<p class=»ue-c-article__paragraph»>Entre las Matemáticas y la especulación de la Filosofía creció el teatro de Juan Mayorga. Estudió las dos carreras a la vez con esa vocación de alumno oficial, de estudiante que proyecta una sombra calcinada a la luz de un flexo. <strong>Al teatro llegó tarde</strong>, cargado también de esa otra alforja de vida que da el patrullar el barrio de Chamberí con los colegas. Es muy madrileño de un Madrid felizmente bastardo y expandido, evidente de sangres mezcladas. También es tímido. Y sagaz. Y valiente. Y cortés. Y gasta un humor gamberro de hombre con modales de sabio desorbitado. La verdad es que <strong>Mayorga es un dramaturgo poderoso, con un pulso de escritura gigantesco</strong>. Está representado en medio mundo y escribe y acierta y pulsa lo que sucede y lo cuenta con palabra representativa y transmutadora. Tiene parte de su teatro reunido en un volumen grueso publicado por la editorial La Uña Rota. <strong>Posee un depósito de historias por contar, de cuanto ha ido encontrando por la vida</strong>.</p>
El dramaturgo y académico, Premio Princesa de Asturias de las Letras, es uno de los autores españoles de su generación más representados en el mundo. Apuesta por un teatro donde la memoria determina el presente, donde el desafío es no renunciar al pensamiento disidente contra la intransigencia
Entre las Matemáticas y la especulación de la Filosofía creció el teatro de Juan Mayorga. Estudió las dos carreras a la vez con esa vocación de alumno oficial, de estudiante que proyecta una sombra calcinada a la luz de un flexo. Al teatro llegó tarde, cargado también de esa otra alforja de vida que da el patrullar el barrio de Chamberí con los colegas. Es muy madrileño de un Madrid felizmente bastardo y expandido, evidente de sangres mezcladas. También es tímido. Y sagaz. Y valiente. Y cortés. Y gasta un humor gamberro de hombre con modales de sabio desorbitado. La verdad es que Mayorga es un dramaturgo poderoso, con un pulso de escritura gigantesco. Está representado en medio mundo y escribe y acierta y pulsa lo que sucede y lo cuenta con palabra representativa y transmutadora. Tiene parte de su teatro reunido en un volumen grueso publicado por la editorial La Uña Rota. Posee un depósito de historias por contar, de cuanto ha ido encontrando por la vida.
La primera vez que fue al teatro, en 1980, tenía 16 o 17 años. En cartel: Doña Rosita la soltera o el leguaje de las flores, de Federico García Lorca. Teatro María Guerrero. Dirigía Jorge Lavelli e interpretaban Nuria Espert, Encarna Paso y Carmen Bernardos. Aquello provocó en él una fascinación inmensa. Empezó a leer teatro sin descuidar su proyecto de profesor de matemáticas veteado de filósofos marxistas. Algo antes aquel arrapiezo con injertos de alta literatura se marchó a Alemania y a París a desarrollar su tesis doctoral sobre Walter Benjamin. Llevaba adobado el hemisferio izquierdo del cerebro con el Teorema de Tales y el salfumán crítico de ciertas devociones revolucionarias. De aquella aventura alguna traza le queda.
Mayorga indaga el mundo con unos textos fuertes, sutilísimos, que van de Cartas de amor a Stalin a Reikiavik; de La paz perpetua a Hamelin. De Silencio a La gran cacería (producido por el Teatro del Barrio y que hace unas semanas él interpretó en el escenario del Teatro Ciudad de Marbella invitado por el Festival Marpoética). Si te fijas bien, su mirada tiene algo de revuelta a punto de manifestarse. Habla rápido, lleno de naturaleza vibrante. Aparenta dudar lo justo, que es la condición secreta de los que piensan dudando a solas. Al explicar su teatro embraga mucho y así puede darle el peso exacto a cada palabra. Es preciso y a la vez divagatorio. Tiene muy claro que el teatro es el nuevo ágora de la rebeldía, ahí donde la palabra está más viva y es más directa y suena en todas direcciones, y no tiene inconveniente en proponer una desestabilización, el reto esencial. Porque el teatro también se hace para el espectador y contra el espectador.
Ahora mismo tiene 60 años. Es el segundo miembro más joven de la Real Academia Española (RAE), por delante va la filóloga Cristina Sánchez Díaz. También es Premio Princesa de Asturias de las Letras. Y dirige el Teatro de La Abadía (en la antigua iglesia de la Sagrada Familia), que es donde se van encontrando en Madrid las mejores cosas del teatro. Y de la poesía. Y de la Filosofía. Porque Mayorga lo vincula todo en la programación contra la norma de que el teatro sólo es teatro, algo que ya no acepta nadie.
Acumula en su bibliografía un puñado de textos necesarios que se han traducido también a una babel de idiomas. La suya es una dramaturgia de ideas bien sopladas. Textos en los que el desconcierto es el motor de explosión. En ellos lanza ideas y provocaciones como quien echa migas a las palomas. Su dialéctica tiene algo de combate manso que le quita la sábana a los fantasmas del mundo y deja ver su contradicción entre belleza y barbarie. Su tensión de utopías traicionadas. Todos los rencores de la Historia y de nuestra memoria histórica prendiendo una fogata en el claustro ahumado de algunos teatros.
Quizá por ingenuidad, quizá por una pasión de orden místico o una fe desbordante en la palabra aún cree que con el teatro es posible cambiar algunas cosas. No echar abajo nada, pero sí ir despacio levantando algo. En eso está este hombre flaco con cara de estudiante flambeado de ideas contrarias. Un peso pesado de la escritura que esconde bajo modales de confesor cálido el conglomerado de una dramaturgia desafiante que debería ser de uso corriente, dispensada sin receta en las farmacias.
El próximo martes (29 de abril y a las siete de la tarde) interpretará a Azorín en el caserón de la RAE recreando, junto al actor José Sacristán, la lectura de ingreso que Antonio Machado jamás concretó. El poeta fue elegido miembro en 1927, pero su monumental desidia lo empujó a demorar la cita hasta la República, hasta la guerra, hasta el exilio, hasta la muerte en Colliure (Francia) el 22 de febrero de 1939. Sí dejó un discurso armado, al que rindió homenaje otro poeta y académico, Ángel González, en 1997. Pero ahora será leído entero y en voz alta por primera vez. Sacristán es Machado y Mayorga es Azorín, que dará réplica al nuevo afiliado con una semblanza. Porque la memoria es una tensa gimnasia y parte grande de su obra se apoya en ella para denunciar, para alumbrar, para no aceptar lo irremediable. En la memoria y lo inmediato. Por eso siendo absolutamente contemporáneo parece venir Mayorga de tan atrás, de tan mañana, de tan lejos.
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