No es un “desgraciado chirimbolo” más: así es la escultura de Gonzalo Lebrija que aviva el discurso del arte público

En Madrid, ciudad sin iconos urbanísticos memorables, un caballo purasangre apoyado sobre una sola pata en un equilibrio imposible aspira a desempeñar esa función. Se llama El rumor de la discordia y es una escultura de más de seis metros de altura del artista mexicano Gonzalo Lebrija (Ciudad de México, 1972) que este verano llegará a la céntrica y recién reformada plaza del Carmen, junto al hotel de cinco estrellas Thompson Madrid. Entre tanto, hace honor a su nombre al reavivar una larga y encarnizada discusión sobre arte, urbanismo y utilización del espacio público en nuestras ciudades, muy en particular la capital. Un debate en el que el interés público y el de las empresas privadas comparecen en un equilibrio igualmente inestable.

La escultura se compone de un pedestal de hormigón de 4,4 metros de altura y un caballo de bronce de 1,90 metros por 2,50 metros. Su propietaria es la empresa inmobiliaria de origen mexicano Exacorp One S.L.U. −dueña también del edificio del hotel− que la cede al Ayuntamiento en régimen de comodato por un periodo prorrogable de 15 años, en virtud de un acuerdo entre ambas partes. Según explica a ICON Design Alonso Díaz Etienne, CEO de Exacorp One, en videoconferencia desde México, su compañía eligió la obra de Lebrija mediante un proceso interno el que se consultó a distintos expertos en arte. Después mantuvieron reuniones con la concejalía de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento, cuyas reticencias iniciales a aceptar la cesión, según Díaz, quedaron vencidas ante las imágenes de la escultura. “Al comprobar la calidad del trabajo, consideraron que sí merecía la pena”, explica el empresario, que prefiere no desvelar el importe pagado por Exacorp One por la pieza “para no influir en la percepción del público sobre su valor artístico”. La Delegada del Ayuntamiento madrileño, Marta Rivera de la Cruz, confirma a ICON Design su satisfacción con la escultura al afirmar que “esta obra de Gonzalo Lebrija aportará un nuevo valor a la Plaza del Carmen, y su instalación, que se producirá en las próximas semanas, se alinea con la apuesta por la colaboración público-privada”.

'El rumor de la discordia', una escultura de más de seis metros de altura del artista mexicano Gonzalo Lebrija.

Su autor, Gonzalo Lebrija, afincado en Guadalajara (México), es un artista contemporáneo prestigioso, que forma parte de colecciones como las de Jumex, el museo Tamayo (México), el museo Artium (España), Pérez Art Museum (EEUU) o TBA21 Thyssen-Bornemisza Art Contemporary Collection (Austria y España), y está representado en España por la galería madrileña Travesía Cuatro. Ya se habían producido versiones de menor tamaño de la escultura, a modo de edición, que sirvieron al artista para comprobar las proporciones entre sus elementos antes de aumentar la escala. El trasfondo conceptual era siempre el mismo. “Quise hacer mi propia interpretación de las esculturas ecuestres”, explica el creador mexicano. “Los caballos en el arte siempre han tenido connotaciones políticas y sociales que tienen que ver con triunfos bélicos, pero este no conmemora una victoria. Actualmente, el mundo no está pasando un momento que permita conmemorar, sino que, al revés, entramos en una etapa de reflexión y cuestionamiento”.

La reforma de la plaza del Carmen Este no ha estado exenta de controversia, ya que implicó la tala de 28 árboles.

Al suprimir al jinete humano y dar protagonismo al caballo, Lebrija subvierte este género artístico tan políticamente connotado sin dejar de vincularse con su tradición, que abarca desde lo sublime hasta el kitsch más furibundo. A lo largo de la historia, el retrato ecuestre se ha utilizado como instrumento de propaganda política, a mayor gloria de monarcas, caudillos y héroes militares, que quedaban así revestidos de un halo épico y triunfal. De la Antigüedad han pervivido el Alejandro Magno de bronce de unos 50 centímetros del Museo Arqueológico de Nápoles (copia de un original perdido del siglo IV a.C. que probablemente tenía mayor tamaño) o el emperador romano Marco Aurelio (del año 176 de nuestra era) que se alza en la plaza del Capitolio de Roma sobre un pedestal diseñado después por Miguel Ángel. Este último tuvo una influencia decisiva en el Renacimiento y Barroco al servir de modelo para dos de las obras maestras de la escultura quattrocentista, los retratos ecuestres de los condottieri Gattamelata (por Donatello) y Colleoni (por Verrocchio). Estos personajes, mercenarios al mando de tropas militares, eran glorificados a través de un arte de resonancias clásicas (algo no muy distinto a lo que hoy denominamos artwashing), estrategia que reprodujeron mandatarios posteriores. Como caso paradigmático, el monarca absolutista francés Luis XIV se hizo retratar en diversas ocasiones a caballo. Y, ya en el siglo XIX, el género se aplicó con frecuencia a generales de alto rango, libertadores y próceres varios.

La escultura ecuestre de Felipe III, de Giambologna y Pietro Tacca, lleva desde 1848 en la Plaza Mayor de Madrid.

En Madrid destaca la escultura ecuestre de Felipe III por Giambologna y Pietro Tacca, de 1616, que desde 1848 está en la Plaza Mayor. Tacca es el autor único del Felipe IV a caballo de la Plaza de Oriente, que contó con lujosos colaboradores: el diseño original corresponde a Diego de Velázquez, y el científico Galileo Galilei fue contratado para asegurar su estabilidad, al sostenerse el caballo sobre sus dos patas traseras. Ese elemento de equilibrio precario lo vincula con la nueva escultura que va a instalarse en la plaza del Carmen. Otro retrato ecuestre que a simple vista podría tomarse por antiguo es el monumento a Carlos III de la Puerta del Sol, que en realidad se realizó en 1994 (por encargo del consistorio de Álvarez del Manzano), según un modelo de madera y yeso de finales del XVIII conservado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En este caso se recurría a un cliché artístico del pasado para transmitir un concepto que en sí era otro cliché, el del rey borbónico como “mejor alcalde de Madrid”, definición inscrita en el pedestal que se encargó para la ocasión. Según apuntaron autores como Greenberg, Moles o Calinescu, el kitsch suele reproducir formas artísticas pretéritas con el fin de suplantarlas, así que no parece descabellado aplicar este calificativo al Carlos III que custodia la Puerta del Sol. Por similares derroteros transitan otros monumentos madrileños de los siglos XIX y XX dedicados al rey Alfonso XII, los generales Martínez Campos y Espartero (la generosa y detallada fisonomía de su caballo podría estar detrás de la expresión “los tienes como el caballo de Espartero”), la reina Isabel la Católica, Simón Bolívar, Bernardo O’Higgins o el dictador Francisco Franco (retirado en 2005 por orden del Ministerio de Fomento durante el gobierno del presidente Rodríguez Zapatero, no sin polémica).

La escultura de Felipe IV de la Plaza de Oriente fue creada en 1640 por el escultor Pietro Taccana basándose en un retrato que Velázquez hizo al rey. Los cálculos para determinar el centro de gravedad del caballo, que descansa únicamente sobre las patas traseras, fueron realizados por Galileo Galilei.

Algo que procede destacar de la escultura de Lebrija es que se ubicará en una pequeña rotonda, la que se ha habilitado en una de las esquinas de la renovada plaza del Carmen, en la confluencia entre las calles de Tetuán y San Alberto, y que resulta muy conveniente para el hotel, al facilitar el acceso de los clientes en taxi. En un país en el que la escultura de rotonda ha deparado incontables casos de dudoso valor estético, la decisión podría observarse con escepticismo o retranca, al gusto de cada cual. El periodista y escritor Andrés Rubio, que ha tratado este subgénero en su libro España fea (Debate, 2022), documentadísimo estudio sobre la tendencia al despropósito urbanístico en nuestro país durante las últimas décadas, considera que Madrid debería reconducir su política de esculturas en el espacio público, a tenor de algunos ejemplos recientes: “Está la imagen trasnochada que dio de la capital el alcalde Almeida al inaugurar en 2022 la escultura a la Legión, un gran símbolo kitsch en el paseo de la Castellana. Ambas se corresponden con un Madrid retrógrado”. Rubio lamenta la desatención de la escultura pública en Madrid, que atribuye al desdén por el urbanismo, tanto de los líderes del Partido Popular en el actual gobierno del Ayuntamiento y la Comunidad como de la oposición. “Ojalá la elección de un artista latinoamericano de prestigio como Gonzalo Lebrija marque otra vía”, concluye.

Escultura monumental de Jaume Plensa para conmemorar a los sanitarios fallecidos por covid-19.

Tampoco la reciente instalación de una escultura monumental de Jaume Plensa –que dista bastante de ser su mejor trabajo, por decirlo de algún modo− en el centro de Madrid para conmemorar a los sanitarios fallecidos por covid-19, donada por la fundación de una mutua de seguros, sirvió para amortiguar el debate. De “desgraciado chirimbolo” la calificaba el artista Rogelio López Cuenca en las páginas de Babelia, en una aguda reflexión sobre la decadencia del monumento público.

Gonzalo Lebrija apunta que los problemas de las esculturas en el espacio público no son privativos de Madrid: “La realidad es que la mayoría de las que hay en el mundo son muy malas. Pero, cuando son buenas, envejecen como iconos históricos”. A la espera de que se instale al fin la suya, en abril finalizaron las obras en la superficie de la plaza y en el parking subterráneo, que reabrió como “hub de movilidad” tras dos años inoperativo. Este proyecto urbanístico tampoco ha estado exento de controversia, ya que la reforma implicó la tala de 28 árboles. Recientemente, la polémica por la tendencia arboricida del ayuntamiento se ha repetido con la cercana Plaza de Santa Ana y se ha cuestionado las ventajas para los peatones, frente a las muy patentes de las empresas privadas que han financiado el proyecto.

La reciente reforma de la Plaza de Santa Ana ha  decepcioando a sus vecinos, que se sienten

Así, la UTE formada por Empark y Gyocivil, que es concesionaria del aparcamiento subterráneo durante 22 años tras haber ganado una licitación, asumió el coste de las obras (11,6 millones de euros, según comunicó el Ayuntamento). Lo que ha motivado críticas que se suman a otras anteriores por la privatización del espacio público en Madrid. Exacorp One sufragó el coste del proyecto técnico (que realizó el estudio de arquitectura Cifuentes Costales tras presentarse a otro concurso convocado por el Ayuntamiento) de una reforma en la que obtiene beneficios como la rotonda o una conexión directa al parking, así como plazas de aparcamiento para los clientes en plena calle. Díaz incide en que pertenece a la tercera generación al frente de la empresa familiar, fundada por su abuelo, leonés que emigró a México hace un siglo, por lo que su vinculación con España va más allá de los intereses empresariales: “Nuestra intención no solo es mejorar el inmueble, sino también su entorno. Sentíamos la responsabilidad de contribuir a él”. La nueva plaza también incorpora unas áreas ajardinadas entre las que los viandantes pueden transitar por un suelo de pavimento terrizo, más amable que el granito y el cemento de las proverbiales plazas duras madrileñas, de las que la Puerta del Sol es un ejemplo representativo.

La Puerta del Sol está en el centro de la polémica por sus escasas zonas a cubierto a pesar de la instalación de 32 toldos por parte del Ayuntamiento.

“Buscábamos que con esto ganáramos todos: el hotel y los turistas, por supuesto, pero también los vecinos”, señala Alonso Díaz. “No porque a uno le vaya bien tiene que ir mal a otros. De hecho, trabajamos con la asociación Amigos de la plaza del Carmen, de unos 80 miembros, que incluye vecinos y negocios, para asegurarnos de que se consideran todos los aspectos que la comunidad buscaba. No todo el mundo consiguió todo lo que quería, incluyendo al hotel, que por supuesto no es el dueño de la plaza. Pero creemos que el resultado es bueno para todos”.

Por lo que respecta a la escultura de Gonzalo Lebrija, recién firmado el acuerdo de comodato, no hay aún una fecha oficial para su instalación, pero no debería retrasarse mucho. “Esperamos que comience pronto, y debería llevar unas 4 o 5 semanas”, informa Alonso Díaz. Gonzalo Lebrija admite que el proceso de la toma de decisiones sobre las cuestiones urbanísticas y del arte en el espacio público es una asignatura pendiente. “No debería hacerse por elección de una o dos personas, sino contando con un consenso de profesionales, incluyendo críticos de arte, urbanistas o arquitectos”, afirma. “Como artista, este tipo de proyectos son los que más me interesan, pero también me parecen sumamente difíciles. El reto es, como decimos en México, no regarla, no cagarla. Porque cagarla es lo fácil”.

En abril finalizaron las obras en la superficie de la plaza del Carmen y en el parking subterráneo, que reabrió como “hub de movilidad” tras dos años inoperativo.

Aunque su estatua ecuestre contenga elementos innovadores, no puede decirse que haya renunciado a la función propagandística inherente al género. Hoy en día no hay condottieri a los que ennoblecer a través de la representación artística, pero toda obra artística instalada en el espacio público posee una dimensión simbólica, y esta no es una excepción. “La escultura va a generar mucho ruido en sentido positivo”, vaticina Alonso Díaz, de Exacorp One. Acaso sea esta empresa el jinete en apariencia ausente de El rumor de la discordia.

El propio Gonzalo Lebrija vincula su obra con algún tipo de victoria, aunque se trate de una más acorde con el tiempo actual que los clásicos triunfos militares. “Espero que no solo guste a intelectuales o expertos en arte, sino que cualquier persona pueda confrontarse con ella y tener un criterio al respecto”, explica. “Para empezar, seguramente le cambiarán el nombre, lo que me parece perfecto, porque significará que se la apropian. Su triunfo será que le guste a la gente”.

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 Con más de seis metros de altura y procedente de una cesión privada, la obra del mexicano Gonzalo Lebrija tiene pedigrí artístico y vocación democrática  

En Madrid, ciudad sin iconos urbanísticos memorables, un caballo purasangre apoyado sobre una sola pata en un equilibrio imposible aspira a desempeñar esa función. Se llama El rumor de la discordia y es una escultura de más de seis metros de altura del artista mexicano Gonzalo Lebrija (Ciudad de México, 1972) que este verano llegará a la céntrica y recién reformada plaza del Carmen, junto al hotel de cinco estrellas Thompson Madrid. Entre tanto, hace honor a su nombre al reavivar una larga y encarnizada discusión sobre arte, urbanismo y utilización del espacio público en nuestras ciudades, muy en particular la capital. Un debate en el que el interés público y el de las empresas privadas comparecen en un equilibrio igualmente inestable.

La escultura se compone de un pedestal de hormigón de 4,4 metros de altura y un caballo de bronce de 1,90 metros por 2,50 metros. Su propietaria es la empresa inmobiliaria de origen mexicano Exacorp One S.L.U. −dueña también del edificio del hotel− que la cede al Ayuntamiento en régimen de comodato por un periodo prorrogable de 15 años, en virtud de un acuerdo entre ambas partes. Según explica a ICON Design Alonso Díaz Etienne, CEO de Exacorp One, en videoconferencia desde México, su compañía eligió la obra de Lebrija mediante un proceso interno el que se consultó a distintos expertos en arte. Después mantuvieron reuniones con la concejalía de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento, cuyas reticencias iniciales a aceptar la cesión, según Díaz, quedaron vencidas ante las imágenes de la escultura. “Al comprobar la calidad del trabajo, consideraron que sí merecía la pena”, explica el empresario, que prefiere no desvelar el importe pagado por Exacorp One por la pieza “para no influir en la percepción del público sobre su valor artístico”. La Delegada del Ayuntamiento madrileño, Marta Rivera de la Cruz, confirma a ICON Design su satisfacción con la escultura al afirmar que “esta obra de Gonzalo Lebrij aportará un nuevo valor a la Plaza del Carmen, y su instalación, que se producirá en las próximas semanas, se alinea con la apuesta por la colaboración público-privada”.

'El rumor de la discordia', una escultura de más de seis metros de altura del artista mexicano Gonzalo Lebrija.

Su autor, Gonzalo Lebrija, afincado en Guadalajara (México), es un artista contemporáneo prestigioso, que forma parte de colecciones como las de Jumex, el museo Tamayo (México), el museo Artium (España), Pérez Art Museum (EEUU) o TBA21 Thyssen-Bornemisza Art Contemporary Collection (Austria y España), y está representado en España por la galería madrileña Travesía Cuatro. Ya se habían producido versiones de menor tamaño de la escultura, a modo de edición, que sirvieron al artista para comprobar las proporciones entre sus elementos antes de aumentar la escala. El trasfondo conceptual era siempre el mismo. “Quise hacer mi propia interpretación de las esculturas ecuestres”, explica el creador mexicano. “Los caballos en el arte siempre han tenido connotaciones políticas y sociales que tienen que ver con triunfos bélicos, pero este no conmemora una victoria. Actualmente, el mundo no está pasando un momento que permita conmemorar, sino que, al revés, entramos en una etapa de reflexión y cuestionamiento”.

La reforma de la plaza del Carmen Este no ha estado exenta de controversia, ya que implicó la tala de 28 árboles.

Al suprimir al jinete humano y dar protagonismo al caballo, Lebrija subvierte este género artístico tan políticamente connotado sin dejar de vincularse con su tradición, que abarca desde lo sublime hasta el kitsch más furibundo. A lo largo de la historia, el retrato ecuestre se ha utilizado como instrumento de propaganda política, a mayor gloria de monarcas, caudillos y héroes militares, que quedaban así revestidos de un halo épico y triunfal. De la Antigüedad han pervivido el Alejandro Magno de bronce de unos 50 centímetros del Museo Arqueológico de Nápoles (copia de un original perdido del siglo IV a.C. que probablemente tenía mayor tamaño) o el emperador romano Marco Aurelio (del año 176 de nuestra era) que se alza en la plaza del Capitolio de Roma sobre un pedestal diseñado después por Miguel Ángel. Este último tuvo una influencia decisiva en el Renacimiento y Barroco al servir de modelo para dos de las obras maestras de la escultura quattrocentista, los retratos ecuestres de los condottieri Gattamelata (por Donatello) y Colleoni (por Verrocchio). Estos personajes, mercenarios al mando de tropas militares, eran glorificados a través de un arte de resonancias clásicas (algo no muy distinto a lo que hoy denominamos artwashing), estrategia que reprodujeron mandatarios posteriores. Como caso paradigmático, el monarca absolutista francés Luis XIV se hizo retratar en diversas ocasiones a caballo. Y, ya en el siglo XIX, el género se aplicó con frecuencia a generales de alto rango, libertadores y próceres varios.

La escultura ecuestre de Felipe III, de Giambologna y Pietro Tacca, lleva desde 1848 en la Plaza Mayor de Madrid.

En Madrid destaca la escultura ecuestre de Felipe III por Giambologna y Pietro Tacca, de 1616, que desde 1848 está en la Plaza Mayor. Tacca es el autor único del Felipe IV a caballo de la Plaza de Oriente, que contó con lujosos colaboradores: el diseño original corresponde a Diego de Velázquez, y el científico Galileo Galilei fue contratado para asegurar su estabilidad, al sostenerse el caballo sobre sus dos patas traseras. Ese elemento de equilibrio precario lo vincula con la nueva escultura que va a instalarse en la plaza del Carmen. Otro retrato ecuestre que a simple vista podría tomarse por antiguo es el monumento a Carlos III de la Puerta del Sol, que en realidad se realizó en 1994 (por encargo del consistorio de Álvarez del Manzano), según un modelo de madera y yeso de finales del XVIII conservado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En este caso se recurría a un cliché artístico del pasado para transmitir un concepto que en sí era otro cliché, el del rey borbónico como “mejor alcalde de Madrid”, definición inscrita en el pedestal que se encargó para la ocasión. Según apuntaron autores como Greenberg, Moles o Calinescu, el kitsch suele reproducir formas artísticas pretéritas con el fin de suplantarlas, así que no parece descabellado aplicar este calificativo al Carlos III que custodia la Puerta del Sol. Por similares derroteros transitan otros monumentos madrileños de los siglos XIX y XX dedicados al rey Alfonso XII, los generales Martínez Campos y Espartero (la generosa y detallada fisonomía de su caballo podría estar detrás de la expresión “los tienes como el caballo de Espartero”), la reina Isabel la Católica, Simón Bolívar, Bernardo O’Higgins o el dictador Francisco Franco (retirado en 2005 por orden del Ministerio de Fomento durante el gobierno del presidente Rodríguez Zapatero, no sin polémica).

La escultura de Felipe IV de la Plaza de Oriente fue creada en 1640 por el escultor Pietro Taccana basándose en un retrato que Velázquez hizo al rey. Los cálculos para determinar el centro de gravedad del caballo, que descansa únicamente sobre las patas traseras, fueron realizados por Galileo Galilei.

Algo que procede destacar de la escultura de Lebrija es que se ubicará en una pequeña rotonda, la que se ha habilitado en una de las esquinas de la renovada plaza del Carmen, en la confluencia entre las calles de Tetuán y San Alberto, y que resulta muy conveniente para el hotel, al facilitar el acceso de los clientes en taxi. En un país en el que la escultura de rotonda ha deparado incontables casos de dudoso valor estético, la decisión podría observarse con escepticismo o retranca, al gusto de cada cual. El periodista y escritor Andrés Rubio, que ha tratado este subgénero en su libro España fea(Debate, 2022), documentadísimo estudio sobre la tendencia al despropósito urbanístico en nuestro país durante las últimas décadas, considera que Madrid debería reconducir su política de esculturas en el espacio público, a tenor de algunos ejemplos recientes: “Está la imagen trasnochada que dio de la capital el alcalde Almeida al inaugurar en 2022 la escultura a la Legión, un gran símbolo kitsch en el paseo de la Castellana. Ambas se corresponden con un Madrid retrógrado”. Rubio lamenta la desatención de la escultura pública en Madrid, que atribuye al desdén por el urbanismo, tanto de los líderes del Partido Popular en el actual gobierno del Ayuntamiento y la Comunidad como de la oposición. “Ojalá la elección de un artista latinoamericano de prestigio como Gonzalo Lebrija marque otra vía”, concluye.

Escultura monumental de Jaume Plensa para conmemorar a los sanitarios fallecidos por covid-19.

Tampoco la reciente instalación de una escultura monumental de Jaume Plensa –que dista bastante de ser su mejor trabajo, por decirlo de algún modo− en el centro de Madrid para conmemorar a los sanitarios fallecidos por covid-19, donada por la fundación de una mutua de seguros, sirvió para amortiguar el debate. De “desgraciado chirimbolo” la calificaba el artista Rogelio López Cuenca en las páginas de Babelia, en una aguda reflexión sobre la decadencia del monumento público.

Gonzalo Lebrija apunta que los problemas de las esculturas en el espacio público no son privativos de Madrid: “La realidad es que la mayoría de las que hay en el mundo son muy malas. Pero, cuando son buenas, envejecen como iconos históricos”. A la espera de que se instale al fin la suya, en abril finalizaron las obras en la superficie de la plaza y en el parking subterráneo, que reabrió como “hub de movilidad” tras dos años inoperativo. Este proyecto urbanístico tampoco ha estado exento de controversia, ya que la reforma implicó la tala de 28 árboles. Recientemente, la polémica por la tendencia arboricida del ayuntamiento se ha repetido con la cercana Plaza de Santa Ana y se ha cuestionado las ventajas para los peatones, frente a las muy patentes de las empresas privadas que han financiado el proyecto.

La reciente reforma de la Plaza de Santa Ana ha  decepcioando a sus vecinos, que se sienten  "engañados” con su imagen árida tras haber acabado con la mitad de su arbolado en beneficio de un aparcamiento privado.

Así, la UTE formada por Empark y Gyocivil, que es concesionaria del aparcamiento subterráneo durante 22 años tras haber ganado una licitación, asumió el coste de las obras (11,6 millones de euros, según comunicó el Ayuntamento). Lo que ha motivado críticas que se suman a otras anteriores por la privatización del espacio público en Madrid. Exacorp One sufragó el coste del proyecto técnico (que realizó el estudio de arquitectura Cifuentes Costales tras presentarse a otro concurso convocado por el Ayuntamiento) de una reforma en la que obtiene beneficios como la rotonda o una conexión directa al parking, así como plazas de aparcamiento para los clientes en plena calle. Díaz incide en que pertenece a la tercera generación al frente de la empresa familiar, fundada por su abuelo, leonés que emigró a México hace un siglo, por lo que su vinculación con España va más allá de los intereses empresariales: “Nuestra intención no solo es mejorar el inmueble, sino también su entorno. Sentíamos la responsabilidad de contribuir a él”. La nueva plaza también incorpora unas áreas ajardinadas entre las que los viandantes pueden transitar por un suelo de pavimento terrizo, más amable que el granito y el cemento de las proverbiales plazas duras madrileñas, de las que la Puerta del Sol es un ejemplo representativo.

La Puerta del Sol está en el centro de la polémica por sus escasas zonas a cubierto a pesar de la instalación de 32 toldos por parte del Ayuntamiento.

“Buscábamos que con esto ganáramos todos: el hotel y los turistas, por supuesto, pero también los vecinos”, señala Alonso Díaz. “No porque a uno le vaya bien tiene que ir mal a otros. De hecho, trabajamos con la asociación Amigos de la plaza del Carmen, de unos 80 miembros, que incluye vecinos y negocios, para asegurarnos de que se consideran todos los aspectos que la comunidad buscaba. No todo el mundo consiguió todo lo que quería, incluyendo al hotel, que por supuesto no es el dueño de la plaza. Pero creemos que el resultado es bueno para todos”.

Por lo que respecta a la escultura de Gonzalo Lebrija, recién firmado el acuerdo de comodato, no hay aún una fecha oficial para su instalación, pero no debería retrasarse mucho. “Esperamos que comience pronto, y debería llevar unas 4 o 5 semanas”, informa Alonso Díaz. Gonzalo Lebrija admite que el proceso de la toma de decisiones sobre las cuestiones urbanísticas y del arte en el espacio público es una asignatura pendiente. “No debería hacerse por elección de una o dos personas, sino contando con un consenso de profesionales, incluyendo críticos de arte, urbanistas o arquitectos”, afirma. “Como artista, este tipo de proyectos son los que más me interesan, pero también me parecen sumamente difíciles. El reto es, como decimos en México, no regarla, no cagarla. Porque cagarla es lo fácil”.

En abril finalizaron las obras en la superficie de la plaza del Carmen y en el parking subterráneo, que reabrió como “hub de movilidad” tras dos años inoperativo.

Aunque su estatua ecuestre contenga elementos innovadores, no puede decirse que haya renunciado a la función propagandística inherente al género. Hoy en día no hay condottieri a los que ennoblecer a través de la representación artística, pero toda obra artística instalada en el espacio público posee una dimensión simbólica, y esta no es una excepción. “La escultura va a generar mucho ruido en sentido positivo”, vaticina Alonso Díaz, de Exacorp One. Acaso sea esta empresa el jinete en apariencia ausente de El rumor de la discordia.

El propio Gonzalo Lebrija vincula su obra con algún tipo de victoria, aunque se trate de una más acorde con el tiempo actual que los clásicos triunfos militares. “Espero que no solo guste a intelectuales o expertos en arte, sino que cualquier persona pueda confrontarse con ella y tener un criterio al respecto”, explica. “Para empezar, seguramente le cambiarán el nombre, lo que me parece perfecto, porque significará que se la apropian. Su triunfo será que le guste a la gente”.

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