganado, llena de cantos propios y hablados, además de salpicaduras, tragos y gorgoteos y Sirena (2021), en colaboración con la escritora Irene Solà, que cuestionan la representación trágica de la voz femenina de la sirena que cambia su voz por piernas humanas, rechazando el relato para realzar la capacidad de la voz tanto para el empoderamiento como para la vulnerabilidad.

Me quedo un momento en esa palabra, porque lo vulnerable en la exposición no solo se verbaliza, sino que se celebra. No se me ocurre nada más honesto que eso. Otro acierto que se traduce en obras que funcionan como una “estación de paso” hasta su próxima transformación en algo más. Aunque por encima de todo, la artista propone entrenar la escucha. Una escucha activa y, por lo tanto, política: poner atención en lo sonoro, no como disciplina única, sino para sumar un punto de apoyo, como un bastón, para poder volver a mirar, percibir y escuchar mejor. ¿Qué significa mejor? Distinto y con distancia. La misma distancia que nos da un viaje y su retorno. El de Laia Estruch para volver una y otra vez.

‘Laia Estruch. Hello Everyone’. Museo Reina Sofía. Madrid. Hasta el 1 de septiembre.

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 El museo reúne todo el trabajo de la artista barcelonesa de 43 años, un conjunto de instalaciones y obras diversas entre las que destaca su trabajo sobre la voz. Es la primera muestra de la etapa de Manuel Segade como director  

Hay exposiciones que funcionan como bibliotecas, de esas que juegan a esconder en los libros o las paredes un mapa de la intimidad a través de anotaciones en los márgenes. Algo de eso pasa en la muestra de Laia Estruch en el Museo Reina Sofía. Está llena de discretas anotaciones, ocultas en las orillas del espacio y acompañadas de silencios y evocaciones. Las instalaciones aquí dibujan túneles y galerías en el tiempo. Hay un gesto auditivo incluso cuando no se oye nada, como quien hace que esa escritura de los márgenes de los libros se transforme en una forma de viento que transporta la voz que lee. La clave está en el cuerpo.

El de esta artista barcelonesa de 43 años escucha y traduce. Es una estructura con potencial artístico, un elemento escultórico. En sus obras, pone a prueba la sonoridad humana desde un punto de vista corporal y cultural, evidenciando esos sonidos y ruidos que forman parte de nuestra memoria sonora, pero también los que creemos imposibles de articular. Una oralidad que amplía intensidades, alturas y timbres. Lo hace en esta exposición, que reúne toda su producción en una misma muestra titulada Hello Everyone. Son las dos primeras palabras de una de sus primeras performances, una irónica declaración de intenciones sobre cómo encontrar su voz como artista llamada Jingle (2011), que hizo tras su paso por Union Cooper, en Nueva York, en uno de los intercambios propuestos cuando estudiaba Bellas Artes en Barcelona. Era 2010 y en la universidad catalana no había una asignatura única de performance.

Varias obras de la serie 'Kite', de Laia Estruch.

Esa puerta la abrió fuera, tras estudiar a artistas que se acercan a la escultura desde el gesto, desde una manera abierta y experimental. Entre sus profesoras, Sharon Hayes, que en 2012 habitó las mismas salas del Reina Sofía con la exposición Habla, que aparece ahora llena de correspondencias: ambos trabajos son actos de “traducción oral”, ambas exposiciones entran en la dimensión de “lo imaginado” y las dos artistas exploran las tensas relaciones entre historia, política y lenguaje, desentrañando los mecanismos narrativos y simbólicos con los que se va construyendo el imaginario colectivo. Es el primer momento emocionante de otros que suman intensidad a esta exposición, la primera de la etapa de Manuel Segade como director, al que acompañan como comisarios Max Andrews y Mariana Canepa, conocidos como Latitudes, de su misma generación. Un relevo que veremos, también, en próximas exposiciones y que habla de otro tipo de escucha: lo que suena lejos y cerca simultáneamente.

Apenas son dos salas separadas por un tabique, pero lo congregado ahí parece una ciudad: canales, arcos, bóvedas, pasajes subterráneos, almacenes, calles y escondites. La distribución de las obras en sala es caprichosa y libre al mismo tiempo, y desarma ideas y conceptos de lo que se considera por sonido, instalación o escultura. Y, especialmente, performance. Entre los distintos formatos se establece una tensión que se retroalimenta y que suma capas de lectura. Son imágenes potenciales que proponen una manera de ver, una posibilidad y una posición. Cada elemento escultórico se presenta acompañado de elementos sonoros, como grabaciones de performances y composiciones musicales originales. Además, una instalación creada expresamente para la exposición remezcla sus obras vocales constituyéndose como la banda sonora multicanal de Hello Everyone, mientras que un compendio de videoclip hace las veces de tráiler de todas las piezas mostradas. Dice Laia Estruch que la voz es para ella otro cuerpo, el más performativo que conoce, ya que nace y muere en cada exhalación. Si hay algo que atraviesa toda su producción es eso: un cuerpo espiritual que saca las voces que desconocemos.

Dice Laia Estruch que la voz es para ella otro cuerpo, el más performativo que conoce, ya que nace y muere en cada exhalación

Sus obras están cerca de una espera que busca un tiempo más arcaico y personal. Un tiempo mutable. Los 35 metros de lona que componía la Trena (2023-2025) pensada para la Sala Oval del MNAC de Barcelona es ahora un puente, una cortina, unos toldos y unos petates. Residua (2022) comprende dos esculturas metálicas sinuosas que recuerdan a los toboganes de un parque infantil marcadas con números, letras y símbolos en la superficie. Al interactuar con ella, la artista explora cómo se adapta a los movimientos de su cuerpo y su voz y, en consecuencia, cómo reacciona a sus cualidades anatómicas y a su timbre. Y en la serie Kite (2022-24), indaga en la interacción entre las corrientes naturales del viento y los flujos del aire producidos por la voz humana.

'Moat III', de Laia Estruch, en la exposición del Reina Sofía.

El potencial acústico y expresivo de la voz en el agua puede oírse en Crol (2019), donde la artista nada mientras recita versos y experimenta con técnicas vocales extendidas como el cant redoblat, un vibrato gutural típico de las canciones tradicionales ibicencas, Sibina (2019), formada por tres esculturas de acero con forma de abrevaderos para el ganado, llena de cantos propios y hablados, además de salpicaduras, tragos y gorgoteos y Sirena (2021), en colaboración con la escritora Irene Solà, que cuestionan la representación trágica de la voz femenina de la sirena que cambia su voz por piernas humanas, rechazando el relato para realzar la capacidad de la voz tanto para el empoderamiento como para la vulnerabilidad.

Me quedo un momento en esa palabra, porque lo vulnerable en la exposición no solo se verbaliza, sino que se celebra. No se me ocurre nada más honesto que eso. Otro acierto que se traduce en obras que funcionan como una “estación de paso” hasta su próxima transformación en algo más. Aunque por encima de todo, la artista propone entrenar la escucha. Una escucha activa y, por lo tanto, política: poner atención en lo sonoro, no como disciplina única, sino para sumar un punto de apoyo, como un bastón, para poder volver a mirar, percibir y escuchar mejor. ¿Qué significa mejor? Distinto y con distancia. La misma distancia que nos da un viaje y su retorno. El de Laia Estruch para volver una y otra vez.

‘Laia Estruch. Hello Everyone’. Museo Reina Sofía. Madrid. Hasta el 1 de septiembre.

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