La infanta Paz de Borbón y Borbón (1862-1946), hija de la reina Isabel II y solo «oficialmente» del rey consorte Francisco de Asís, era la bondad personificada. Las obras de caridad encajaban en su gran corazón como arterias coronarias.
No en vano, desde su llegada a Múnich amplió el asilo Marien Ludwig Ferdinand, muy cerca de su palacio, una institución dedicada al cuidado de niños necesitados. Fundó también la Legión Infantil, ayudada por el sacerdote capuchino Cipriano; así como el «Paedagogium», otra organización que velaba por los hijos de españoles estudiantes en Baviera. Ella misma explicaba, en una carta, cómo era tan feliz haciendo felices a los demás: «Hace algunos años que los domingos del mes de mayo vienen los patronatos de las niñas de San Felipe Neri a jugar a mi jardín y a cantar luego en mi capilla ‘‘Las flores de mayo’’, reuniéndose unas ciento veinte muchachas. Ponemos unas mesas y unos bancos muy largos debajo de los árboles y les servimos café y bollos, después juegan a la pelota, a los aros, saltan a la cuerda y luego me recitan versos o representan una comedia fácil y divertida. Todo el año sueñan con ese día. Una pobre chica pálida, con su vestido de comunión agrandado y remendado, como su mejor gala para esta ocasión, se acercó a mí y me dijo bajito: ‘‘Mi madre nos ha seguido y está fuera. ¿Permite que entre?’’. Naturalmente que lo permití y daba gusto verlas durante toda la tarde cogidas de la mano como si estuvieran en el paraíso y de vez en cuando recibía yo una mirada y una sonrisa de las dos. A mí estas reuniones me hacen tanto provecho como a ellas».
Concluida la Guerra Civil española, la ya anciana infanta había socorrido también a varios republicanos, comunistas y anarquistas españoles refugiados en Baviera. Más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial algunos miembros de la Casa de Wittelsbach fueron deportados por los nazis a campos de concentración mientras los habitantes de Nymphenburg sufrían las penurias y escaseces propias de la gran conflagración. Fue entonces cuando los exiliados españoles, en agradecimiento a la infanta, ayudaron a reparar grietas y desperfectos causados por las bombas en la techumbre del castillo, donde ella pasaría los últimos años de su vida dedicada al cuidado de sus nietos y rodeada del afecto de sus tres hijos: Adalberto, nacido el 10 de mayo de 1884; Fernando, el 3 de junio de 1886; y Pilar, el 13 de mayo de 1891.
El último sacrificio
A esas alturas, había desaparecido su hermana del alma Pilar. Paz se convirtió así en un puente de plata tendido siempre entre su severa hermana Isabel y su otra y rebelde hermana Eulalia. Por Eulalia, conoció Paz la muerte de su hermano Alfonso XII.
A principios de 1946, una caída por la escalera que conducía al comedor de palacio, postraría a Paz durante varios meses en cama. Sintiéndose indispuesta, ella misma admitió, apesadumbrada: «Ya sé que no podré realizar mi más ardiente deseo de volver a España, pero estoy dispuesta para este último sacrificio».
Uno de aquellos anarquistas agradecidos, testigo de los últimos momentos de la infanta, brindó al escritor Miquel Ballester su interesante testimonio amparado en el anonimato. Dice así: «Paz agonizó el 3 de diciembre de 1946, a las 5:45 de la mañana. Ese día lo recuerdo como el más amargo y triste de mi vida, consciente de que con el cerebro y el corazón de Paz habíamos perdido no sólo a la persona más profundamente amada por todos nosotros, sino también todas nuestras esperanzas por una reconciliación pacífica y fraternal entre las dos Españas».
Los restos mortales de la infanta fueron inhumados el 7 de diciembre en la cripta de los príncipes de la iglesia de San Miguel, en Munich. Una densa niebla envolvía las ruinas de lo que había sido aquel singular templo en el mismo instante que la comitiva fúnebre llegó hasta la entrada. El nieto de la infanta narraba lo sucedido a continuación: «Súbitamente, varios republicanos españoles apartaron a los empleados de la funeraria que portaban el féretro y ocuparon su lugar. Sobre los hombros de aquellos hombres descendió el ataúd de mi abuela a la cripta. Lo colocaron con suavidad en el suelo. Luego, cada uno depositó una única flor a los pies del féretro. Un periodista se interesó por la identidad de la difunta. ‘‘Su nombre fue Paz –respondí–; era infanta de España’’».
Todo un réquiem por la «infanta pacifista».
Padre no hay más que uno
El propio biógrafo de Paz, Miquel Ballester, disipaba cualquier duda sobre la paternidad de la infanta. En cierta ocasión, según Ballester, la propia infanta, al ver abatido al antiguo secretario de su madre durante un ágape en el palacio de Nynphenburg, le asió del brazo y anunció solemnemente a sus invitados: «Les presento a mi padre, Miguel Tenorio».
Aquella insólita declaración, además de causar estupefacción en los presentes, surtió en ellos el mismo efecto que una prueba genética. Paz profesó también un enorme cariño a su verdadero padre: Miguel Tenorio de Castilla, fallecido a las cuatro y media de la madrugada del 11 de diciembre de 1916, en el palacio de Nynphenburg, tras residir allí durante veintiséis años nada menos, en la suite 122 del ala sur, por deferencia precisamente de la infanta Paz. ¿No revelaba este detalle el inmenso cariño que la infanta dispensaba a quien consideraba su padre?
Un anarquista anónimo la definió como «la persona más amada por nosotros»
La infanta Paz de Borbón y Borbón (1862-1946), hija de la reina Isabel II y solo «oficialmente» del rey consorte Francisco de Asís, era la bondad personificada. Las obras de caridad encajaban en su gran corazón como arterias coronarias.
No en vano, desde su llegada a Múnich amplió el asilo Marien Ludwig Ferdinand, muy cerca de su palacio, una institución dedicada al cuidado de niños necesitados. Fundó también la Legión Infantil, ayudada por el sacerdote capuchino Cipriano; así como el «Paedagogium», otra organización que velaba por los hijos de españoles estudiantes en Baviera. Ella misma explicaba, en una carta, cómo era tan feliz haciendo felices a los demás: «Hace algunos años que los domingos del mes de mayo vienen los patronatos de las niñas de San Felipe Neri a jugar a mi jardín y a cantar luego en mi capilla ‘‘Las flores de mayo’’, reuniéndose unas ciento veinte muchachas. Ponemos unas mesas y unos bancos muy largos debajo de los árboles y les servimos café y bollos, después juegan a la pelota, a los aros, saltan a la cuerda y luego me recitan versos o representan una comedia fácil y divertida. Todo el año sueñan con ese día. Una pobre chica pálida, con su vestido de comunión agrandado y remendado, como su mejor gala para esta ocasión, se acercó a mí y me dijo bajito: ‘‘Mi madre nos ha seguido y está fuera. ¿Permite que entre?’’. Naturalmente que lo permití y daba gusto verlas durante toda la tarde cogidas de la mano como si estuvieran en el paraíso y de vez en cuando recibía yo una mirada y una sonrisa de las dos. A mí estas reuniones me hacen tanto provecho como a ellas».
Concluida la Guerra Civil española, la ya anciana infanta había socorrido también a varios republicanos, comunistas y anarquistas españoles refugiados en Baviera. Más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial algunos miembros de la Casa de Wittelsbach fueron deportados por los nazis a campos de concentración mientras los habitantes de Nymphenburg sufrían las penurias y escaseces propias de la gran conflagración. Fue entonces cuando los exiliados españoles, en agradecimiento a la infanta, ayudaron a reparar grietas y desperfectos causados por las bombas en la techumbre del castillo, donde ella pasaría los últimos años de su vida dedicada al cuidado de sus nietos y rodeada del afecto de sus tres hijos: Adalberto, nacido el 10 de mayo de 1884; Fernando, el 3 de junio de 1886; y Pilar, el 13 de mayo de 1891.
El último sacrificio
A esas alturas, había desaparecido su hermana del alma Pilar. Paz se convirtió así en un puente de plata tendido siempre entre su severa hermana Isabel y su otra y rebelde hermana Eulalia. Por Eulalia, conoció Paz la muerte de su hermano Alfonso XII.
A principios de 1946, una caída por la escalera que conducía al comedor de palacio, postraría a Paz durante varios meses en cama. Sintiéndose indispuesta, ella misma admitió, apesadumbrada: «Ya sé que no podré realizar mi más ardiente deseo de volver a España, pero estoy dispuesta para este último sacrificio».
Uno de aquellos anarquistas agradecidos, testigo de los últimos momentos de la infanta, brindó al escritor Miquel Ballester su interesante testimonio amparado en el anonimato. Dice así: «Paz agonizó el 3 de diciembre de 1946, a las 5:45 de la mañana. Ese día lo recuerdo como el más amargo y triste de mi vida, consciente de que con el cerebro y el corazón de Paz habíamos perdido no sólo a la persona más profundamente amada por todos nosotros, sino también todas nuestras esperanzas por una reconciliación pacífica y fraternal entre las dos Españas».
Los restos mortales de la infanta fueron inhumados el 7 de diciembre en la cripta de los príncipes de la iglesia de San Miguel, en Munich. Una densa niebla envolvía las ruinas de lo que había sido aquel singular templo en el mismo instante que la comitiva fúnebre llegó hasta la entrada. El nieto de la infanta narraba lo sucedido a continuación: «Súbitamente, varios republicanos españoles apartaron a los empleados de la funeraria que portaban el féretro y ocuparon su lugar. Sobre los hombros de aquellos hombres descendió el ataúd de mi abuela a la cripta. Lo colocaron con suavidad en el suelo. Luego, cada uno depositó una única flor a los pies del féretro. Un periodista se interesó por la identidad de la difunta. ‘‘Su nombre fue Paz –respondí–; era infanta de España’’».
Todo un réquiem por la «infanta pacifista».
Padre no hay más que uno
El propio biógrafo de Paz, Miquel Ballester, disipaba cualquier duda sobre la paternidad de la infanta. En cierta ocasión, según Ballester, la propia infanta, al ver abatido al antiguo secretario de su madre durante un ágape en el palacio de Nynphenburg, le asió del brazo y anunció solemnemente a sus invitados: «Les presento a mi padre, Miguel Tenorio».
Aquella insólita declaración, además de causar estupefacción en los presentes, surtió en ellos el mismo efecto que una prueba genética. Paz profesó también un enorme cariño a su verdadero padre: Miguel Tenorio de Castilla, fallecido a las cuatro y media de la madrugada del 11 de diciembre de 1916, en el palacio de Nynphenburg, tras residir allí durante veintiséis años nada menos, en la suite 122 del ala sur, por deferencia precisamente de la infanta Paz. ¿No revelaba este detalle el inmenso cariño que la infanta dispensaba a quien consideraba su padre?
Noticias sobre Historia en La Razón
