<p>El 30 de enero de 2021, algo se rompió en <strong>Miguel del Arco</strong> (Madrid, 1965) cuando <a href=»https://www.elmundo.es/madrid/2021/01/29/6012967dfc6c83fb398b461d.html»>el Pavón Teatro Kamikaze de Madrid</a>, que había levantado con Jordi Buxó, Israel Elejalde y Aitor Tejada desde 2016, bajó la persiana. Como si el teatro, cuna y sustento de su carrera, hubiera muerto. Como si una de las voces más reconocidas de la escena contemporánea española se hubiera desvanecido hasta el absoluto silencio.</p>
El dramaturgo vuelve a los escenarios de teatro tras seis años de parón creativo y ocho sin presentar un texto propio
El 30 de enero de 2021, algo se rompió en Miguel del Arco (Madrid, 1965) cuando el Pavón Teatro Kamikaze de Madrid, que había levantado con Jordi Buxó, Israel Elejalde y Aitor Tejada desde 2016, bajó la persiana. Como si el teatro, cuna y sustento de su carrera, hubiera muerto. Como si una de las voces más reconocidas de la escena contemporánea española se hubiera desvanecido hasta el absoluto silencio.
«No lo considero un fracaso, pero fue un período muy duro porque supuso cerrar un proyecto en su máximo esplendor artístico al que no conseguimos dar continuidad económica, que había transformado el barrio y que nos dio cinco años de una felicidad enorme entre una precariedad de mierda», relata ahora, cuatro años después, rompiendo el silencio que lo inundó casi todo. Porque desde 2019, con su adaptación libérrima del Ricardo III de Shakespeare, Miguel del Arco no había puesto sus manos sobre una pieza teatral. Y, desde 2017, con Refugio, los escenarios españoles no han acogido el estreno de un texto suyo. «No me he metido en un proceso nuevo porque hacer teatro sin casa propia se me hacía muy cuesta arriba». Hasta ahora.
Seis años, una ópera (Rigoletto) y una serie (Las noches de Tefía) después, el dramaturgo ha resucitado con una comedia de protagonista trágico en el Centro Dramático Nacional. La Patética, que se estrena el jueves 8 en el Teatro Valle-Inclán de Madrid -10 días más tarde de lo pautado inicialmente- es la vida de Pedro Barriel, un director de orquesta de 53 años inmerso en la grabación de la Sinfonía Nº 6 de Tchaikovsky que está ante la fase terminal de una enfermedad. Pero, en realidad, es el duelo personal y profesional de su creador, una mirada a la muerte, el reconocimiento del temor a la crítica, el sueño de una homosexualidad normalizada…
- ¿Qué ha cambiado para que haya decidido volver a escribir una obra propia o enfrentarse al teatro?
- Yo soy un hombre de teatro, de compañía y quiero ensayar todo el rato. Ni siquiera estrenar, porque me revuelven las críticas y me hacen pensar. Más con el pozo de mierda que son las redes, que si te asomas y estás un poco vulnerable, te vapulean. En mitad de este tiempo separado del teatro, en el que he hecho muchas cosas, apareció La Patética, el proceso creativo, el meterme en una sala con la compañía y divertirme con el equipo.
- ¿Le ha puesto fin al duelo que se abrió con el cierre del Pavón Kamikaze?
- Aún no paso por delante del Pavón, no voy, no puedo entrar. Y le deseo toda la suerte a quien lo ha reabierto, pero hay algo que todavía está en mi corazón. Yo allí fui muy feliz, aunque fuera muy complicado porque presentábamos entre 20 y 25 espectáculos por temporada como los teatros nacionales públicos. Pero es que cuando llegamos, Madrid era un desierto de dramaturgia contemporánea y nosotros nos atrevimos a programarla. He tenido que pasar un duelo con el teatro, pero es que yo soy feliz en una sala de ensayos. Y soy muy privilegiado porque he podido hacer una serie entre medias con total libertad.
- ¿Cómo afronta esa libertad para trabajar?
- Esa libertad me da mucho vértigo y mi vértigo es cada vez mayor. Hay cosas que haciéndome mayor se han sosegado, pero voy a cumplir 60 y el vértigo de pensar que no voy a estar a la altura, de no saber qué contar, cada día es más frenético. Luego lees a genios como Tchaikovsky que la angustia les llevaba a crear y ves que a todos nos pasa lo mismo. Y, sobre la libertad, es que yo la he perseguido desde que tengo uso de razón, hasta cuando no tenía la capacidad de elegir.
- ¿La cercanía a los 60 años es lo que le ha llevado a reflexionar sobre la muerte?
- Eso tiene que ver con el estado en que nos dejó la pandemia, con haber perdido a mi padre en 2021 y con los 60, sí. No paro de pensar: ‘Hostia puta, ¿qué ha pasado? ¿Cómo he llegado a esto?’. Sigo pensando que soy el pavo con deje de barrio que empezó en esto, pero el otro día mis hermanos se estuvieron descojonando de mí por mis 60 tacos. Ellos me siguen llamando joven promesa y dicen que me llevarán en silla de ruedas y seguiré siendo una joven promesa. La muerte es un elemento que nos aterra; vivimos de espaldas a ella, pero es algo tan natural…
- ¿También cuando se pierde a un padre?
- La muerte entró en mi vida como un terremoto con la pérdida de uno de mis hermanos cuando iba a cumplir los 40. A partir de ese día todo fue diferente. Ninguna muerte fue tan dura como esa por brutal e inesperada. La muerte de mi padre fue un momento muy terrible y triste, pero tenía 91 años. Yo siempre pienso que por la intensidad del proceso creativo de mis obras me va a pegar un subidón de adrenalina y me voy a caer al suelo muerto. Lo digo desde el humor, pero un día leeréis que me ha dado un patatús y me he quedado en un ensayo.
- ¿Ha empezado a pensar en su propia muerte?
- Evidentemente, pero me preocupa bastante menos, no me preocupa mi extinción. Lo que me preocupa es la muerte de la gente de mi alrededor y el deterioro cuando aún hay un mandato del cerebro para que sigas haciendo cosas. Yo me siento en plenitud, amontonando experiencia y además soy un pisacharcos que dice a todo que sí, pero ya me voy notando cansado, con dolor de riñones… Y ese deterioro físico está muy relacionado con el cognitivo y eso me preocupa mucho. Yo no quiero vivir el deterioro, sé que es complicada la lucha contra uno mismo, pero creo en ser constante para envejecer bien.
- ¿Diría que esa decisión no siempre es propia?
- Te tiene que acompañar la suerte para no encontrarte enfermedades graves, pero hay que mantener el ejercicio constante para, en la medida de lo posible, mantenerte bien. Yo tengo mogollón de amigos que me hablan de la puta jubilación como si fuera una obligación y no hay nada más lejos en mi intención. Esta profesión es vocacional y me mantiene el motor encendido. Hay muchas actrices mayores en plenitud de facultades, más que actores porque hay un abandono que yo voy a intentar no permitirme.
- ¿Bajo ese mantra de la vocación se ha colado también la precariedad laboral que acecha al teatro?
- Absolutamente, pero nosotros desde Kamikaze Producciones hemos intentado a toda costa pelear contra esa precariedad desde la parte privada, como en lo público, pero sin estar sometidos al funcionamiento de la administración, que es absolutamente incompatible con el trabajo creativo. Es lo que debería ser la tan cacareada reforma del Inaem que nunca llega porque no se atreven a hacerla. No hay voluntad política para ello.
- ¿No confía en el compromiso de Urtasun para ello?
- A mí me dio mucha alegría el nombramiento de Urtasun porque parecía que era un tipo que lo podía hacer bien, pero el otro día, y lo puse en redes, estuvo casi 30 minutos en una entrevista en RTVE y no dijo una sola palabra sobre cultura. Habló de los tres ministros de Sumar, aparte de él, y de sus logros, pero ni una sola palabra de Cultura. Hostia, macho. Ya es una desgracia que los periodistas no tengan la cultura en su agenda, pero que no la tenga el ministro de Cultura… Que el ministro de Cultura sea únicamente portavoz de Sumar me parece que habla de lo que está haciendo.
«Urtasun no ejerce de ministro de Cultura y eso como hombre de izquierdas me molesta»
- ¿Qué considera que no se está haciendo bien?
- Yo tengo claro que no ejerce de ministro y el otro día vino al estreno de Rigoletto. ¿Pero qué están haciendo? ¿Dónde está la reforma del Inaem? Yo no la veo, no hay nada y aquí estamos con una semana de retraso por las huelgas de los coordinadores técnicos, además de una lesión de una actriz. En este sitio, en un teatro público, hay que perseguir la excelencia, y es una barbaridad llevar una semana de retraso. Yo me planté tras la lesión de Inma [Cuevas] porque te puedes cargar la obra. La gente cuando viene a verte no sabe si ha habido una huelga, si se ha caído alguien… y no voy a repartir octavillas al público como excusa de no haber llegado al nivel. Creo que el ministro tiene que coger estas cosas, como que no se pueda hacer una gira con un espectáculo, y hablar de ellas.
- Se tiende a identificar al sector cultural con la izquierda. ¿¡Que esa inacción sea de un Gobierno PSOE-Sumar le molesta más?
- Yo soy un hombre de izquierdas, progresista, y me duele muchísimo esto. Además, la apropiación indebida de la cultura que se hace en este país por parte de la política me parece terrible. Todos acaban por hacer injerencias con sus nombramientos. Si alguien tiene voluntad, currículum y derecho para ostentar un cargo, déjale crear y construyamos centros de producción independientes.
- Volviendo a ‘La Patética’, hay una escena que resuena a reproche de un hijo a su padre por no aceptar que éste sea homosexual y lo diga públicamente.
- Ése sí que no soy yo, no tuve en absoluto esa relación con mi padre. Sí viví la escena de que mi padre me dijera en el coche que solo le faltaba tener un hijo maricón, pero ha sido motivo de carcajada general. Somos siete hermanos, seis chicos y cinco heterosexuales de barrio a saco. Mi padre no era especialmente machista, aunque formaba parte de una generación heteropatriarcal. Yo no tuve que salir del armario porque siempre lo he tenido claro, he sido muy macarra y mido 1,80. Pero eso no quiere decir que lo tuviera fácil porque la diferencia siempre se hace pagar.
- ¿Cómo se le hizo pagar a usted?
- En el colegio, con insultos; en casa, teniendo que justificar a tus hermanos uno por uno tu condición sexual o cuando tus padres no entienden tus relaciones. No tengo un trauma con eso, pero este texto parte de experiencias muy cercanas a mí, no solo mías. Sí es mía la de aparecer en la lista de los 50 homosexuales más influyentes, que creo que hay hostias por entrar en ella. Yo soy un turista, pero me gusta estar porque tengo una casa en el norte de Cáceres y allí viví como un señor fontanero se desfondó al contarme la experiencia que su hijo de 21 años sufrió en un pueblo de Plasencia, con un bullying continuo y brutal, por tener pluma. Tenía dos intentos de suicidio y vi a ese señor, un heterosexual como un pino, llorando en mi salón por ello. Así que eso de que los problemas con la homosexualidad están pasados, mis cojones.
- ¿Eso le ha llevado a que sus trabajos tengan un mensaje muy marcado sobre la homosexualidad?
- La homosexualidad está en mis trabajos porque estoy yo; es como decirles a las mujeres que el feminismo está en el centro de su trabajo. Hablar de la homosexualidad también es hacerlo de las diferencias que fomenta una sociedad que cada vez cacarea más la libertad y no para de etiquetarnos.
- Hay un fragmento del texto en el que usted hace una crítica dura a quienes dicen que los homosexuales «usan la bandera para ganar visibilidad»
- Yo estaba el otro día con amigos en el Festival de Málaga porque le hacían un homenaje a la Machi e íbamos charlando en el tren. Amigos muy cercanos, muy progresistas y muy de izquierdas que decían que, joder, 18 de las veintipico películas las dirigían mujeres. Me tocó muchísimo las pelotas porque no les oí nunca jamás protestar porque durante ediciones, ediciones y ediciones todas las películas a concurso fueran de tíos. Señalar estas cosas, igual que con la homosexualidad, demuestra que no hay una igualdad real. ¿Qué es lo primero que a Bolsonaro, a Trump, a Orbán, a Meloni, a Abascal o a nuestra querida presidenta de la Comunidad de Madrid, a la extrema derecha, le molesta? Todos quieren seguir marcando una diferencia con lo que no tiene que ver con la sexualidad normativa. Por eso no es el momento de callarse, yo voy a seguir combatiendo. El combate de los derechos humanos es imposible de parar y más cuando está así la extrema derecha. Cuando dicen que los homosexuales estamos muy pesados, lo siento. Que se jodan.
- Hay también gobiernos progresistas, como el del Reino Unido, que cuestionan algunos de esos derechos como la identidad de las mujeres trans.
- Yo defiendo siempre la libertad de expresión y me tengo que tragar que esa libertad de expresión permitiera manifestaciones contra el matrimonio homosexual, con un millón y medio de personas, pero que haya mujeres alegrándose de eso no lo acepto. Cuando dicen que somos muy pesados por otra película de feminismo o de maricones, me molesta y me produce tristeza. Porque siento que tenemos una gigantesca falta de empatía y la necesidad de cercenar absolutamente la voz del adversario. Y eso las redes sociales lo han llevado a un nivel execrable, que todo el que no está de acuerdo con nosotros es un enemigo y hay que tapar su voz. Yo hablo con todo el mundo, pero con uno de Vox que me niega radicalmente no puedo. Por eso voy a intentar por todos los medios mandar relatos que aniquilen esa manera de mierda de pensar.
- Estábamos con las mujeres trans
- Que un grupo excluido de una manera radical durante toda la historia aplauda prohibir la identidad de los trans no me entra en la cabeza. Y ese es también un problema de falta de empatía. Para entrenarla está el teatro, que me parece una excepción en el mundo que estamos creando.
- En su texto ha colocado hasta la figura de Putin.
- Cómo no va a aparecer Putin, un personaje que usa la música de un compositor que si viviera ahora estaría en la cárcel. Si erigieron una estatua de Tchaikovsky con una figura de un pastorcillo y lo quitaron para que nadie pensara que era alguien que se follaba Tchaikovsky. Vuelvo a lo anterior con la homosexualidad, esa mirada viciosa no se tiene con señores que se dedicaban a follarse jovencitas y ahí ahondó en el momento de extrema derecha de Rusia.
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