Daniel Campos (Madrid, 43 años) ha estado en las dos trincheras del periodismo. Ha trabajado durante años en diferentes medios y, entre 2020 y 2023, ocupó la Dirección de Comunicación del Ministerio del Interior, con Fernando Grande-Marlaska como titular. Ahora publica un libro sazonado con los aprendizajes a uno y otro lado. En Guerrilla Lavapiés recoge el testimonio real de un policía que se infiltró a comienzos de este siglo en el movimiento antiglobalización, que entonces despuntaba. Gobernaba José María Aznar y por Interior pasaron sucesivamente Jaime Mayor Oreja, Mariano Rajoy y Ángel Acebes. Sin embargo, el gran secundario de esta historia real no es ninguno de ellos, sino Pablo Iglesias, exvicepresidente del Gobierno y que entonces era un estudiante de derecho que entró en el radar de las fuerzas de seguridad. Su publicación coincide con el éxito de la galardonada película La infiltrada ―sobre una agente que consiguió colarse en un comando de ETA― y la actualidad política. Sumar ha presentado una proposición de ley para prohibir que las fuerzas de seguridad infiltren a agentes en colectivos sociales tras la polémica surgida al conocerse recientemente una decena de casos de estos agentes.
Pregunta. La figura del policía infiltrado no es ni mucho menos nueva.
Respuesta. El protagonista de mi libro ni fue el primero ni será el último, porque siempre ha sido necesario que las fuerzas de seguridad cuenten con información previa de fenómenos que potencialmente puedan ser violentos. Ellos son uno de los métodos para conseguir esa información.
P. En los polémicos casos de policías infiltrados conocidos recientemente, algunos llegaron a mantener relaciones sexoafectivas con personas de los colectivos sociales para lograrla. ¿Dónde está el límite?
R. El gran debate es si esta figura, que actualmente no está regulada, debe estarlo y, si se hiciera, si afectaría a su eficacia. Creo que ninguna tarea policial debe ser alérgica a la regulación. Todo trabajo policial debe producirse en el marco de una legislación. Ya está regulado el policía encubierto, que tiene un respaldo judicial, pero el infiltrado aún se mueve en un terreno pantanoso que también es peligroso para él mismo. Regularlo les beneficiaría.
P. El policía de tu libro admite no entender qué hace siguiendo a “pobres chavales que solo quieren fumar porros y que el mundo no acabe jodido del todo”.
R. Si se regula esta figura, habrá que concretar en qué colectivos y ámbitos es legítimo infiltrarse. No es lo mismo hacerlo en una organización terrorista que en ciertas organizaciones que pueden ser más o menos conflictivas, pero no delictivas. Lo que ocurre es que cuando el protagonista del libro lo hace, durante los gobiernos de Aznar, el movimiento antiglobalización preocupaba muchísimo en España por lo que había ocurrido en otros lugares como Seattle [EE UU] en 1999. Además, desde el Gobierno no se entendía la motivación de sus activistas.
P. ¿La información que el policía infiltrado pasó a sus superiores sobre Iglesias es el germen de la guerra sucia contra Podemos que se investiga ahora en la Audiencia Nacional?
R. Cuando el infiltrado informa a sus superiores sobre Iglesias no era la primera vez que este aparecía en el radar de las fuerzas de seguridad. Había informes anteriores que ya le situaban en colectivos de apoyo a las familias de presos de ETA. El policía infiltrado destacó su capacidad de liderazgo, por eso Iglesias se convirtió en un personaje de interés policial. También es verdad que después se le perdió el rastro hasta que resurgió con fuerza durante el 15M.
P. El infiltrado describe a Iglesias en sus informes como “manipulador nato, líder, ambicioso, carismático…”. ¿Esto justifica que se le vigilara?
R. El objetivo de la infiltración no era Iglesias, apareció de rebote en esa misión de recabar información de cualquiera que pudiera ser potencialmente peligroso.
P. ¿Resultó sencillo para un policía infiltrado volver a su rutina?
R. Un rasgo común es que acaban, en cierto modo, tocados. Arrastran tener que llevar durante demasiado tiempo una doble vida. El policía de mi libro contaba con la ventaja de que tanto su novia como sus padres sabían lo que hacía, lo que le permitió tener un refugio al que acudir para ponerse temporalmente a salvo de ese juego diabólico.
Daniel Campos (Madrid, 43 años) ha estado en las dos trincheras del periodismo. Ha trabajado durante años en diferentes medios y, entre 2020 y 2023, ocupó la Dirección de Comunicación del Ministerio del Interior, con Fernando Grande-Marlaska como titular. Ahora publica un libro sazonado con los aprendizajes a uno y otro lado. En Guerrilla Lavapiés recoge el testimonio real de un policía que se infiltró a comienzos de este siglo en el movimiento antiglobalización, que entonces despuntaba. Gobernaba José María Aznar y por Interior pasaron sucesivamente Jaime Mayor Oreja, Mariano Rajoy y Ángel Acebes. Sin embargo, el gran secundario de esta historia real no es ninguno de ellos, sino Pablo Iglesias, exvicepresidente del Gobierno y que entonces era un estudiante de derecho que entró en el radar de las fuerzas de seguridad. Su publicación coincide con el éxito de la galardonada película La infiltrada ―sobre una agente que consiguió colarse en un comando de ETA― y la actualidad política. Sumar ha presentado una proposición de ley para prohibir que las fuerzas de seguridad infiltren a agentes en colectivos sociales tras la polémica surgida al conocerse recientemente una decena de casos de estos agentes.Pregunta. La figura del policía infiltrado no es ni mucho menos nueva.Respuesta. El protagonista de mi libro ni fue el primero ni será el último, porque siempre ha sido necesario que las fuerzas de seguridad cuenten con información previa de fenómenos que potencialmente puedan ser violentos. Ellos son uno de los métodos para conseguir esa información.P. En los polémicos casos de policías infiltrados conocidos recientemente, algunos llegaron a mantener relaciones sexoafectivas con personas de los colectivos sociales para lograrla. ¿Dónde está el límite?R. El gran debate es si esta figura, que actualmente no está regulada, debe estarlo y, si se hiciera, si afectaría a su eficacia. Creo que ninguna tarea policial debe ser alérgica a la regulación. Todo trabajo policial debe producirse en el marco de una legislación. Ya está regulado el policía encubierto, que tiene un respaldo judicial, pero el infiltrado aún se mueve en un terreno pantanoso que también es peligroso para él mismo. Regularlo les beneficiaría.P. El policía de tu libro admite no entender qué hace siguiendo a “pobres chavales que solo quieren fumar porros y que el mundo no acabe jodido del todo”.R. Si se regula esta figura, habrá que concretar en qué colectivos y ámbitos es legítimo infiltrarse. No es lo mismo hacerlo en una organización terrorista que en ciertas organizaciones que pueden ser más o menos conflictivas, pero no delictivas. Lo que ocurre es que cuando el protagonista del libro lo hace, durante los gobiernos de Aznar, el movimiento antiglobalización preocupaba muchísimo en España por lo que había ocurrido en otros lugares como Seattle [EE UU] en 1999. Además, desde el Gobierno no se entendía la motivación de sus activistas.P. ¿La información que el policía infiltrado pasó a sus superiores sobre Iglesias es el germen de la guerra sucia contra Podemos que se investiga ahora en la Audiencia Nacional?R. Cuando el infiltrado informa a sus superiores sobre Iglesias no era la primera vez que este aparecía en el radar de las fuerzas de seguridad. Había informes anteriores que ya le situaban en colectivos de apoyo a las familias de presos de ETA. El policía infiltrado destacó su capacidad de liderazgo, por eso Iglesias se convirtió en un personaje de interés policial. También es verdad que después se le perdió el rastro hasta que resurgió con fuerza durante el 15M.P. El infiltrado describe a Iglesias en sus informes como “manipulador nato, líder, ambicioso, carismático…”. ¿Esto justifica que se le vigilara?R. El objetivo de la infiltración no era Iglesias, apareció de rebote en esa misión de recabar información de cualquiera que pudiera ser potencialmente peligroso.P. ¿Resultó sencillo para un policía infiltrado volver a su rutina?R. Un rasgo común es que acaban, en cierto modo, tocados. Arrastran tener que llevar durante demasiado tiempo una doble vida. El policía de mi libro contaba con la ventaja de que tanto su novia como sus padres sabían lo que hacía, lo que le permitió tener un refugio al que acudir para ponerse temporalmente a salvo de ese juego diabólico. Seguir leyendo
CONVERSACIONES A LA CONTRA
El periodista recoge en su libro el testimonio real de un agente que, a comienzos de este siglo, se introdujo con identidad falsa en el movimiento antiglobalización

Daniel Campos (Madrid, 43 años) ha estado en las dos trincheras del periodismo. Ha trabajado durante años en diferentes medios y, entre 2020 y 2023, ocupó la Dirección de Comunicación del Ministerio del Interior, con Fernando Grande-Marlaska como titular. Ahora publica un libro sazonado con los aprendizajes a uno y otro lado. En Guerrilla Lavapiés recoge el testimonio real de un policía que se infiltró a comienzos de este siglo en el movimiento antiglobalización, que entonces despuntaba. Gobernaba José María Aznar y por Interior pasaron sucesivamente Jaime Mayor Oreja, Mariano Rajoy y Ángel Acebes. Sin embargo, el gran secundario de esta historia real no es ninguno de ellos, sino Pablo Iglesias, exvicepresidente del Gobierno y que entonces era un estudiante de derecho que entró en el radar de las fuerzas de seguridad. Su publicación coincide con el éxito de la galardonada película La infiltrada ―sobre una agente que consiguió colarse en un comando de ETA― y la actualidad política. Sumar ha presentado una proposición de ley para prohibir que las fuerzas de seguridad infiltren a agentes en colectivos sociales tras la polémica surgida al conocerse recientemente una decena de casos de estos agentes.
Pregunta. La figura del policía infiltrado no es ni mucho menos nueva.
Respuesta. El protagonista de mi libro ni fue el primero ni será el último, porque siempre ha sido necesario que las fuerzas de seguridad cuenten con información previa de fenómenos que potencialmente puedan ser violentos. Ellos son uno de los métodos para conseguir esa información.
P. En los polémicos casos de policías infiltrados conocidos recientemente, algunos llegaron a mantener relaciones sexoafectivas con personas de los colectivos sociales para lograrla. ¿Dónde está el límite?
R. El gran debate es si esta figura, que actualmente no está regulada, debe estarlo y, si se hiciera, si afectaría a su eficacia. Creo que ninguna tarea policial debe ser alérgica a la regulación. Todo trabajo policial debe producirse en el marco de una legislación. Ya está regulado el policía encubierto, que tiene un respaldo judicial, pero el infiltrado aún se mueve en un terreno pantanoso que también es peligroso para él mismo. Regularlo les beneficiaría.
P. El policía de tu libro admite no entender qué hace siguiendo a “pobres chavales que solo quieren fumar porros y que el mundo no acabe jodido del todo”.
R. Si se regula esta figura, habrá que concretar en qué colectivos y ámbitos es legítimo infiltrarse. No es lo mismo hacerlo en una organización terrorista que en ciertas organizaciones que pueden ser más o menos conflictivas, pero no delictivas. Lo que ocurre es que cuando el protagonista del libro lo hace, durante los gobiernos de Aznar, el movimiento antiglobalización preocupaba muchísimo en España por lo que había ocurrido en otros lugares como Seattle [EE UU] en 1999. Además, desde el Gobierno no se entendía la motivación de sus activistas.
P. ¿La información que el policía infiltrado pasó a sus superiores sobre Iglesias es el germen de la guerra sucia contra Podemos que se investiga ahora en la Audiencia Nacional?
R. Cuando el infiltrado informa a sus superiores sobre Iglesias no era la primera vez que este aparecía en el radar de las fuerzas de seguridad. Había informes anteriores que ya le situaban en colectivos de apoyo a las familias de presos de ETA. El policía infiltrado destacó su capacidad de liderazgo, por eso Iglesias se convirtió en un personaje de interés policial. También es verdad que después se le perdió el rastro hasta que resurgió con fuerza durante el 15M.
P. El infiltrado describe a Iglesias en sus informes como “manipulador nato, líder, ambicioso, carismático…”. ¿Esto justifica que se le vigilara?
R. El objetivo de la infiltración no era Iglesias, apareció de rebote en esa misión de recabar información de cualquiera que pudiera ser potencialmente peligroso.
P. ¿Resultó sencillo para un policía infiltrado volver a su rutina?
R. Un rasgo común es que acaban, en cierto modo, tocados. Arrastran tener que llevar durante demasiado tiempo una doble vida. El policía de mi libro contaba con la ventaja de que tanto su novia como sus padres sabían lo que hacía, lo que le permitió tener un refugio al que acudir para ponerse temporalmente a salvo de ese juego diabólico.
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Sobre la firma

Redactor especializado en temas del Ministerio del Interior y Tribunales. En sus ratos libres escribe en El Viajero y en Gastro. Llegó a EL PAÍS en marzo de 2017 tras una trayectoria profesional de más de 30 años en Ya, OTR/Press, Época, El Confidencial, Público y Vozpópuli. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.
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