A ver si va a ser verdad que hay ángeles. Escucho discursos políticos donde parece que los hubiera. Pero yo no encuentro nada sagrado en los liderazgos, no oigo llamadas divinas sobre ningún territorio. Veo políticos, responsables públicos salidos de las listas electorales, que gestionan con mayor o menor acierto lo que les corresponde, durante el plazo y en la proporción que les hemos dado los ciudadanos al votar. Pero parece que hubiera ángeles.
El mesianismo nacionalista supone que hay algo supraideológico que marca los derechos de un territorio frente a otros
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El mesianismo nacionalista supone que hay algo supraideológico que marca los derechos de un territorio frente a otros


A ver si va a ser verdad que hay ángeles. Escucho discursos políticos donde parece que los hubiera. Pero yo no encuentro nada sagrado en los liderazgos, no oigo llamadas divinas sobre ningún territorio. Veo políticos, responsables públicos salidos de las listas electorales, que gestionan con mayor o menor acierto lo que les corresponde, durante el plazo y en la proporción que les hemos dado los ciudadanos al votar. Pero parece que hubiera ángeles.
Estas son frases reales, dichas por políticos o gestores institucionales con distintas ideologías y cuyo sujeto es una comunidad autónoma: “Galicia está llamada a ser un icono del siglo XXI”, “Aragón está llamado a ser un referente en inteligencia artificial”, “Valencia está llamada a ser uno de los hubs mundiales en movilidad sostenible”, “Andalucía está llamada a ser una potencia energética”, “Madrid está llamada a ser un catalizador disruptivo”, “Cataluña está llamada a ser un eje de estabilidad intercultural en la península Ibérica, al sur de Europa y al oeste del Mediterráneo”… No entro en lo que están llamadas a ser estas comunidades autónomas (aunque dan ganas: hubs, catalizadores, el pavor a decir “España” al situar a Cataluña en el mapa…). Me fijo en la expresión que se repite en todos los enunciados: ser llamado a. Acudamos al truco que los malos profesores de Gramática recomendaban para identificar los sujetos en las frases: preguntar quiénal verbo. ¿Quién llama?, ¿quién es el agente aquí? Adviertan la sorprendente unidad retórica para omitir la agencia de esa llamada, para no declarar la identidad del llamante y para, desde luego, usar la frase siempre enfatizando realidades fascinantes. No esperen que nadie diga que su comunidad está llamada a ser un territorio depauperado, un eje de desigualdades o un icono de precariedad.
Ser (o estar) llamado se usa en español históricamente. A veces, se emplea en entornos donde la entidad que llama no se especifica por estar sobrentendida y no ser identificable en una persona concreta. Pensemos en expresiones como ser llamado a filas o ser llamado a votar (las armas y las urnas, aquí conectadas); en el ámbito militar, ser llamado a seguido de un nombre de lugar era ser nombrado para ocupar un puesto allí; en lo religioso, la llamada la hace una entidad divina: recuerden la “llamada de Dios” o la famosa cita bíblica de “muchos son los llamados pero pocos los escogidos”.
Cuando escucho que un territorio está llamado a ser algo, yo me pregunto por lo agentivo de esa frase: ¿hemos recibido una visita divina que nos ha señalado para cumplir una misión, un destino? Me pregunto qué clase de ángel anunciador se aparece a un político para decirle que es su territorio y no otro el llamado a protagonizar algo. Es cierto que por la localización de un lugar, su demografía o su tejido empresarial y académico, hay espacios donde es más fácil que se desarrollen estrategias dirigidas a un logro concreto. Pero no es lo mismo decir, pongamos por caso, “Extremadura está llamada a…” que declarar “Extremadura tiene las condiciones para…”. Porque si lo decimos así, de esta segunda forma, rebajamos la idea de mesianismo de la frase y hacemos evidente la responsabilidad política sobre el propósito que se persigue; subrayamos que, ante una potencialidad preexistente, corresponde a quien ejerce la gestión política y administrativa el encargo (la agencia) de trabajar para conseguir una meta específica y sacar partido a esa ventaja.
Al hablar, la política tiene que dejar claroquién se responsabiliza de las acciones; desconfío de la idea de predestinación en este tiempo de nacionalismos y populismos. Porque, aplicado a los territorios, el mesianismo construye la noción, tan profundamente excluyente como racista, de que hay algo histórico y supraideológico que marca los derechos de un espacio frente a otros, que un halo divino tocó un territorio para que fuese algo que los demás no podrán ser, y que el elegido para acometer la misión es ese pastor de los votantes que atiende la llamada del ángel.
No es la primera vez que cito en estas páginas a la filóloga argentina María Rosa Lida (1910-1962). Los lectores me dirán (y tendrán razón) que se me ve el plumero sacando a relucir el divino panteón académico que yo misma me he construido. Creo que viene al caso. Publicación póstuma de Lida fue el trabajo “La dama como obra maestra de Dios”, donde recorría los textos antiguos que ponderaban a la mujer amada como resultado de la mano divina. Yo me echo a temblar pensando que alimentemos el tópico de la comunidad autónoma como obra maestra de Dios, y que a las adoraciones o latrías ya existentes (egolatría, heliolatría, idolatría o pirolatría entre otras) tengamos que sumar, disculpen este invento de palabra, la regionlatría.
Quiero pensar que estamos ante un desafortunado recurso retórico que, apoyado en la estrategia de delegar en otros la consecución de objetivos legítimos, ha prendido en el discurso político. Los territorios no están invocados a nada, nadie llama a que un lugar sea de una forma u otra. Saquemos el incensario de la política, por respeto a la política y a los incensarios. Prefiero las religiones conocidas, las que se ven venir; prefiero los ángeles de toda la vida, los que no asignaban cometidos fantásticos a una comunidad autónoma, los que no decían hub sino ave.
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Sobre la firma

Historiadora de la lengua y catedrática de la Universidad de Sevilla, directora de los proyectos de investigación ‘Historia15’. Es autora de los libros generalistas ‘Una lengua muy muy larga’, ‘El árbol de la lengua’ y ‘El español es un mundo’ y colaboradora en la SER.
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