Al final de una de las principales calles madrileñas, en un edificio de tres plantas que solía estar pintado de blanco, vive el que quizá es uno de los coleccionistas de arte más elusivos y secretos de España. Juan Abelló y su mujer, Anna Gamazo, poseen una colección que aguanta la mirada a las mejores de Europa. Abelló, que con los años, 84, y la salud delicada, recurre a la silla de ruedas, ha intentado transmitir esa pasión a sus hijos, Juan Claudio, Alejandro, Cristian y Miguel.
Veremos cuando falte, al igual que sucedió con la colección del desaparecido ingeniero y mecenas José Luis Várez Fisa (1928-2014), cuál será su futuro. Sus hijos no tuvieron ningún problema con el Ministerio de Cultura para vender fuera, a través de Christie’s, cuando murió su padre, varias joyas. De hecho, Juan Abelló –amigo de Várez Fisa– llegó a comprarle diversas telas a lo largo de los años y después de su fallecimiento.
En 2016, los descendientes vendieron a Abelló La cucaña (169 x 88 cm), El asalto de ladrones (50 x 32 cm) y El incendio de noche (43 x 32 cm), de Francisco de Goya; el Bodegón con frutas y verduras, de Juan Sánchez Cotán (69,5 x 96,5 cm), y la valiosa Vista de Madrid con el Palacio Real y el río Manzanares, de Antonio Joli (1700-1777). El citado año, el Estado permitió a la familia colocar –a través de la sala de pujas Christie’s– lienzos y esculturas de Murillo, Paret, Arellano, Tiepolo, Berruguete, Ponce, Henry Moore, Zurbarán o Gargallo. Una lista que debería hacer llorar a cualquier amante del arte.
Pero, sin duda, el gran logro de esta colección, iniciada a finales de las últimas décadas del siglo pasado y que ronda más de las 200 obras, es “haber recuperado para el patrimonio histórico y artístico español no pocas piezas salidas en muy diversas circunstancias, siempre dolorosas, cuando no punibles”, reflexionaba, en su día, el historiador del arte y antiguo director del Museo del Prado, Felipe Vicente Garín Llombart (1943-2023).
Este pensamiento tiene una lógica muy profunda en uno de los países más expoliados de Europa. Es la suya una colección enciclopédica, al estilo del siglo XIX. Abarca infinidad de autores, corrientes, movimientos y épocas. Juan de Flandes, Lucas Cranach, Fernando Yánez de la Almedina, Miguel de Pret, Ribera, Zurbarán, Murillo, Canaletto, Sorolla, Modigliani, Picasso, Dalí, Braque, Miró o Bacon. Junto a la ensangrentada España de 1936. Millares, Palazuelo, Rivera o Tàpies. Sin olvidar, tampoco, los dibujos. Un arte que en España ha sido tratado –con la triste ignorancia histórica– de práctica secundaria. Un error bastante grueso. En contemporáneo y moderno destacan Modigliani, Degas, Van Gogh, Klimt, Schiele, Balthus o Picasso. Y pensando en las centurias transcurridas, y en el Siglo de Oro de las artes españolas, ahí están, sobre papel: Murillo, Alonso Cano, Diego de Siloé, Pedro de Campaña, Luis de Vargas, Berruguete, Ribera, Joli o Tiepolo.
Generosidad
Pasa inexorable el tiempo y cada vez quedan menos personas que conozcan a la pareja desde hace décadas. Queda una voz. Una de las mejores, que pide el anonimato. Los conoce muy bien. Ha estado en su casa. El hogar del campo escribe otro capítulo. “Llevan más de 50 años coleccionando. Sin criterios ajenos. Compran lo que a ellos les gusta. Ni especulan con el arte ni revenden. Es una visión ecléctica y aristocrática”, reconoce. “Son fantásticos y generosos con los préstamos”.
El espectacular tríptico, sobre fondo naranja, firmado en 1983, de Francis Bacon, que cuelga sobre la escalera que accede a su famosa sociedad patrimonial, Torreal –en la calle madrileña de Fortuny 1–, se prestó para la exposición que el Prado dedicó al maestro inglés durante 2009. También entre el 2 de octubre de 2014 y el 1 de marzo de 2015 se mostraron en el CentroCentro de Madrid unas 162 obras procedentes de sus fondos. El título era tan adusto como los coleccionistas: Colección Abelló.
Algún truco. Apunten. Cualquiera que camine por Fortuny cuesta arriba desemboca en Chamberí. Allí se ubica la famosa oficina patrimonial Torreal. Un descuido y es posible entrar por el amplio pasaje de carruajes para ver el tríptico de Bacon –protegido por una estructura de cristal o similar– antes de que la seguridad te enseñe el camino de salida. Otra curiosidad. Algunos trabajadores (unos 15, según el Registro 2024; entre los administradores figuran expolíticos del PP como Pío Cabanillas o financieros como Juan Carlos Ureta, presidente de Renta 4 Banco) que están situados en el semisótano (seminterrato, es el nombre, italiano, perfecto, para imaginárselo) tienen las paredes decoradas con obra gráfica de Eduardo Sempere. Eso parece a través del cristal.
Cuentas
Pero en el exclusivo mundo de las finanzas, Torreal es un mito. El año pasado manejó un mareante patrimonio de 1.796 millones de euros y el anterior fue casi similar: 1.789 millones. Y todo en verde. Los beneficios de este ejercicio rondan los 92 millones de euros.
Aunque quizá, para quienes buscan arte, la parte más interesante es el capítulo de “Actividades” de las cuentas presentadas en el Registro Mercantil. Ahí se puede leer: “La adquisición, explotación, arrendamiento y enajenación de bienes inmuebles, incluidas obras de arte, las antigüedades y los objetos de colección”. Aplicando la lupa. El año pasado gastó unos 1,58 millones de euros en obras [no se detallan], frente a los más elevados 5,4 millones de 2023. Y la gran cifra. Torreal valora ese inmovilizado material –incluye las piezas de arte– en 213,4 millones de euros, acorde con las cifras presentadas en el Registro. Esta es la sorpresa.
A la que le sigue otra. “La sociedad arrienda de manera habitual obras de arte a instituciones culturales [sin citar] por las cuales ha devengado ingresos registrados en el epígrafe ‘importe neto de la cifra de negocio-prestación de servicios’ de la cuenta de pérdidas y ganancias”. Como un niño que sigue las migas, llega hasta unos 176.000 euros. El año anterior fueron solo 53.000 euros. Desde luego esos 213 millones están lejos del valor real de la extensa colección que posee. Solo el tríptico de Bacon puede llegar en el mercado internacional con facilidad a los 80 millones de euros. Y si se le suman los territorios de Braque, Juan Gris, Matisse, Picasso, Rotkho (formidable, pese a su tamaño mediano), Goya, Van Gogh o Canaletto… Además, la mayoría, podrían salir del país, al ser adquiridos fuera.
Hay a quienes, aunque no lo pretendan, les salen las cifras solas. Ya sea con pintura o con capital riesgo. Todo se puede transformar en dinero. Quizá Abelló haya encontrado el secreto de la alquimia. Habrá que preguntárselo.
Torreal, la firma de inversión del financiero Juan Abelló, valora sus fondos artísticos en el Registro en unos 213 millones de euros, una cifra por debajo del mercado
Al final de una de las principales calles madrileñas, en un edificio de tres plantas que solía estar pintado de blanco, vive el que quizá es uno de los coleccionistas de arte más elusivos y secretos de España. Juan Abelló y su mujer, Anna Gamazo, poseen una colección que aguanta la mirada a las mejores de Europa. Abelló, que con los años, 84, y la salud delicada, recurre a la silla de ruedas, ha intentado transmitir esa pasión a sus hijos, Juan Claudio, Alejandro, Cristian y Miguel.
Veremos cuando falte, al igual que sucedió con la colección del desaparecido ingeniero y mecenas José Luis Várez Fisa (1928-2014), cuál será su futuro. Sus hijos no tuvieron ningún problema con el Ministerio de Cultura para vender fuera, a través de Christie’s, cuando murió su padre, varias joyas. De hecho, Juan Abelló –amigo de Várez Fisa– llegó a comprarle diversas telas a lo largo de los años y después de su fallecimiento.
En 2016, los descendientes vendieron a Abelló La cucaña (169 x 88 cm), El asalto de ladrones (50 x 32 cm) y El incendio de noche (43 x 32 cm), de Francisco de Goya; el Bodegón con frutas y verduras, de Juan Sánchez Cotán (69,5 x 96,5 cm), y la valiosa Vista de Madrid con el Palacio Real y el río Manzanares, de Antonio Joli (1700-1777). El citado año, el Estado permitió a la familia colocar –a través de la sala de pujas Christie’s– lienzos y esculturas de Murillo, Paret, Arellano, Tiepolo, Berruguete, Ponce, Henry Moore, Zurbarán o Gargallo. Una lista que debería hacer llorar a cualquier amante del arte.
Pero, sin duda, el gran logro de esta colección, iniciada a finales de las últimas décadas del siglo pasado y que ronda más de las 200 obras, es “haber recuperado para el patrimonio histórico y artístico español no pocas piezas salidas en muy diversas circunstancias, siempre dolorosas, cuando no punibles”, reflexionaba, en su día, el historiador del arte y antiguo director del Museo del Prado, Felipe Vicente Garín Llombart (1943-2023).
Este pensamiento tiene una lógica muy profunda en uno de los países más expoliados de Europa. Es la suya una colección enciclopédica, al estilo del siglo XIX. Abarca infinidad de autores, corrientes, movimientos y épocas. Juan de Flandes, Lucas Cranach, Fernando Yánez de la Almedina, Miguel de Pret, Ribera, Zurbarán, Murillo, Canaletto, Sorolla, Modigliani, Picasso, Dalí, Braque, Miró o Bacon. Junto a la ensangrentada España de 1936. Millares, Palazuelo, Rivera o Tàpies. Sin olvidar, tampoco, los dibujos. Un arte que en España ha sido tratado –con la triste ignorancia histórica– de práctica secundaria. Un error bastante grueso. En contemporáneo y moderno destacan Modigliani, Degas, Van Gogh, Klimt, Schiele, Balthus o Picasso. Y pensando en las centurias transcurridas, y en el Siglo de Oro de las artes españolas, ahí están, sobre papel: Murillo, Alonso Cano, Diego de Siloé, Pedro de Campaña, Luis de Vargas, Berruguete, Ribera, Joli o Tiepolo.
Generosidad
Pasa inexorable el tiempo y cada vez quedan menos personas que conozcan a la pareja desde hace décadas. Queda una voz. Una de las mejores, que pide el anonimato. Los conoce muy bien. Ha estado en su casa. El hogar del campo escribe otro capítulo. “Llevan más de 50 años coleccionando. Sin criterios ajenos. Compran lo que a ellos les gusta. Ni especulan con el arte ni revenden. Es una visión ecléctica y aristocrática”, reconoce. “Son fantásticos y generosos con los préstamos”.
El espectacular tríptico, sobre fondo naranja, firmado en 1983, de Francis Bacon, que cuelga sobre la escalera que accede a su famosa sociedad patrimonial, Torreal –en la calle madrileña de Fortuny 1–, se prestó para la exposición que el Prado dedicó al maestro inglés durante 2009. También entre el 2 de octubre de 2014 y el 1 de marzo de 2015 se mostraron en el CentroCentro de Madrid unas 162 obras procedentes de sus fondos. El título era tan adusto como los coleccionistas: Colección Abelló.

Algún truco. Apunten. Cualquiera que camine por Fortuny cuesta arriba desemboca en Chamberí. Allí se ubica la famosa oficina patrimonial Torreal. Un descuido y es posible entrar por el amplio pasaje de carruajes para ver el tríptico de Bacon –protegido por una estructura de cristal o similar– antes de que la seguridad te enseñe el camino de salida. Otra curiosidad. Algunos trabajadores (unos 15, según el Registro 2024; entre los administradores figuran expolíticos del PP como Pío Cabanillas o financieros como Juan Carlos Ureta, presidente de Renta 4 Banco) que están situados en el semisótano (seminterrato, es el nombre, italiano, perfecto, para imaginárselo) tienen las paredes decoradas con obra gráfica de Eduardo Sempere. Eso parece a través del cristal.
Cuentas
Pero en el exclusivo mundo de las finanzas, Torreal es un mito. El año pasado manejó un mareante patrimonio de 1.796 millones de euros y el anterior fue casi similar: 1.789 millones. Y todo en verde. Los beneficios de este ejercicio rondan los 92 millones de euros.
Aunque quizá, para quienes buscan arte, la parte más interesante es el capítulo de “Actividades” de las cuentas presentadas en el Registro Mercantil. Ahí se puede leer: “La adquisición, explotación, arrendamiento y enajenación de bienes inmuebles, incluidas obras de arte, las antigüedades y los objetos de colección”. Aplicando la lupa. El año pasado gastó unos 1,58 millones de euros en obras [no se detallan], frente a los más elevados 5,4 millones de 2023. Y la gran cifra. Torreal valora ese inmovilizado material –incluye las piezas de arte– en 213,4 millones de euros, acorde con las cifras presentadas en el Registro. Esta es la sorpresa.
A la que le sigue otra. “La sociedad arrienda de manera habitual obras de arte a instituciones culturales [sin citar] por las cuales ha devengado ingresos registrados en el epígrafe ‘importe neto de la cifra de negocio-prestación de servicios’ de la cuenta de pérdidas y ganancias”. Como un niño que sigue las migas, llega hasta unos 176.000 euros. El año anterior fueron solo 53.000 euros. Desde luego esos 213 millones están lejos del valor real de la extensa colección que posee. Solo el tríptico de Bacon puede llegar en el mercado internacional con facilidad a los 80 millones de euros. Y si se le suman los territorios de Braque, Juan Gris, Matisse, Picasso, Rotkho (formidable, pese a su tamaño mediano), Goya, Van Gogh o Canaletto… Además, la mayoría, podrían salir del país, al ser adquiridos fuera.
Hay a quienes, aunque no lo pretendan, les salen las cifras solas. Ya sea con pintura o con capital riesgo. Todo se puede transformar en dinero. Quizá Abelló haya encontrado el secreto de la alquimia. Habrá que preguntárselo.
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