El potencial destructivo de la guerra arancelaria mundial de Donald Trump se ha hecho evidente esta semana con el desplome de los mercados. Causa asombro la ligereza, la falta de ponderación y argumentos con la cual la Casa Blanca ha desatado una ofensiva que tiene todos los visos de causar gravísimos daños a escala global y, sobre todo, al mismo país que la emprende. Hallar una lógica racional en semejante despropósito es arduo, y complica a su vez el diseño de una respuesta eficaz. Esta requiere visión más allá de lo comercial. Por colosal que sea el valor económico de este apartado, se trata solo de una parte del proyecto de subversión del orden mundial que Trump está llevando a cabo. Este es el marco que hay que tener en la cabeza para perfilar las respuestas.
La respuesta europea a los aranceles debe combinar toda la capacidad de represalia con la imprescindible adaptación a la nueva realidad
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional
La respuesta europea a los aranceles debe combinar toda la capacidad de represalia con la imprescindible adaptación a la nueva realidad


El potencial destructivo de la guerra arancelaria mundial de Donald Trump se ha hecho evidente esta semana con el desplome de los mercados. Causa asombro la ligereza, la falta de ponderación y argumentos con la cual la Casa Blanca ha desatado una ofensiva que tiene todos los visos de causar gravísimos daños a escala global y, sobre todo, al mismo país que la emprende. Hallar una lógica racional en semejante despropósito es arduo, y complica a su vez el diseño de una respuesta eficaz. Esta requiere visión más allá de lo comercial. Por colosal que sea el valor económico de este apartado, se trata solo de una parte del proyecto de subversión del orden mundial que Trump está llevando a cabo. Este es el marco que hay que tener en la cabeza para perfilar las respuestas.
Esta es una revolución en la estrategia de Estados Unidos. Con manifiesto desapego de los valores democráticos, ya no cree que alianzas sólidas y un mundo globalizado convengan a sus intereses. Esa estrategia exige a los europeos una inmensa tarea de adaptación. Para tener éxito hacen falta, primero, un alto grado de unidad y el cálculo preciso de las consecuencias que las acciones en un sector pueden tener en otros. Esto requiere que la firmeza vaya de la mano de la paciencia, de la ponderación, de rehuir la tentación de acciones precipitadas y retóricas incendiarias.
En primer lugar, ante prácticas de matones nunca es aconsejable el apaciguamiento, que solo es vía libre para mayores abusos. La UE debe responder con vigor a la guerra comercial trumpista. Parece pertinente hacerlo activando el instrumento anticoerción económica, que permite a la Comisión proponer medidas que sobresalgan el marco del comercio de bienes —desfavorable para la UE por su superávit con EE UU— y actuar en el de servicios —un punto neurálgico para EE UU donde tenemos déficit—. Pero ello demanda una mayoría cualificada que no está garantizada si Italia se opone. Hay que conseguir su visto bueno. Y tantear las posibilidades de diálogo con Washington. Un tiempo de caos y daños puramente autoinfligidos que Trump no pueda achacar a Europa puede aumentar la presión sobre la Casa Blanca y facilitar vías de salida. El objetivo es revertir el desastre, no una escalada abrupta que salve el supuesto honor pero cause hemorragias.
La respuesta, en todo caso, no puede centrarse solo en represalias. Tanto o más importantes son medidas de nueva construcción como el estrechamiento de lazos con otros países o bloques en el que la Comisión trabaja ya. Al tiempo, haría bien en priorizar la culminación del mercado común, superando los rasgos de fragmentación que, por intereses nacionales, impiden su pleno funcionamiento.
Tanto en la represalia como en las acciones constructivas no se puede obviar la cuestión de la seguridad de Europa, en la cual, desgraciadamente, seguimos teniendo una fortísima dependencia de EE UU. Poca duda cabe de que Trump podría jugar esa baza en el marco de un pulso con Europa. Conviene no confiar en que la ética de su arte del trato le inhiba de usar esa carta que puede exponernos a graves riesgos. En medio del vendaval comercial, el secretario de Estado de EE UU, Marco Rubio, no ha dudado en reclamar a los aliados de la OTAN que gasten el 5% del PIB en defensa, un despropósito incluso en el marco del necesario refuerzo de las capacidades de defensa europeas.
En conclusión, una contestación meditada no significa que, de ninguna manera, debamos inhibirnos en la respuesta contra acciones abusivas, pero es preciso actuar desde el frío raciocinio más que desde la indignación que tantos europeos sienten con razón. Hay por delante un camino turbulento pero la UE se ha ido forjando en la superación de crisis que parecían insalvables. En cada ocasión, la UE ha acabado tomando conciencia de su potencial cuando actúa unida y de la necesidad de sus propia supervivencia como referente de respeto a la diversidad y a la provisión de bienestar a sus ciudadanos, a pesar de todos sus problemas, carencias y dificultades. Unidad e inteligencia política son hoy más imprescindibles que nunca para sobreponernos con éxito a la embestida trumpista.
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