Sergio Peris-Mencheta: «No le he perdido el miedo a la muerte. Quiero estar presente, quiero estar vivo»

<h2 class=»ue-c-article__subheadline»></h2><dl class=»ue-c-article__interview»><dt><strong>¿Qué cuenta ‘Blaubeeren’?</strong></dt><dd>Es teatro documento que no te deja resquicio para la sonrisa. Un teatro serio, que habla de lo que ha pasado, en este caso, pero de lo que sigue pasando, por desgracia. Es un texto perfectamente universal, porque el contexto es el genocidio judío, pero seguimos de la mano de la misma historia. Sinceramente, para mí lo de menos, desde el punto de vista del fondo, es el contexto. Porque se dio en Auschwitz, pero también en Ruanda, en Camboya, en tantos otros países que no son tan conocidos y donde murió mucha más gente. Es verdad que el Holocausto es el paradigma del genocidio -de hecho le da nombre a la palabra «genocidio»-, y más concretamente, Auschwitz. <br></dd><dt><strong>¿Y qué ha querido contar usted?</strong></dt><dd>Estamos enfocados en hablar del ser humano y de lo que podemos llegar a ser. Aquí se desarrolla y se entiende la banalidad del mal. Cómo somos capaces los seres humanos -no los nazis, no los miembros de las SS, no las chicas de las Helferinnen [jóvenes auxiliares femeninas de la Wehrmacht] ni de las BDM [rama femenina de las juventudes hitlerianas], sino cualquiera: un cajero de banco o un repostero, como se dice en la función- de cometer auténticas atrocidades con el cerebro convenientemente lavado.<br></dd><dt><strong>La obra es anterior a la película ‘La zona de interés’, pero ambas tratan el mismo asunto.</strong></dt><dd>Cuando la vi me pareció el complemento perfecto para nuestra obra, porque aquella se centra solamente en la parte de Rudolf Hoss. Nosotros, en cambio, hablamos de su descendencia. Es uno de ellos el que toma la palabra y dice cómo es ser nieto de un genocida, del creador de Auschwitz. Es muy interesante ver cómo esto afecta a las generaciones. Y lo importante que es la memoria. Es una obra que, para mí, habla principalmente de memoria.<br></dd><dt>¿Por qué es tan importante la memoria para usted y para el resto de la gente del teatro?</dt><dd>Hay memoria y Memoria. De la Memoria que habla el teatro, la que nos importa y debemos sostener, es una memoria a la que hay que tener mucho respeto. Forma parte de quiénes somos como sociedad y como individuos, y no nos podemos saltar el encontrar las razones de por qué la sociedad es la que es ahora: una sociedad que mira continuamente el móvil y se quita el tiempo de intentar recordar cosas.<br></dd><dt>¿Usted qué recuerda?</dt><dd>En esta calle, Redondilla con Mancebos, nació mi abuelo. Era republicano, se chupó toda la Guerra Civil y luego huyó a Moscú y estuvo en la Segunda Guerra Mundial; le tocó el frente de Stalingrado, defendiendo los pozos de petróleo. Pasaba aquí con mi abuelo, cuando vivía, y me contaba lo que pasaba en cada portal. Yo vivo aquí porque mi abuelo vivió ahí. Él corría por estas calles. Muy rápido. Tan rápido que le seleccionaron para los 100 metros lisos en la Olimpiada de Barcelona, la que nunca se celebró, la del 36, la popular. Y llegando a Barcelona, estalló la guerra. El otro lado de mi familia son los Peris Mencheta, que crearon una agencia de periodismo, y que eran monárquicos, que no franquistas. Mi padre era de familia católica, apostólica, romana y monárquica. Entró en una residencia de curas y salió trotskista y ateo. Cuando vienes de dos fuentes así, que tampoco tienen por qué ser tan antagónicas, si no me planteo quiénes eran ellos, voy a saber la mitad de mí.<br></dd><dt><strong>Pero, a pesar de que recordemos, vemos cómo se sigue repitiendo la seducción que provocan estas ideas de las que trata el texto que ahora estrena.</strong></dt><dd>No creo en el bien y el mal. Me explico: en esta obra, las BDM, las Helferinnen, las telegrafistas, pensaban que estaban haciendo lo que correspondía. Es decir, no es una cuestión de «voy a hacer el mal y voy a matar a estos». No, es otro planeamiento: «Esta gente es muy peligrosa, según el Führer, y como es muy peligrosa, hay que quitarlos de en medio». Considero que tiene que ver más con una cuestión educativa, no con una necesidad de hacer el mal por el mal. Que exista gente malvada, tipo Darth Vader, pues probablemente la haya. Que nazcamos malos… yo no lo creo. Lo que sí siento es que necesitamos identificarnos. El movimiento nazi tiene mucho que ver con la identidad. Venimos de una Alemania de posguerra, hecha una mierda, y, si te fijas, prácticamente la generación de las SS, Gestapo, etcétera, son gente que tenían 13, 14, 15 años, cuando Hitler subió al poder, en 1933. Es decir, una edad en la que no tienen identidad, no pertenecen. El ser humano tiene tendencia a pertenecer por oposición. El madridista odia al del Barça, pero cuando juega en la selección española, quiere mucho al del Barça. Es un sistema muy primario por el que hace una semana le estabas poniendo a parir y ahora celebras los goles de Lamine Yamal porque está jugando con España. Es una necesidad identitaria del ser humano que tiene que ver con la propia naturaleza. Con decir: existo, los demás me ven, estoy aquí y, sobre todo, formo parte.</dd><dt>¿También en la política?</dt><dd>Siempre he sentido que el voto tiene como principal ingrediente la identidad: Yo me identifico con ‘esto’ porque quiero formar parte de ‘esto’. ¿Qué tiene la ultraderecha de la que uno quiere formar parte? Yo me recuerdo paseando por la Puerta del Sol cuando era un crío y siempre había un puesto de Falange. Tendría 12 o 13 años, venía desde el barrio con mis amigos, estos pasaban de largo y yo no podía evitar quedarme mirando. Había esvásticas, estaba la bandera de España con el águila… Y había un miedo horroroso a ser captado, pero al mismo tiempo una enorme fascinación. Hay una edad, que es aquella de la que hablábamos antes, la adolescencia, que es cuando toda esta gente fue captada en Alemania. Es la más delicada, la más peligrosa, la más sensible a acabar en dictados muy populistas, de «llamar al pan, pan y al vino, vino» y de responder: «Pues venga, dame más vino». </dd><dt>De esto habla también la pieza.</dt><dd>Es que les han comido la cabeza hasta el punto de que están viviendo otra realidad, porque la realidad que tendrían que vivir no es sostenible. No lo es para las víctimas, pero tampoco para los verdugos, los que forman parte del trayecto. Los que pasan al lado del gueto y ven lo que está sucediendo ahí no pueden empatizar, porque si lo hacen, acaban en el gueto. El poder del miedo es abrumador y, si no tienes un grupo al que pertenecer, mueres. <br></dd><dt>El punto de partida de la función se basa en un hecho real: la donación anónima al Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos, en Washington, de un álbum de fotos de Karl-Friedrich Höcker, oficial de las SS en Auschwitz, en la que aparecen él y otros responsables del campo, como Mengele, en actitud distendida.</dt><dd>Precisamente, ‘Blaubeeren’ es una obra que habla de un museo. A un museo se le supone la objetividad más grande. De hecho, en la obra se llega a hablar de lo más y menos valorado por la sociedad. En último lugar, las redes sociales y los políticos. En el primero, los museos. Porque lo que hay en los museos es y ha sido. El hacer teatro documento es una oportunidad para poner las cartas sobre la mesa y que cada uno saque sus propias conclusiones: Esto es el mundo hace 80 años. ¿Cómo está el mundo ahora? ¿Se parece? ¿No se parece?<br></dd><dt>¿Y cuál es el dictamen?</dt><dd>No se trata de quiénes son los buenos y quiénes malos. Las chicas que salen en la función son como cualquiera de nuestras hijas: adolescentes que están en el sitio equivocado en el momento inadecuado. Puedes entender que esta gente cayera, se creyeran a pies juntillas y endiosaran a Hitler.</dd><dt><strong>Supongo que todo esto, a usted que ha vivido mucho tiempo en Los Ángeles, le resonará de manera diferente tras la victoria de Trump.</strong></dt><dd>Es un señor que es un despropósito. Que hoy se viste de papa y mañana se vestirá del Emperador de ‘Star Wars’. Es un niño al que le han dado un juguete y está jugando con todo el mundo. Un niño rencoroso y narcisista y que tiene todas las dolencias habidas y por haber. También creo que, y más en este momento de mi vida, hay que aceptar la realidad que estamos viviendo. Esto no ha sido porque sí, sino porque nos lo hemos ganado. No es porque haya cuatro paletos en Estados Unidos; es que sucede en todo el mundo.<br></dd><dt><strong>¿Lo ve como algo pendular?</strong></dt><dd>Estamos en un ciclo que en algún momento terminará y volveremos a empezar. Trump tiene, como tenemos todos, los días contados. Llegará un momento en el que nos pasaremos la pantalla y tendremos que estar atentos a que el auge de la ultraderecha no convierta al mundo en lo que fue hace 80 años.<br></dd><dt><strong>¿Y resuenan también de alguna manera diferente las obras que usted dirige después de su enfermedad?</strong></dt><dd>La sensación que tengo ahora después de este viaje es que tengo los mismos ojos, pero no miro las mismas cosas. No he tenido una iluminación ni le he perdido el miedo a la muerte. Pero me llaman la atención cosas que antes no me atraían y me han dejado de llamar radicalmente la atención otras cosas que yo hacía con asiduidad. Yo antes jugaba todos los días, me echaba mis dos partiditas ‘online’. Pues ahora no tengo ninguna necesidad de hacerlo. De igual manera, de los dos últimos montajes que he dirigido, uno ha sido en condiciones extremas, porque era en el hospital, a 9000 kilómetros de distancia, con ‘14.4’. Éste de ‘Blaubeeren’ ha sido durante recuperación, también con mis cositas, pero he estado presente, aunque dejando que las cosas fluyan.<br></dd><dt><strong>¿Por qué cree que hay gente que vive como si la muerte no existiera?</strong></dt><dd>Es la que más presente la tiene, lo que pasa es que no la mira. Cuando no miras la sombra, ésta te corroe, no le ves la cara. Es una pena que no se trate el tema en las escuelas; el problema es que no hay gente preparada para hablar de la muerte.</dd><dt><strong>¿Y usted cómo hablaría de ella?</strong></dt><dd>Diría que esta ‘peli’ seguro que acaba mal. Y no somos capaces de sostener eso. Queremos un final made in Hollywood. Pero no te vas a salvar, vas a ser uno más que va a acabar como acabó mi papá, como acabó el suyo, como han acabado todos los que salen en las fotos de ‘Blaubeeren’. Entonces es natural, una cuestión de supervivencia, el apartarla y, como dicen, ‘disfrutar de la vida’. El problema es cuando apartas la muerte y no la vuelves a mirar. Y haces como que no existe. Ahí vives en un mundo irreal. Porque si algo hay seguro es que vas a ‘palmar’.<br></dd><dt><strong>¿Qué se aprende de algo así?</strong></dt><dd>Ahora que le he mirado un ratito obligatoriamente a la cara a la Parca, el asunto es darle las gracias a la vida y también agradecer a la muerte. Porque sin la muerte no viviríamos igual. Yo siento que la muerte debe convertirse en una gran aliada. Como los chamanes, que la llevan en el hombro. Tiene que estar presente toda la vida, porque es la única manera de poder disfrutar el momento a momento. No hay otra historia. No tener presente a la muerte nos hace anclarnos al futuro y al pasado de manera estúpida. Al pasado por pura melancolía, nostalgia o lo que no pudo ser, y al futuro por la expectativa, que es mentira.</dd><dt>¿En qué sentido?</dt><dd>Es que no se sabe si va a haber un apagón mañana. Yo lo veo así: apagón igual a oportunidad. ¿Me preocupo por las cosas? Hombre, un poco sí, pero sobre todo me ocupo de que este momento de apagón tenga un sentido. Que me saque un libro y me ponga a leer. Que tenga un momento de más intimidad en casa, que encendamos velas, que se convierta eso en un bonito ritual. Que no sea: «Yo estuve en el apagón». Igual que las Torres Gemelas, Miguel Ángel Blanco o todos los acontecimientos de los últimos 50 años, que no sean solamente eso, un acontecimiento, sino que uno recuerde ese día no por lo qué estaba haciendo, sino por lo que se puso a hacer cuando se enteró de que se estaban cayendo las Torres Gemelas.</dd><dt>Sin embargo, parece inevitable pensar en expectativas, en horizontes.</dt><dd>La vida no es la expectativa. Nosotros no tenemos otra que seguir la zanahoria, pero la zanahoria siempre está a la misma distancia del caballo. Nunca la vamos a cubrir. Mira Richard Gere: se hizo budista porque no le quedó otra, porque persiguió tanto a la zanahoria que dijo: o me hago budista o me cuelgo como Robin Williams o me meto una sobredosis como el otro. Es imposible que cojas la zanahoria: Ése es el sistema capitalista. </dd><dt>¿Por qué el teatro aporta un diferente nivel de entendimiento de las cosas?</dt><dd>Lo primero que creo que pasa es que hay mucho más periodo de cocinado que en cine, televisión, y que en una lectura. Tú lees un libro una vez, no 70. Si lo hicieses unas cuantas veces, tal vez descubrirías cosas nuevas en cada una de ellas. El equipo que ha sacado adelante un proyecto teatral ha leído la obra muchas más veces que un lector. Por otro lado, es inevitable que haya un punto de vista, porque lo dirige una persona que tiene un criterio y unas razones para haber elegido ese texto. Probablemente, esas razones dirigen el texto hacia un lugar y dan luz a una zona que puede que el lector no se la diese. Tal vez no habías pensado quién podía ser este personaje y de repente ves que lo hace Víctor Clavijo. Y, por último, importa cómo estás tú el día que vas a ver la función. Es lo bonito del teatro y lo que es incalculable. Yo he visto películas que me han disgustado mucho la primera vez, las he vuelto a ver y me han encantado. Y viceversa.<br></dd><dt>¿Algo más?</dt><dd>Es una misa: estoy con gente desconocida sentada al lado, no en el sofá de mi casa. Y estamos comulgando con lo que está diciendo ése que está encima del escenario que en este momento nos une. Es un rito; de los pocos ritos que quedan. Eso también te pone en un estado de conciencia expandido, más que alterado.</dd><dt>¿Diría que hay también una mayor libertad?</dt><dd>La gran ventaja, su gran virtud y su potencial, es que no tenemos detrás censura de ningún tipo, ni económica ni política. El teatro es el ‘bufón del rey’ y siempre se ha entendido como tal: El bufón le puede decir al rey lo que le dé la gana y el rey le va a reír la gracia. ¿Por qué? Porque somos pobres, porque el Teatro ‘somos’ aquel del que se ríe todo el mundo. Cuando yo decía en Estados Unidos que me iba a España a hacer teatro me miraban con caras raras.<br></dd><dt>Tampoco es que Hollywood se pueda permitir demasiadas condescendencias con este arte ‘hermano’…</dt><dd>Además, tiene la potencialidad que no tiene ninguna otra arte escénica, cinematográfica, televisiva e, incluso, pictórica, que es que puedes estar contando lo que pasa casi en tiempo real. Si por la mañana alguien dice lo que sea, por la tarde ya se puede estar representando en un microteatro. Tiene algo de urgencia que lo hace diferente y que permite que puedas ‘atacar’, en el mejor de los sentidos cualquier situación, cualquier cosa que te llame la atención. Cuando la inteligencia artificial sea capaz de clonarnos y hacer películas con nuestra cara, el lujo será ir a ver una obra de teatro, donde ése que está clonado en 20 películas le ves haciendo una obra de teatro. A precio de oro, eso sí.</dd><dt>El día 28 se publica ‘<strong>730 días. </strong>La enfermedad como espejo del tiempo’ (Planeta).</dt><dd>Si hago un libro de esto, hay dos intenciones básicas. Una es saber de otros que tienen lo mismo que yo. Mi problema era que me sentía solo a pesar de estar muy bien rodeado. Mi chica no se ha separado de mí en todo el proceso. Hemos tenido que traer a gente a Estados Unidos para que se encargara de los niños. O sea, mejor acompañado no he podido estar. Pero mi chica, por más empática que sea, no estaba viviendo lo que yo estaba viviendo: No está dentro de mí viviendo el infierno mental de ver a la Parca y, al mismo tiempo, despidiéndome de la vida, de mis hijos, de ella, de todos. Yo echaba de menos algo que conseguí con esta publicación, que era que se pusiera en contacto conmigo gente que ha pasado por lo mismo, que me contaran sus experiencias. Y lo segundo, ha sido una terapia con mí mismo de por fin pararme, mirarme en el espejo y decir: chico, ¿quién eres? Va, ya, 50 ‘palos’, toca ya saber quién eres.<br></dd><dt><strong>¿Y con quién se ha encontrado?</strong></dt><dd>Con un Sergio que relativiza todo mucho más, que mira como si estuviera con una cámara de seguridad. Está mirando a Sergito, que es el que te está hablando ahora, y diciendo que no es para tanto. Es que nada es tan importante.<br></dd><dt><strong>¿Cómo se manifiesta esto en su vida cotidiana?</strong></dt><dd>Esta mañana he ido al hospital y me ha visto la médico. Y me ha dicho que ha habido algunas cosas… Bueno, pues esas cosas están. ¿Qué va a pasar? No lo sé. Quiero vivir momento a momento. Quiero estar aquí presente, quiero estar vivo, quiero estar con la gente con la que estoy. No quiero saber qué me va a pasar mañana. Mañana lo viviré como ahora estoy viviendo este momento. </dd></dl>

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 Protagonista de ‘Al salir de clase’ y ‘Capitán Trueno’ antes de convertirse en director teatral, anunció el pasado año que tenía leucemia. Este jueves estrena en Avilés ‘Blaubeeren’, un montaje sobre el hallazgo de un álbum de fotos de un oficial de Auschwitz.  

No fue una pregunta, sino toda una entrevista. Y no fueron tanto las preguntas como el tono. Y la cara [asentimiento con ojos entrecerrados] de la persona que me la hizo. Luego la leí: me escaldó vivo

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