<p class=»ue-c-article__paragraph»>«Vamos a quitar lo de actriz de teatro…». <strong>Irene Escolar</strong> (Madrid, 1988) se muere por sacudirse la etiqueta que la coloca como la gran actriz de teatro de su generación. Y eso no es nuevo: su sacudida airada arrancó quizá 10 años atrás, cuando su primer papel protagonista en el cine le valió el <strong>Goya a Mejor Actriz Revelación</strong> y ella se lo dedicó a Mariano, el taxista que la llevó a toda velocidad desde el Teatro Principal de Zaragoza, donde terminaba una función a las 19.15, hasta la estación del Ave que partía a las 19.30 rumbo a la gala, que tendría lugar un par de horas más tarde en un hotel del norte de Madrid. <strong>Llegaba del teatro a toda prisa y aterrizaba en el cine y aquello sería una metáfora de su propia vida, de su propia carrera</strong>. Lo sigue siendo.</p>
Hace 10 años que se confirmó como la gran revelación del cine español, pero sigue considerada la gran actriz de teatro de su generación. Vuelve con obra, serie y película y confirma: «Quiero explorar más allá del escenario»
«Vamos a quitar lo de actriz de teatro…». Irene Escolar (Madrid, 1988) se muere por sacudirse la etiqueta que la coloca como la gran actriz de teatro de su generación. Y eso no es nuevo: su sacudida airada arrancó quizá 10 años atrás, cuando su primer papel protagonista en el cine le valió el Goya a Mejor Actriz Revelación y ella se lo dedicó a Mariano, el taxista que la llevó a toda velocidad desde el Teatro Principal de Zaragoza, donde terminaba una función a las 19.15, hasta la estación del Ave que partía a las 19.30 rumbo a la gala, que tendría lugar un par de horas más tarde en un hotel del norte de Madrid. Llegaba del teatro a toda prisa y aterrizaba en el cine y aquello sería una metáfora de su propia vida, de su propia carrera. Lo sigue siendo.
No en vano, el último trimestre del año vivirá Irene Escolar tres estrenos en tres géneros diferentes. En el teatro, como protagonista y productora de Personas, lugares y cosas, del argentino Pablo Messiez a partir del 25 de noviembre en el Teatro Español. En el cine, de la mano del gallego Lois Patiño con Ariel, que llegará a las salas el día de Navidad. En la televisión, interpretando un doble papel de hippy, setentera y noventera, en la segunda temporada de La Ruta, de Atresplayer. «Necesito quitarme un poco ese velo teatral porque a mí me encanta rodar. No me gusta más el teatro que rodar. ¿En qué momento alguien ha decidido eso por mí?», inquiere mientras menea la bolsita de una infusión de naranja en una de las últimas mañanas de fresquito en la capital antes de la canícula. «Uy, es que tengo hasta frío», se encogerá de gusto un rato después.
Ha llegado paseando imbuida en una entrevista antigua de Rosalía en el pódcast de Rick Rubin en la que la cantante reivindicaba el momento en que liberó su voz de lo académico y, simplemente, la dejó salir. «Es una reflexión que yo también he hecho a menudo. No me gustan las voces bonitas, las voces engoladas. Es cuando conectas tu cuerpo y tu voz cuando lo que dices está vivo, cuando hay verdad», coincide la actriz. Además de una filosofía común sobre su herramienta de trabajo, las dos comparten una generación revolucionaria en lo artístico y que lleva inevitablemente nombre de mujer. «Hay muchísimo talento, pero como en tantas cosas se aprecia y se valora mucho más desde fuera», lamenta.
Ya llegaremos a lo generacional. Empecemos por lo personal. Por ella, por Irene Escolar, la actriz que jamás soñó ser otra cosa, la sexta generación de la saga Gutierrez Caba, nacida y crecida entre el teatro y el cine y viceversa. Volvamos a aquella gala de los Goya, a esa primera vez.
- ¿Cómo recuerdas ese momento?
- Con mucha ternura. Miro el vídeo ahora y claro, esa es una persona muy diferente. Veo su ilusión, sus ganas, su entusiasmo y me provoca ternura. También un puntito de vergüenza porque se nota, cuando alguien está empezando, cuando ha empezado tan joven, que siente mucha responsabilidad. Ese intentar hacer las cosas bien me conmueve.
- ¿De dónde nace esa responsabilidad?
- Era mi papel revelación en el cine, absolutamente, pero yo llevaba ya muchos años trabajando en el teatro. Las cosas han cambiado un montón, pero hace una década no era habitual que alguien con 17 años hiciera teatro profesional. Lo común era que los actores y actrices jóvenes empezaran en la televisión. Supongo que ese comienzo mío con tan buenos creadores hace que la gente me ubique más sobre las tablas. No me gustan las etiquetas porque cierran puertas al cine y a la televisión. Me molesta un poco, la verdad. Vamos a limpiarlo porque en mi carrera yo quiero explorar muchas cosas. Todos venimos de un legado. En mi caso, evidentemente, está muy vinculado al mundo de la interpretación. Y yo misma me contaba el relato de que estaba todo bien, pero supongo que con los años he visto que había unas expectativas que sí estaban ahí.
- ¿Estaban más en los demás o en ti misma?
- Yo creo que era algo más interno, un intento de hacerme un lugar por mí misma siempre con la sensación de pedir perdón por el privilegio de haber podido aprender desde niña cómo funciona esta profesión. Nada más, a mí nadie me ha dado ningún trabajo por pertenecer a esta familia. Pero todo eso forma parte de mí, de esa voz interna, de esa responsabilidad.
«Al principio tenía la sensación de tener que pedir siempre perdón por el privilegio de haber nacido en una familia de actores»
- ¿Podrías haberte dedicado a otra cosa? ¿Te planteaste alguna vez otra opción?
- Yo encontré en lo creativo desde muy pequeña una salvación y una felicidad muy evidentes. Siempre supe que era el lugar en el que yo quería estar. Nadie me dijo nada, fue un descubrimiento mío. Cuando eres joven no estás preparada emocional ni psicológicamente para entender cuál es el peso real de muchas decisiones que tomas, me movía por intuición, pero cuando lo miro desde la treintena pienso que sí, podría haber hecho otra cosa, pero mi lugar era este.
- La tuya fue una infancia diferente, llena de viajes, de horarios a contracorriente, de disfraces y maquillajes. ¿La recuerdas feliz?
- Las cosas no se pueden idealizar. De alguna manera hay una máscara en esta entrevista y en todas las que he hecho. Todo lo que tiene que ver con lo profesional siempre ha sido un punto de unión familiar muy bonito. Pero son esas otras realidades intrínsecas a las dinámicas familiares las que te marcan de verdad. Cuando tus padres se separan, cómo lo hacen, en qué circunstancias, eso es lo que te va conformando como ser humano. Yo también soy eso y el dolor que he transitado es posiblemente lo que más herramientas me ha dado para todo lo que he desarrollado después como actriz. Las experiencias dolorosas son una gran fuente de creación y yo conseguí utilizarlas en mi trabajo desde bien pequeña.
- La interpretación como una forma de terapia…
- Si utilizas el instrumento que tienes y partes de tu propia experiencia, claro que puede ser terapéutica. Desde luego, para mí lo fue, no solamente por poder canalizar cosas sino porque me permitió explorar mi personalidad, abrir lugares ocultos de mi mente y una cosa fundamental que tiene que ver con lo colectivo: yo encontré una familia en esos grupos, en esas relaciones tan intensas que se prolongan a lo largo de unos meses en las que te encuentras con gente a la que le gusta lo mismo que a ti y te pones a jugar. Hay una mezcla de utilizar lo que te pasa y, a la vez, pasártelo muy bien. Reconozco que para mí fue un refugio en un momento muy complicado de mi vida.
- ¿Qué has descubierto sobre ti misma actuando?
- La lección más valiosa ha sido comprender que yo soy una persona muy miedosa en la vida, pero no cuando actúo. He hecho cosas muy salvajes. Hay una especie de alter ego que aparece cuando tengo que enfrentarme a cosas complicadas, una valentía salvaje. Todo lo que tiene que ver con nuestro trabajo pasa por el subconsciente así que es algo muy intuitivo, muy animal que sólo permito que salga cuando estoy actuando. En mi vida soy mucho más complaciente, más correcta.
«Tengo un ‘alter ego’ salvaje y animal que sólo emerge cuando estoy actuando»
Fue efectivamente salvaje el debut de Irene Escolar en el teatro profesional. Con 17 años, se masturbaba función tras función sobre la ropa interior, abierta de piernas en primer término después de esnifar Cillit Bang en una comedia punk desmedida de Richard Dresser que trajo a España Àlex Rigola. La gente, escandalizada, se levantaba y se iba. Y ella seguía a lo suyo, como si nada. «Cuando atraviesas el miedo y la vergüenza se abre a ti un camino muy interesante. Esa capacidad de juego es la que me ha salvado siempre», recuerda.
Si sobre el escenario Irene se abandona al texto y se permite, por un rato, perder el control, fuera de él la actriz vive con angustia la sobreexposición. Para explicarse, hace suyas las palabras de un compañero de profesión del otro lado del charco, Jesse Eisenberg, quien fuera Zuckerberg en La red social. «En una entrevista decía que nosotros escogimos esta profesión para desaparecer, no para estar en el centro, y me hizo reflexionar mucho. Yo también me hice actriz porque quería desaparecer, quería dejar atrás muchas cosas de mi vida que no me gustaban, y odio eso tan manido de vivir otras vidas, pero sí buscaba, por unas horas, estar en una especie de tiempo fuera del mundo», explica.
«Nunca me dio vértigo exponerme trabajando pero sí me genera mucho vértigo esa locura en relación con nuestra imagen, con nuestra propia publicidad, ese hablar de nosotros y poner fotos de nosotros todo el rato en las redes sociales. Reconozco que me genera mucha contradicción».
Hace tiempo que Irene Escolar no concede una entrevista a este periódico. La última le valió una tormenta de odio que nunca entendió muy bien tras un titular en el que nadie ahondó: «El capitalismo me hace llorar siempre».
«La cultura tiene que ver con el riesgo. Y en un mundo que busca lo políticamente correcto todo el rato, eso da miedo»
- ¿Miras lo que se dice de ti?
- Intento no mirar nada, me contamina muchísimo la cabeza. Creo que hay menos creatividad estandoahí dentro. Yo cuando me encuentro en un proceso de trabajo borro las redes sociales, no quiero tener esas imágenes en mi cabeza contaminantes, agresivas, irreales y desconcertantes que te sacan del presente cuando actuar tiene que ver, precisamente, con estar en el presente.
- ¿Y las críticas a tu trabajo, cómo las llevas?
- Todos queremos que nuestro trabajo guste, ponemos nuestra alma en algo y esperamos que los demás lo sepan comprender y apreciar, pero hay que aceptar que a veces lo que hacemos no gusta. Claro que me afecta, aunque reconozco que la crítica ha cambiado mucho. Antes iba siempre a machacar sin tener en cuenta la precariedad de este trabajo nuestro. Y yo noto que hay una nueva generación más centrada en mirar el lado bueno porque se dan cuenta de que estamos en una época muy particular. La cultura vive un momento frágil, siempre ha sido así, pero ahora mismo es clave.
- ¿A qué responde esa fragilidad?
- La cultura tiene que ver con el riesgo, con el cuestionamiento, con remover el pensamiento de la gente. Y en un mundo que busca lo políticamente correcto todo el rato, el pensamiento unificado que defiende valores tradicionales obvios, eso da miedo y requiere que nos apoyemos.
«Me apetece hacer cosas comerciales aunque siempre tendré un pie en el teatro para cubrir otros anhelos creativos»
Irene Escolar vive un momento dulce. 10 años después de aquella revelación cinematográfica que tuvo también algo de revelación personal, el teléfono empieza a sonar más allá de las tablas. Decíamos unas líneas más arriba que la vuelta al cole llegará para ella diversificada con un estreno cinematográfico, una serie de plataforma y, claro, también teatral, en tres tonos absolutamente diversos. «Tiene que ver con una decisión de haber querido ir hacia otro lugar, de probar otras cosas», dice ella.
- Tienes tres estrenos a la vuelta de la esquina, ¿llevas peor la avalancha de trabajo o los tiempos muertos?
- Claramente son peores los parones, esa inestabilidad. Sin duda. Enlazar una cosa con otra… ¡Guau! Es fantástico, es divertido. Te puedes agobiar pero, si te organizas bien, te permite ahorrar y vivir cosas maravillosas. Y eso no pasa tantas veces. Hace mucho que decidí que no me iba a quejar de cómo funciona la profesión que he escogido, porque lo hice sabiendo muy bien cómo iba a ser. No quiero victimizarme, hay trabajos muchísimo más duros, evidentemente. Este oficio es muy bonito y muy vocacional, y si además llega el trabajo realmente eres muy afortunada. Tengo muchas amigas y muchos amigos con muchísimo talento que no acaban de cuajar porque no termina de llegarles la oportunidad.
- ¿Cuánto hay de talento y cuánto de suerte en la fórmula del éxito actoral?
- Varía mucho, pero es una combinación evidente de los dos. Hay gente con mucho talento que no tiene suerte, y eso es de las cosas más desmoralizantes y tristes que se pueden vivir.
Pertenece Irene a una generación puente, la última que nació sin internet, la primera que accedió a la tecnología antes de llegar a la edad adulta. También la que ha ido enlazando crisis sin solución de continuidad. Sea por la necesidad de inventar algo nuevo, por la posibilidad de hacerlo o por ambas cosas a la vez, la de Irene Escolar es una generación que bulle creatividad, del cine a la literatura pasando por la música y sobre todo, rompiendo barreras entre géneros. Ella misma experimentó la creación transfronteriza cuando el confinamiento por el Covid dio al traste con sus proyectos. Junto a Bárbara Lennie dio a luz Escenario 0, seis éxitos teatrales reimaginados por cineastas de prestigio.
«No tenía tanto que ver con llevar el teatro a la pantalla como con reinterpretar buenos textos. Queríamos entender de qué manera lo audiovisual puede dialogar con lo teatral, juntar nuestros dos grandes amores», cuenta, y matiza, no le vayamos a colocar de nuevo la etiqueta: «Los queremos a los dos por igual». Dice Irene Escolar que ponerse al otro lado le cambió el punto de vista, le otorgó una conciencia del proyecto colectivo que ha cambiado su forma de enfrentarse al texto como actriz.
- ¿Dirigirías antes teatro o cine?
- La verdad es que no me tienta dirigir. Creo que hay que tener una visión que yo no tengo, y está fenomenal porque me gusta muchísimo actuar, ahí soy muy feliz. Sí me gusta armar, pensar, juntar gente. Esa producción creativa me encanta.
Desde la producción, además del papel protagonista, encara estos días su próximo gran proyecto teatral, Personas, lugares y cosas, la crónica en primera persona de los días de Emma, una actriz caída en desgracia, en una clínica de desintoxicación. «Emma -nosotros- somos conscientes de lo que pasa. El cuerpo siempre sabe lo que pasa. El problema es que muchas veces nos cuesta escucharlo», describe Pablo Messiez la esencia de la obra que dirige.
Y su actriz lleva esta reflexión a su terreno: «Cuando estás actuando, en cambio, el cuerpo no lo sabe. Cuando te embarcas en proyectos como Finlandia o Hermanas con Pascal Rambert, que es un director mucho más performativo que actoral, y te lleva a esos estados de terror y angustia en los que el cortisol te sube un día tras otro durante meses, el cuerpo siente que está pasando algo y reacciona. Llegas a casa y no puedes dormir y estás destrozada. Lo nuestro es engañar al cuerpo todo el rato y que crea que la ficción es realidad, es una mezcla muy particular».
En esas anda Irene, que ha entrado en un grupo real de terapia contra la adicción. «Antes de que me admitieran tuve que reconocer a qué era adicta yo [no, no nos lo dirá], y comprendí muchas cosas. No tiene que ver con la adicción a sustancias, no siempre, pero en esta sociedad en la que vivimos, en el fondo, todos somos adictos a algo», asegura.
«Yo no hablaría de cine hecho por mujeres, ¿por qué no van a dirigir thriller, o acción, o terror?»
Decíamos que Irene Escolar pertenece a la generación puente y añadimos que esa revolución creativa tiene innegablemente nombre de mujer. No en vano, su coetánea Carla Simón se ha convertido en los últimos años en nombre de primer nivel en el cine europeo.
- ¿Qué aporta el cine hecho por mujeres?
- Yo no hablaría de cine hecho por mujeres porque parece que tiene que ser una cosa particular. Escucho a muchas compañeras decir que quieren dirigir thriller, películas de acción, de terror. ¿Por qué van a restringirse a lo intimista? Lo bueno de que tantas mujeres estén dirigiendo, escribiendo, produciendo, es el cambio en la mirada, en la forma de abordar las historias. Está ocurriendo un cambio muy fuerte, pero queda mucho por hacer. Hay que apostar por las mujeres cineastas, hay que creer en ellas y darles la posibilidad de equivocarse, como han tenido los hombres durante tanto tiempo.
¿Cómo vive Irene Escolar el momento de dejar de ser aprendiz para convertirse en maestra? No oculta su incomodidad, esperamos que no vete a EL MUNDO durante otros 10 años. «No voy a responder», reconoce. «Me queda todavía demasiado por aprender».
Escrita por Duncan Macmillan, dirigida por Pablo Messiez y producida y protagonizada por Irene Escolar, se estrenará el próximo 25 de noviembre en el Teatro Español (Sala Principal). Compra tus entradas aquí
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