El grupo Nereydas recupera la ‘Didone abbandonata’ de Galuppi 273 años después de su estreno en el Teatro del Buen Retiro

Farinelli dedicó casi una década a aliviar con su voz el insomnio de Felipe V. Por eso, cuando el rey murió y su hijo Fernando VI lo nombró director de los espectáculos musicales del Real Teatro del Buen Retiro, no desaprovechó la oportunidad. En el transcurso de unos pocos meses, el gran castrato napolitano convirtió Madrid en una potencia operística de primer orden. Nada de lo que se veía en los escenarios de Viena, París o Londres era comparable a lo que sucedía casi a diario bajo los frescos del coliseo real. Mucho menos cuando el estreno en cuestión coincidía con el aniversario de algún miembro de la realeza. Entonces la festa teatrale, a la que acudían invitados de excepción venidos de todos los palacios de Europa, adquiría proporciones megalómanas: fuegos artificiales, coros levitantes, fastuosos efectos de tramoya, comparsas a caballo… Hasta un elefante llegó a desfilar entre bambalinas.

El 23 de septiembre de 1752, como regalo de cumpleaños al monarca, se estrenó Didone abbandonata, un encargo de Farinelli al compositor Baldassare Galuppi, quien ya había trabajado en Módena sobre el famoso libreto de Pietro Metastasio, que fue adaptado a los gustos de la corte española. Al final del tercer acto, la Reina de Cartago, traicionada por Eneas, entonó el que había de ser su último lamento (“Non ho più che temer, che amar, che sperar”) antes de lanzarse a las llamas. Pero la presencia de Bárbara de Braganza en el palco real exigía una licenza argumental que diluyera el drama en favor de los intereses de la propaganda borbónica. Para lo cual, Farinelli preparó una prodigiosa maquinaria de ingeniería hidráulica que, en la mejor tradición del deus ex machina barroco, hizo emerger a Neptuno de las profundidades del mar para extinguir el fuego y salvar así a la protagonista.

Portada del libreto de la ópera 'Didone abbandonata' de Baldassare Galuppi, representada en Madrid en 1752.

Tras la última de las siete funciones organizadas por Farinelli, la obra no volvió a interpretarse. “Hace tres años localizamos una copia del manuscrito de Madrid en la biblioteca del Palacio de Ajuda de Lisboa, cuyo fondo operístico delata la melomanía de João V de Portugal”, detalla el especialista Álvaro Torrente, al frente del Instituto de Ciencias Musicales de la Complutense (ICCMU). “Lo que empezó como un programa de investigación bautizado como Didone y centrado en el análisis de las emociones de 3.000 arias del siglo XVIII, ha acabado dando forma a la primera edición crítica de la partitura para su estreno en tiempos modernos”. Será este domingo, 273 años después de su primer telón, cuando la ópera de Galuppi se reencuentre con el público madrileño en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional gracias a una iniciativa del Centro Nacional de Difusión Musical dentro del ciclo Universo Barroco.

Página del manuscrito musical de 'Didone abbandonata' de Galuppi.

La reposición de la Didone forma parte de Repertorium, un proyecto liderado por la Universidad de Jaén y financiado con fondos de la Unión Europea que se dedica a entrenar modelos de inteligencia artificial para el reconocimiento óptico de partituras con una precisión sin precedentes. “A menudo los manuscritos de este periodo se encuentran en condiciones de conservación muy deficientes, debido sobre todo a la humedad, con la tinta corrida y las caligrafías mezcladas”, cuenta el ingeniero informático David Rizo, que se encarga de entrenar los algoritmos. “Al aprender de una obra de la calidad de la de Galuppi, el sistema es capaz de extrapolar patrones que permiten la digitalización masiva de archivos de nuestro patrimonio musical para su recuperación y difusión”. Y aclara: “Es como si en un programa de procesamiento de imágenes metieras un Velázquez donde todo eran pollocks”.

En una sala de ensayo de los alrededores del parque de la Quinta de los Molinos de Madrid, el grupo Nereydas da los últimos retoques a una versión reducida (algo más de dos horas) de la partitura del maestro del barroco veneciano. Tal es el grado de implicación y entrega que, cuando los tresillos de las cuerdas dan paso al aria final de Didone (Vado… Ma dove? Oh Dio!), a la mezzosoprano Natalie Pérez le puede la emoción. “No pasa nada si se te rompe un poco la voz en este clímax dramático”, interrumpe el director Ulises Illán. “Recuerda que estás al borde de un precipicio y te debates entre ser la reina o la amante, entre la vida y la muerte…”. Después, los músicos y la cantante repiten el pasaje previo a la Sinfonía del incendio, y se produce la magia. “¡Fantástico, fantástico!”, los felicita el maestro. “Acabamos de desenterrar un tesoro nacional que llevaba casi tres siglos oculto bajo toneladas de silencio”.

’Farinelli con sus amigos’, retrato de Jacopo Amigoni (ca. 1750).

No es la primera vez que Illán se enfrenta a un reto de estas características. Hace tres años, hizo lo propio con La Nitteti, otra ópera de Metastasio con música de Niccolò Conforto concebida igualmente para los fastos reales del Teatro del Buen Retiro. “Nos encontramos, una vez más, ante una ópera centrada en la figura de una mujer poderosa y cuyo conflicto, amoroso y político, se aborda desde el otro lado del Mediterráneo”, celebra el director, que contará con las voces del sopranista Federico Fiorio, las sopranos Alexandra Tarniceru y Natalia Labourdette, el tenor Zachary Wilder, el contratenor Filippo Mineccia y la mencionada mezzo, que se lucirá en las arias Son regina e sono amante y la desgarradora Ah, no lasciarmi, no. “Didone nos sitúa en una encrucijada fascinante entre el culto a nuestro pasado musical y la más puntera vanguardia tecnológica”, asevera Illán. “No es solo una ópera, es un acto de reparación cultural y una declaración de futuro”.

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 Ulises Illán dirige en el Auditorio Nacional de Madrid la versión de concierto de la ópera que Farinelli encargó al maestro veneciano para celebrar el cumpleaños de Fernando VI y cuya recuperación ha servido para entrenar un modelo de inteligencia artificial con el que verán la luz otras partituras olvidadas del siglo XVIII   EL PAÍS

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