Alberto Núñez Feijóo no conseguirá anular a Vox tan fácilmente. Existe un clima de opinión en el Partido Popular sobre que ellos son la “casa común de la derecha”, tal que aspiran a recuperar aquellos once millones de votos que una vez tuvieron. Se equivocan: parte del espacio que ocupa ahora Vox no es una moda pasajera. Ignorar lo que simboliza solo hará su empuje más fuerte.
Ignorar que el partido de Abascal no es una moda pasajera solo lo hace más fuerte
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Ignorar que el partido de Abascal no es una moda pasajera solo lo hace más fuerte


Alberto Núñez Feijóo no conseguirá anular a Vox tan fácilmente. Existe un clima de opinión en el Partido Popular sobre que ellos son la “casa común de la derecha”, tal que aspiran a recuperar aquellos once millones de votos que una vez tuvieron. Se equivocan: parte del espacio que ocupa ahora Voxno es una moda pasajera. Ignorar lo que simboliza solo hará su empuje más fuerte.
Hete ahí la brecha generacional: existe una sospecha sutil, entre algunos jóvenes, de que cuando gobierne Feijóo tampoco revertirá su drama vital, como cara visible del hundimiento de la clase media en España. Llevamos dos décadas con el nivel de vida estancado, la vivienda está desbocada, y la reforma de pensiones que impulsó José Luis Escrivá es otro síntoma de cómo el bipartidismo encuentra cómodo seguir comprometiendo a las generaciones que suben, con tal de no perder votos entre los baby-boomers. Carga con más cotizaciones a la masa laboral actual –muy empobrecida– para sostener las pensiones de la generación de sus padres; en paralelo, esos mismos jóvenes se jubilarán a los 71 años —según un informe del BBVA— con menos capacidad de acumular patrimonio que sus progenitores, a no ser que sea vía herencia. En definitiva, si el PSOE no ha logrado corregir la desigualdad generacional —dice FUNCAS que el 76% de adultos no cree que sus hijos vayan a vivir mejor que ellos— ¿qué incentivos tiene el PP de promover reformas impopulares? Su electorado está todavía más envejecido y el bipartidismo se disputa esos mismos votos. La juventud actual no necesitará cuarenta años de democracia, como los chicos del 15M, para darse cuenta de que la alternancia política no soluciona ciertos problemas sistémicos.
Así que hay una parte de la ultraderecha que quizás no sea solo identitaria —machismo, conservadurismo, xenofobia. Aparece también otro vector que toma tintes de derecha anti-PP, o de protesta contra las políticas boomer. Estarían más cerca del relato transformador del primer Ciudadanos, si existiera, como crítica generacional que también aglutinaba Podemos en 2015. Una parte recala ahora en Vox, porque es en el partido de Santiago Abascal donde se concentra esa mezcla de rechazo, nihilismo y desconfianza estructural contra el sistema, dado que no gobiernan.
El problema es que nos hemos acostumbrado tanto a pensar a golpe de sondeo, que no vemos la complejidad de ciertos fenómenos políticos. Que Feijóo anuncie que no gobernará en solitario busca evitar una movilización de la izquierda, o favorecer el voto útil hacia su partido. En el plano social, es como tapar el sol con un dedo. Es probable que logre el efecto contrario, el de mantener activa la base que apoya a Vox, o esos anhelos de quienes desearían pasar una ‘motosierra’ por nuestro sistema que les permita imaginar un futuro distinto, o arrasar con las leyes llamadas woke de la izquierda.
Emerge así una paradoja: nuestra democracia sería más eficaz conteniendo la pujanza de Vox, de un lado, si el drama generacional se revirtiese —aunque es difícil cambiar los incentivos electorales de PP y PSOE— o bien, si algunos de sus discursos se demostrasen populismo –como cuando han tenido consejeros en ciertas comunidades autónomas. Es evidente que esta ultraderecha tampoco tiene recetas mágicas para esos jóvenes que suben enfadados. Jorge Buxadé escribió en la red social X: “Autonomías o pensiones”. Eliminar las autonomías no supliría el gasto en pensiones, cuando estas escalan ya hasta un 13% del PIB. Al igual que el bipartidismo, los partidos de la ‘nueva política’ tampoco saben cómo abordar la realidad del creciente desembolso en jubilaciones sin incomodar a sus votantes más sénior.
Mientras tanto, muchos jóvenes anti-PP seguirán apoyando a Vox porque no piensan que Feijóo sea un revolucionario, sino que le ven como una especie de “PSOE azul”. Asumen que no cambiará ciertas políticas de la izquierda, porque han llegado a la conclusión de que son medidas compartidas por populares y socialistas para sostener nuestro Estado de Bienestar. Sospechan incluso sobre si la inmigración es la fórmula que ambos aplican para seguir tapando los problemas de la hundida clase media española —pensiones, natalidad…— sin estar ofreciendo en paralelo una solución a largo plazo para todos, ni en vivienda ni remontar los bajos salarios. En ese sentido, sería un error reducir el escepticismo de algunos jóvenes ante la migración a una simple cuestión de xenofobia o de bulos sobre criminalidad.
A la postre, lo más llamativo es que Feijóo suba ahora el tono contra la familia de Sánchez, como si las palabras gruesas suplieran la realidad que impulsa a la ultraderecha. Quizás sea la misma técnica de Isabel Díaz Ayuso: aplicar el programa de los populares, pero usando el lenguaje altisonante de Abascal, haciendo alguna concesión a Vox en temas muy concretos. Que Ayuso vaya deliberadamente ahora en Madrid por el voto de las personas de origen latinoamericano es la evidencia de hasta qué punto el PP no es revolucionario, sino de derecha sistémica. Aunque solo sea por eso, Feijóo no puede de momento con Vox:no sabe disimular lo estructural del bipartidismo tan bien como su baronesa.
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Sobre la firma

Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro ‘El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020’ (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa ‘Hoy por Hoy’ de la Cadena SER. Presenta el podcast ‘Selfi a los 30’ (SER Podcast).
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