<p>La simpatía de <strong>María Barranco</strong> (Málaga, 1961) es de esas leyendas justificadas. Habla siempre como si se le acabara el tiempo y está representando junto a Imanol Arias, en el teatro Bellas Artes de Madrid, una obra titulada ‘Mejor no decirlo’. Como la broma se hace sola, prefiere afrontar ella el elefante en la habitación. «Te prometo que llevo años intentando aprender a estar callada y morderme la lengua un poquito», suelta sin que le pregunte. Y ante mi cara de desconfianza, insiste: «Hablo por los codos, es verdad, pero he aprendido a base de golpes a pensar un poquito lo que digo y a callarme alguna cosa que me muero por soltar. Soy menos bocachancla».</p>
Su Candela de ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’, obsesionada con los chiítas, es icono de los felices 80. Luego, su vida y el país han sufrido turbulencias, pero ella siempre resurge
La simpatía de María Barranco (Málaga, 1961) es de esas leyendas justificadas. Habla siempre como si se le acabara el tiempo y está representando junto a Imanol Arias, en el teatro Bellas Artes de Madrid, una obra titulada ‘Mejor no decirlo’. Como la broma se hace sola, prefiere afrontar ella el elefante en la habitación. «Te prometo que llevo años intentando aprender a estar callada y morderme la lengua un poquito», suelta sin que le pregunte. Y ante mi cara de desconfianza, insiste: «Hablo por los codos, es verdad, pero he aprendido a base de golpes a pensar un poquito lo que digo y a callarme alguna cosa que me muero por soltar. Soy menos bocachancla».
- ¿Te ha perjudicado esa locuacidad?
- Sí, claro que me ha perjudicado. Lo que ocurre es que yo parto de la base de que todo se puede decir, incluso se debe. Entonces, en eso soy andaluza y lo exagero todo. Mucha gente no ha entendido esa sobreactuación como una simple forma de expresarme sino como un ataque y estoy segura de que me ha costado relaciones y trabajos. De todos modos, ¿sabes cómo aprendí a medir mis palabras e, incluso, a callarme a veces?
- ¿Cómo?
- Cuando mis hijas llegaron a la adolescencia, que estaban para darles hasta en el carnet de identidad, pero tanto drama me superó incluso a mí. Qué horror, cariño. No hay quien aguante esa época que empieza muy pronto y acaba muy tarde. Ahora tengo una nieta de 14 años, pero esta vez que lo aguante su madre. Yo sólo me río.
- Pasaste una mala época profesional y anímica, pero ahora se te ve fenomenal.
- Sí, hasta hace un par de años estuve bastante jodidilla, pero ahora estoy de maravilla. Lo digo con la boca pequeña, no me vaya a castigar Dios por presumir, pero estoy muy feliz ahora mismo. La pandemia nos mató a todos, pero yo empecé a sentirme perdida antes. Se me juntaron decepciones profesionales y problemas de familia y me metí en un hoyo bastante profundo. En realidad fue más lo personal porque, no sé si por hartazgo o por madurez, que alguna cosa buena tiene que tener cumplir años, cada vez me afectan menos las cosas que me salpican de mi profesión. Que me cojan, que no me cojan, que guste, que no guste… Pues, bueno, ya he estado en todas las situaciones y he aprendido a asimilarlas.
- ¿Te afectó mucho en su momento?
- Muchísimo, muchísimo. De golpe, pasé de ser la chica de moda a que no me dieran papeles. Fue como lo que pasa cuando eres pequeña, que llegas a una pandilla, eres la chica nueva y gustas a todos, pero después te van conociendo y llega otra nueva que gusta más. Entonces, sí que me ha costado asumirlo. Me sentí muchos años el patito feo y es especialmente jodido que te digan que eres el patito feo cuando has sido cisne. Pero, fíjate, ahora me veo cisne otra vez. Más cisne que nunca. Eso es lo que logra un teatro lleno aplaudiéndote cada día.
- ¿Este éxito tiene algo de reconocimiento a una carrera?
- Sí, eso también es muy bonito. Al principio me chocaba, porque de repente llego a un rodaje o a un ensayo y me tratan como si fuera María Luisa Ponte. Todo el mundo: «¡Qué honor trabajar contigo!». Y a veces me giro para mirar a quién se lo estarán diciendo. Es una de las cosas buenas de tener cierta veteranía. Cuando yo empezaba, a veces estaba con Paco Rabal o Fernando Fernán Gómez y me sentía así de agradecida de estar con ellos. Ahora siento que me tratan a mí así, a un nivel menor que a esos dos gigantes, claro, pero como a un icono. Es un orgullo. Y con el público, igual. Cuando termina la función y te esperan y te lo agradecen, es la leche. No te voy a mentir: yo me dediqué a esto por los aplausos.
- ¿Directamente?
- Literalmente. Yo había empezado la carrera de Medicina, pero fui a ver una función de aficionados, me encantó, se lo dije y me invitaron a participar en la obra. Me dieron una frase y estaba al fondo del todo, pero cuando el público aplaudió al final… Sentí un placer, un orgasmo… Entonces dije: «Yo quiero esto, quiero estar ahí y que me aplaudan». Ahí me di cuenta y me metí de cabeza a ser actriz porque un médico te salva la vida y tú le das las gracias, pero no le aplaude nadie. Esa recompensa, ese subidón, es lo que yo quería.
- ¿Qué tal el reencuentro con otro emblema de aquella España como Imanol Arias?
- Ha sido mi amor platónico desde hace 40 años. Me ayudó muchísimo cuando llegué a Madrid con 20 años y sin conocer a nadie. Me lo presentó Antonio Banderas y él ya era Imanol Arias. Se me caían las bragas al suelo cuando me hablaba y él, tan mono, venía a la casa en la que vivía, que no tenía ni teléfono, tocaba al telefonillo, bajaba, dábamos un paseíto y me iba contando los proyectos que se iban a hacer, dónde podría presentarme, con quién hablar… Luego me acompañaba de vuelta a casa y yo me subía enamorada. Fue muy generoso conmigo cuando yo no era nadie y ahora, aunque hacemos de pareja, es como trabajar con un hermano. Un hermano muy guapo, todo hay que decirlo. Nos divertimos muchísimo.
- ¿Cómo fue esa llegada a Madrid? Lo cuentas como si fuera un pueblo: te encontrabas con Banderas, te llamaba a la puerta Imanol…
- Es que era un pueblo. Septiembre del 81. Esto se lo cuentas ahora a la gente joven y se queda pasmada, pero todos nos conocíamos. Al lado del teatro Español, en la calle Príncipe, había una cafetería, el Dorín, y ahí iban los actores para enterarse de lo que pasaba. A la semana de estar en Madrid, fui al Dorín y allí me contaron que se estaba preparando ‘La venganza de don Mendo’ y que me acercara al teatro a preguntar. Fui, pregunté y me cogieron de la mora judía. Llevaba ocho días en Madrid y ya tenía trabajo. Todo funcionaba así, ibas a los sitios y conocías a la gente, a los que ya eran alguien y a los que queríamos serlo.
- No había móviles ni redes ni más método que el cara a cara.
- Claro, es que yo no tenía ni teléfono fijo. Había una cafetería cerca de casa donde me dejaban los recados que, al principio, era ninguno. Iba, preguntaba, no me había llamado nadie y los del bar me miraban como: «Esta pobre niña…». A los cuatro días, me llamó allí mi madre y me dijo: «Nena, no hagas más el ridículo y vente pa casa».
- ¿Te lo planteaste?
- No, no, yo estaba feliz en esa ciudad, todo me parecía fascinante y estaba convencida de que iba a hacerme un sitio. Yo iba a ser actriz y en Málaga, en mi época, no había nada. Mi meta era Madrid y cuando llegué a Atocha, después de estar toda la noche viajando, besé el suelo como si fuera el Papa. Como si ya hubiera triunfado. La gente debió pensar que estaba loca. Lo que pasa es que mi familia nunca ha sido muy de animarme.
- Querían que te dejaras de aventuras y volvieras a Medicina.
- Claro, pero eso nunca fue para mí. Me aburría estudiar y, mira, me he pasado la vida estudiando y memorizando aunque ya me he gastado, cariño. Las neuronas me patinan y ya sólo retengo líquidos.
- ¿Cuánto hay de idealización en ese retrato de la España de los 80 y los 90? ¿Éramos más felices o sólo más jóvenes?
- Las cosas se idealizan y, a menudo, por supervivencia. Borramos lo malo o, al menos, le quitamos gravedad, lo limas. Yo sí que lo recuerdo como una época de apertura, de ganas y de libertad en cuanto a no juzgar permanentemente al prójimo. Eso creo que no es por la edad, sino que era así. Pero las cosas de ser joven también influyen en mi recuerdo. No te recogías nunca, estabas todo el tiempo en la calle disfrutando y hacías de todo: trabajabas, te ibas de marcha, volvías a trabajar, más fiesta y así en un bucle infinito. Si no se dormía, no pasaba nada. Ni se te notaba la cara, la energía era infinita, pero esa diversión no debe tapar muchas cosas que eran peores que hoy.
- ¿Por ejemplo?
- Ser mujer no era lo que es ahora. Menos aún si eras una mujer moderna y libre. Para mi madre, para mi familia, que yo fuera actriz era como si fuera puta. Socialmente, éramos primas hermanas. Y los señoros estaban por todas partes y eran muy pulpos. No se imaginaba un MeToo ni nada parecido, tenían carta blanca. Yo tuve suerte, entre comillas, porque como era graciosilla sabía despegármelos con un par de requiebros, pero vivíamos ese tipo de acoso de manera constante. Aun así, me quedé sin más de un trabajo porque no accedí a lo que pedían. Te decían sin rubor que, para darte el papel, tenías que ser «simpática».
- Asumo que ser «simpática» no era saludar en el ascensor.
- No, claro. Era sexo a cambio de papeles. Había mucho pulpo todo el tiempo: «Ay, qué niña más mona. Ay, qué gracia tiene. Ay, que yo puedo ayudarte si eres simpática conmigo». Yo eso lo bandeaba muy bien, pero como no iba a su cama, perdías trabajos. Más de uno me dio una lista de las que sí habían accedido, con nombres y apellidos, y el éxito y las películas que estaban teniendo. Y no eran pocas, eh. Ni desconocidas. Así de malo era aquello. Y otra cosa terrible fueron las drogas, claro. Eso sí que fue una desgracia tremenda. No sabes la de amigos que hemos perdido por el camino.
- ¿Tomabas?
- Claro, todos tomábamos. Yo tomé de todo menos heroína. Gracias a dios no me tocó el mundo caballo, pese a que lo viví de cerca. Había droga de todos los colores, pero había muy poca información y los que nos libramos de consumir heroína fue porque el mundo aguja nos daba terror. Si no, creo que la hubiera probado seguro y a partir de ahí, a saber. Recuerdo una intervención que me hicieron, me pusieron un válium en vena y pensé: «Entiendo a los yonquis, esto es la hostia». De hecho, el otro día me hicieron una colonoscopia y lo volví a pensar cuando me sedaron: «Este es el momento que más me gusta, si yo pudiera dormir con esto en casa sería feliz». Ya me he ido de tema. ¿De qué hablábamos?
- De la Movida, el ambiente, sus pros y sus contras.
- Cierto. Otro tópico es que la Movida era una cosa de izquierdas. En la música, por ejemplo, eran todo niños bien. Yo ya pillé al final, en la segunda mitad de los 80 que es cuando entro en el mundo Almodóvar, hasta ahí era un satélite.
- ¿Cómo llegas a Almodóvar?
- Por Bernardo Bonezzi, de los Zombies. Era novio de un amigo mío de Málaga y gracias a él metí la cabeza en esta cosa de la Movida, que también te diré que esa fue una etiqueta a posteriori. La gente que estábamos allí no decíamos: «Ay, estoy viviendo la Movida». Sencillamente salíamos de copas, íbamos a conciertos y hacíamos cosas con amigos. Eso de que era cool y un momento histórico se decidió luego.
- Pablo Carbonell, que siempre explica las cosas muy claras, me dijo una vez que la Movida fue como cualquier época, pero follando más.
- Tiene razón Pablo aunque hay que decir que el que más follaba era él [risas]. Yo le conocí también nada más llegar a Madrid porque actuaba con Pedro [Reyes], al que echo de menos muchísimo, en un bar que se llamaba El ángel exterminador. Nosotras íbamos por allí y nos hicimos amigos. Años después le dije: «Pablo, tú te tiraste a todas mis amigas». Y me respondió: «Coño, ¿y por qué a ti no?» [risas].
- ¿Y por qué no?
- Eso me pregunto también yo. No me acuerdo qué pasaría, pero mi sensación no es que no me gustara Pablo, que era un cañón de tío y muy brillante. Hicimos de marido y mujer en una película que dirigió él, ‘Atún y chocolate» y hemos veraneado mucho a la vez en Zahara, pero por lo que fuera aquello no surgió. Le adoro y no me hubiera importado…
- ¿Qué grado de libertad sexual teníais las mujeres en aquella época?
- En Madrid y en nuestro entorno, bastante, pero en cuanto salías de ahí lo que se llevaba era, hablando en plata, las calientapollas. Esas estaban muy bien vistas porque, a la hora de la verdad, no hacían nada, pero si actuabas con normalidad, como cualquier tío, y te acostabas con quien te diera la gana, te decían eso de que abrirse de piernas era muy fácil y muy vulgar. Se usaba esa expresión tan ridícula de «ligera de cascos». Tampoco nos engañemos, incluso ahora sigue pasando. A las mujeres todavía se nos critica por eso y siempre hemos tenido que disimular bastante para que no te llamaran facilona. Qué horror, me da asco esa palabra.
- Te escuché hace poco que ya no estás para hombres.
- Cariño, estoy en la gloria sola. Es como si me hubiera quitado un peso de encima, me siento ligerísima. Alguna amiga mayor, cuando tenía la edad que tengo yo ahora, me dijo que iba a llegar un momento en que los hombres y el sexo me iban a sobrar y yo pensé: «¡Qué exagerada! ¿Cómo va a ser eso posible?». Pues, mira, ahora yo te digo lo mismo. No los necesito para nada.
- Aparte de tu vida sentimental, en lo que sí te afectó la edad fue en lo laboral.
- Claro, el edadismo con las actrices ha sido bestial. Ahora parece que se está arreglando un poquito, pero todavía no se ha llegado al punto de igualdad con los actores. A partir de los 40 años, el cine dejó de existir en mi vida. Se fue apagando poco a poco hasta desparecer porque te salen las arruguitas y ya parece que no te puede pasar nada interesante en la vida. Parece que no te puedes enamorar, que ya no puedes ser protagonista de una historia romántica, que ya no puedes tener éxito en el trabajo… Sin embargo, los tíos ahí siguen, siendo galanes en pantalla con 60 años y tirándose a chicas 30 años más jóvenes. Ellos están interesantes, nosotras estamos viejas. Vaya estupidez.
- ¿Cómo de mal lo pasaste cuando escaseó el trabajo?
- Tuve la suerte de trabajar también en una época donde las cosas estaban mejor pagadas que ahora y tenía mis ahorros, pero cada vez ingresas menos y el calcetín te lo vas gastando. Por fortuna, tuve amigos que echaron un cable y poco a poco fue mejorando el panorama.
- Nos hemos desviado y no me has contado cómo entraste en el clan Almodóvar.
- Pues lo que te contaba de Bernardo [Bonezzi]. Él tenía una cámara de vídeo, que en aquella época era una modernidad, y un día me llama para decirme que quiere hacer un remake de ‘La semilla del Diablo’. Grabamos una versión que se llamaba ‘La venganza de la gobernadora’. Yo era la hija de la vecina, Fanny McNamara era un fantasma y Bernardo hizo un estreno en una fiesta en su casa. Fue Pedro y algo me vio porque yo salía horrorosa, con los pelos pegados y fatal, pero le preguntó a Bernardo: «Oye, ¿tu amiga puede dar monilla?» [risas]. El otro le dijo: «Hombre, claro, puede dar monísima». Y me llamó para hacer la prueba para ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’.
- Y te cambió la vida.
- Cambió mi estatus radicalmente. Me dio el papel e inmediatamente pasé a ser musa de Antonio Alvarado, era su muñequita, me vestía como si fuera un recortable. Ponte esto, ponte lo otro… Fue una época muy canalla y de mucha risa.
- ‘Mujeres…’ es la película que mejor representa aquella España que, con sus miserias, se sentía feliz, moderna y de colorines.
- Se convirtió en el símbolo que es porque era blanca, no molestaba a nadie, que era algo que hasta ese momento no había pasado con el cine de Pedro, tan reivindicativo, tan sexual, tan radical… Ahora se olvida, pero al principio estaba crucificado. Sin embargo, ‘Mujeres…’ era redonda, era amable, gustaba a todo el mundo. Y, además, mostraba una cara que no solía mostrar el cine español, hecho siempre desde el punto de vista masculino, que era qué hacíamos las tías cuando nos dejaban. Ya sabíamos que a los tíos os abandonan y os claváis a beber en la barra de un bar, pero nosotras no. Nosotras llamamos a las amigas y empezamos a largar [risas].
- ¿Erais consciente de estar creando un tótem de nuestra cultura popular?
- No. Bueno, sobre todo yo, que era la nueva y no tenía ni idea de nada. Yo estaba asustada todo el rato, tenía la misma cara fuera del personaje que dentro. Sabía que me estaba pasando algo histórico, que era una oportunidad única, pero no tenía ni idea de cómo iba a salir, si iba a hacerlo bien… Tenía la cara de Candela fuera y dentro, en la película estaba asustada por los chiítas y fuera por Almodóvar, que se pasó todo el rodaje diciéndome que le tenía que perder el respeto. Cuando hice la prueba no sabía ni lo que era un chiíta y había leído que se decía chií, pero me callé, no se lo fuera a comentar a Pedro, le sentara mal y no me cogiera por darle lecciones.
- Al final, salió todo perfecto.
- Estuvo un año en cartelera, nos nominaron al Oscar, ganó el Goya la película, gané el Goya yo… Almodóvar es un genio. La rapidez que tiene para decir lo que hay que hacer en cada momento no se la he visto a otro y, además, tiene esa cosa tan divertida de que él va haciendo los papeles de todas durante los ensayos. Me regañaba todo el rato porque le imitaba. Después he tenido la desgracia de que no me ha vuelto a llamar. Durante el rodaje, me decía Antonio [Banderas]: «Ya verás, tú no vas a dejar de trabajar con Pedro, eres su actriz perfecta». Pero hice una colaboración pequeña en ‘Átame’ y nunca más. Con Almodóvar estoy como la novia a la que han abandonado y está en la estación esperando a que vuelva, como la Penélope de Serrat en la estación.
- ¿Por qué crees que ha pasado eso? En general, Almodóvar ha repetido con sus actrices.
- Sí, pero conmigo no, cariño. No pierdo la esperanza de que llame, pero, yo qué sé, se lo tendrías que preguntar a él.
- ¿No se lo has preguntado tú nunca?
- Al principio no quería ser pesada y después… Esta es una profesión donde de repente te encuentras, estás 24 horas al día de convivencia, se crea un vínculo muy fuerte, parece que ya vais a ser amigos siempre, pero luego cada uno pasa al siguiente proyecto y te vas separando. Hay que trabajar mucho para mantener las relaciones que has creado cuando estás en un rodaje, donde todo es muy intenso y luego deja un vacío que hay que esforzarse por llenar. Igual yo no lo hice, igual no lo hizo él, no sé… Pasó como pasó, pero ya te digo que sigo en la estación esperando a que vuelva [risas].
- Aun así, la etiqueta de chica Almodóvar no se te va a borrar nunca.
- ¿Te has dado cuenta de que las chicas Almodóvar seguimos siendo las del principio pese a todas las actrices con las que ha currado después? Carmen [Maura], Loles [León], Rossy [de Palma], Bibiana [Fernández] … Eso es una bendición. ¿Cómo voy a renegar de un papel que me puso en el mercado? A mí me decían todo el tiempo en los castings que era muy alta, que era muy delgada, que era muy andaluza, que si tal, que si cual y, de repente, todo el mundo me llamaba y me decía que soy estupenda. Que lo soy. Coño, sería para darme con la mano abierta si me pongo estupenda o me quejo de que se me recuerde principalmente por eso. Mi vida cambió de la noche a la mañana, tanto que incluso me daba vértigo porque no tenía un sitio donde agarrarme y todo se movía a hipervelocidad. Ahí fue muy importante mi encuentro con Cristina Almeida.
- En dos ocasiones, la diputada y senadora por Izquierda Unida te acogió para vivir en su casa.
- Sí, la última fue hace unos diez años en un momento en que yo lo estaba pasando mal, pero la primera, a principios de los 90, fue mucho más divertida. No sabes el éxito que teníamos. Yo llegaba reventada de trabajar o de bajón por mis cosas y ella se encendía un cigarro y decía: «Fiesta». Al rato teníamos la casa hasta arriba de gente. Cristina fue mi base, sigue siendo mi base. He aprendido más de ella que de nadie y me enseñó, sobre todo, a querer a las mujeres. La educación que recibimos nos hacía ver al resto como rivales, un tío te dejaba por otra y tu reacción era: «Esta puta me ha quitado el novio». Cristina me enseñó que no, que quien te debe respeto es él. Ella me enseñó a ser mujer, a tener mis cimientos sólidos y eso me cambió la vida. Ya eres generosa, ya eres más fuerte, ya te sientes más segura. Te vuelves más guapa porque no estás permanentemente renegando con cara de virgen. Fue muy importante en mi vida y, afortunadamente, lo sigue siendo porque nos vemos muchísimo.
- Se repite mucho ahora que los políticos de antes eran mejores. ¿Compartes esa idea?
- Lo que pasaba es que todos, no solos los políticos sino la ciudadanía, salíamos de una dictadura y sentíamos que había un proyecto común. La confrontación permanente que vivimos ahora, que se traslada del Congreso a la calle y no al revés, era impensable entonces. Y los políticos estuvieron a la altura porque pensaron en el bien común y no en sus intereses. Suárez fue presidente viniendo de Falange y acabó siendo clave en instaurar una democracia, por ejemplo. Al lado de aquellos, los políticos actuales parecen indocumentados. Inflan los currículums para disimular, que no sé cómo no se les cae la cara de vergüenza. Ves el Congreso y se te cae el alma a los pies porque parece una corrala. Todo insultos. «Y tú más y tú más y tú más y tú más». Me da mucha pena, sinceramente creo que no todos los políticos son iguales y los buenos, que no son pocos, se ven arrastrados por este ambiente tóxico. Hay gente muy honesta y muy trabajadora que se vuelca en el servicio público, pero por unos cuantos cafres caen todos en el saco.
- ¿Te decepciona en lo que se ha convertido España?
- En los 80 lo cogimos con mucho camino por hacer y se hizo, pero ahora vamos para atrás en muchas cosas y me asusta. Yo pensé que en España no íbamos a volver a ver a la ultraderecha. Sé que es un fenómeno mundial, pero creía que nosotros, con esa dictadura tan cercana, íbamos a saber poner los límites. A veces duermo mal pensando esto. Por ejemplo, a las mujeres nos ha costado la vida que se nos respete el derecho de hacer con nuestro cuerpo lo que cada una decida y asumía que el derecho al aborto era algo ya indiscutible. Sé que el PP ha reculado, pero que se vuelva a hablar ya da miedo. No puede ser que vayamos para atrás con el trabajo que nos ha costado llegar aquí. Creo que todos, izquierda y derecha democrática, tenemos que echar el freno a esta deriva antes de que sea tarde, pero, claro, está la cosa como para pedir pactos de Estado.
- La famosa polarización.
- En efecto.
- ¿Era tan distinto antes? A esas fiestas en casa de Cristina Almeida, ¿iban políticos de derechas?
- La verdad es que no [calla un segundo y sonríe]. Bueno, iban unos cuantos que no eran de derechas entonces, pero sí lo son ahora. Incluso del Gobierno.
- Gobernaba Felipe González, ¿lo dices por él?
- No te voy a decir el nombre, pero es fácil de adivinar [risas]. Iba más de uno de esos, eh. Se me han caído bastantes referentes de aquella época. En fin, es lo que hablábamos antes. Me decepciona cómo está España ahora. Hay mucha ignorancia y lo peor es que se aplaude esa ignorancia. Se celebra al que simplifica o manipula. Y me asusta mucho el mundo redes, creo que está haciendo el mundo peor. Tengo un nieto de 16 y otra de 14 y hemos perdido buena parte del control sobre su formación. También somos un país menos solidario que antes, cada vez hay más pobreza, la vivienda, la privatización de la sanidad… Deberíamos enseñar generosidad y empatía en los colegios. En fin, no sé, llegué contenta y al final me dejas triste [risas].
- No era mi intención ahora que eres feliz.
- Lo he sido bastantes veces. En general, creo que he sido una privilegiada. Pese a que he tenido épocas más bajas, si me quejara sería para darme con la mano abierta. La vida me ha tratado muy bien. Siempre digo que todos deberíamos estar criados entre algodones, no es nada malo. El problema no somos los que hemos tenido esa suerte sino toda la gente que lo merece y no lo tiene. No creo en la dureza ni en las malas palabras ni en la letra con sangre entra. Hay que alimentar las risas. Yo siempre he intentado hacerlo.
Teatro



