<p>Se podría pensar que<strong> Paco Roca</strong> (Valencia, 56 años) ve la vida a través de un espejo retrovisor, como si llevara adosado uno de esos cachivaches con lentes del profesor Franz de Copenhague o sufriera una tortícolis persistente. Error. El superventas español de la historieta y Premio Nacional del Cómic <strong>ha convertido el pasado en su tema fetiche</strong>, pero sin nostalgia o afán revisionista. Su viaje al centro de la memoria es seguramente la aventura más fascinante del tebeo autóctono contemporáneo. Por tener, tiene incluso algo de milagroso: en él <strong>ha embarcado a público que ni sabía que le gustaban las viñetas</strong>.</p>
El autor de ‘Arrugas’ y ‘El abismo del olvido’ inaugura hoy la exposición que le dedica el Instituto Cervantes como centinela de la memoria identitaria, familiar e histórica
Se podría pensar que Paco Roca (Valencia, 56 años) ve la vida a través de un espejo retrovisor, como si llevara adosado uno de esos cachivaches con lentes del profesor Franz de Copenhague o sufriera una tortícolis persistente. Error. El superventas español de la historieta y Premio Nacional del Cómic ha convertido el pasado en su tema fetiche, pero sin nostalgia o afán revisionista. Su viaje al centro de la memoria es seguramente la aventura más fascinante del tebeo autóctono contemporáneo. Por tener, tiene incluso algo de milagroso: en él ha embarcado a público que ni sabía que le gustaban las viñetas.
«Uno de los motivos que me llevó a hacer Arrugas fue darme cuenta de que había muy pocas historias en las que estuviese presente la vejez», explica a propósito de la novela gráfica que lo convirtió hace casi dos décadas en estrella gracias a su reflexión sobre la tercera edad y el deterioro cognitivo. «Todos queremos llegar a viejos, pero no que nos cuenten historias en primera persona sobre la vejez. En la sociedad actual, ésta es vista más como un lastre que como una fuente de conocimiento», denuncia.
Convertido en embajador global de la cultura con eñe -acaba de llegar de México y en unos días viajará a Alemania-, Roca hace escala en la capital para firmar durante horas en la Feria del Libro de Madrid y para inaugurar la exposición que le dedica el Instituto Cervantes precisamente por su empeño en reflexionar sobre el legado. Además de exhibir dibujos originales, guiones y objetos con tanto valor sentimental como su inseparable estuche, La memoria. Viaje emocional por los cómics de Paco Roca presenta al autor y su trayectoria a través de tres grandes murales o mapas concebidos para la ocasión: los dedicados a la memoria identitaria, a la memoria familiar y a la memoria histórica.
El primero, centrado en la mencionada Arrugas (Astiberri, como casi toda su obra), El invierno del dibujante (2010) y su participación en la obra coral Mujer, vida, libertad (Reservoir Gráfica, 2023), sitúa a la memoria como ladrillo esencial en la construcción del carácter y la proyección social, así como material sometido al paso del tiempo. El segundo gravita alrededor de Regreso al Edén (2024) y La casa (2015), sus trabajos más personales, para indagar en recuerdos íntimos y las relaciones con su padre, madre y hermanos. El tercero se apoya en Los surcos del azar (2019) y El abismo del olvido (2023, coescrito con el periodista Rodrigo Terrasa) y explora la historia silenciada o directamente desconocida de víctimas o héroes de la Guerra Civil y la posguerra.
La exposición lleva el logo del Instituto Cervantes y el del Ministerio de Política Territorial y Memoria Democrática, que lo ha incluido en el polémico programa de España en libertad. 50 años. A diferencia de muestras anteriores como Dibujante ambulante (Fundación Telefónica, 2014) y El dibujado (IVAM, 2019), el comisario es el propio Roca.
- ¿Cuál de los tres mapas ha sido más difícil de dibujar?
- Los tres son una especie de continente con asuntos que siempre acabo tratando: los miedos, la familia, los sueños, el azar… En el del miedo está el miedo a la muerte, a las ideologías… Pensamos que nuestra ideología nos hace mejores que a otras personas y seguramente éstas piensan lo mismo… Es un miedo que tengo a la hora de enfrentarme a cada obra nueva: el de poner a prueba mi base ideológica. Otros temas que tengo presentes son la soledad en determinadas circunstancias y la muerte. ¿Cómo me sentiría en el momento que me sacasen de una celda para fusilarme? ¿Qué pensaría durante el paseíllo?
- ¿Cómo detecta temas relacionados con la memoria que, además, interesan al lector?
- No sé quien decía que todas las obras se hacen desde las preguntas, no desde las respuestas. Hay un montón de temas que flotan en el ambiente. Hacer un cómic es mi manera de reflexionar sobre ellas. De ponerme yo en esas circunstancias a través de unos personajes para intentar comprenderlos. Luego confías en que haya público al que le interese lo mismo que te interesa a ti.
- En los títulos en los que retrata a su familia también escruta a la sociedad española de puertas para dentro…
- Desde que murió mi padre empecé a interesarme por la memoria familiar. Me di cuenta de que me había preocupado de poner en valor el legado de los dibujantes de la Escuela Bruguera o la memoria histórica y no lo había hecho con la de mis seres queridos. Mi padre había muerto sin que le preguntara determinados asuntos, y con él desaparecieron sus recuerdos. Ahí surgió mi interés por intentar reconstruir su historia y, luego, la de mi madre y hermanos. Me interesó, sobre todo, que sus vidas eran muy normales. Nunca habrían sido protagonistas –aunque lo han acabado siendo de mis cómics– de ningún gran relato. No habrían aparecido en la portada de un periódico ni en un libros de Historia por ningún motivo. Formaban parte de esa capa de la sociedad cuya única ética era sobrevivir en circunstancias difíciles como fueron las miserias de la posguerra y la dictadura. Me encanta contar las historias de la gente normal, porque cualquiera se siente identificado con ellas. Historias como la de La Nueve [la compañía integrada casi en su totalidad por soldados españoles que fue de las primeras en entrar en el París ocupado en la Segunda Guerra Mundial] son una maravilla. Pero los héroes son una parte ínfima de la sociedad.
- Usted es un autor comprometido con posiciones progresistas. ¿En algún momento le ha preocupado que su trabajo sea instrumentalizado políticamente o que algún partido se apropie de sus reflexiones?
- Con Los surcos del azar no tuve la impresión de estar haciendo nada político. Nunca pensé que contar una historia como la de La Nueve se pudiese interpretar como algo ideológico. Igual fue demasiado ingenuo… Pensaba que cualquier persona que tuviese una mínima sensibilidad contra el fascismo y a favor de la democracia compartiría mi reflexión. Me di cuenta de que no es así, cuando me empezaron a preguntar por la División Azul. Yo decía que no es lo mismo. De la División Azul se ha hablado mucho. Además, lo que también me interesa de la memoria es dar voz a toda la gente que no ha podido hablar de su sufrimiento. Con El abismo del olvido, Rodrigo y yo temimos justo esto. Tú no puedes impedir que un político saque tu cómic en el Congreso. Pero si nuestro cómic funcionaba, tenía que hacerlo al margen de la política. En el momento en el que pueda parecer que está hecho para poner voz a un partido, desaparece la neutralidad con la que ha sido creado y pierde la utilidad que pudiera tener. Ha habido gente ideológicamente alejada de mí que al leer El abismo del olvido ha reflexionado sobre las fosas y la memoria histórica. Eso es genial y, en cierto modo, uno de los objetivos del trabajo: que se vea como un tema humano. En éste y en otros casos he intentado que no se politicen mis cómics y que no se me identifique con ningún partido.
- Como sociedad, ¿por qué nos cuesta tanto echar la vista atrás?
- El gran problema en España es la falta de consenso sobre su pasado. No hay manera de llegar a unos mínimos, y menos con el surgimiento de la ultraderecha. Si antes ya costaba mucho que el PP asumiera ciertas cosas, con los extremos –a derecha y izquierda– se ha hecho todavía mucho más difícil. Sobre La Nueve no hay consenso. La alcaldesa de París inauguró un jardín dedicado a la compañía y acudieron de forma oficial los Reyes de España. Años después, Carmena le hizo un homenaje en Madrid y no vino nadie. No hay consenso con los muertos españoles en los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial a la hora de considerarlos víctimas y homenajearles. Por otro lado, tenemos a determinado espectro político que no hace otra cosa que embarrar las cosas y que insiste en afirmar que el pasado es inamovible, que nos olvidemos de él y miremos adelante. Esto, claro, hace que no encontremos nunca hechos en el pasado que nos unan a todos. No hay conmemoraciones porque todo está politizado. En España no nos ponemos de acuerdo en nada. Ni siquiera en el Día de la Fiesta Nacional hay un sentimiento de unidad, y eso es sumamente grave. Se invita a pensar que la mirada al pasado reciente es un tema ideológico. Pero cuando sales fuera te das cuenta de que todos los países echan la vista atrás porque es lógico, y más cuando se tiene un pasado traumático. En Francia se reflexiona sobre todo acerca del papel que jugó el país en la Segunda Guerra Mundial, el colaboracionismo, sobre el proceso de descolonización, incluso sobre la figura de Napoleón. Y lo mismo en Italia, en Estados Unidos, en Chile… en todos los países se mira hacia atrás para aclarar las cosas. En Argentina, salvo ahora con Milei, se reflexiona sobre todos los asuntos y hay un consenso en lo que representaron las dictaduras. Aquí en España todo eso es mucho más complicado.
- Es un tópico decir que la Transición fue posible gracias a un pacto de amnesia. ¿Quizá los españoles nos hemos acabado creyendo que había que olvidar en vez de recordar?
- Como sociedad, esa amnesia no es nada buena. El resurgir del franquismo entre los chavales y que se diga que la dictadura no fue tan mala… todo esto se debe a haber olvidado el pasado. Si la dictadura no fue mala, ¿por qué tenemos una democracia? Olvidar el pasado es un peligro.
- En clase, las generaciones que estudiaron EGB y BUP solían quedarse a las puertas de la convulsa Historia española del siglo XX. Ahora hay múltiples canales o vías para quien quiera profundizar en aquella etapa. Uno de ellos, por supuesto, es el cómic. ¿Crees que con los suyos contribuye de alguna manera a llenar un vacío o un silencio?
- No me planteo que tengan que ser didácticos por sí mismos, sino como una forma de entretener al lector, de reflexionar sobre determinados asuntos, de emocionar con un puñado de personajes. Nunca piensas en que tus cómics puedan ir más allá de estos asuntos. Pero es cierto que luego, con el paso del tiempo, se pueden convertir en material didáctico. He ido a infinidad de charlas en colegios -y lo he vuelto a hacer con Rodrigo a propósito de El abismo del olvido- a dar explicaciones sobre determinados asuntos que pueden ser un buen complemento. Un cómic nunca puede sustituir a un libro de texto ni a un ensayo, pero sí puede ser un buen complemento. Los libros de Historia o de texto se quedan en los grandes acontecimientos, en las cifras, en el análisis global, y nunca entran en la vida de las personas. Ese es el papel de la narrativa, el empatizar con todas esas personas. Un libro de texto o un ensayo pueden hablar de las miles de personas que sufrieron la miseria en España en la posguerra, pero no llegamos a entender lo que supone eso si no empatizamos con cualquiera de esos personajes. Y más que nunca, ahora. Los jóvenes empiezan a votar a la ultraderecha y en las encuestas dicen que estarían dispuestos a sacrificar libertades e incluso a vivir en un Gobierno más o menos totalitario si éste les garantiza un empleo o una vivienda. Creen que la democracia no les da satisface necesidades básicas y estarían dispuestos a sacrificar libertades para conseguirlas. La narrativa es una buena forma de contrarrestar este tipo de discursos.
- No puede ser más simbólica que la exposición sea precisamente en un edificio que se inauguró hace más de un siglo como sucursal bancaria y cuya cámara acorazada se ha convertido en la gran cápsula del tiempo de la cultura hispánica. El legado de escritores, artistas y científicos como Gabriel García Márquez, Miguel Delibes, Ana María Matute o Margarita Salas se atesora justo aquí. En realidad, es un monumento a la memoria…
- No lo había pensado pero sí, es la sede ideal. El concepto de memoria puede equivaler a guardar esos recuerdos, vivencias y testimonios en una caja fuerte. . Y también tiene todo el sentido que esta exposición la forme un conjunto de mapas o un atlas. Los mapas sirven para dejar por escrito o por medio del dibujo cosas para que no se olviden. Para poner orden en el caos, en eso que antes existía y que ya no existe. Los mapas ponen orden y atesoran la información para que futuras generaciones conozcan el camino. Al final también representan una lucha contra la desmemoria.
- Sus primeros trabajos como historietista los publicó en ‘Kiss Comix’ a mediados de los 90 y eran de contenido erótico. Usted nunca ha renegado de aquellos inicios cuando empezó a ser considero uno de los grandes nombres del circuito comiquero. Eso también es tener memoria…
- No tengo mucho problema en hablar de ello. Era una forma de empezar a publicar en aquel momento. Desgraciadamente, las únicas revistas que quedaban eran las eróticas, que tenían un gran mercado y llenaban los quioscos. Todo ese mundo ha desaparecido y se ha convertido en otra cosa en internet, pero entonces era una buena forma de abrirse camino en el mundo del cómic.
- ¿Su próximo trabajo también remitirá a la memoria?
- Lo tengo ya muy avanzado, seguramente se publicará a finales de este año o principios del próximo. Sí, trata la memoria de una forma íntima, de cómo gestionamos la memoria que tiene que ver con las relaciones de pareja, de cómo se gestionan los recuerdos y el pasado cuando una relación romántica se termina. Supondrá un cambio de género respecto a lo que he hecho hasta ahora.
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