En 2017, los visitantes de la feria de arte Armory Show de Nueva York se agolpaban para admirar un bloque de hormigón de cuatro metros de largo que flotaba en el aire, sin truco aparente. Se trataba de Drifter, obra artística presentada por la galería Pace, cuyos creadores eran Lonneke Gordijn (44 años) y Ralph Nauta (46 años), pareja creativa conocida como Studio Drift. A simple vista, lo suyo no está tan alejado del clásico ilusionismo decimonónico. “No es ilusionismo, porque el bloque vuela de verdad”, objeta Gordijn. “Nosotros mismos desarrollamos la tecnología, que es muy compleja. Pero nunca diremos cómo lo hicimos. Queremos que la gente se olvide de la tecnología y se centre en la experiencia. Que acepte una nueva realidad en la que un bloque de cemento puede volar”.
Para fabricar esa realidad nueva, en su estudio del norte de Ámsterdam, al que nos invitaron, trabajan unas 50 personas. Incluyendo ingenieros mecánicos, arquitectos de software o diseñadores visuales. “También gente de administración, esa mierda a la que como artista no quieres dedicarte”, suelta Ralph Nauta. “Nuestro equipo es bueno combinándose para cada proyecto, y todos hablan entre sí y hacen de puente ente la emoción y la tecnología. Necesitamos gente que sienta, que tenga sensibilidad”.
Ultiman los detalles de su próxima exposición, Amplitud / Pradera, que estará en el Musac de León del 12 de julio al 19 de octubre, mientras prosiguen los preparativos de su futuro museo en la capital holandesa, que anuncian como el mayor centro de toda Europa dedicado a un solo artista. Hablar con los miembros de Drift supone un reto, porque están tan llenos de ideas que los conceptos se disparan y entremezclan, y también porque demuestran cierta propensión a la discusión intensa, dejando al entrevistador como un niño impotente ante una pelea conyugal de sus padres.
Lonneke Gordijn recuerda que se conocieron en 1999, cuando ambos estudiaban en la Academia de Diseño de Eindhoven. “Yo te impresioné con mis habilidades futbolísticas”, interrumpe Nauta. “Me asustabas, pero al mismo tiempo me fascinabas, porque eras muy físico y agresivo”, replica Gordijn rápidamente. “Agresivo no”, matiza Nauta. “Era apasionado y quería ganar”.
De primeras, Gordijn pensó que él era “un tipo extraño”, pero empezaron a hablar, y resulta que la conversación nunca cesaba: “Nos potenciábamos mutuamente en nuestra necesidad de aventura. Y así seguimos 26 años después”. Tenían intereses muy distintos. Él era “el friki de la ciencia ficción”, según su propia definición. Ella añade: “En cambio, yo ni había visto Star Wars, y pensaba que la ciencia ficción solo son luchas galácticas. Pero Ralph veía la naturaleza como un decorado verde, y yo como una entidad viva, llena de inteligencia”.
Él protesta ante lo que percibe como una simplificación. Y se enzarzan en una pequeña bronca en neerlandés que termina cuando explican que durante seis años fueron amigos, después pareja durante otros 10, y solo compañeros profesionales en la última década. En 2007 fundaron Studio Drift para poner en común sus intereses que unían esa visión tecnológica con la observación de la naturaleza. “No es tan simple como que yo soy la de la naturaleza y tú el de la tecnología”, capitula al fin Gordijn. “Pero lo interesante es el resultado de esa combinación”, concluye Nauta.
Tecnología y naturaleza desempeñan un papel fundamental en la exposición del Musac, que reúne dos de sus obras más representativas, Meadow (una instalación de enormes flores mecánicas que se abren y cierran) y Amplitude (una escultura colgante que ejecuta una sutil coreografía luminosa). Hacer realidad proyectos como estos les ocupa de dos a cinco años. “Mucha gente nos contacta buscando algo nuevo y en dos meses, lo que es absurdo”, protesta Gordijn. “Piden cosas nuevas sin parar, más y más, y no podemos hacerlas así de rápido. Eso es frustrante”. Se trata de que los ciclos de la tecnología no perturben los naturales para que ambos convivan armónicamente, según Nauta: “Las plantas tardan en crecer. Cuesta producir la comida, pero como luego la encuentras en el supermercado pierdes el sentido del tiempo. Y entonces resulta fácil manipularte”.
Lonneke Gordijn releva a su compañero para profundizar en este asunto: “La tecnología hace que el mundo vaya cada vez más deprisa, pero esa no es nuestra naturaleza. Así que las cosas se polarizan. Debes elegir una sola cosa, ya que no puedes quedarte con todas. Frente a eso, necesitamos espacios para pensar, para conectar entre nosotros. Además, estamos en una crisis climática porque durante mucho tiempo no hemos respondido al medio ambiente, aunque veíamos lo que sucedía. Debemos conectar con el entorno y responder a él”. Lo que, para Ralph Nauta, también implica un ejercicio de responsabilidad individual, factor que en ocasiones descuidan quienes se dedican a la investigación tecnológica: “Debemos pensar en cuál es el impacto de la tecnología, y tener mucho cuidado al desarrollarla. Ahora, con la inteligencia artificial, estamos en un momento decisivo. Debemos ser muy críticos con ella, no solo ver la parte positiva. Hay empresas que solo hablan de sus beneficios, cuando los efectos negativos pueden ser enormes. Además, nosotros dejamos de trabajar con drones. Si hubiéramos seguido podríamos haber sacado mucho dinero, pero no queríamos, por sus posibles efectos adversos”.
Los drones intervienen en algunas de sus piezas, como Franchise Freedom, en la que luces diminutas vuelan en un enjambre armónico. O en la propia Drifter, donde al parecer son la clave de la aparente levitación del monolito. Pero, sin necesidad de recurrir a esta tecnología, han logrado momentos de indudable garra poética, como cuando colaboraron con la diseñadora de moda Iris van Herpen en su colección Syntopia, que se presentó en París en 2018: una apoteosis cinética. O en un montaje de la ópera de Monteverdi L’Orfeo, donde su escultura móvil Ego operaba como escenario. “La poesía está en el movimiento”, resumen.
En cuanto a su museo, prevén abrirlo antes de que termine este año. Estará situado en el Van Gendt Hallen, un antiguo almacén industrial del centro de la ciudad, reformado para la ocasión por el equipo de zU-studio, al frente del cual se encuentra el arquitecto vasco Javier Zubiria. En otro tiempo, allí se fabricaban motores y bombas. “Entonces era un lugar para la innovación, y volverá a serlo ahora”, asegura Gordijn. “Habrá 18 salas y será un viaje por nuestros mejores proyectos, pero también mostraremos cosas nuevas. Todo ese espacio nos hace falta para generar el impacto adecuado y que la gente salga de allí sintiéndose distinta. Así que no es una cuestión de ego”.
En 2017, los visitantes de la feria de arte Armory Show de Nueva York se agolpaban para admirar un bloque de hormigón de cuatro metros de largo que flotaba en el aire, sin truco aparente. Se trataba de Drifter, obra artística presentada por la galería Pace, cuyos creadores eran Lonneke Gordijn (44 años) y Ralph Nauta (46 años), pareja creativa conocida como Studio Drift. A simple vista, lo suyo no está tan alejado del clásico ilusionismo decimonónico. “No es ilusionismo, porque el bloque vuela de verdad”, objeta Gordijn. “Nosotros mismos desarrollamos la tecnología, que es muy compleja. Pero nunca diremos cómo lo hicimos. Queremos que la gente se olvide de la tecnología y se centre en la experiencia. Que acepte una nueva realidad en la que un bloque de cemento puede volar”.Para fabricar esa realidad nueva, en su estudio del norte de Ámsterdam, al que nos invitaron, trabajan unas 50 personas. Incluyendo ingenieros mecánicos, arquitectos de software o diseñadores visuales. “También gente de administración, esa mierda a la que como artista no quieres dedicarte”, suelta Ralph Nauta. “Nuestro equipo es bueno combinándose para cada proyecto, y todos hablan entre sí y hacen de puente ente la emoción y la tecnología. Necesitamos gente que sienta, que tenga sensibilidad”.Ultiman los detalles de su próxima exposición, Amplitud / Pradera, que estará en el Musac de León del 12 de julio al 19 de octubre, mientras prosiguen los preparativos de su futuro museo en la capital holandesa, que anuncian como el mayor centro de toda Europa dedicado a un solo artista. Hablar con los miembros de Drift supone un reto, porque están tan llenos de ideas que los conceptos se disparan y entremezclan, y también porque demuestran cierta propensión a la discusión intensa, dejando al entrevistador como un niño impotente ante una pelea conyugal de sus padres.Lonneke Gordijn recuerda que se conocieron en 1999, cuando ambos estudiaban en la Academia de Diseño de Eindhoven. “Yo te impresioné con mis habilidades futbolísticas”, interrumpe Nauta. “Me asustabas, pero al mismo tiempo me fascinabas, porque eras muy físico y agresivo”, replica Gordijn rápidamente. “Agresivo no”, matiza Nauta. “Era apasionado y quería ganar”.De primeras, Gordijn pensó que él era “un tipo extraño”, pero empezaron a hablar, y resulta que la conversación nunca cesaba: “Nos potenciábamos mutuamente en nuestra necesidad de aventura. Y así seguimos 26 años después”. Tenían intereses muy distintos. Él era “el friki de la ciencia ficción”, según su propia definición. Ella añade: “En cambio, yo ni había visto Star Wars, y pensaba que la ciencia ficción solo son luchas galácticas. Pero Ralph veía la naturaleza como un decorado verde, y yo como una entidad viva, llena de inteligencia”.Él protesta ante lo que percibe como una simplificación. Y se enzarzan en una pequeña bronca en neerlandés que termina cuando explican que durante seis años fueron amigos, después pareja durante otros 10, y solo compañeros profesionales en la última década. En 2007 fundaron Studio Drift para poner en común sus intereses que unían esa visión tecnológica con la observación de la naturaleza. “No es tan simple como que yo soy la de la naturaleza y tú el de la tecnología”, capitula al fin Gordijn. “Pero lo interesante es el resultado de esa combinación”, concluye Nauta.Tecnología y naturaleza desempeñan un papel fundamental en la exposición del Musac, que reúne dos de sus obras más representativas, Meadow (una instalación de enormes flores mecánicas que se abren y cierran) y Amplitude (una escultura colgante que ejecuta una sutil coreografía luminosa). Hacer realidad proyectos como estos les ocupa de dos a cinco años. “Mucha gente nos contacta buscando algo nuevo y en dos meses, lo que es absurdo”, protesta Gordijn. “Piden cosas nuevas sin parar, más y más, y no podemos hacerlas así de rápido. Eso es frustrante”. Se trata de que los ciclos de la tecnología no perturben los naturales para que ambos convivan armónicamente, según Nauta: “Las plantas tardan en crecer. Cuesta producir la comida, pero como luego la encuentras en el supermercado pierdes el sentido del tiempo. Y entonces resulta fácil manipularte”.Lonneke Gordijn releva a su compañero para profundizar en este asunto: “La tecnología hace que el mundo vaya cada vez más deprisa, pero esa no es nuestra naturaleza. Así que las cosas se polarizan. Debes elegir una sola cosa, ya que no puedes quedarte con todas. Frente a eso, necesitamos espacios para pensar, para conectar entre nosotros. Además, estamos en una crisis climática porque durante mucho tiempo no hemos respondido al medio ambiente, aunque veíamos lo que sucedía. Debemos conectar con el entorno y responder a él”. Lo que, para Ralph Nauta, también implica un ejercicio de responsabilidad individual, factor que en ocasiones descuidan quienes se dedican a la investigación tecnológica: “Debemos pensar en cuál es el impacto de la tecnología, y tener mucho cuidado al desarrollarla. Ahora, con la inteligencia artificial, estamos en un momento decisivo. Debemos ser muy críticos con ella, no solo ver la parte positiva. Hay empresas que solo hablan de sus beneficios, cuando los efectos negativos pueden ser enormes. Además, nosotros dejamos de trabajar con drones. Si hubiéramos seguido podríamos haber sacado mucho dinero, pero no queríamos, por sus posibles efectos adversos”.Los drones intervienen en algunas de sus piezas, como Franchise Freedom, en la que luces diminutas vuelan en un enjambre armónico. O en la propia Drifter, donde al parecer son la clave de la aparente levitación del monolito. Pero, sin necesidad de recurrir a esta tecnología, han logrado momentos de indudable garra poética, como cuando colaboraron con la diseñadora de moda Iris van Herpen en su colección Syntopia, que se presentó en París en 2018: una apoteosis cinética. O en un montaje de la ópera de Monteverdi L’Orfeo, donde su escultura móvil Ego operaba como escenario. “La poesía está en el movimiento”, resumen.En cuanto a su museo, prevén abrirlo antes de que termine este año. Estará situado en el Van Gendt Hallen, un antiguo almacén industrial del centro de la ciudad, reformado para la ocasión por el equipo de zU-studio, al frente del cual se encuentra el arquitecto vasco Javier Zubiria. En otro tiempo, allí se fabricaban motores y bombas. “Entonces era un lugar para la innovación, y volverá a serlo ahora”, asegura Gordijn. “Habrá 18 salas y será un viaje por nuestros mejores proyectos, pero también mostraremos cosas nuevas. Todo ese espacio nos hace falta para generar el impacto adecuado y que la gente salga de allí sintiéndose distinta. Así que no es una cuestión de ego”. Seguir leyendo
En 2017, los visitantes de la feria de arte Armory Show de Nueva York se agolpaban para admirar un bloque de hormigón de cuatro metros de largo que flotaba en el aire, sin truco aparente. Se trataba de Drifter, obra artística presentada por la galería Pace, cuyos creadores eran Lonneke Gordijn (44 años) y Ralph Nauta (46 años), pareja creativa conocida como Studio Drift. A simple vista, lo suyo no está tan alejado del clásico ilusionismo decimonónico. “No es ilusionismo, porque el bloque vuela de verdad”, objeta Gordijn. “Nosotros mismos desarrollamos la tecnología, que es muy compleja. Pero nunca diremos cómo lo hicimos. Queremos que la gente se olvide de la tecnología y se centre en la experiencia. Que acepte una nueva realidad en la que un bloque de cemento puede volar”.
Para fabricar esa realidad nueva, en su estudio del norte de Ámsterdam, al que nos invitaron, trabajan unas 50 personas. Incluyendo ingenieros mecánicos, arquitectos de software o diseñadores visuales. “También gente de administración, esa mierda a la que como artista no quieres dedicarte”, suelta Ralph Nauta. “Nuestro equipo es bueno combinándose para cada proyecto, y todos hablan entre sí y hacen de puente ente la emoción y la tecnología. Necesitamos gente que sienta, que tenga sensibilidad”.

Ultiman los detalles de su próxima exposición, Amplitud / Pradera, que estará en el Musac de León del 12 de julio al 19 de octubre, mientras prosiguen los preparativos de su futuro museo en la capital holandesa, que anuncian como el mayor centro de toda Europa dedicado a un solo artista. Hablar con los miembros de Drift supone un reto, porque están tan llenos de ideas que los conceptos se disparan y entremezclan, y también porque demuestran cierta propensión a la discusión intensa, dejando al entrevistador como un niño impotente ante una pelea conyugal de sus padres.
Lonneke Gordijn recuerda que se conocieron en 1999, cuando ambos estudiaban en la Academia de Diseño de Eindhoven. “Yo te impresioné con mis habilidades futbolísticas”, interrumpe Nauta. “Me asustabas, pero al mismo tiempo me fascinabas, porque eras muy físico y agresivo”, replica Gordijn rápidamente. “Agresivo no”, matiza Nauta. “Era apasionado y quería ganar”.
De primeras, Gordijn pensó que él era “un tipo extraño”, pero empezaron a hablar, y resulta que la conversación nunca cesaba: “Nos potenciábamos mutuamente en nuestra necesidad de aventura. Y así seguimos 26 años después”. Tenían intereses muy distintos. Él era “el friki de la ciencia ficción”, según su propia definición. Ella añade: “En cambio, yo ni había visto Star Wars, y pensaba que la ciencia ficción solo son luchas galácticas. Pero Ralph veía la naturaleza como un decorado verde, y yo como una entidad viva, llena de inteligencia”.

Él protesta ante lo que percibe como una simplificación. Y se enzarzan en una pequeña bronca en neerlandés que termina cuando explican que durante seis años fueron amigos, después pareja durante otros 10, y solo compañeros profesionales en la última década. En 2007 fundaron Studio Drift para poner en común sus intereses que unían esa visión tecnológica con la observación de la naturaleza. “No es tan simple como que yo soy la de la naturaleza y tú el de la tecnología”, capitula al fin Gordijn. “Pero lo interesante es el resultado de esa combinación”, concluye Nauta.
Tecnología y naturaleza desempeñan un papel fundamental en la exposición del Musac, que reúne dos de sus obras más representativas, Meadow (una instalación de enormes flores mecánicas que se abren y cierran) y Amplitude (una escultura colgante que ejecuta una sutil coreografía luminosa). Hacer realidad proyectos como estos les ocupa de dos a cinco años. “Mucha gente nos contacta buscando algo nuevo y en dos meses, lo que es absurdo”, protesta Gordijn. “Piden cosas nuevas sin parar, más y más, y no podemos hacerlas así de rápido. Eso es frustrante”. Se trata de que los ciclos de la tecnología no perturben los naturales para que ambos convivan armónicamente, según Nauta: “Las plantas tardan en crecer. Cuesta producir la comida, pero como luego la encuentras en el supermercado pierdes el sentido del tiempo. Y entonces resulta fácil manipularte”.
Lonneke Gordijn releva a su compañero para profundizar en este asunto: “La tecnología hace que el mundo vaya cada vez más deprisa, pero esa no es nuestra naturaleza. Así que las cosas se polarizan. Debes elegir una sola cosa, ya que no puedes quedarte con todas. Frente a eso, necesitamos espacios para pensar, para conectar entre nosotros. Además, estamos en una crisis climática porque durante mucho tiempo no hemos respondido al medio ambiente, aunque veíamos lo que sucedía. Debemos conectar con el entorno y responder a él”. Lo que, para Ralph Nauta, también implica un ejercicio de responsabilidad individual, factor que en ocasiones descuidan quienes se dedican a la investigación tecnológica: “Debemos pensar en cuál es el impacto de la tecnología, y tener mucho cuidado al desarrollarla. Ahora, con la inteligencia artificial, estamos en un momento decisivo. Debemos ser muy críticos con ella, no solo ver la parte positiva. Hay empresas que solo hablan de sus beneficios, cuando los efectos negativos pueden ser enormes. Además, nosotros dejamos de trabajar con drones. Si hubiéramos seguido podríamos haber sacado mucho dinero, pero no queríamos, por sus posibles efectos adversos”.

Los drones intervienen en algunas de sus piezas, como Franchise Freedom, en la que luces diminutas vuelan en un enjambre armónico. O en la propia Drifter, donde al parecer son la clave de la aparente levitación del monolito. Pero, sin necesidad de recurrir a esta tecnología, han logrado momentos de indudable garra poética, como cuando colaboraron con la diseñadora de moda Iris van Herpen en su colección Syntopia, que se presentó en París en 2018: una apoteosis cinética. O en un montaje de la ópera de Monteverdi L’Orfeo, donde su escultura móvil Ego operaba como escenario. “La poesía está en el movimiento”, resumen.
En cuanto a su museo, prevén abrirlo antes de que termine este año. Estará situado en el Van Gendt Hallen, un antiguo almacén industrial del centro de la ciudad, reformado para la ocasión por el equipo de zU-studio, al frente del cual se encuentra el arquitecto vasco Javier Zubiria. En otro tiempo, allí se fabricaban motores y bombas. “Entonces era un lugar para la innovación, y volverá a serlo ahora”, asegura Gordijn. “Habrá 18 salas y será un viaje por nuestros mejores proyectos, pero también mostraremos cosas nuevas. Todo ese espacio nos hace falta para generar el impacto adecuado y que la gente salga de allí sintiéndose distinta. Así que no es una cuestión de ego”.
EL PAÍS