Frutas, esa arma de seducción masiva

El ser humano ha caído en la trampa. Como el más ingenuo de los animales, hemos sucumbido desde tiempos inmemoriales a las frutas, esos señuelos fragantes, jugosos y coloridos cuya ingesta ha posibilitado la dispersión de sus semillas y, con ello, la conquista silenciosa de todos los campos del planeta.

Pero el poder de las frutas va mucho más allá de ser una inteligente arma de seducción masiva. Como explica con elocuencia Federico Kukso en su libro Frutologías, “son el punto de encuentro de historias, de recuerdos, ritos y creencias religiosas, de episodios literarios, expresiones artísticas y mitos, de investigaciones científicas y de tradiciones antiguas”. A pesar de ello, y de su protagonismo en recetarios o libros de botánica, Kukso sentencia que “los historiadores las han desdeñado, las conciben como mero ruido de fondo”, si bien la nutrida bibliografía final de la obra, donde abundan historiadores de la talla de Paul Freedman, Ken Albala o Daniela Bleichmar, matiza una afirmación que parece un tanto exagerada.

Desde esta premisa y siguiendo el esquema de su anterior obra, Odorama (Taurus, 2021), Kukso estructura su libro a partir de una ingente cantidad de fuentes textuales y visuales en torno a tres bloques: “frutos del deseo”, “frutos de la discordia” y “frutos de la pasión”, si bien el lector rápidamente percibe que no son bloques estancos y algunas frutas, como en la propia naturaleza, aparecen caprichosamente una y otra vez bajo circunstancias diversas a lo largo del texto.

Una de las principales tesis del libro es que la propia naturaleza de las frutas, programadas para resultar atractivas, explica la creación de una mitología en torno a ellas, aunque su destino haya sido a veces azaroso. Como la cuestionable traducción que hizo de la Biblia san Jerónimo en el siglo IV, en la que tradujo el término hebreo peri (fruto colgante) por malum y eso desencadenó que las manzanas acabaran convirtiéndose en el símbolo por excelencia de la atracción fatal, con llamativas excepciones, como la higuera que ofrece su fruto a Adán y Eva en los frescos de la Capilla Sixtina.

Junto a esta idea, el otro pilar de la obra de Kukso es la transformación histórica de la fruta en mercancía y su reducción al discurso nutritivo en detrimento de su importancia histórica, cultural y económica. Esta visión lleva a olvidar, por ejemplo, su importante papel político, como demuestra la sangrienta historia de las bananas en Latinoamérica protagonizada por la United Fruit Company y por gobiernos corruptos. Sin llegar a esos niveles de violencia, las frutas han sido un tesoro codiciado desde la creación de los imperios coloniales. Expediciones como las de Gonzalo Fernández de Oviedo, Alexander von Humboldt o Celestino Mutis son rememoradas en el libro. Otros casos de protoespionaje industrial son mucho menos gloriosos, pero muy significativos, como la anécdota de una maestra de escuela de Nueva Zelanda que se trajo de un viaje a China las semillas de un cultivo que ha dado fama mundial a su país: el kiwi.

Frente a este carácter mercantilista, otros personajes se erigen en los últimos siglos como verdaderos quijotes de la causa frutícola, conservando semillas o recuperando especies gravemente amenazadas por un mercado oligárquico que promueve un número ridículamente reducido de variedades. Kukso también parece rebelarse contra ello al ofrecernos un listado final de especies de las que jamás hemos oído hablar y que precisarían de una vida entera para degustarlas, aunque a lo que nos anima desde sus páginas es a algo mucho más asequible: a buscar y reivindicar el sabor perdido de las frutas que ya solo existe en nuestros recuerdos.

Seguir leyendo

 El ser humano ha caído en la trampa. Como el más ingenuo de los animales, hemos sucumbido desde tiempos inmemoriales a las frutas, esos señuelos fragantes, jugosos y coloridos cuya ingesta ha posibilitado la dispersión de sus semillas y, con ello, la conquista silenciosa de todos los campos del planeta.Pero el poder de las frutas va mucho más allá de ser una inteligente arma de seducción masiva. Como explica con elocuencia Federico Kukso en su libro Frutologías, “son el punto de encuentro de historias, de recuerdos, ritos y creencias religiosas, de episodios literarios, expresiones artísticas y mitos, de investigaciones científicas y de tradiciones antiguas”. A pesar de ello, y de su protagonismo en recetarios o libros de botánica, Kukso sentencia que “los historiadores las han desdeñado, las conciben como mero ruido de fondo”, si bien la nutrida bibliografía final de la obra, donde abundan historiadores de la talla de Paul Freedman, Ken Albala o Daniela Bleichmar, matiza una afirmación que parece un tanto exagerada.Desde esta premisa y siguiendo el esquema de su anterior obra, Odorama (Taurus, 2021), Kukso estructura su libro a partir de una ingente cantidad de fuentes textuales y visuales en torno a tres bloques: “frutos del deseo”, “frutos de la discordia” y “frutos de la pasión”, si bien el lector rápidamente percibe que no son bloques estancos y algunas frutas, como en la propia naturaleza, aparecen caprichosamente una y otra vez bajo circunstancias diversas a lo largo del texto.Una de las principales tesis del libro es que la propia naturaleza de las frutas, programadas para resultar atractivas, explica la creación de una mitología en torno a ellas, aunque su destino haya sido a veces azaroso. Como la cuestionable traducción que hizo de la Biblia san Jerónimo en el siglo IV, en la que tradujo el término hebreo peri (fruto colgante) por malum y eso desencadenó que las manzanas acabaran convirtiéndose en el símbolo por excelencia de la atracción fatal, con llamativas excepciones, como la higuera que ofrece su fruto a Adán y Eva en los frescos de la Capilla Sixtina.Junto a esta idea, el otro pilar de la obra de Kukso es la transformación histórica de la fruta en mercancía y su reducción al discurso nutritivo en detrimento de su importancia histórica, cultural y económica. Esta visión lleva a olvidar, por ejemplo, su importante papel político, como demuestra la sangrienta historia de las bananas en Latinoamérica protagonizada por la United Fruit Company y por gobiernos corruptos. Sin llegar a esos niveles de violencia, las frutas han sido un tesoro codiciado desde la creación de los imperios coloniales. Expediciones como las de Gonzalo Fernández de Oviedo, Alexander von Humboldt o Celestino Mutis son rememoradas en el libro. Otros casos de protoespionaje industrial son mucho menos gloriosos, pero muy significativos, como la anécdota de una maestra de escuela de Nueva Zelanda que se trajo de un viaje a China las semillas de un cultivo que ha dado fama mundial a su país: el kiwi.Frente a este carácter mercantilista, otros personajes se erigen en los últimos siglos como verdaderos quijotes de la causa frutícola, conservando semillas o recuperando especies gravemente amenazadas por un mercado oligárquico que promueve un número ridículamente reducido de variedades. Kukso también parece rebelarse contra ello al ofrecernos un listado final de especies de las que jamás hemos oído hablar y que precisarían de una vida entera para degustarlas, aunque a lo que nos anima desde sus páginas es a algo mucho más asequible: a buscar y reivindicar el sabor perdido de las frutas que ya solo existe en nuestros recuerdos. Seguir leyendo  

El ser humano ha caído en la trampa. Como el más ingenuo de los animales, hemos sucumbido desde tiempos inmemoriales a las frutas, esos señuelos fragantes, jugosos y coloridos cuya ingesta ha posibilitado la dispersión de sus semillas y, con ello, la conquista silenciosa de todos los campos del planeta.

Pero el poder de las frutas va mucho más allá de ser una inteligente arma de seducción masiva. Como explica con elocuencia Federico Kukso en su libro Frutologías, “son el punto de encuentro de historias, de recuerdos, ritos y creencias religiosas, de episodios literarios, expresiones artísticas y mitos, de investigaciones científicas y de tradiciones antiguas”. A pesar de ello, y de su protagonismo en recetarios o libros de botánica, Kukso sentencia que “los historiadores las han desdeñado, las conciben como mero ruido de fondo”, si bien la nutrida bibliografía final de la obra, donde abundan historiadores de la talla de Paul Freedman, Ken Albala o Daniela Bleichmar, matiza una afirmación que parece un tanto exagerada.

Desde esta premisa y siguiendo el esquema de su anterior obra, Odorama (Taurus, 2021), Kukso estructura su libro a partir de una ingente cantidad de fuentes textuales y visuales en torno a tres bloques: “frutos del deseo”, “frutos de la discordia” y “frutos de la pasión”, si bien el lector rápidamente percibe que no son bloques estancos y algunas frutas, como en la propia naturaleza, aparecen caprichosamente una y otra vez bajo circunstancias diversas a lo largo del texto.

Una de las principales tesis del libro es que la propia naturaleza de las frutas, programadas para resultar atractivas, explica la creación de una mitología en torno a ellas, aunque su destino haya sido a veces azaroso. Como la cuestionable traducción que hizo de la Biblia san Jerónimo en el siglo IV, en la que tradujo el término hebreo peri (fruto colgante) por malum y eso desencadenó que las manzanas acabaran convirtiéndose en el símbolo por excelencia de la atracción fatal, con llamativas excepciones, como la higuera que ofrece su fruto a Adán y Evan en los frescos de la Capilla Sixtina.

Junto a esta idea, el otro pilar de la obra de Kukso es la transformación histórica de la fruta en mercancía y su reducción al discurso nutritivo en detrimento de su importancia histórica, cultural y económica. Esta visión lleva a olvidar, por ejemplo, su importante papel político, como demuestra la sangrienta historia de las bananas en Latinoamérica protagonizada por la United Fruit Company y por gobiernos corruptos. Sin llegar a esos niveles de violencia, las frutas han sido un tesoro codiciado desde la creación de los imperios coloniales. Expediciones como las de Gonzalo Fernández de Oviedo, Alexander von Humboldt o Celestino Mutis son rememoradas en el libro. Otros casos de protoespionaje industrial son mucho menos gloriosos, pero muy significativos, como la anécdota de una maestra de escuela de Nueva Zelanda que se trajo de un viaje a China las semillas de un cultivo que ha dado fama mundial a su país: el kiwi.

Frente a este carácter mercantilista, otros personajes se erigen en los últimos siglos como verdaderos quijotes de la causa frutícola, conservando semillas o recuperando especies gravemente amenazadas por un mercado oligárquico que promueve un número ridículamente reducido de variedades. Kukso también parece rebelarse contra ello al ofrecernos un listado final de especies de las que jamás hemos oído hablar y que precisarían de una vida entera para degustarlas, aunque a lo que nos anima desde sus páginas es a algo mucho más asequible: a buscar y reivindicar el sabor perdido de las frutas que ya solo existe en nuestros recuerdos.

Portada de 'Frutologías. Historia política y cultural d elas frutas', de Federico Kukso.

Federico Kukso
Taurus, 2025
320 páginas
21,90 euros

Búsquelo en su librería

 EL PAÍS

Noticias Similares