Yo he conocido a Violeta, la protagonista de la nueva novela de Aixa de la Cruz, y alguna vez (menos de las que quisiera) hasta he sido ella. Lo segundo no importa aquí, o al menos no quiero esgrimirlo como argumento, y en cuanto a lo primero, sé que puede tener algo de arranque ingenuo para una reseña: a fin de cuentas, nadie espera que un crítico vaya arrojándole confesiones a la cara desde las páginas del diario. Sin embargo, me ha parecido que valía la pena decirlo, hacerles saber que yo he conocido a Violeta encarnada tal vez no en una sola mujer, pero sí en tres mujeres, y eso por dos razones. Una es advertirles de que he leído Todo empieza con la sangre sugestionado por sus resonancias en mi propia biografía, y que así sepan ustedes a qué atenerse. La otra razón, contigua a la anterior, es subrayar el don de la autora para resonar en las biografías de muchas de sus contemporáneas, no en vano hablamos de una de las narradoras españolas más sincronizadas con la época que le ha tocado habitar. Desde que empezó su trayectoria, De la Cruz ha mostrado ese don de auscultadora, y aquí (como en su anterior libro, Las herederas) ha sabido llevarlo muy lejos.
Y eso que, durante sus primeras 90 páginas, Todo empieza con la sangre da la impresión de que, aun siendo una novela inteligente, corra el riesgo de quedarse en el terreno de lo demasiado conocido. Me explico. En ese tramo, Aixa de la Cruz empieza a contar la historia de una chica desde su infancia hasta algún punto no del todo determinado de una madurez irresuelta. Violeta es intensa, quizá insoportable de tan intensa, alguien que necesita ir siempre más allá, atravesada por dudas que se confunden con deseos que se ensamblan con una alergia intuitiva a lo normal o normativo. La protagonista aspira a un amor extasiante y completo, que sea hogar y también llama, y al mismo tiempo, ¡por supuesto!, desconfía de la monogamia y busca una fórmula que lo solucione todo sin saber que ni hay fórmulas ni existe la posibilidad de solucionar nada nunca. Lesbiana, en el núcleo más íntimo de su ser alberga, sin embargo, un vínculo incontrolable y agotador con Paul, su mejor amigo, la persona de quien siempre estará enamorada, a quien regresa incluso a su pesar, alguien con quien no puede estar pero que constituye su raíz y su referencia. Ya lo he dicho antes, ¿recuerdan? Puede que Violeta sea un poco insoportable, a ratos. En consecuencia, cuesta no encariñarse con ella.
El caso es que este planteamiento nos conduce a través de unos territorios muy explorados por la narrativa de la última década, desde las relaciones espasmódicas entre deseo, cuerpo y clase hasta las nuevas afectividades, pasando por el precariado posuniversitario, la politización generacional o el trasfondo pandémico, todo aderezado con algunos ingredientes ambientales que se han vuelto costumbristas, como las drogas. Un mapa temático que se torna innegociable para toda una generación (y uso este término en un sentido que rebasa la simple referencia a unas edades determinadas) de escritoras, pero que, en consecuencia, cada vez exige una mayor precisión o nuevos empujes para seguir creciendo sin caer en la repetición. En Todo empieza con la sangre hay algunos elementos con personalidad propia desde el principio, sí, como el retrato incómodo de la madre, la idea del hermano muerto en el útero o el acorde constante de la sangre como símbolo de la sed amorosa (parto, vampirismo, menstruación, herida o eucaristía, da igual), pero uno avanza preguntándose adónde conducen o si serán suficientes.
De la Cruz trata el ingreso en el convento de su personaje con un sentido profundo y exquisito de lo que significa para ella, dándole una coherencia absoluta con el resto de sus indagaciones vitales
Entonces, en la página 96, Violeta ingresa en un convento, una decisión inesperada e inusual, con pocos precedentes en la narrativa española contemporánea. Seguro que habrá más, pero ahora mismo yo solo recuerdo un relato de Cristina Fernández Cubas que formaba parte de Con Agatha en Estambul y cuya protagonista, al traspasar las puertas del claustro, sentenciaba: “Afuera he dejado el mundo”. De la Cruz trata este pasaje en la vida de su personaje con un sentido profundo y exquisito de lo que significa para ella, dándole una coherencia absoluta con el resto de sus indagaciones vitales, y consigue llevar más lejos su necesidad de amor y arraigo y gravedad permanente. De pronto, muchos factores aparecidos en las páginas precedentes toman un vuelo distinto, y la relectura de Cumbres borrascosas que se insinúa en la novela gana profundidad, y lo mismo ocurre con los ecos bíblicos que la puntúan. Pero no solo eso, sino que la narración se desarticulará durante un rato antes de converger otra vez, como si una explosión la hubiese dispersado hacia atrás y hacia adelante, sutilmente en todas direcciones, y cada decisión estructural a partir de aquí resultará fascinante, y tanto la prosa como lo que esa prosa nos cuenta alcanzan una plenitud y una luminosidad reconfortante, nueva y esperanzadora.
Y sí, reconozco que esa luz alcanza a las mujeres en las que he conocido a Violeta, y puede que hasta a la Violeta que yo he sido alguna vez, y llegados a este punto no resulta nada fácil fingir que eso no importa cuando uno lee Todo empieza con la sangre, y después de todo tal vez sea legítimo que importe, porque la literatura se inmiscuye en su época, y la época son las personas o no es nada.
Yo he conocido a Violeta, la protagonista de la nueva novela de Aixa de la Cruz, y alguna vez (menos de las que quisiera) hasta he sido ella. Lo segundo no importa aquí, o al menos no quiero esgrimirlo como argumento, y en cuanto a lo primero, sé que puede tener algo de arranque ingenuo para una reseña: a fin de cuentas, nadie espera que un crítico vaya arrojándole confesiones a la cara desde las páginas del diario. Sin embargo, me ha parecido que valía la pena decirlo, hacerles saber que yo he conocido a Violeta encarnada tal vez no en una sola mujer, pero sí en tres mujeres, y eso por dos razones. Una es advertirles de que he leído Todo empieza con la sangre sugestionado por sus resonancias en mi propia biografía, y que así sepan ustedes a qué atenerse. La otra razón, contigua a la anterior, es subrayar el don de la autora para resonar en las biografías de muchas de sus contemporáneas, no en vano hablamos de una de las narradoras españolas más sincronizadas con la época que le ha tocado habitar. Desde que empezó su trayectoria, De la Cruz ha mostrado ese don de auscultadora, y aquí (como en su anterior libro, Las herederas) ha sabido llevarlo muy lejos.Y eso que, durante sus primeras 90 páginas, Todo empieza con la sangre da la impresión de que, aun siendo una novela inteligente, corra el riesgo de quedarse en el terreno de lo demasiado conocido. Me explico. En ese tramo, Aixa de la Cruz empieza a contar la historia de una chica desde su infancia hasta algún punto no del todo determinado de una madurez irresuelta. Violeta es intensa, quizá insoportable de tan intensa, alguien que necesita ir siempre más allá, atravesada por dudas que se confunden con deseos que se ensamblan con una alergia intuitiva a lo normal o normativo. La protagonista aspira a un amor extasiante y completo, que sea hogar y también llama, y al mismo tiempo, ¡por supuesto!, desconfía de la monogamia y busca una fórmula que lo solucione todo sin saber que ni hay fórmulas ni existe la posibilidad de solucionar nada nunca. Lesbiana, en el núcleo más íntimo de su ser alberga, sin embargo, un vínculo incontrolable y agotador con Paul, su mejor amigo, la persona de quien siempre estará enamorada, a quien regresa incluso a su pesar, alguien con quien no puede estar pero que constituye su raíz y su referencia. Ya lo he dicho antes, ¿recuerdan? Puede que Violeta sea un poco insoportable, a ratos. En consecuencia, cuesta no encariñarse con ella.El caso es que este planteamiento nos conduce a través de unos territorios muy explorados por la narrativa de la última década, desde las relaciones espasmódicas entre deseo, cuerpo y clase hasta las nuevas afectividades, pasando por el precariado posuniversitario, la politización generacional o el trasfondo pandémico, todo aderezado con algunos ingredientes ambientales que se han vuelto costumbristas, como las drogas. Un mapa temático que se torna innegociable para toda una generación (y uso este término en un sentido que rebasa la simple referencia a unas edades determinadas) de escritoras, pero que, en consecuencia, cada vez exige una mayor precisión o nuevos empujes para seguir creciendo sin caer en la repetición. En Todo empieza con la sangre hay algunos elementos con personalidad propia desde el principio, sí, como el retrato incómodo de la madre, la idea del hermano muerto en el útero o el acorde constante de la sangre como símbolo de la sed amorosa (parto, vampirismo, menstruación, herida o eucaristía, da igual), pero uno avanza preguntándose adónde conducen o si serán suficientes.De la Cruz trata el ingreso en el convento de su personaje con un sentido profundo y exquisito de lo que significa para ella, dándole una coherencia absoluta con el resto de sus indagaciones vitalesEntonces, en la página 96, Violeta ingresa en un convento, una decisión inesperada e inusual, con pocos precedentes en la narrativa española contemporánea. Seguro que habrá más, pero ahora mismo yo solo recuerdo un relato de Cristina Fernández Cubas que formaba parte de Con Agatha en Estambul y cuya protagonista, al traspasar las puertas del claustro, sentenciaba: “Afuera he dejado el mundo”. De la Cruz trata este pasaje en la vida de su personaje con un sentido profundo y exquisito de lo que significa para ella, dándole una coherencia absoluta con el resto de sus indagaciones vitales, y consigue llevar más lejos su necesidad de amor y arraigo y gravedad permanente. De pronto, muchos factores aparecidos en las páginas precedentes toman un vuelo distinto, y la relectura de Cumbres borrascosas que se insinúa en la novela gana profundidad, y lo mismo ocurre con los ecos bíblicos que la puntúan. Pero no solo eso, sino que la narración se desarticulará durante un rato antes de converger otra vez, como si una explosión la hubiese dispersado hacia atrás y hacia adelante, sutilmente en todas direcciones, y cada decisión estructural a partir de aquí resultará fascinante, y tanto la prosa como lo que esa prosa nos cuenta alcanzan una plenitud y una luminosidad reconfortante, nueva y esperanzadora.Y sí, reconozco que esa luz alcanza a las mujeres en las que he conocido a Violeta, y puede que hasta a la Violeta que yo he sido alguna vez, y llegados a este punto no resulta nada fácil fingir que eso no importa cuando uno lee Todo empieza con la sangre, y después de todo tal vez sea legítimo que importe, porque la literatura se inmiscuye en su época, y la época son las personas o no es nada. Seguir leyendo
Yo he conocido a Violeta, la protagonista de la nueva novela de Aixa de la Cruz, y alguna vez (menos de las que quisiera) hasta he sido ella. Lo segundo no importa aquí, o al menos no quiero esgrimirlo como argumento, y en cuanto a lo primero, sé que puede tener algo de arranque ingenuo para una reseña: a fin de cuentas, nadie espera que un crítico vaya arrojándole confesiones a la cara desde las páginas del diario. Sin embargo, me ha parecido que valía la pena decirlo, hacerles saber que yo he conocido a Violeta encarnada tal vez no en una sola mujer, pero sí en tres mujeres, y eso por dos razones. Una es advertirles de que he leído Todo empieza con la sangresugestionado por sus resonancias en mi propia biografía, y que así sepan ustedes a qué atenerse. La otra razón, contigua a la anterior, es subrayar el don de la autora para resonar en las biografías de muchas de sus contemporáneas, no en vano hablamos de una de las narradoras españolas más sincronizadas con la época que le ha tocado habitar. Desde que empezó su trayectoria, De la Cruz ha mostrado ese don de auscultadora, y aquí (como en su anterior libro, Las herederas) ha sabido llevarlo muy lejos.
Y eso que, durante sus primeras 90 páginas, Todo empieza con la sangre da la impresión de que, aun siendo una novela inteligente, corra el riesgo de quedarse en el terreno de lo demasiado conocido. Me explico. En ese tramo, Aixa de la Cruz empieza a contar la historia de una chica desde su infancia hasta algún punto no del todo determinado de una madurez irresuelta. Violeta es intensa, quizá insoportable de tan intensa, alguien que necesita ir siempre más allá, atravesada por dudas que se confunden con deseos que se ensamblan con una alergia intuitiva a lo normal o normativo. La protagonista aspira a un amor extasiante y completo, que sea hogar y también llama, y al mismo tiempo, ¡por supuesto!, desconfía de la monogamia y busca una fórmula que lo solucione todo sin saber que ni hay fórmulas ni existe la posibilidad de solucionar nada nunca. Lesbiana, en el núcleo más íntimo de su ser alberga, sin embargo, un vínculo incontrolable y agotador con Paul, su mejor amigo, la persona de quien siempre estará enamorada, a quien regresa incluso a su pesar, alguien con quien no puede estar pero que constituye su raíz y su referencia. Ya lo he dicho antes, ¿recuerdan? Puede que Violeta sea un poco insoportable, a ratos. En consecuencia, cuesta no encariñarse con ella.
El caso es que este planteamiento nos conduce a través de unos territorios muy explorados por la narrativa de la última década, desde las relaciones espasmódicas entre deseo, cuerpo y clase hasta las nuevas afectividades, pasando por el precariado posuniversitario, la politización generacional o el trasfondo pandémico, todo aderezado con algunos ingredientes ambientales que se han vuelto costumbristas, como las drogas. Un mapa temático que se torna innegociable para toda una generación (y uso este término en un sentido que rebasa la simple referencia a unas edades determinadas) de escritoras, pero que, en consecuencia, cada vez exige una mayor precisión o nuevos empujes para seguir creciendo sin caer en la repetición. En Todo empieza con la sangre hay algunos elementos con personalidad propia desde el principio, sí, como el retrato incómodo de la madre, la idea del hermano muerto en el útero o el acorde constante de la sangre como símbolo de la sed amorosa (parto, vampirismo, menstruación, herida o eucaristía, da igual), pero uno avanza preguntándose adónde conducen o si serán suficientes.
De la Cruz trata el ingreso en el convento de su personaje con un sentido profundo y exquisito de lo que significa para ella, dándole una coherencia absoluta con el resto de sus indagaciones vitales
Entonces, en la página 96, Violeta ingresa en un convento, una decisión inesperada e inusual, con pocos precedentes en la narrativa española contemporánea. Seguro que habrá más, pero ahora mismo yo solo recuerdo un relato de Cristina Fernández Cubas que formaba parte de Con Agatha en Estambul y cuya protagonista, al traspasar las puertas del claustro, sentenciaba: “Afuera he dejado el mundo”. De la Cruz trata este pasaje en la vida de su personaje con un sentido profundo y exquisito de lo que significa para ella, dándole una coherencia absoluta con el resto de sus indagaciones vitales, y consigue llevar más lejos su necesidad de amor y arraigo y gravedad permanente. De pronto, muchos factores aparecidos en las páginas precedentes toman un vuelo distinto, y la relectura de Cumbres borrascosasque se insinúa en la novela gana profundidad, y lo mismo ocurre con los ecos bíblicos que la puntúan. Pero no solo eso, sino que la narración se desarticulará durante un rato antes de converger otra vez, como si una explosión la hubiese dispersado hacia atrás y hacia adelante, sutilmente en todas direcciones, y cada decisión estructural a partir de aquí resultará fascinante, y tanto la prosa como lo que esa prosa nos cuenta alcanzan una plenitud y una luminosidad reconfortante, nueva y esperanzadora.
Y sí, reconozco que esa luz alcanza a las mujeres en las que he conocido a Violeta, y puede que hasta a la Violeta que yo he sido alguna vez, y llegados a este punto no resulta nada fácil fingir que eso no importa cuando uno lee Todo empieza con la sangre, y después de todo tal vez sea legítimo que importe, porque la literatura se inmiscuye en su época, y la época son las personas o no es nada.
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