Mujeres en primera línea de la resistencia del blues rock guitarrero

Hace ahora un siglo, las primeras estrellas del blues fueron mujeres afroamericanas, cantantes que llenaban salas y cabarets, y que grababan los primeros vinilos de una industria incipiente. Eran Ma Rainey, Bessie Smith, Mamie Smith, Memphis Minnie o Victoria Spivey. La Gran Depresión relegó su descaro y su glamour: la crítica y la industria volvieron su mirada a los hombres atormentados del delta del Misisipi, que cantaban sus penas o se burlaban de ellas con una guitarra acústica: eran Son House, Charley Patton, Blind Lemon Jefferson y, sobre todo, Robert Johnson, cuya influencia fue enorme después de vivir en la pobreza y morir con 27 años.

El blues rural se volvió urbano con la emigración del Delta a Chicago a partir de los cuarenta, las guitarras se enchufaron a los amplificadores y se hicieron acompañar de bajo y batería: la fórmula dio paso al blues eléctrico y al primer rock and roll. La generación dorada era la de Muddy Waters, los tres King (B. B., Albert y Freddie) o John Lee Hooker, quienes a su vez inspiraron a pioneros del rock como Chuck Berry o Little Richard. En esta escena ya hubo menos nombres femeninos pero dos muy destacados: Big Mama Thornton (autora de Hound Dog) y Sister Rosetta Tharpe.

Aquel blues eléctrico perdió fuelle pero fue reivindicado desde mediados de los sesenta por la generación hippy y el rock psicodélico, representado por Janis Joplin; en un blues más tradicional surgieron Koko Taylor o Bonnie Raitt. Pero esa huella se ha ido difuminando y es muy leve en el rock del siglo XXI que llaman indie. El blues rock ocupa hoy un lugar pequeño en el mercado musical de la era del streaming, el autotune y el consumo rápido. Quedan algunos irreductibles como Jack White, Joe Bonamassa o Gary Clark Jr.

Había que hacer precipitadamente este recorrido para subrayar que en la resistencia del blues, que sigue teniendo su público, sobresalen cada vez más mujeres, y eso no es ajeno a su historia. Ya no son solo cantantes, como la mayoría de las pioneras, sino habilidosas guitarristas. Dos de las más destacadas, Samantha Fish y Carolyn Wonderland, tienen discos nuevos que reivindican la vigencia del género y en los que se lucen con las seis cuerdas con todas las técnicas, del riff al punteo, de la distorsión abrasiva al cálido slide, ese dedal metálico que se desliza por el mástil.

Samantha Fish (Kansas City, 36 años) firma el álbum Paper Doll, en el que practica un blues rock incendiario y apabullante, en la senda de Stevie Ray Vaughan, ZZ Top o Johnny Winter, con ingredientes del rock sureño de Lynyrd Skynyrd y los Allman Brothers. El disco, que presentó en junio en dos conciertos en Madrid y Barcelona, muestra su crecimiento como compositora, su voz poderosa (en algún momento demasiado) y su dominio instrumental, por el que se explaya en largos solos a contracorriente de las modas. El que ocupa el final de ‘Sweet Southern Sounds’ es de los más logrados. ‘Can Ya Handle the Heat?’ y ‘I’m Done Runnin’ son otros temas enérgicos, aunque queda espacio para canciones más delicadas como ‘Off The Blue’.

Si Fish tiende a lo volcánico, lo de Carolyn Wonderland (Houston, 52 años) es más contenido, pero también incita a mover los pies. Esta artista texana sigue la tradición de su tierra, que dio a Vaughan, Freddie King o Lightin’ Hopkins, y tiene un extenso currículum en el que sobresale que ha sido una Bluesbreaker: se unió como guitarra solista a la banda de John Mayall en 2018, hasta la muerte del maestro inglés en 2024. Ha sido la única mujer en una lista por la que pasaron décadas atrás Eric Clapton, Peter Green o Mick Taylor. Y no desmerece la comparación.

Su nuevo disco es Truth Is, y tenía el reto de mejorar el anterior, Tempting Fate, de 2021. Repite con Dave Alvin, un nombre mitico de la música de raíz americana, en la producción, lo que ahonda en la diversidad de estilos. El tema que da nombre al álbum es de los destacados, pero también ‘Sooner or Later’, en la que ella se aplica con acierto en la lap steel, la bella balada ‘Let’s Play a Game’ y uno de corte clásico y rural, ‘Whistlin’ Past the Graveyard Again’. Wonderland está en una fase de madurez: domina su voz, ejecuta la guitarra con increíble precisión y consigue que sus discos suenen atemporales, inmortales, de cualquier tiempo.

También texana pero mucho más joven es Ally Venable (Talgore, 26 años), y también tiene nuevo disco: Money & Power. Es el sexto de una carrera precoz y meteórica en el mundillo, que le ha valido varios premios. Ella es más ecléctica y se mueve en muchos registros, del rock duro al pop más actual. Su repertorio parecería menos pegado al blues rock si no se viera sacudido por esos solos de guitarra que remiten a la psicodelia. Uno de los mejores temas, ‘Brown Liquor’, lo interpreta junto a otro gran talento de la guitarra de su misma edad, Kingfish; destaca también ‘Unbreakeable’, para el que recluta a la vocalista Shemekia Copeland.

Ha habido otras grandes guitarristas en el blues rock del siglo XXI. En 2018 murió Deborah Coleman, que había brillado en el cambio de milenio y pasó por los grandes festivales, pero se mantuvo apartada de los focos en su último decenio de vida, en parte por las secuelas de una trombosis. También lleva un tiempo desaparecida, pero será por descanso, una de las más consistentes blueswomen: Susan Tedeschi (Boston, 54 años), antes en la Tedeschi Truck Band. No está perdida del todo: acaba de firmar un single junto a Donavon Frankenreiter, You’re Always the One.

Otra ilustre de esta corriente es la serbia Ana Popovic (Belgrado, 49 años), cuyo último álbum es de 2023: Power. Se mueve más en la intersección entre géneros y devora aportaciones del soul, el funk o el jazz; manda su guitarra pero deja sitio a una orquesta alimentada con vientos y coros.

Joanna Connor (Chicago, 62 años) es menos conocida, pero una tremenda intérprete al slide, y su último trabajo es de 2021: 4801 South Indiana Avenue, sin contar su colaboración con The Empty Pockets para el reciente single Shocked by an Electrician. El álbum de Connor que dejó más huella es Fight, de 1992, que incluía una soberbia versión del ‘Walkin’ Blues’ de Son House.

La española Susan Santos (Badajoz, 42 años) compite en esta liga: es habitual en escenarios internacionales y los ha compartido con figuras como Billy Gibbons. El disco Sonora, de 2024, muestra que ido abriendo su paleta sonora de un blues más purista a otras influencias norteamericanas como el rock sureño o el country.

Y una de las más veteranas, Bonnie Raitt, no quiere parar: ha empezado una nueva gira a sus 75 años. El último álbum original de la californiana es de 2022, Just Like That, y después ha tirado de archivo con la edición de Blow My Blues Away (Live Long Island ’72), un concierto junto a Lowell George y John Hammond, y el recopilatorio Essential Classics, Vol. 844, en parte también en directo. Ambos remiten a su etapa más acústica y folk, los años setenta.

No sabemos si las pioneras de hace un siglo imaginarían que en 2025 seguirían brillando las grandes artistas del blues; eso sí, la mayoría son blancas ahora. A las blueswomen de hoy también les cuesta tener continuidad en una industria que les es hostil. Como antes las otras, se sitúan en los márgenes. Claro que es en los márgenes donde nace el sentimiento que explica el blues.

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 Hace ahora un siglo, las primeras estrellas del blues fueron mujeres afroamericanas, cantantes que llenaban salas y cabarets, y que grababan los primeros vinilos de una industria incipiente. Eran Ma Rainey, Bessie Smith, Mamie Smith, Memphis Minnie o Victoria Spivey. La Gran Depresión relegó su descaro y su glamour: la crítica y la industria volvieron su mirada a los hombres atormentados del delta del Misisipi, que cantaban sus penas o se burlaban de ellas con una guitarra acústica: eran Son House, Charley Patton, Blind Lemon Jefferson y, sobre todo, Robert Johnson, cuya influencia fue enorme después de vivir en la pobreza y morir con 27 años. El blues rural se volvió urbano con la emigración del Delta a Chicago a partir de los cuarenta, las guitarras se enchufaron a los amplificadores y se hicieron acompañar de bajo y batería: la fórmula dio paso al blues eléctrico y al primer rock and roll. La generación dorada era la de Muddy Waters, los tres King (B. B., Albert y Freddie) o John Lee Hooker, quienes a su vez inspiraron a pioneros del rock como Chuck Berry o Little Richard. En esta escena ya hubo menos nombres femeninos pero dos muy destacados: Big Mama Thornton (autora de Hound Dog) y Sister Rosetta Tharpe.Aquel blues eléctrico perdió fuelle pero fue reivindicado desde mediados de los sesenta por la generación hippy y el rock psicodélico, representado por Janis Joplin; en un blues más tradicional surgieron Koko Taylor o Bonnie Raitt. Pero esa huella se ha ido difuminando y es muy leve en el rock del siglo XXI que llaman indie. El blues rock ocupa hoy un lugar pequeño en el mercado musical de la era del streaming, el autotune y el consumo rápido. Quedan algunos irreductibles como Jack White, Joe Bonamassa o Gary Clark Jr.Había que hacer precipitadamente este recorrido para subrayar que en la resistencia del blues, que sigue teniendo su público, sobresalen cada vez más mujeres, y eso no es ajeno a su historia. Ya no son solo cantantes, como la mayoría de las pioneras, sino habilidosas guitarristas. Dos de las más destacadas, Samantha Fish y Carolyn Wonderland, tienen discos nuevos que reivindican la vigencia del género y en los que se lucen con las seis cuerdas con todas las técnicas, del riff al punteo, de la distorsión abrasiva al cálido slide, ese dedal metálico que se desliza por el mástil.Samantha Fish (Kansas City, 36 años) firma el álbum Paper Doll, en el que practica un blues rock incendiario y apabullante, en la senda de Stevie Ray Vaughan, ZZ Top o Johnny Winter, con ingredientes del rock sureño de Lynyrd Skynyrd y los Allman Brothers. El disco, que presentó en junio en dos conciertos en Madrid y Barcelona, muestra su crecimiento como compositora, su voz poderosa (en algún momento demasiado) y su dominio instrumental, por el que se explaya en largos solos a contracorriente de las modas. El que ocupa el final de ‘Sweet Southern Sounds’ es de los más logrados. ‘Can Ya Handle the Heat?’ y ‘I’m Done Runnin’ son otros temas enérgicos, aunque queda espacio para canciones más delicadas como ‘Off The Blue’. Si Fish tiende a lo volcánico, lo de Carolyn Wonderland (Houston, 52 años) es más contenido, pero también incita a mover los pies. Esta artista texana sigue la tradición de su tierra, que dio a Vaughan, Freddie King o Lightin’ Hopkins, y tiene un extenso currículum en el que sobresale que ha sido una Bluesbreaker: se unió como guitarra solista a la banda de John Mayall en 2018, hasta la muerte del maestro inglés en 2024. Ha sido la única mujer en una lista por la que pasaron décadas atrás Eric Clapton, Peter Green o Mick Taylor. Y no desmerece la comparación. Su nuevo disco es Truth Is, y tenía el reto de mejorar el anterior, Tempting Fate, de 2021. Repite con Dave Alvin, un nombre mitico de la música de raíz americana, en la producción, lo que ahonda en la diversidad de estilos. El tema que da nombre al álbum es de los destacados, pero también ‘Sooner or Later’, en la que ella se aplica con acierto en la lap steel, la bella balada ‘Let’s Play a Game’ y uno de corte clásico y rural, ‘Whistlin’ Past the Graveyard Again’. Wonderland está en una fase de madurez: domina su voz, ejecuta la guitarra con increíble precisión y consigue que sus discos suenen atemporales, inmortales, de cualquier tiempo.También texana pero mucho más joven es Ally Venable (Talgore, 26 años), y también tiene nuevo disco: Money & Power. Es el sexto de una carrera precoz y meteórica en el mundillo, que le ha valido varios premios. Ella es más ecléctica y se mueve en muchos registros, del rock duro al pop más actual. Su repertorio parecería menos pegado al blues rock si no se viera sacudido por esos solos de guitarra que remiten a la psicodelia. Uno de los mejores temas, ‘Brown Liquor’, lo interpreta junto a otro gran talento de la guitarra de su misma edad, Kingfish; destaca también ‘Unbreakeable’, para el que recluta a la vocalista Shemekia Copeland.Ha habido otras grandes guitarristas en el blues rock del siglo XXI. En 2018 murió Deborah Coleman, que había brillado en el cambio de milenio y pasó por los grandes festivales, pero se mantuvo apartada de los focos en su último decenio de vida, en parte por las secuelas de una trombosis. También lleva un tiempo desaparecida, pero será por descanso, una de las más consistentes blueswomen: Susan Tedeschi (Boston, 54 años), antes en la Tedeschi Truck Band. No está perdida del todo: acaba de firmar un single junto a Donavon Frankenreiter, You’re Always the One. Otra ilustre de esta corriente es la serbia Ana Popovic (Belgrado, 49 años), cuyo último álbum es de 2023: Power. Se mueve más en la intersección entre géneros y devora aportaciones del soul, el funk o el jazz; manda su guitarra pero deja sitio a una orquesta alimentada con vientos y coros. Joanna Connor (Chicago, 62 años) es menos conocida, pero una tremenda intérprete al slide, y su último trabajo es de 2021: 4801 South Indiana Avenue, sin contar su colaboración con The Empty Pockets para el reciente single Shocked by an Electrician. El álbum de Connor que dejó más huella es Fight, de 1992, que incluía una soberbia versión del ‘Walkin’ Blues’ de Son House. La española Susan Santos (Badajoz, 42 años) compite en esta liga: es habitual en escenarios internacionales y los ha compartido con figuras como Billy Gibbons. El disco Sonora, de 2024, muestra que ido abriendo su paleta sonora de un blues más purista a otras influencias norteamericanas como el rock sureño o el country. Y una de las más veteranas, Bonnie Raitt, no quiere parar: ha empezado una nueva gira a sus 75 años. El último álbum original de la californiana es de 2022, Just Like That, y después ha tirado de archivo con la edición de Blow My Blues Away (Live Long Island ’72), un concierto junto a Lowell George y John Hammond, y el recopilatorio Essential Classics, Vol. 844, en parte también en directo. Ambos remiten a su etapa más acústica y folk, los años setenta.No sabemos si las pioneras de hace un siglo imaginarían que en 2025 seguirían brillando las grandes artistas del blues; eso sí, la mayoría son blancas ahora. A las blueswomen de hoy también les cuesta tener continuidad en una industria que les es hostil. Como antes las otras, se sitúan en los márgenes. Claro que es en los márgenes donde nace el sentimiento que explica el blues. Seguir leyendo   EL PAÍS

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