Lo nuevo de Lady Gaga, Rigoberta Bandini, Panda Bear, Rubén Blades y otros discos del momento

Lady Gaga aún sabe divertirse

‘Bad Romance’, el sencillo que Lady Gaga lanzó en 2008 como presentación de The Fame Monster, se mantiene hoy como uno de los mejores temas que se han publicado este siglo. De hecho, cada vez que lo escuchas es mejor. Y cada vez que ves el vídeo, mayor es la nostalgia por esos años en que el mainstream se hizo interesante y excéntrico, convirtiendo a su religión a millones de escépticos sin por eso hacer que decenas de millonarios dejaran de seguir haciéndose ricos. Este Mayhem, el séptimo largo de la estadounidense, es el mejor intento por volver a los principios de aquella época que se ha lanzado desde que el algoritmo y la codicia de quienes lo pilotan y alimentan empezara a simplificar y homogeneizar el pop global. Solo hay que escuchar los primeros 10 segundos de ‘Zombieboy’, en los que Germanotta logra saludar con una mano a la Gwen Stefani de ‘Hollaback Girl’, mientras con la otra agarra toda la discografía de Chic. Esto, viniendo de alguien que en la época de ‘Bad Romance’ logró encajar en su discurso a Freddie Mercury, Abba, Mötley Crüe, el house de Chicago y Yoko Ono no debería sorprendernos, pero lo cierto es que la carrera posterior de Gaga ha funcionado por impulsos, algo que solo puedes hacer si te llamas David Bowie.

Mayhem arranca con sus dos sencillos de adelanto, ‘Disease’ y ‘Abracadabra’. El primero suena como un chuletón que rebota contra una pista de baile. Es pura proteína. El corte adelanta algo que se repetirá a lo largo del álbum: la apuesta por unas estructuras compositivas siempre con un mínimo de sofisticación y la intención de sorprender al oyente (Sabrina Carpenter está ahora mismo, mientras se prueba un vestido color pastel, pidiendo a su equipo que busquen en Wikipedia qué es un preestribillo y qué es un puente). El segundo tema (es fascinante que Lady Gaga aún no hubiera escrito una canción titulada ‘Abracadabra’) es primo de aquel glorioso ‘Alejandro’ que se incluía en The Fame Monster y vuelve a apostar por traer a los códigos del hyperpop los principios melódicos de Abba, algo que hay que ser muy burro para hacer mal, todo sea dicho. Luego, el disco entra en fase imperial, desde el momento Def Leppard de ‘Perfect Celebrity’ hasta los guiños al binomio Timbaland-Nelly Furtado de ‘Garden of Eden’, pasando por la fabulosa ‘Killah’ —una de las dos colaboraciones con Gesaffelstein de Mayhem—, que es algo así como si Quincy Jones hubiese producido todos los discos de Roxette. Un sueño.

Desafortunadamente, la segunda mitad del álbum baja tremendamente el listón. Eso sí, cae por los mismos motivos por los que los álbumes de las grandes estrellas de aquella primera década de este siglo se desmoronaban tras el sexto o séptimo corte. Aquí es el octavo, el mencionado ‘Zombieboy’, el que avisa de que nos asomamos al abismo de las baladas tan insustanciales como pomposas y a la incapacidad para entender que para lanzar un álbum de 40 minutos lo que se necesitan son canciones, no solo ambiciones. El disco se cierra con ‘Die With a Smile’, el éxito que lanzó el año pasado Gaga junto a Bruno Mars (el Norah Jones de esta década) y que rezuma ese clasicismo de pelo oscuro y pantalones vaqueros que a Germanotta le sienta tan mal y que deja de hacerla interesante y divertida para convertirla en alguien que pide a gritos que la tomen en serio. Y esto, como las drogas o el perdón, nunca se debe pedir. XAVI SANCHO

Rigoberta o la broma infinita

A Rigoberta Bandini le cunde el tiempo de una manera sorprendente: le ha dado tiempo hasta para retirarse durante un año y resulta que este es solo su segundo trabajo. Maravilla. Un disco doble que se hace largo (contiene 22 composiciones y dura una hora y 7 minutos), con algunas piezas que parece que consiguen su lugar solo por acoger una frase supuestamente ingeniosa. Bueno, que te haga gracia “que hay que ser Sara Montiel, para saber fumarse un puro” no significa que merezca una canción. Y definitivamente la rima “No podrás hace caca / No podrás verte guapa” no parece lo más edificante si hablamos de logros líricos.

En escasas ocasiones emerge la Bandini que acaricia las emociones o que toca temas de la cotidianidad contemporánea desde la originalidad, como nos ha acostumbrado. ‘Si muriera mañana’, ‘Club Xavalas Tristes’ o ‘Todas tienen ganas de jaleo’ (con la argentina Juliana Gattas) sí logran penetrar y dejar poso. Musicalmente el disco impulsa a revisitar las canciones de Mecano, incluso las más flojas. En ‘Brindis!!!’ se inspira de nuevo a Massiel, después de la gran versión de ‘El amor’ que bordó en los últimos premios Goya. Algunas letras ponen el foco en una crisis de la madurez desde la feminidad en donde Bandini siempre está acertada: las resacas con un niño pequeño en casa son insoportables, lo mismo que relativa es la trascendencia de algunos problemas cuando ya se camina hacia los cuarenta.

Menos importante resulta la ausencia esas canciones cañón que entregó en el pasado (’Ay Mamá‘, ‘Perra’, ‘Too Many Drugs’), precisamente porque eso ya lo ha hecho y es lógico que se busquen otras ambiciones. Lo que no resulta justificable es el abuso de bromas y chanzas que quizá se podría haber guardado para dar color a sus directos. En la penúltima canción, ‘Cada día de la semana’, hasta ella misma se agarra al chiste para justificar los defectos del álbum cuando dice: “Que se acabe el disco ya”. CARLOS MARCOS

Doves, vivos y atemporales

Sonaban anticuados hasta cuando debutaron, en 2000, pero ese es un detalle sin importancia porque hay algo único en el pop del trío de Manchester: su capacidad para unir opuestos. Son al mismo tiempo épicos y tristes, grandilocuentes e íntimos. Es como si Talk Talk versionara a The Verve o como si a Django Django le diera por sonar como The West Coast Pop Art Experimental Band. Son psicodélicos, euforizantes y se suben a la cabeza como un litro de mimosa un domingo por la mañana, pero pueden hacer que se te escape una lagrimilla. Lidian con un cantante casi ausente hasta el punto de que solo han publicado dos discos en 15 años, y, aun así, cuando la mayor parte de su generación está tan caduca que se dedican a tocar sus álbumes de 2004, ellos suenan vivos porque son atemporales. Doves nunca serán imprescindibles, pero siempre son bienvenidos. IÑIGO LÓPEZ PALACIOS

Psicodelia profunda y accesible

El norteamericano Noah Lennox vuelve con su primer álbum en solitario en cinco años. Conocido por el folk lisérgico Animal Collective, Lennox, de 46 años, demuestra dejar atrás su miedo a no ser todo lo experimental que debiera, cura un divorcio (“Buscando culpables / diciéndome todo lo que no soy”, canta) y puede que una crisis creativa (“Soy actor de una fantasía”, añade), con el acompañamiento de una atemporal mezcla de guitarras dinámicas y letras agridulces. El arranque deslumbra con psicodelia californiana y regusto country, recordando la magia compositiva de The Byrds en Sweetheart of the Rodeo. La cosa cambia en Left In The Cold, con el verso “abandonado para envejecer”. Todo se ralentiza y oscurece. Un disco profundo y hermoso, el más accesible de su carrera. BEATRIZ G. ARANDA

Queralt Lahoz, un órdago a lo moderno

Cuando Queralt Lahoz irrumpió en 2019, se sitúo en un sitio que cobraba forma tras la irrupción de Rosalía. Un espacio vibrante y a explorar donde la música urbana y las raíces tradicionales se hermanaban. Un lugar al que clavó una bandera bien visible (y plausible) con Pureza en 2021. Ahora, este espacio está bastante sobrexplotado en España. La propia Lahoz lo sabe y, en vez de buscar nuevas orillas, quiere reivindicarse con fuerza y se adentra más en la electrónica. Este disco sobre el duelo es un órdago a lo moderno y no todas las cartas son valiosas porque, a veces, se hace excesivo, demasiado atado a las tendencias. Funcionará en festivales y clubs en meses, pero tiene pinta de perderse en años. FERNANDO NAVARRO

El álbum de fotos de Rubén Blades

Las fotografías atestiguan la despiadada disolución del tiempo. Salvo estas de Rubén Blades, que brillan con el calendario: tres piezas nuevas y canciones que cedió a otros artistas. En las de estreno destacan ‘Emigrantes’ y ‘Hoy por ti (Mañana por mí)’. La primera es una robusta composición marca de la casa, con citas en el texto a discos como Plantación adentro y Amor y control, y guiños musicales a Siembra. La segunda transita por el son cubano y nombra a Pedro Navaja. De las recuperadas, ‘La belleza del son’, que grabó Bobby Valentín, toma gozosos arreglos de jazz, y ‘Barricada’ se libera de los acentos pop que le dio Johnny Kenton. Y de cierre un truco de magia: el pregón ‘El Palenquero’, de Abelardo Barroso, cantada por Medoro Madera, alter ego de Blades, suena igual y dura lo mismo que la versión que registró en 2018. JAVIER LOSILLA

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