Claudia Amador: “Hay una afinidad entre el género del terror y las escritoras porque vivimos con mucho miedo”

Si Altasangre, la nueva novela de Claudia Amador, fuera una sopa, sería un sancocho. “O un mote de queso”, corrige la escritora, con la gracia del Caribe como punta de lanza. Barranquillera, de 27 años, es autora también de cuentos y relatos publicados y reconocidos en una trayectoria muy precoz. El último premio de su cosecha es el Nacional de Narrativa Elisa Mújica, que otorga el Instituto Distrital de las Artes (Idartes) de Bogotá cada dos años y que fue fallado en diciembre de 2024. La obra galardonada fue justamente Altasangre, coeditada por Mirabilia Libros y Laguna Libros, y presentada como una de sus principales novedades en la Feria del Libro de Bogotá de este año.

La novela es el resultado de la mezcla del folclor festivo, fiestero y pagano del carnaval de Barranquilla, con una trama terrorífica que incluye vampiros que chupan la sangre, rituales y diablos, aparte de la presencia silenciosa y constante de la muerte. Pero también de deudas que la autora no duda en reconocer: la manera en que Mariana Enríquez narra los fantasmas, el lenguaje cuidado y poético de Mónica Ojeda, el manejo de la tensión de Samanta Schweblin. Desde la adolescencia, dice, ha sentido inclinación por el género del terror y la estética gótica. Viste una chaqueta de cuero negra y de su cuello cuelga una gargantilla que lleva por dije un murciélago de metal que se mueve a medida que ella habla.

Aparte de ser escritora, Amador trabaja en la librería bogotana que lleva por nombre el apellido de Virginia Woolf, una de sus santas. Es profesional en Estudios Literarios, y fue en un ejercicio de esa carrera, en 2020, cuando empezó a cultivar la semilla de su novela como un cuento que sembró la inquietud por explorar ese universo en ciernes. Luego juntó los ingredientes de lo que pronto empezó a tomar aspecto de novela. En 2022, desechó lo que había redactado y volvió a empezar, ahora con ideas más claras, hasta que se convirtió en el relato que envió al Elisa Mújica. El texto, sin embargo, siguió cambiando en el proceso de edición, después del cual se convirtió en el volumen de cubierta colorida y lomo fucsia que descuella en las mesas de las librerías.

Altasagre también es, visto de cierta manera, el resultado de un choque, de una tensión entre las obsesiones góticas de la autora y el entorno cálido y fiestero en que creció. “Yo trataba de negar todo lo que era Caribe”, dice Amador en el vestíbulo de un hotel vecino a Corferias, la sede de la FILBo. “De hecho, tengo un tatuaje de Joy Division por aquí”, y muestra la parte interna de su brazo derecho. “Imagínate ser gótico en el Caribe… es terrible usar cuero negro”, bromea. “Ese problema de identidad me llevó mucho a volcarme en lo místico, a investigar y leer sobre brujas”, añade. Quizá sin sospecharlo, ya empezaba a acumular materia prima para la creación.

Más adelante, Amador hace consciente el hecho de que el terror y el Caribe con mucha frecuencia van por la misma vía. “Desde pequeña uno escucha muchas historias de terror. Es impresionante, porque, por un lado, uno le teme a Dios y a la Virgen, o lo que sea, y por otro a uno le dicen, ‘Cuidado con la vecina, que se convierte en bruja en la noche’, y después en gallina. Entonces en los pueblos las apedrean y dicen que las ven volar, y que hay que tener cuidado con el amarre”, relata. Después de haber crecido con esos miedos en un hogar cristiano, Amador siente ahora que puede hablar de esos temas que, en el fondo, son sus obsesiones. “Me disfruté mucho la novela, porque es tomar todo lo que he amado y me ha formado en estos años de lectura y meterlo en un solo espacio”, añade.

La relación de la escritora con la costa Caribe, sin embargo, se mantiene en la tensión de un amor que se alimenta en la lejanía. “Barranquilla es una ciudad estéticamente hermosa. El barrio en el que vivo es colonial, muy bello. Al atardecer, desde la ventana, se ve el mar. Pero dentro hay unas dinámicas sociales que no cambian del todo, entonces es una relación no amor-odio, sino amor-lejanía”. Desde que vive en Bogotá, hace dos años, puede observar mejor ese mundo en el que antes estaba inmersa y que ahora es atmósfera de parte de su literatura. “Uno termina escribiendo de lo que ama cuando está lejos. Yo amo profundamente el Caribe, pero siento que es mejor estar un poco lejos para poderlo ver mejor”.

La novela da pie a reflexiones como la ausencia de los hombres en las familias, la obsesión con no envejecer o el poder de la sangre, no solo para hablar de la violencia, sino de las cargas heredadas por todo un linaje. Todo ello está enmarcado en un escenario que quien conoce relaciona de inmediato con Barranquilla, pero que es un lugar indeterminado del Caribe, que pueden ser todos y ninguno a la vez, emparentados como están por un mismo mar en torno del cual construyen una nación particular. Es un universo con múltiples posibilidades que deja la sensación de que nuevas historias pueden discurrir en él.

Un ejemplar de Altasangre, novela de Claudia Amador, ganadora del Premio Nacional de Narrativa Elisa Mújica.

Las mujeres del terror, y viceversa

Los trabajos de escritoras como las mencionadas Enríquez, Ojeda o Schweblin, o también el de María Fernanda Ampuero, muestran una afinidad muy clara entre la literatura creada por mujeres en América Latina y el género del terror. ¿A qué se debe esa correspondencia? “Hay una afinidad del terror con las mujeres porque vivimos con mucho miedo”, responde Amador. Ese género, explica, se convierte en un espacio “onírico y catártico” para tratar temas que son terribles en la vida real. “Dentro de él hay comentarios sobre lo que es ser mujer. Vemos cosas del cuerpo todo el tiempo, como en la película La sustancia: la escena más terrible es cuando la protagonista está frente al espejo y se trata tan feo que uno dice, ‘Claro, dentro de su cabeza pasan cosas más terribles que lo que estamos viendo en la pantalla”.

No son los únicos temas: también están la maternidad, los deseos reprimidos por la prohibición o el miedo, los secuestros, los feminicidios. “Esa afinidad nace del miedo que tenemos de existir y los peligros que nos rodean. A través del terror se puede hacer catarsis y extrapolarlo para ponerlo en discusión, como un tema muy importante sobre la mesa”, añade. Entonces menciona un cuento de Mariana Enríquez en el que unas mujeres que se queman a sí mismas para evitar que otros las quemen. “Claro, es llevarlo al extremo, pero lo terrible es saber que no está tan lejos de la realidad”, apunta, antes de concluir: “Es una especie de reacción, de decir: ‘Mira, te lo voy a poner aquí para que tú te asustes un poquito, como yo me asusto todos los días también”.

Seguir leyendo

 La escritora barranquillera presenta en la Feria del Libro ‘Altasangre’, una novela en la que mezcla el folclor pagano y festivo del carnaval de su ciudad con una trama terrorífica de vampiros, fantasmas sangre  

Si Altasangre, la nueva novela de Claudia Amador, fuera una sopa, sería un sancocho. “O un mote de queso”, corrige la escritora, con la gracia del Caribe como punta de lanza. Barranquillera, de 27 años, es autora también de cuentos y relatos publicados y reconocidos en una trayectoria muy precoz. El último premio de su cosecha es el Nacional de Narrativa Elisa Mújica, que otorga el Instituto Distrital de las Artes (Idartes) de Bogotá cada dos años y que fue fallado en diciembre de 2024. La obra galardonada fue justamente Altasangre, coeditada por Mirabilia Libros y Laguna Libros, y presentada como una de sus principales novedades en la Feria del Libro de Bogotá de este año.

La novela es el resultado de la mezcla del folclor festivo, fiestero y pagano del carnaval de Barranquilla, con una trama terrorífica que incluye vampiros que chupan la sangre, rituales y diablos, aparte de la presencia silenciosa y constante de la muerte. Pero también de deudas que la autora no duda en reconocer: la manera en que Mariana Enríquez narra los fantasmas, el lenguaje cuidado y poético de Mónica Ojeda, el manejo de la tensión de Samanta Schweblin. Desde la adolescencia, dice, ha sentido inclinación por el género del terror y la estética gótica. Viste una chaqueta de cuero negra y de su cuello cuelga una gargantilla que lleva por dije un murciélago de metal que se mueve a medida que ella habla.

Aparte de ser escritora, Amador trabaja en la librería bogotana que lleva por nombre el apellido de Virginia Woolf, una de sus santas. Es profesional en Estudios Literarios, y fue en un ejercicio de esa carrera, en 2020, cuando empezó a cultivar la semilla de su novela como un cuento que sembró la inquietud por explorar ese universo en ciernes. Luego juntó los ingredientes de lo que pronto empezó a tomar aspecto de novela. En 2022, desechó lo que había redactado y volvió a empezar, ahora con ideas más claras, hasta que se convirtió en el relato que envió al Elisa Mújica. El texto, sin embargo, siguió cambiando en el proceso de edición, después del cual se convirtió en el volumen de cubierta colorida y lomo fucsia que descuella en las mesas de las librerías.

Altasagre también es, visto de cierta manera, el resultado de un choque, de una tensión entre las obsesiones góticas de la autora y el entorno cálido y fiestero en que creció. “Yo trataba de negar todo lo que era Caribe”, dice Amador en el vestíbulo de un hotel vecino a Corferias, la sede de la FILBo. “De hecho, tengo un tatuaje de Joy Division por aquí”, y muestra la parte interna de su brazo derecho. “Imagínate ser gótico en el Caribe… es terrible usar cuero negro”, bromea. “Ese problema de identidad me llevó mucho a volcarme en lo místico, a investigar y leer sobre brujas”, añade. Quizá sin sospecharlo, ya empezaba a acumular materia prima para la creación.

Más adelante, Amador hace consciente el hecho de que el terror y el Caribe con mucha frecuencia van por la misma vía. “Desde pequeña uno escucha muchas historias de terror. Es impresionante, porque, por un lado, uno le teme a Dios y a la Virgen, o lo que sea, y por otro a uno le dicen, ‘Cuidado con la vecina, que se convierte en bruja en la noche’, y después en gallina. Entonces en los pueblos las apedrean y dicen que las ven volar, y que hay que tener cuidado con el amarre”, relata. Después de haber crecido con esos miedos en un hogar cristiano, Amador siente ahora que puede hablar de esos temas que, en el fondo, son sus obsesiones. “Me disfruté mucho la novela, porque es tomar todo lo que he amado y me ha formado en estos años de lectura y meterlo en un solo espacio”, añade.

La relación de la escritora con la costa Caribe, sin embargo, se mantiene en la tensión de un amor que se alimenta en la lejanía. “Barranquilla es una ciudad estéticamente hermosa. El barrio en el que vivo es colonial, muy bello. Al atardecer, desde la ventana, se ve el mar. Pero dentro hay unas dinámicas sociales que no cambian del todo, entonces es una relación no amor-odio, sino amor-lejanía”. Desde que vive en Bogotá, hace dos años, puede observar mejor ese mundo en el que antes estaba inmersa y que ahora es atmósfera de parte de su literatura. “Uno termina escribiendo de lo que ama cuando está lejos. Yo amo profundamente el Caribe, pero siento que es mejor estar un poco lejos para poderlo ver mejor”.

La novela da pie a reflexiones como la ausencia de los hombres en las familias, la obsesión con no envejecer o el poder de la sangre, no solo para hablar de la violencia, sino de las cargas heredadas por todo un linaje. Todo ello está enmarcado en un escenario que quien conoce relaciona de inmediato con Barranquilla, pero que es un lugar indeterminado del Caribe, que pueden ser todos y ninguno a la vez, emparentados como están por un mismo mar en torno del cual construyen una nación particular. Es un universo con múltiples posibilidades que deja la sensación de que nuevas historias pueden discurrir en él.

Un ejemplar de Altasangre, novela de Claudia Amador, ganadora del Premio Nacional de Narrativa Elisa Mújica.

Las mujeres del terror, y viceversa

Los trabajos de escritoras como las mencionadas Enríquez, Ojeda o Schweblin, o también el de María Fernanda Ampuero, muestran una afinidad muy clara entre la literatura creada por mujeres en América Latina y el género del terror. ¿A qué se debe esa correspondencia? “Hay una afinidad del terror con las mujeres porque vivimos con mucho miedo”, responde Amador. Ese género, explica, se convierte en un espacio “onírico y catártico” para tratar temas que son terribles en la vida real. “Dentro de él hay comentarios sobre lo que es ser mujer. Vemos cosas del cuerpo todo el tiempo, como en la película La sustancia: la escena más terrible es cuando la protagonista está frente al espejo y se trata tan feo que uno dice, ‘Claro, dentro de su cabeza pasan cosas más terribles que lo que estamos viendo en la pantalla”.

No son los únicos temas: también están la maternidad, los deseos reprimidos por la prohibición o el miedo, los secuestros, los feminicidios. “Esa afinidad nace del miedo que tenemos de existir y los peligros que nos rodean. A través del terror se puede hacer catarsis y extrapolarlo para ponerlo en discusión, como un tema muy importante sobre la mesa”, añade. Entonces menciona un cuento de Mariana Enríquez en el que unas mujeres que se queman a sí mismas para evitar que otros las quemen. “Claro, es llevarlo al extremo, pero lo terrible es saber que no está tan lejos de la realidad”, apunta, antes de concluir: “Es una especie de reacción, de decir: ‘Mira, te lo voy a poner aquí para que tú te asustes un poquito, como yo me asusto todos los días también”.

 EL PAÍS

Noticias Similares