La vendetta de Alan Moore: «Millones de adultos haciendo cola para ver ‘Batman’ es un signo de infantilización masiva y precursora del fascismo»

<p class=»ue-c-article__paragraph»>Primera paradoja:<strong> la persona que más ha hecho por desmitificar los superpoderes tiene todo el aspecto de poseerlos</strong>. Para empezar, unos ojos verdes de los que da la impresión que van a salir rayos láser. Luego, ese rostro atrincherado entre una larguísima barba cenicienta y una no menos frondosa melena a juego que le confieren un aire a Zeus. Y para terminar, unas manos cubiertas de anillos, listas para lanzar sortilegios desde las puntas de los dedos. La imagen del hechicero no es gratuita, pues <strong>Alan Moore</strong> (Northampton, 1953) es, efectivamente, un mago y un experto en las artes ocultas, como lo fue Aleister Crowley.</p>

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 Considerado el mejor guionista de cómics del mundo, autor de títulos como ‘V de vendetta’, ‘Watchmen’ o ‘From Hell’, reniega del ‘noveno arte’ y prefiere centrarse en las posibilidades de la magia y del ocultismo para revelar aspectos políticos y sociales que se escapan de nuestra visión de la realidad. Ahora inicia una serie de novelas sobre un Londres sobrenatural y alucinado.  

Primera paradoja: la persona que más ha hecho por desmitificar los superpoderes tiene todo el aspecto de poseerlos. Para empezar, unos ojos verdes de los que da la impresión que van a salir rayos láser. Luego, ese rostro atrincherado entre una larguísima barba cenicienta y una no menos frondosa melena a juego que le confieren un aire a Zeus. Y para terminar, unas manos cubiertas de anillos, listas para lanzar sortilegios desde las puntas de los dedos. La imagen del hechicero no es gratuita, pues Alan Moore (Northampton, 1953) es, efectivamente, un mago y un experto en las artes ocultas, como lo fue Aleister Crowley.

Segunda paradoja –vendrán muchas más–: el considerado mejor guionista de cómics del mundo no quiere saber nada del arte en el que logró lo que nadie más ha alcanzado. Consiguió que uno de sus personajes, el revolucionario antifascista V, trascendiese las páginas de ‘V de Vendetta‘ (1982-1989) y su máscara de Guy Fawkes se convirtiese en símbolo de resistencia para movimientos de todo el mundo. Además, desmenuzó el concepto de superhéroe en ‘Watchmen’ (1986-1987), obituario del hombre extraordinario que crearon en 1938 dos postadolescentes judíos de Cleveland, Jerry Siegel y Joe Shuster, al que bautizaron como Superman. Y, por encima de todo, le corresponde el mérito de haber insuflado anarquismo en un medio perseguido y luego vampirizado por las fuerzas conservadoras, como es el cómic.

Y, sin embargo, Moore no quiere que sus palabras vuelvan a salir en un bocadillo dentro de una viñeta.

«Hace 40 años, la mayoría de mis entrevistadores me preguntaban por las maravillosas posibilidades que veía para los cómics en el futuro», recuerda el autor británico a través de un largo correo electrónico. Esa fe en el futuro del formato ha sido sustituida hoy por una nostalgia del pasado. Es decir, por los cómics de aquel entonces. «¿Acaso hace 40 años fue la última vez que pareció que los cómics tenían futuro?«, deja en el aire.

En cualquier caso, para él ya no lo tienen. Su última serie, ‘Providence’, es de hace siete años. Su Northampton natal, donde vive con su esposa, Melinda Gebbie, ha sido la fuente de inspiración de sus dos primeras novelas, ‘La voz del fuego’ (1996) y ‘Jerusalén’ (2016), a medio camino entre –otro contrasentido– el relato de hechos históricos y lo sobrenatural.

Ahora Moore se ha embarcado en un ambicioso proyecto narrativo, que ha llamado ‘Londres eterno’ y cuya primera novela (de cinco planeadas) es ‘El Gran Cuando’, que acaba de publicar en España Nocturna Ediciones. En 1949, cuando los escombros de la Segunda Guerra Mundial todavía ocupan las dos orillas del Támesis, un joven librero encuentra un Londres oculto que tiene algo de viaje de LSD, de pintura surrealista y, de nuevo, de paradoja espaciotemporal. Igual que ‘From Hell’ (1989-1996), su cómic sobre Jack el Destripador, proponía una investigación de las historias codificadas en la arquitectura de la capital inglesa, esta tercera novela es una invitación al acto de imaginar a través de la psicogeografía. «Aunque ambas están ambientadas en Londres y tienen algunas similitudes superficiales –las dos, en distintos grados, combinan ficción e historia establecida–, son obras muy distintas», puntualiza su autor. ‘El Gran Cuando’ es, según él, «una fantasía extravagante que quizá se describa mejor como una ‘piel’ sumamente elástica de lo imaginario estirada sobre una armadura obstinadamente inamovible de vidas y circunstancias históricas«.

Moore tiene la teoría de que la ciencia, la política o cualquier otra faceta del saber humano no son otra cosa que alguno de los restos desmembrados de la magia paleolítica. «Lo oculto, o escondido, nos muestra precisamente aquello que lo visible o iluminado ha pasado por alto, porque estaba invisible, sin iluminar», dice en su defensa de lo esotérico. «Y el campo no iluminado de lo que no conocemos es una oscuridad inmensa, ilimitada, comparada con el solitario foco de lo que sí conocemos. Podría decirse que cualquiera que intente ampliar esa zona iluminada del conocimiento humano, en cualquier campo, desde la ciencia a la política, es un ocultista. Y si está dispuesto a compartir con el resto del mundo cualquier luz de comprensión que pueda descubrir, entonces es un iluminista». Lo cual le lleva a preguntarse: «¿Quizás el principal deber del ocultista debería ser disminuir la escala y el alcance del propio ocultismo?».

Sin embargo, y al contrario de lo que suele ser común en estos tiempos, el interés de Moore por lo que hay más allá del mundo real no se traduce en una huida del mismo. «El modo predominante de lo fantástico en la cultura moderna es el simple escapismo, que es una forma de fantasía que no sólo creo que es inútil, sino que también siento que en nuestra precaria situación actual es realmente peligrosa. Necesitamos desesperadamente pensar en soluciones a esta terrible situación, y no ignorar las alarmas porque estemos inmersos en la Tierra Media o en el Universo Cinematográfico Marvel. Como ya he dicho en otras ocasiones, el escapismo es una escalera de incendios hecha de papel y celuloide que nunca va a sacar a nadie del edificio en llamas».

Su posición insobornablemente ácrata y desafiante frente al poder funciona también aquí, en el reino de lo extraordinario. «Lo importante de cualquier historia fantástica, independientemente del universo imposible en el que esté ambientada, es que se relacione de algún modo, aunque sólo sea emocionalmente, con el mundo que el lector conoce y en el cual vive. Debe decir algo que no sólo sea cierto en Narnia«, plantea.

Así, con los libros de ‘Londres eterno’, intenta «utilizar la fantasía como una lente a través de la cual examinar la última mitad del siglo XX, como una forma de entender cómo hemos llegado hasta aquí, al fragmentado e incoherente siglo XXI«. No quiere ofrecer a los lectores un «escape de este idiota anillo del Infierno», sino más bien «una diversión entretenida e informadora durante la cual espero arrojar algo de luz sobre nuestra situación actual y hacer algunas sugerencias sobre dónde creo que podría estar la escotilla de emergencia».

Gran parte de esta idiocia viene de la omnipresencia de la iconografía superheroica en la vida cotidiana. No ya sólo a través de los ‘blockbusters’ cinematográficos, sino también en cómo estos han terminado modelando a los ciudadanos y, sobre todo, a sus líderes. Para hablar de ello, Moore toma como referente una de sus creaciones, ‘V de Vendetta‘, a la que se refiere como «una propiedad de DC/Warner Brothers de la que he renegado y que realmente no quiero volver a ver o, si es posible, pensar en ella nunca más».

Desde el principio el escritor ha matizado su apoyo a los movimientos que han adoptado la máscara de Guy Fawkes como símbolo. «Mientras que Occupy hizo uso de la máscara de una manera y por una causa que yo apoyaba de todo corazón, me apresuré a distanciarme de Anonymous sobre la base de que, por la propia naturaleza del anonimato necesario del movimiento, era imposible saber de dónde o de quién provenían sus planes ocultos». Aunque las corrientes de protesta «se han convertido en un fenómeno necesario y vital en todo el mundo», concede, sería «absurdo e irresponsable» por su parte «apoyar las creencias políticas de cualquiera que posea una determinada pieza de ‘merchandising’ de una película de Warner Brothers. Después de todo, durante el intento –aparentemente exitoso– de derrocar la democracia estadounidense el 6 de enero de 2021, había máscaras de Guy Fawkes sonrientes entre las esvásticas, las serpientes de Gadsden, las gorras MAGA y las camisetas con ‘Arbeit Macht Frei’ [«El trabajo os hará libres», el lema a la entrada de Auschwitz]. Y, por supuesto, he visto imágenes de estudiantes tunecinos con máscaras de Fawkes, justo antes del inicio de la Primavera Árabe diseñada por Anonymous que en gran medida sustituyó un gobierno represivo por otro, y terminó en la pesadilla en curso, incluso después de la salida de Assad, que está sucediendo en Siria».

Moore se dio cuenta de lo que sucedía cuando el Channel 4 de la televisión británica le llevó a la catedral de San Pablo de Londres para hablar con los manifestantes de Occupy: «La gran mayoría de los que llevaban las máscaras nunca habían leído mi libro original, sino que sólo habían visto la adaptación cinematográfica con la que, si alguien lo recuerda, no quise tener nada que ver, por la que me negué a recibir ningún pago y de la que eliminé mi nombre de los créditos».

El escritor nunca ha visto la película resultante, «igual que las demás adaptaciones cinematográficas de mi obra», asegura. «Pero he oído y leído lo suficiente para saber que ha pasado de ser una fábula aleccionadora escrita en los primeros años de la administración Thatcher a una metáfora confusa sobre el 11-S y los neoconservadores estadounidenses que se las arregla para no mencionar ni una sola vez las palabras ‘fascismo’ ni ‘anarquía’ y, aparentemente, llega a un final feliz con fantasmas y fuegos artificiales. Ese filme y la tendencia de protesta que desencadenó no tienen ninguna relación conmigo ni con mi cómic, del que reniego. Deseo sinceramente que mis libros de ‘Londres eterno’ sean menos inesperadamente explosivos y más calmados en sus efectos».

Este distanciamiento con el cómic le ha dado a Moore una perspectiva que muchos califican de profética. Así, en 2013 le dijo a un periodista que pensaba que «cientos de miles de adultos haciendo cola para ver la nueva película de Batman era un signo preocupante de infantilización masiva, que suele ser precursora del fascismo«. Además, señaló que le parecía «una lástima que el público de este sorprendente nuevo siglo no pudiera disfrutar de nuevas ideas y personajes, en lugar de aferrarse a franquicias concebidas originalmente para entretener a los niños de 12 años de hace cinco décadas».

Lo que ocurrió entonces fue algo que se repite con frecuencia en la vida de Moore. «Como siempre que me hacen una pregunta sobre el campo en el que he trabajado durante 40 años y sobre el que se podría pensar que tengo algunas opiniones, los comentaristas ‘on line’ entusiastas de los superhéroes ahora en su madurez, me denunciaron como un ermitaño indefectiblemente enfadado que se enfurece por absolutamente todo». No por repetido, resulta menos urticante. «Supone mucho menos esfuerzo ridiculizarme como un viejo loco que ciertamente no tiene la comprensión en profundidad de la industria de los superhéroes que ellos mismos sí que poseen», comenta con sorna. Así pues, no le queda otra que reafirmarse: «Ésta, espero que lo entiendan, es una de las muchas razones por las que considero el campo de los superhéroes como una vergonzosa pérdida de mi tiempo«.

Sin embargo, los hechos se fueron sucediendo: «El referéndum del Brexit, el primer mandato de Trump, y un desmadre de la extrema derecha que acabó con la anulación de la sentencia ‘Roe vs Wade’, que eliminó los derechos reproductivos de las mujeres y convirtió a Estados Unidos en una teocracia medieval con Instagram, además de la invasión televisada del edificio del capitolio por una turba con una horca portátil que pretendía colgar a Mike Pence y Nancy Pelosi».

«Más que tener poderes sobrenaturales de predicción, me había limitado a comentar lo que me parecía un resultado político probable de un género pensado originalmente para niños, que se centra en ideas simplistas de certeza moral y para el que la fuerza mayor es la única forma de resolución de conflictos», apunta Moore. Pero la realidad siguió su curso: «Ahí estaba el disfraz de Iron Man de Elon Musk en Halloween como preludio de sus saludos romanos en la toma de posesión de un delincuente convicto que había manifestado abiertamente su intención de gobernar como un dictador». No se queda ahí su definición del dueño de X: «Un oligarca a tope de ketamina al que le gusta pensar en sí mismo como ‘el Tony Stark de la vida real’». Ése es el punto en que nos hallamos. «Y me encuentro demasiado agotado para soltar siquiera un ‘os lo dije’».

Aún así, se culpa y cita ‘Watchmen’, del cual también reniega, como corresponsable del bloqueo emocional masivo que nos ha traído aquí. «Esta infantilización tiende a hacer que la gente espere que la realidad funcione como un cómic, y que los problemas humanos complejos tengan soluciones convenientemente sencillas de cómic. Como tal, proporciona un excelente terreno para que el fascismo eche raíces y florezca». Otra paradoja, pues. «Así es como la bienintencionada creación de Siegel y Shuster desembocó en nuestro dilema actual: mientras nosotros vagábamos con los ojos bien abiertos en nuestra visita a la Batcueva y a la Mansión de los Vengadores, un circo lleno de absurdos nazis deambulaba con los ojos bien abiertos en su propia visita al edificio del Capitolio y, finalmente, al Despacho Oval«.

La industria del ‘noveno arte’, denuncia entonces, «está controlada en gran medida por aficionados al cómic sin talento y promocionados en exceso, y por aficionados al cómic cuyos padres ricos les compraron una editorial». Han adaptado la industria «a sus propios intereses como hombres maduros, de modo que las superheroínas, antes anodinas, ahora requieren un brillo pornográfico ‘softcore’ y, en consecuencia, ya no hay cómics de nivel básico para niños o lectores más jóvenes, que evitan el medio en masa. Esto ha conducido, como era previsible y obvio, a una situación en la que los lectores de cómics ‘hardcore’ no sólo están disminuyendo, sino que literalmente están desapareciendo, de modo que ahora consisten, en el mejor de los casos, en unas cien mil personas de mediana edad cada vez más traicionadas y rencorosas. La industria se tambalea desesperadamente con un reinicio absurdo tras otro reinicio absurdo, aparentemente porque nadie en ella es capaz de imaginar o aportar soluciones prácticas, nuevas ideas. Con cada década, esta falta de ideas parece ser más pronunciada».

Frente a ese eterno retorno, la idea de que los valores conservadores son «una rebelión punk desafiante contra una élite liberal» que todo lo controla no merece mucho respeto por parte de Moore. «En un mundo que, desde que tengo memoria, ha estado dominado casi en su totalidad por ideologías que, en el mejor de los casos, son conservadoras, al mismo tiempo que está sometido por los valores morales de una secta judeocristiana violenta e intolerante de hace dos mil años, eso es, si me perdonas, jodidamente risible. Y no me hagas hablar de lo que este gobierno laborista [el de Keir Starmer] sin carácter acaba de hacer a los ‘trans’ y a los discapacitados. De hecho, pensándolo bien, puede que esos descontentos fans de los cómics tengan razón. Tal vez estoy furiosamente enfadado todo el tiempo».

O tal vez la ira esconda, paradoja final, una solución: «Debemos unirnos como comunidades y protegernos mutuamente, independientemente de lo que nos echen encima nuestros gobernantes, y debemos pasar al ataque con todos los recursos que tengamos a mano: nuestra música, nuestro humor, nuestros escritos, nuestro arte, nuestras protestas y nuestras voces. Debemos amar y debemos luchar». Atentamente, Moore se despide: «Amor y lucha».

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