<p>Jo, Amy, Meg y Beth March, las archiconocidas hermanas de <i>Mujercitas</i>, de Louisa May Alcott, expuestas desde un prisma nuevo y perturbador. En <i><strong>Little Women</strong></i> (así, en inglés), la dramaturga y directora italiana <strong>Lucia del Greco</strong> plantea una lectura transgresora del clásico estadounidense, en la que <strong>el voyeurismo social se convierte en el verdadero protagonista</strong>, presente en toda la historia. La obra, estrenada ayer en el <strong>Teatre Lliure</strong> de Barcelona, estará en cartel hasta el 23 de noviembre.</p>
Lucia del Greco retuerce la historia de Louisa May Alcott con una cara B de las hermanas en una obra que pone en tela de juicio la mirada del mundo sobre la mujer
Jo, Amy, Meg y Beth March, las archiconocidas hermanas de Mujercitas, de Louisa May Alcott, expuestas desde un prisma nuevo y perturbador. En Little Women (así, en inglés), la dramaturga y directora italiana Lucia del Greco plantea una lectura transgresora del clásico estadounidense, en la que el voyeurismo social se convierte en el verdadero protagonista, presente en toda la historia. La obra, estrenada ayer en el Teatre Lliure de Barcelona, estará en cartel hasta el 23 de noviembre.
Tras convivir con distintas adaptaciones de la obra del siglo XIX -desde las versiones literarias y cinematográficas al reciente filme de Greta Gerwig, de 2019-, Del Greco cayó en la cuenta de que había algo en lo que nadie se estaba fijando: las jóvenes protagonistas, y todo su desarrollo como mujeres, estaban siendo observadas con lupa. Por la sociedad, por sus padres y por su vecino, Laurie, que las sobrevuela a todas ellas como un satélite hasta ser rechazado por Jo y acabar casándose con Amy.
Esta mirada impacta mucho en las mujeres, representadas por estas cuatro hermanas, especialmente en la adolescencia, esa fase de apertura al mundo, de buscar quién es una. «En el coming of age -el paso a la madurez-, el cuerpo cambia mucho y la mirada del otro pesa más, esa mirada sobre el cuerpo de una mujer que está cambiando y empezando a relacionarse con su sexualidad«, explica.
Esa tensión entre el deseo de libertad y la observación constante guía el montaje. Del Greco detectó en el texto original palabras que la inquietaban: culpa, sacrificio, corrección. «Me interesaba mucho esta parte de represión«, comenta la directora, «esa idea de que para ser una mujercita tienes que responder a unos ciertos parámetros«.
En su exploración surgió un lado alternativo del clásico y sus personajes: «Me interesaba imaginar unas mujercitas ‘fracasadas’ en el aspecto social: sin religión y sin estar casadas con un hombre. Es una cara B imaginaria, aunque está inspirada en los rasgos característicos de cada una de ellas». Del Greco recuerda incluso cómo Alcott fue forzada por sus editores a casar a sus heroínas, «aunque ella no quería hacerlo».
La directora no huye, por tanto, de la incomodidad, sino que la convierte en el motor de su propuesta. «Para mí esa libertad de las mujercitas también contempla la violencia y la posibilidad de caer mal. Son personajes que no necesariamente tienen que ser siempre complacientes y no tienen que responder siempre a lo que la sociedad espera de ellas. Y esto hoy lo veo en mí misma», asegura, para concluir que no considera que en la actualidad estemos liberadas de la mirada del otro.
«¿Cuánto está dispuesta la mujer a modificarse para ser quierida? ¿Y hasta qué punto eso es algo sano?»
En esta reflexión late una pregunta constante y universal: ¿hasta qué punto una mujer libre sigue siendo una amenaza? «Las mujeres hoy siguen modificando sus comportamientos, su aspecto y sus pensamientos para gustar. Todos los personajes de mi propuesta lo que quieren es ser amadas. Entonces, ¿cuánto está dispuesta la mujer a modificarse para ser querida? ¿Y hasta qué punto eso es sano?», se pregunta Del Greco.
El montaje, advierte, no busca el escándalo: «Si pasa, pasa, pero no creo en la provocación por la provocación. No voy a desangrar a un ser humano para que el público se sienta violentado». Más que un drama psicológico, ella propone una experiencia sensorial, atmosférica.
Esa atmósfera se construye a través del sonido, la imagen y la palabra. «Me parece interesante que no todos los lenguajes escénicos reafirmen el mismo concepto, sino que se vayan creando contradicciones o conceptos que, al acercarlos, generan nuevos significados».
En esta escenografía es especialmente disruptiva la estética de las bailarinas y las muñecas, muchas veces enjauladas o en escaparates, «expuestas para ser vistas o incluso compradas», denuncia. Se trata de una dura reflexión sobre «cómo la sociedad y los hombres están dispuestos a ver a las mujeres con tal de tenerlas», explica, «que se queden dentro de sus jaulas doradas y materialicen los deseos y las fantasías de los hombres«.
En esta obra, Del Greco asume con convicción su libertad para jugar con los clásicos: «Están hechos para ser estropeados. Me dan mucha libertad para experimentar, porque si alguien quiere saber de qué va Mujercitas, ya hay de todo. No cae sobre mí la responsabilidad de defender unos valores», defiende.
El resultado es una pieza que combina fantasía, voyeurismo y belleza -así la define ella-, donde las March ya no son símbolos de virtud sino espejos rotos de la mirada patriarcal. Y, sobre todo, una invitación a repensar «hasta qué punto la sociedad tolera la libertad de una mujer».
Teatro
