Ramón Tamames, el candidato ególatra

Ramón Tamames (Madrid, 1933) querría que se le recordase como un rebelde juvenil. Lo fue, incluso peligrosamente. En 1956, pasó una temporada en la cárcel de Carabanchel por revolverse contra la dictadura franquista y se afilió al Partido Comunista, con los riesgos que ello conllevaba. Hoy es un hombre válido para todas las estaciones. Es lo que decía de Tomás Moro su amigo Erasmo. Moro acabó decapitado por Enrique VIII de Inglaterra. Tamames, en cambio, a punto de cumplir 90 años, tiene una biografía desbordante, de hombre de Estado, si se permite la jactancia: jovencísimo técnico superior de la Administración; catedrático de Universidad; académico de la Real de Ciencias Morales y Políticas; diputado a Cortes por el PCE en las primeras legislaturas; primer teniente de alcalde de Enrique Tierno Galván; consejero temprano de EL PAÍS —dirigió su famoso anuario varios años—, y escritor de medio centenar largo de libros exitosos (quizá 77, no los ha contado, entre ellos un par de novelas). Estos días llega a las librerías uno nuevo, con el título Pentagonía. Acta Final.

Sostiene Tamames que Pentagonía. Acta Final es una novela, en la idea de Pío Baroja de que la novela es como un saco en el que cabe de todo. Más parece un informe de 447 páginas sobre cinco trances en los que el autor se vio inmerso a lo largo de 2023. Pero no seré yo quien le contradiga, entre otros motivos porque el libro se lee como si fuera una novela. El editor —Seneca Editorial— la considera como tal después de haber consultado con tres especialistas si interesaba publicarla, y escribe lo mismo el autor del prólogo, Juan Manuel de Prada, que sabe de géneros literarios porque él mismo ha cultivado varios con gran éxito.

Candidato al Nobel

En todo caso, novela o no, Tamames ha escrito un libro absolutamente inclasificable. Entre sus extravagancias, por cierto, hay una muy del gusto de Alicia en el país de las maravillas. Para qué sirve un libro que no tenga diálogos ni estampas, se decía, perezosa. Pentagonía contiene 201 fotografías, incluida la reproducción del acta en inglés de un llamado Comité pro premio Nobel de Economía al prof. Tamames, y un índice onomástico con medio millar largo de nombres.

Antes de llegar al gran trance de la moción de censura de marzo de 2023 contra el presidente Pedro Sánchez, conviene conocer lo que escribe Tamames sobre la egolatría y la longevidad. “Tú eres un ególatra. Lo bueno es que lo reconoces, incluso te ríes de ello”, le dijo Carlos Zayas, compañero de fatigas en la rebelión estudiantil de 1956, militante del PCE clandestino y futuro marido de la cantante Massiel. Y Tamames: “Lo que tú digas, Carlos. Haz lo que yo: ríete de tu egolatría, como hizo, a su modo, Pío Baroja en su libro Juventud y egolatría. Pero sí. Y también soy un ingenuo. La egolatría y la ingenuidad ayudan a avanzar, a no pararse, a no hacer caso al qué dirán”.

Por qué no 120 años de vida

Sobre la longevidad, a punto de cumplir 90 años, Tamames también novela. Ha calculado que vivirá 4,24 años más, hasta los 94. Para ello, tira de su oficio de economista y hace cálculos con datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). En cambio, el último discípulo vivo del doctor Gregorio Marañón, Carlos Enrique Rodríguez Jiménez, le augura que cumplirá los 103. ¿Cómo puede ser? Porque es ególatra. “Porque al proponerse este o aquel objetivo, te cuidas más. Porque cree que va a ser eterno, porque se despierta cada mañana con la cabeza refrescada y porque quiere saberlo todo”. Le digo que la Biblia eleva el reto hasta los 120 años. Está en el Génesis, que es libro divertidísimo (ya hubiera querido García Márquez). En el relato de la descendencia de Adán casi todos viven más de novecientos años, el que más, Matusalén: 969.

Pero de pronto, el hachazo. Quizás porque el dichoso paraíso se estaba llenando, o porque los nuevos habitantes estaban echándose a perder (pronto llegará el relato de Sodoma, terrible, y más tarde el Diluvio exterminador), los redactores de la Biblia, que según los curas es palabra de Dios, dan un salto y escriben: “Cuando empezaron a multiplicarse los hombres y tuvieron hijas, viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron de entre ellas por mujeres las que bien quisieron. Y dijo Yahvé: No permanecerá por siempre mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne. Ciento veinte años serán sus días”. Enciclopédico, el profesor Tamames ya lo trata en Pentagonía. Acta final. “La Biblia habla de años lunares, pero sí, la edad máxima del género humano está en 120 años. En España sabemos de personas que mueren ya con 117 años, incluso más. José Luis Cordeiro, ingeniero y filósofo venezolano, un optimista empedernido, repleto de energía, tiene un libro, La muerte de la muerte, en el que concluye que la ciencia ficción de hoy es la ciencia real de mañana. Coincido”.

La moción. Pónganse en su lugar

Novela o informe, el libro se detiene largas páginas en la moción de censura. Cómo no iba a hacerlo. Dudará el lector sobre lo que es realidad y lo que es ficción, pero parece que la idea fue una maldad de Fernando Sánchez Dragó. Fue quien convenció a Vox. La regocijante egolatría de Tamames aportó lo demás. Pónganse en su lugar. Era difícil resistirse: tiempo ilimitado para decir en el Congreso lo que quieras, millones de españoles a la escucha en televisiones y emisoras de radio, aumento de tirada de los periódicos, miles de artículos, muchos a favor, otros tantos en contra, perfiles y editoriales por doquier y, por hablar solo de EL PAÍS, dos artículos de Manuel Vicent, dos de Manuel Jabois, uno de Sergio del Molino y dos entrevistas de Miguel González. Pónganse en su lugar.

Dice Tamames: “Sánchez Dragó y yo estuvimos juntos en la cárcel y somos, éramos, muy amigos. Me convenció. Los dos teníamos grandes planes, pero se vino todo abajo por su muerte. Murió a los 20 días de la moción. Además, me influyó Amando de Miguel. También murió poco después. Me dijo: ‘Ramón, ve. Olvídate de las envidias. Una oportunidad así no la va a tener nadie en España en lo que queda de siglo”.

Sacrificios, renuncias, peligros

Aún más. Hay en la biografía de Tamames aspectos que explican su compromiso con la moción aunque fuera con Vox, partido al que respeta, pero con el que apenas comparte nada. Manuel Vicent lo retrató aquellos días como un triunfador: “¿Cómo un chico de tan buena familia puede ser comunista? ¿Estará cabreado por algo que no sepamos?”. Pero en su larga vida hay peligros, sacrificios, renuncias, cárcel, censuras y silencios. Franco estaba ya para morirse y Manuel Fraga Iribarne, que había sido ministro de Información del dictador y llevaba unos meses de embajador en Londres, apunta en sus memorias: “Tamames, que está trabajando en el libro sobre Gibraltar, ha sido detenido en Madrid”. Ni una palabra más. Es jueves, La semana 19 de 1975 (Memoria breve de una vida pública. Editorial Planeta, 1980).

Fraga se reprocha no haberse enterado de que Tamames era militante del PCE ante sus narices, y aún antes, todavía ministro de la censura, preocupado porque Franco le ha afeado en público que la prensa estaba desmadrada, Fraga escribe una nota enternecedora. La resumo: “Es domingo, un día tranquilo. No hay artículos de Tierno Galván ni de Tamames”. Artículos en prensa extranjera, quería decir; de la nacional ya se ocupaba él. Y por último. Ya muerto Franco, todavía en Londres, un día antes de dejar la embajada, Fraga presume de que ha tenido con Tamames “una conversación borrascosa”. Lo acusa de hablar en el extranjero de las reformas que había que hacer en España. Todos a callarse, la vieja canción. Escribe Fraga: “No niego que estuve, no solo firme en las ideas, sino duro de lenguaje (la única vez que lo hice en el comedor de la embajada); pero no me arrepiento de ello, y sigo creyendo que cuando España es más, todo lo demás es menos”. Leo esa página a Tamames. Pelillos a la mar.

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 El economista publica ‘Pentagonía. Acta final’, un repaso novelesco a los trances que culminaron en 2023 en la moción de censura al presidente Sánchez  

Ramón Tamames (Madrid, 1933) querría que se le recordase como un rebelde juvenil. Lo fue, incluso peligrosamente. En 1956, pasó una temporada en la cárcel de Carabanchel por revolverse contra la dictadura franquista y se afilió al Partido Comunista, con los riesgos que ello conllevaba. Hoy es un hombre válido para todas las estaciones. Es lo que decía de Tomás Moro su amigo Erasmo. Moro acabó decapitado por Enrique VIII de Inglaterra. Tamames, en cambio, a punto de cumplir 90 años, tiene una biografía desbordante, de hombre de Estado, si se permite la jactancia: jovencísimo técnico superior de la Administración; catedrático de Universidad; académico de la Real de Ciencias Morales y Políticas; diputado a Cortes por el PCE en las primeras legislaturas; primer teniente de alcalde de Enrique Tierno Galván; consejero temprano de EL PAÍS —dirigió su famoso anuario varios años—, y escritor de medio centenar largo de libros exitosos (quizá 77, no los ha contado, entre ellos un par de novelas). Estos días llega a las librerías uno nuevo, con el título Pentagonía. Acta Final.

Sostiene Tamames que Pentagonía. Acta Final es una novela, en la idea de Pío Baroja de que la novela es como un saco en el que cabe de todo. Más parece un informe de 447 páginas sobre cinco trances en los que el autor se vio inmerso a lo largo de 2023. Pero no seré yo quien le contradiga, entre otros motivos porque el libro se lee como si fuera una novela. El editor —Seneca Editorial— la considera como tal después de haber consultado con tres especialistas si interesaba publicarla, y escribe lo mismo el autor del prólogo, José Manuel de Prada, que sabe de géneros literarios porque él mismo ha cultivado varios con gran éxito.

Candidato al Nobel

En todo caso, novela o no, Tamames ha escrito un libro absolutamente inclasificable. Entre sus extravagancias, por cierto, hay una muy del gusto de Alicia en el país de las maravillas. Para qué sirve un libro que no tenga diálogos ni estampas, se decía, perezosa. Pentagonía contiene 201 fotografías, incluida la reproducción del acta en inglés de un llamado Comité pro premio Nobel de Economía al prof. Tamames, y un índice onomástico con medio millar largo de nombres.

Antes de llegar al gran trance de la moción de censura de marzo de 2023 contra el presidente Pedro Sánchez, conviene conocer lo que escribe Tamames sobre la egolatría y la longevidad. “Tú eres un ególatra. Lo bueno es que lo reconoces, incluso te ríes de ello”, le dijo Carlos Zayas, compañero de fatigas en la rebelión estudiantil de 1956, militante del PCE clandestino y futuro marido de la cantante Massiel. Y Tamames: “Lo que tú digas, Carlos. Haz lo que yo: ríete de tu egolatría, como hizo, a su modo, Pío Baroja en su libro Juventud y egolatría. Pero sí. Y también soy un ingenuo. La egolatría y la ingenuidad ayudan a avanzar, a no pararse, a no hacer caso al qué dirán”.

Por qué no 120 años de vida

Sobre la longevidad, a punto de cumplir 90 años, Tamames también novela. Ha calculado que vivirá 4,24 años más, hasta los 94. Para ello, tira de su oficio de economista y hace cálculos con datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). En cambio, el último discípulo vivo del doctor Gregorio Marañón, Carlos Enrique Rodríguez Jiménez, le augura que cumplirá los 103. ¿Cómo puede ser? Porque es ególatra. “Porque al proponerse este o aquel objetivo, te cuidas más. Porque cree que va a ser eterno, porque se despierta cada mañana con la cabeza refrescada y porque quiere saberlo todo”. Le digo que la Biblia eleva el reto hasta los 120 años. Está en el Génesis, que es libro divertidísimo (ya hubiera querido García Márquez). En el relato de la descendencia de Adán casi todos viven más de novecientos años, el que más, Matusalén: 969.

Pero de pronto, el hachazo. Quizás porque el dichoso paraíso se estaba llenando, o porque los nuevos habitantes estaban echándose a perder (pronto llegará el relato de Sodoma, terrible, y más tarde el Diluvio exterminador), los redactores de la Biblia, que según los curas es palabra de Dios, dan un salto y escriben: “Cuando empezaron a multiplicarse los hombres y tuvieron hijas, viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron de entre ellas por mujeres las que bien quisieron. Y dijo Yahvé: No permanecerá por siempre mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne. Ciento veinte años serán sus días”. Enciclopédico, el profesor Tamames ya lo trata en Pentagonía. Acta final. “La Biblia habla de años lunares, pero sí, la edad máxima del género humano está en 120 años. En España sabemos de personas que mueren ya con 117 años, incluso más. José Luis Cordeiro, ingeniero y filósofo venezolano, un optimista empedernido, repleto de energía, tiene un libro, La muerte de la muerte, en el que concluye que la ciencia ficción de hoy es la ciencia real de mañana. Coincido”.

La moción. Pónganse en su lugar

Novela o informe, el libro se detiene largas páginas en la moción de censura. Cómo no iba a hacerlo. Dudará el lector sobre lo que es realidad y lo que es ficción, pero parece que la idea fue una maldad de Fernando Sánchez Dragó. Fue quien convenció a Vox. La regocijante egolatría de Tamames aportó lo demás. Pónganse en su lugar. Era difícil resistirse: tiempo ilimitado para decir en el Congreso lo que quieras, millones de españoles a la escucha en televisiones y emisoras de radio, aumento de tirada de los periódicos, miles de artículos, muchos a favor, otros tantos en contra, perfiles y editoriales por doquier y, por hablar solo de EL PAÍS, dos artículos de Manuel Vicent, dos de Manuel Jabois, uno de Sergio del Molino y dos entrevistas de Miguel González. Pónganse en su lugar.

Dice Tamames: “Sánchez Dragó y yo estuvimos juntos en la cárcel y somos, éramos, muy amigos. Me convenció. Los dos teníamos grandes planes, pero se vino todo abajo por su muerte. Murió a los 20 días de la moción. Además, me influyó Amando de Miguel. También murió poco después. Me dijo: ‘Ramón, ve. Olvídate de las envidias. Una oportunidad así no la va a tener nadie en España en lo que queda de siglo”.

Sacrificios, renuncias, peligros

Aún más. Hay en la biografía de Tamames aspectos que explican su compromiso con la moción aunque fuera con Vox, partido al que respeta, pero con el que apenas comparte nada. Manuel Vicent lo retrató aquellos días como un triunfador: “¿Cómo un chico de tan buena familia puede ser comunista? ¿Estará cabreado por algo que no sepamos?”. Pero en su larga vida hay peligros, sacrificios, renuncias, cárcel, censuras y silencios. Franco estaba ya para morirse y Manuel Fraga Iribarne, que había sido ministro de Información del dictador y llevaba unos meses de embajador en Londres, apunta en sus memorias: “Tamames, que está trabajando en el libro sobre Gibraltar, ha sido detenido en Madrid”. Ni una palabra más. Es jueves, La semana 19 de 1975 (Memoria breve de una vida pública. Editorial Planeta, 1980).

Fraga se reprocha no haberse enterado de que Tamames era militante del PCE ante sus narices, y aún antes, todavía ministro de la censura, preocupado porque Franco le ha afeado en público que la prensa estaba desmadrada, Fraga escribe una nota enternecedora. La resumo: “Es domingo, un día tranquilo. No hay artículos de Tierno Galván ni de Tamames”. Artículos en prensa extranjera, quería decir; de la nacional ya se ocupaba él. Y por último. Ya muerto Franco, todavía en Londres, un día antes de dejar la embajada, Fraga presume de que ha tenido con Tamames “una conversación borrascosa”. Lo acusa de hablar en el extranjero de las reformas que había que hacer en España. Todos a callarse, la vieja canción. Escribe Fraga: “No niego que estuve, no solo firme en las ideas, sino duro de lenguaje (la única vez que lo hice en el comedor de la embajada); pero no me arrepiento de ello, y sigo creyendo que cuando España es más, todo lo demás es menos”. Leo esa página a Tamames. Pelillos a la mar.

 EL PAÍS

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