Cuando Don Juan estaba contra Don Juan Carlos

El 28 de octubre de 1975, Juan Carlos llegó a un acuerdo con su padre, don Juan. Había sido un camino muy largo y con grandes dificultades. El príncipe tenía el plan de pasar de la dictadura a la democracia sin contravenir las Leyes Fundamentales y dando entrada a todos los partidos guardando los equilibrios, especialmente en lo referido al Partido Comunista de España (PCE). Tenía muchas incertidumbres y no todo estaba atado. Don Juan de Borbón, sin embargo, prefería una ruptura con la dictadura para asentar la monarquía en un nuevo tiempo democrático, apoyado en un referéndum general sobre la organización del país. Pensaba que su hijo, «Juanito», se equivocaba.

La agonía de Franco acercó el momento de la sucesión. Don Juan, inquieto, decidió reunir a varios de sus colaboradores en Lausana, Suiza, a finales de octubre de 1975. En su mente estaba fija la idea de que un rey democrático de finales del siglo XX debía apoyarse en la voluntad del pueblo y romper con toda idea autoritaria; es decir, con el franquismo. Todavía no estaba seguro de si su hijo iba a llevar el país a la democracia, o mantener un franquismo sin Franco, o ser un títere de los jerifaltes del régimen, o propiciar un golpe militar. Eran muchas incertidumbres para un momento clave en la historia de España. Además, la relación entre ambos no era la mejor. Tampoco, claro, todas las voces que escuchaba don Juan eran recomendables. En el verano de 1974 intentaron involucrarlo en un proyecto rupturista con el PCE, Antonio García Trevijano y otros personajes, para un levantamiento de juntas que reconociese un gobierno provisional con el objetivo de convocar un referéndum sobre la forma de Estado. Aquello era una locura y un llamamiento a la violencia. Finalmente, decidió separarse de aquellos aventureros y esperar a la agonía de Franco. En octubre de 1975, la muerte del dictador estaba cerca, y don Juan dio el paso.

Reunió en Lausana a personas de su confianza como Pedro Sainz Rodríguez, José María Pemán, Guillermo Luca de Tena y Luis María Anson, entre otros. En la ciudad suiza discutieron, calibraron los planes de Juan Carlos, examinaron a los hombres que le rodeaban y su capacidad para llevar a cabo el plan democratizador. Los presentes intentaron tranquilizar a don Juan sin conseguirlo. No se fiaba. Por encima del amor paterno estaba la lealtad a la dinastía. Desoyó a sus consejeros y ordenó que redactaran un manifiesto. Aquello podía ser una bomba en el peor momento. Si el padre dudaba del hijo justo cuando todo debía aparentar seguridad y confianza, podría aumentar la sensación de debilidad del proyecto de Juan Carlos. La Casa Real debía presentarse unida.

El manifiesto, sin embargo, se filtró. Reunía las inquietudes de don Juan: monarquía, democracia y desprecio a la sucesión establecida por las Leyes Fundamentales. En suma: si Juan Carlos, su hijo, no iba a establecer en España una democracia plena con todos los partidos, consideraba que sería un fracaso. Solo podía funcionar, decía, si Juan Carlos de Borbón era el rey de todos los españoles, no solo de unos partidos.

«No hará nada contra su hijo»

El Príncipe se alarmó por la conducta de su padre, habló por teléfono con él, aunque sin resultado, y decidió enviar a personas de confianza para que trataran de convencerlo de lo delicado del momento y de la conveniencia de su plan. El primero fue Antonio Fontán, catedrático, del Opus Dei, editor del diario «Madrid» –que fue demolido literalmente en 1973– y miembro del Consejo Privado de Don Juan. El segundo fue el teniente general Manuel Díez-Alegría, que había sido Jefe del Alto Estado Mayor del Ejército entre 1970 y junio de 1974, procurador en Cortes, y hombre con reputación de ser cabal y reformista. El tercer enviado fue Guillermo Luca de Tena, símbolo de los monárquicos españoles, presidente del diario «Abc», y miembro también del Consejo Privado de Don Juan y de su Secretariado Político. Eran tres personajes de mucho peso que se presentaron ante el padre del Príncipe con un objetivo prioritario: pedirle que no publicara el manifiesto.

Funcionó. El padre transigió en esperar, pero sin dejar la vigilancia. Ahora solo faltaba darlo a conocer a la opinión pública, especialmente esos días que había aumentado la presión sobre Juan Carlos para que asumiera de forma interina la Jefatura del Estado. Luis María Anson, juanista, del Consejo Privado, publicó una nota en «Abc» el 28 de octubre de 1975 con el titular «Don Juan de Borbón no hará, de momento, declaraciones políticas». Para que quedara claro, ese mismo día publicó en «Informaciones» un rotundo: «Don Juan de Borbón no hará nada contra su hijo».

 Don Juan de Borbón quería una ruptura democrática real con el régimen franquista y dudaba de la sucesión en favor de su hijo, por lo que incluso preparó un manifiesto  

El 28 de octubre de 1975, Juan Carlos llegó a un acuerdo con su padre, don Juan. Había sido un camino muy largo y con grandes dificultades. El príncipe tenía el plan de pasar de la dictadura a la democracia sin contravenir las Leyes Fundamentales y dando entrada a todos los partidos guardando los equilibrios, especialmente en lo referido al Partido Comunista de España (PCE). Tenía muchas incertidumbres y no todo estaba atado. Don Juan de Borbón, sin embargo, prefería una ruptura con la dictadura para asentar la monarquía en un nuevo tiempo democrático, apoyado en un referéndum general sobre la organización del país. Pensaba que su hijo, «Juanito», se equivocaba.

La agonía de Franco acercó el momento de la sucesión. Don Juan, inquieto, decidió reunir a varios de sus colaboradores en Lausana, Suiza, a finales de octubre de 1975. En su mente estaba fija la idea de que un rey democrático de finales del siglo XX debía apoyarse en la voluntad del pueblo y romper con toda idea autoritaria; es decir, con el franquismo. Todavía no estaba seguro de si su hijo iba a llevar el país a la democracia, o mantener un franquismo sin Franco, o ser un títere de los jerifaltes del régimen, o propiciar un golpe militar. Eran muchas incertidumbres para un momento clave en la historia de España. Además, la relación entre ambos no era la mejor. Tampoco, claro, todas las voces que escuchaba don Juan eran recomendables. En el verano de 1974 intentaron involucrarlo en un proyecto rupturista con el PCE, Antonio García Trevijano y otros personajes, para un levantamiento de juntas que reconociese un gobierno provisional con el objetivo de convocar un referéndum sobre la forma de Estado. Aquello era una locura y un llamamiento a la violencia. Finalmente, decidió separarse de aquellos aventureros y esperar a la agonía de Franco. En octubre de 1975, la muerte del dictador estaba cerca, y don Juan dio el paso.

Reunió en Lausana a personas de su confianza como Pedro Sainz Rodríguez, José María Pemán, Guillermo Luca de Tena y Luis María Anson, entre otros. En la ciudad suiza discutieron, calibraron los planes de Juan Carlos, examinaron a los hombres que le rodeaban y su capacidad para llevar a cabo el plan democratizador. Los presentes intentaron tranquilizar a don Juan sin conseguirlo. No se fiaba. Por encima del amor paterno estaba la lealtad a la dinastía. Desoyó a sus consejeros y ordenó que redactaran un manifiesto. Aquello podía ser una bomba en el peor momento. Si el padre dudaba del hijo justo cuando todo debía aparentar seguridad y confianza, podría aumentar la sensación de debilidad del proyecto de Juan Carlos. La Casa Real debía presentarse unida.

El manifiesto, sin embargo, se filtró. Reunía las inquietudes de don Juan: monarquía, democracia y desprecio a la sucesión establecida por las Leyes Fundamentales. En suma: si Juan Carlos, su hijo, no iba a establecer en España una democracia plena con todos los partidos, consideraba que sería un fracaso. Solo podía funcionar, decía, si Juan Carlos de Borbón era el rey de todos los españoles, no solo de unos partidos.

El Príncipe se alarmó por la conducta de su padre, habló por teléfono con él, aunque sin resultado, y decidió enviar a personas de confianza para que trataran de convencerlo de lo delicado del momento y de la conveniencia de su plan. El primero fue Antonio Fontán, catedrático, del Opus Dei, editor del diario «Madrid» –que fue demolido literalmente en 1973– y miembro del Consejo Privado de Don Juan. El segundo fue el teniente general Manuel Díez-Alegría, que había sido Jefe del Alto Estado Mayor del Ejército entre 1970 y junio de 1974, procurador en Cortes, y hombre con reputación de ser cabal y reformista. El tercer enviado fue Guillermo Luca de Tena, símbolo de los monárquicos españoles, presidente del diario «Abc», y miembro también del Consejo Privado de Don Juan y de su Secretariado Político. Eran tres personajes de mucho peso que se presentaron ante el padre del Príncipe con un objetivo prioritario: pedirle que no publicara el manifiesto.

Funcionó. El padre transigió en esperar, pero sin dejar la vigilancia. Ahora solo faltaba darlo a conocer a la opinión pública, especialmente esos días que había aumentado la presión sobre Juan Carlos para que asumiera de forma interina la Jefatura del Estado. Luis María Anson, juanista, del Consejo Privado, publicó una nota en «Abc» el 28 de octubre de 1975 con el titular «Don Juan de Borbón no hará, de momento, declaraciones políticas». Para que quedara claro, ese mismo día publicó en «Informaciones» un rotundo: «Don Juan de Borbón no hará nada contra su hijo».

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